martes, 14 de mayo de 2019

REFLEJOS DE LOS REINOS DE HIERRO (1)

Mapa de los Reinos de Hierro

Los reinos de Immoren occidental son jóvenes y viejos a la vez, una paradoja que crea ciertas tensiones internas y entre sí. Todos ellos gozan de cultura, tradiciones y orgullo ricos, y el potencial de ser enemigos acérrimos.

La vasta nación de Khador se sitúa en el norte. Sus tierras son más conocidas por el frío gélido de sus montañas cubiertas de hielo que por las llanuras templadas, los ríos, los lagos, las tierras de labranza y las colinas de sus territorios más meridionales. Los khadoranos cuentan con una larga historia de guerreros y conquistadores que se han alzado durante generaciones para dominar tanto a sus duras tierras como a cualquier rival con el que se han encontrado.

Al este de Khador, y también con unos cuantos picos montañosos escabrosos y helados, se encuentra la nación enana de Rhul. Esta civilización indómita es anterior a todas las proclamas de los humanos. Políticamente, Rhul carece del ansia de guerra que consume a las naciones humanas, aunque las batallas más recientes han atraído a unos cuantos ciudadanos rhúlicos para demostrar su valor como mercenarios.

Al oeste se encuentra Ord, un reino pequeño que se enorgullece de la fuerza de sus gentes pero que no ha sido bendecido con una gran abundancia de recursos. Ord es una tierra de páramos envueltos en niebla, colinas imponentes y una franja de costa repleta de puertos que son el orgullo de la nación.

Al noroeste de Ord y al sur de Rhul estaba Llael, famosa por sus viñedos y la inteligencia de sus mercaderes, pero que hace poco cayó ante una invasión extranjera. Khador la ha reclamado por la fuerza, las botas de los soldados cygnarianos la han pisoteado y los fanáticos de la Cruzada Norteña del Protectorado de Menoth la han ocupado. Unos pocos llaeleses se resisten a sus conquistadores, y están aquellos que aún sueñan con la libertad, pero tales anhelos se desvanecen un poco más con cada día que pasa.

Justo al este de la Llael devastada por la guerra yace la enigmática nación de Ios, hogar de los elfos. Protegida dentro de un vasto valle forestal situado entre cordilleras que evitan el avance de las Marcas Petrasangre, Ios ha pasado muchos años aislada de los asuntos de la humanidad. Al contrario que los ciudadanos de Rhul (a quienes se les suele ver por muchas ciudades de otras naciones), los iosanos son retraídos. Sin embargo, en el interior de sus fronteras bien fortificadas, una secta dedicada a la erradicación de los arcanistas humanos se ha alzado para intentar preservar a sus dioses moribundos. Aunque al principio eran un grupo marginal han ido ganando cada vez más peso dentro de la nación, atrayendo a muchos de los grandes poderes de Ios hacia su causa.

Al sur de Ord y Llael está la poderosa nación de Cygnar, la enemiga eterna y odiada de Khador. Cygnar es un gran reino rico en recursos y tierras fértiles. Gracias a esto, posee la población más grande de todo Immoren occidental y uno de los ejércitos más potentes. Controla la península meridional situada a lo largo de la Costa Rota y, por lo tanto, tiene la línea de costa más larga de todos los Reinos de Hierro, con una fuerte armada a juego. Aunque la nación parezca muy grande sobre el mapa, la mayor parte de sus tierras del sur y el oeste están cubiertas por las densas montañas del Murosierpe: picos traicioneros sin civilizar que nunca han sido dominados por el hombre. Es una nación diversa con una población tenaz y bien educada pero, a veces, sus líderes se enzarzan en desacuerdos internos, entorpeciendo su capacidad de realizar acciones decisivas.

A pesar de todo el poder y la riqueza de Cygnar, su posición está en peligro. Está rodeada por enemigos y lleva estos últimos años siendo asediada por sus cuatro costados. Además de sus rivales khadoranos en el norte, debe protegerse contra el Protectorado de Menoth al este y Cryx al oeste. Incluso el yermo llamado las Marcas Petrasangre, que ocupa la mayor parte de su frontera nororiental, se ha convertido en un amenaza de la que surgen los agresivos skornes para atacarlos. Que Cygnar aún aguante contra tantos enemigos es un testimonio de la resolución de su pueblo, así como de la fuerza de sus armas.

