viernes, 18 de mayo de 2018

EL FUEGO Y LA FORJA, PT. 11: PONER A SALVO A LOS TESTIGOS

Ciudad de Septum en la provincia Gedorra, Protectorado de Menoth, 22 de casteus

Sus dedos terminados en garras y su fuerza incansable le permitieron trepar con rapidez y facilidad la muralla exterior de Septum, con toda comodidad y viendo perfectamente bien a pesar de la oscuridad. De las tres lunas, solo dos eran evidentes, y ambas estaban llenas a menos de la mitad. El cielo estaba parcialmente encapotado, aunque unas pocas estrellas sumaban su débil luz al conjunto. Pero una vez hubo pasado la muralla exterior las calles se bañaron con la luz de una miríada de fuegos: en cada calle había colocadas lámparas de gas y antorchas en sus candeleros. En el último par de semanas se había convertido en un visitante frecuente e invisible, y a estas alturas ya se conocía todas las callejuelas de la ciudad.

Varios de los templos y santuarios más pequeños están esparcidos por el Protectorado de Menoth, incluyendo las áridas colinas Erud, y algunos de ellos salvaguardan reliquias de valor inestimable de los restos de sacerdotes de la antigüedad

Como las demás noches, la ciudad estaba muy tranquila. La mayoría de sus habitantes había abandonado las calles al atardecer, deseando volver a sus casas y atrancar sus puertas. Ésta era una tierra que temía a la oscuridad que había afuera de sus murallas. El único sonido, aparte del de las antorchas parpadeantes, era el ruido metálico de las armaduras y las armas llevadas por los caballeros y la milicia mientras patrullaban. No estaban buscando seres como él. Nunca habrían pensado que alguien como él estaba entre ellos. No, hacían su ronda buscando a cualquiera de los suyos que estuviese violando sus estrictas leyes, listos para aprehender y engrilletar a cualquier estúpido que fuese demasiado lento en acatar el toque de queda. A estos sonidos se les unieron las pisadas de los cascos de los caballos y el traqueteo de las ruedas de los carros.

Se colocó donde podía esperar a su presa. Atrajo a las sombras de su alrededor, como si se hiciera un traje cosido de retales de noche, convirtiéndose así en un fantasma. No necesitaba dormir ni descansar como los vivos y tenía la intención de usar todas las horas del día y la noche hasta que sus tareas fuesen completadas, tanto los recados de Asphyxious como su propio proyecto de investigación. Cualquiera de ambas requeriría un tiempo considerable.

INTELIGENCIA: GORESHADE Y CRYX

Se cree que la alianza de Goreshade con Cryx empezó en el 586 AR. Para cuando empezó la Guerra llaelesa llevaba sirviendo a Cryx algo menos de veinte años. Es natural preguntarse por qué Asphyxious confió a un (relativamente) recién llegado una tarea tan vital. Asphyxious había encontrado en Goreshade a un espíritu afín, alguien que trajo a Cryx una gran cantidad de conocimientos ocultos y oscuros. Goreshade se esforzó en congraciarse con el liche, pero hay razones para creer que Asphyxious tomó medidas místicas para asegurarse la obediencia del eldritch.
Claramente, el liche de hierro creía tener a Goreshade firmemente esclavizado y que era un subordinado que no podía traicionarle. Asphyxious estaba versado en ritos oscuros que atarían a Goreshade bajo su servicio, quizás a través de un acuerdo místico sellado mediante Hojasangre, un arma forjada y entregada por el liche de hierro. Los eventos posteriores demostraron que el eldritch retenía su autonomía. Claramente, demostró ser bastante habilidoso en volver a la magia contra su propósito original.