Cryx existe apartada de los demás poderes, siendo una colección de horrores y abominaciones que a duras penas puede ser calificada como nación. Al suroeste de Cygnar, cruzando la Costa Rota, en medio las pantanosas y fétidas Islas Scharde, habitan criaturas inmortales e inimaginablemente poderosas que representan una plaga sobre los vivos. También hay gente viviendo en Cryx, pero sus vidas no son las mismas que las del resto de habitantes de los Reinos de Hierro. En Cryx, los muertos caminan junto a los vivos y la tierra está manchada por el resplandor impío del dragón que gobierna ese imperio y que fuerza a sus vasallos a adorarle como a un dios.

La única forma que tienen los ciudadanos de Cryx de salir de la miseria de sus escuálidas vidas es servir al dragón en todo lo que pida. Muchos se convierten en piratas brutales y en incursores que pasan sus vidas abusando de los demás. Este lugar ya sería lo bastante infame si sus ciudadanos estuvieran confinados en sus islas, pero peinan las costas del continente sobre incontables barcos equipados para la guerra y la masacre. En los últimos años, estos incursores se han vuelto más descarados en sus ataques. Actualmente, los ejércitos cryxianos se están infiltrando en el continente, escondiéndose en las sombras y atacando sin remordimiento alguno a las naciones de los vivos.

Menoth, el Creador

A lo largo de su existencia la humanidad ha conocido a muchos dioses, pero Menoth es el primer dios del hombre y el más antiguo: el Creador. Tras hacerse a sí mismo y alzarse por encima del caos sin forma anterior a la creación para moldear Caen, Menoth tomó una forma que le complació. Recorrió Caen, y la humanidad surgió cuando atravesó las olas que se retiraban de las orillas. Con el paso del tiempo, la humanidad se reunió formando tribus y fue abandonada para que se valiese por sí misma. Menoth se alejó para imponer el orden sobre las tierras, establecer la división entre el día y la noche y los ciclos de la vida y la muerte.

De ese caos primordial también se alzó la Sierpe Devoradora, llamada la Bestia de todas las formas: un horror salvaje que se convertiría en el mayor enemigo de Menoth. Mientras que Menoth dio lugar a la humanidad, la Devoradora engendró a las bestias salvajes. Mientras que Menoth traía orden, la Devoradora destruía para alimentar su hambre infinita. Menoth reconoció a la Devoradora como su enemiga y, desde ese mismo momento, se enfrentan en una caza interminable. Este conflicto les ha tenido ocupados desde el amanecer de la creación.

Finalmente, esta persecución llevó a Menoth a Urcaen, la tierra de los muertos, donde acaban viajando las almas de aquellos que perecen en Caen. Menoth construyó la Ciudad del Hombre para proteger a los caídos y la rodeó con unos grandes muros. Estaba ocupado con sus batallas contra la Sierpe Devoradora y no podía prestar atención a la humanidad, cuyas tribus esparcidas había dejado a su propia suerte.


Durante un tiempo imponderable, la humanidad vagó por Immoren en tribus salvajes incapaces de registrar sus hazañas. La mayor parte de la humanidad se olvidó de su Creador y empezó a venerar a las bestias de las tierras inhóspitas. Adoraron al lobo, al oso, al águila y a la serpiente, y tallaron tótems para rezar a la Sierpe Devoradora.

Incluso en estos tiempos oscuros quedaban algunos que recordaban a su Creador y que, al morir, viajaron para encontrarse con él en Urcaen. Estos fieles adoradores se unieron a Menoth en sus batallas, prestándole su fuerza como podían. Menoth aprendió a través de ellos que la mayor parte de la humanidad le había olvidado. El Creador se enfadó y dirigió su atención a Caen. Enfrentados a su dios furioso, muchas tribus abandonaron su religión falsa y volvieron al abrazo de su Creador, mientras que otras huyeron a lo más profundo de las tierras salvajes y se convirtieron en algo que no era humano.

Historia antigua de los Reinos de Hierro

Menoth se apiadó de las tribus que se arrepintieron y le imploraron piedad. Les concedió los fundamentos de la civilización (la Llama, el Muro, la Gavilla y la Ley) para que se volvieran más fuertes y dignos de su Creador.

La Llama encarna el espíritu de la fe, pero también el fuego que expulsa a la oscuridad. El Muro representa el conocimiento de la construcción y la fortificación que permite a la humanidad asentarse en las tierras salvajes. La Gavilla simboliza el saber de la agricultura, que permite al hombre cultivar la tierra, sembrar semillas y cosechar grano para aumentar en número. La Ley representa el pacto entre la humanidad y su dios, así como las reglas fundamentales de la civilización.

Entonces, Menoth escogió a los primeros sacerdotes para que uniesen a los hombres y les enseñasen las leyes, y ellos le nombraron el Legislador. Bajo su guía divina, estos sacerdotes establecieron las primeras aldeas y comunidades de granjas, las cuales crecieron poco a poco hasta convertirse en las primeras ciudades de los hombres.

Como se demostró en Caspia, la ciudad de las murallas, algunas de las estructuras más antiguas que a día de hoy siguen en pie están construidas sobre los restos de aquellos primeros asentamientos. Todos los que caminan por sus calles reconocen a Caspia como una de las mayores obras del hombre. Sus paisajes, desgastados por el paso del tiempo, marcan todo el curso de la historia de la hombre, ladrillo a ladrillo. Conocida en el pasado como Calacia, fue el hogar del rey-sacerdote Golivant, quien derrotó a las tribus molgurs y erigió un gran muro contra ellas, y quien dejó a su pueblo probar por primer vez el auténtico orden.

Durante ese periodo, otro guerrero feroz y pío se alzó para unir a su gente en el norte. Muchas de las tribus que habitaban en las tierras duras y salvajes del norte habían pasado de adorar al Creador a venerar a la Bestia de todas las formas: la Sierpe Devoradora. Khardovic era un señor de los caballos de las llanuras del norte que sintió que debía purgar a su pueblo de toda corrupción y establecer un reino bajo la ley de Menoth. En el momento de su muerte, Khardovic había convertido a más de un millón de salvajes en seguidores del Legislador, extendiendo la fe menita por todas las tierras de lo que un día sería Khador.

Aunque la expansión de la fe menita y la derrota de los molgurs permitió a la civilización establecerse por todo Immoren occidental, la humanidad seguía guerreando con un abandono imprudente. Lores ambiciosos tomaban cada parcela de tierra fértil o montículo ligeramente defendible, luchando no solo por la supervivencia, sino para expandir sus territorios. Algunos creen que esto era la voluntad de Menoth: una forma de poner a prueba la fuerza de regentes y regidos.

La ascensión de los Gemelos

Entre los vastos ciclos de la historia hubo algunos eventos tan importantes que cambiaron la forma del mundo para siempre. Uno de ellos fue el ascenso a la iluminación de los Gemelos.

Hace mucho tiempo, Morrow y Thamar eran unos mortales nacidos en Caspia, pero trascendieron a la carne para convertirse en dioses. Definieron sus destinos en un tiempo en el que todos los hombres eran esclavos de los dioses y los reyes. La fe menita se había convertido en la dominante incuestionable, y las irrompibles cadenas de la fidelidad espiritual vinculaban a todos los seres humanos con su Creador. La Ley Auténtica controlaba todos los aspectos de la vida. Aunque la civilización había llegado a Immoren, para la inmensa mayoría eso solo significaba ser siervos a manos de tiranos espirituales. Los Gemelos dejaron su marca por todo Immoren y atrajeron a miles de seguidores que aprendieron de su ejemplo.

La insidiosa y subversiva Thamar era egoísta y estaba fascinada por la oscuridad. Creía que el poder verdadero era infinito, que provenía de la fuerza de los personas individuales y que servía para ejercer su voluntad personal sobre las masas. Thamar enseñaba que la moralidad era la prisión de la verdad y la libertad. Indagó en conocimientos mágicos olvidados y secretos profanos en su búsqueda del poder ilimitado.

Altruista y fascinado por la luz, Morrow creía que en la vida había más cosas que la batalla y la obediencia ciega a la Ley del Creador. Enseñaba que las personas buenas deben pensar en los demás antes que en sí mismas. Miles siguieron su ejemplo y buscaron las respuestas en su interior. Decía que vivir una buena vida requería la voluntad necesaria para proteger el bienestar de los demás, enmendar las injusticias y luchar en las guerras de forma honorable. Sus ideas de guerrero-filósofo se extendieron más rápido de lo que los menitas podían contenerlas.

Al final, Morrow y Thamar marcharon juntos por Caspia, pidiendo a la humanidad que buscase la libertad de la opresión religiosa. El Rey-sacerdote menita de la ciudad, el jerarca Heletius, se enfrentó con los Gemelos y sus seguidores en una batalla. Morrow combatió en persona contra el Rey-sacerdote, y acabó desarmándole y pidiéndole que se rindiera. Antes de que el hombre pudiera hablar, Thamar acabó con él (un acto que Morrow no podía tolerar).

El pueblo de Caspia dio a los hermanos una bienvenida de héroes, y suplicó a Morrow que gobernase la ciudad y guiase a sus gentes. Buscando la armonía, Morrow alcanzó un acuerdo con el clero menita restante. Prometió proteger la santidad de los templos menitas, rendir tributo al Creador y castigar a Thamar por el asesinato del jerarca Heletius. Morrow exilió a Thamar fuera de las murallas de Caspia.

Thamar vagabundeó por los límites de la civilización, donde continuó con su guerra contra los menitas y sembró a distancia las semillas del descontento en Caspia. Volvió a la ciudad seis años después y tomó el mando de un ejército que se alzó desde el interior de sus murallas. Mientras se abría paso hacia el palacio de Morrow, los edificios se derrumbaban a su alrededor y los muertos se levantaban para darse un festín con los vivos. Los Gemelos se encontraron en el exterior de lo que acabaría convirtiéndose en el Sancteum, el suelo más sagrado de la fe morrowana.

En un frenesí de poder destructivo, Thamar oscureció el cielo e invocó una tormenta de fuego que amenazó con consumir la ciudad. Mientras ella se preparaba para destruir todo lo que Morrow había construido, él vio que la única forma de detenerla era sacrificándose. Dio un paso adelante y aceptó el grueso de su ira. Cuando Thamar acabó con él, todos los testigos vieron cómo su espíritu ascendió al cielo y cómo la tormenta antinatural se dispersó gracias a una luz que brillaba más que la del sol. El poder de la apoteosis de Morrow calmó al viento, convirtió a los muertos vivientes en cenizas y protegió a los reunidos del poder de Thamar. Fortalecidos por el ejemplo de Morrow y habiendo perdido el miedo a Thamar, las masas la abrumaron y la hicieron pedazos. Ella también ascendió al morir: su carne se convirtió en un humo negro que voló ondulando hasta Urcaen. Ahora, siendo un ser divino, se había convertido en la diosa de la tentación, de la indulgencia, de la magia oscura y del engaño.

La ascensión de los Gemelos marcó el comienzo de la Era de las mil ciudades. Se fundaron ciudades-estado de todos los tamaños, cada una con su propio señor de la guerra o reyezuelo. Los acuerdos firmados en tabernas y las alianzas hechas en los callejones duraban solo lo que se tardaba en reunir los ejércitos para la guerra.

Aunque la guerra nunca cesó, las proclamas de los reyes empezaron a consolidarse a medida que tomaban las tierras de sus rivales y ponían a más gente bajo su control. Caspia creció. Thuria se alzó y Tordor la consumió. Los Midlunds se unificaron. El vasto Imperio khárdico se expandió para absorber a los pueblos de los kos, los skirovs, los umbreanos y los ryns. Caspia experimentó el florecimiento del pensamiento y la razón, ejemplificado por la consagración de la Catedral de la archicorte en el Sancteum (el corazón de la iglesia morrowana). Los ingenieros khárdicos inventaron el motor a vapor y empezaron a darse cuenta de todo su potencial. Barcos alimentados por carbón surcaban los ríos sin depender de las corrientes ni de los vientos. En el oeste, los capitanes de los barcos funerarios de Tordor formaron la armada más fuerte que jamás hubiese visto el mundo, y las velas de mil barcos se extendieron por todo el océano, abarcando todo el horizonte.

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