Realmente no era invisible, pero para las mentes débiles bien podría serlo. Si abandonase las sombras su altura destacaría por encima de la de los demás humanos. Aquellos junto a los que había pasado antes se habrían aterrorizado al verle con su armadura de acero oscuro y las agotadas chimeneas con pinchos de su espalda, de las cuales solo emergían volutas de un humo aceitoso. Por suerte, eran incapaces de percibirle. Algunos junto a los que había pasado temblaron cuando sus mentes ocluidas sintieron su presencia antinatural. Se sintieron incómodos. Sus narices se arrugaron como si oliesen algo fétido. Unos pocos hicieron con sus manos gestos supersticiosos de plegaria o murmuraron algo para sí mismos, pero su magia evitó que sus atenciones se centraran en él. Sus rezos no tenían poder. Su dios no les escuchó, ya que estaba preocupado con otros problemas que no tenían nada que ver con Caen.

Era todo un testimonio de sus poderes ocultos que un ser como Goreshade, que ahora era un eldritch pero que una vez fue el señor de la Casa Vyre de Ios, pudiese moverse con tanta libertad dentro del Protectorado de Menoth. Era más cauteloso en presencia de los sacerdotes, aunque los miembros de menor rango de la casta eran tan ciegos a lo sobrenatural como el resto de los mortales. A pesar de sus títulos, de su arrogancia y de su estatus privilegiado, la mayoría de los sacerdotes eran subordinados y administradores; funcionarios del gobierno, no tan distintos de los de las demás naciones salvo por sus túnicas ornamentadas, sus bastones bañados en oro que llevaban como señal de autoridad y las máscaras de su oficio. Ocupaban su tiempo rezando, es verdad, pero también lo hacían con la burocracia: una procesión interminable de mensajes y misivas. Unos pocos entre ellos tenían poder real y potencialmente podían interferir con él, y se alejaba de éstos. En particular, se aseguró de evitar a los miembros mudos de la Orden Reclamadora, puesto que se cree que oyen susurros de su dios distante. Él no sabía si esto era cierto pero decidió que era mejor y más simple evitarlos.

Los caballeros con armaduras que solían acompañar a los sacerdotes podían ser potencialmente peligrosos, pero descubrió que sus ojos eran engañados con tanta facilidad como los de cualquier granjero. Solo les interesaba ver la luz y pasaban rápidamente de largo los callejones sombríos. Con todas sus mallas brillantes y pulidas parecían ser incluso menos sensibles a su presencia que los supersticiosos jornaleros de las calles. Sus yelmos mantenían a sus ojos fijos dentro de un ángulo de visión muy estrecho, y lo mismo se podía decir de su disciplina.

El eldritch ya llevaba en el Protectorado el suficiente tiempo como para sentirse cómodo con su metodología. Algunas de sus primeras tareas habían sido empezar a infiltrarse en bibliotecas y otros depósitos del saber. No las grandes y ornamentadas bóvedas que preservaban textos sagrados antiguos, aunque planeaba visitar esos lugares en el futuro. Por ahora estaba más interesado en los registros recientes: las grises y tediosas observaciones de aquellos que seguían las idas y venidas de los que hacían peticiones al clero de rango superior.

En esta misión, era el sirviente de Asphyxious. Se había esforzado en parecer ansioso por complacer, en adoptar la guisa de alguien que busca el favor del liche. Asphyxious fue fácilmente halagado. El liche de hierro le estaba poniendo a prueba, tenía curiosidad sobre sus límites. Aunque había mandado a Goreshade al sur, Asphyxious se había ido al norte, al bosque del Espino, donde había plantado su base de operaciones y donde sus planes que estaban ya en marcha requerían de su presencia. Le había dado órdenes, aunque eran recados sencillos y no misiones imposibles que ningún otro habitante del Imperio Pesadilla podría esperar completar.

Goreshade no había dudado en aceptar esta tarea. Asphyxious creía que Goreshade era su criatura, esclavizada por cadenas místicas tan poderosas como invisibles. No fue casualidad que hubiese recurrido a un forastero, puesto que el liche de hierro planeaba traicionar a su amo Toruk, el Padre de dragones. Todo esto le daba igual al eldritch. No tenía razones para sentir lealtad por Toruk. Lo único que necesitaba de Cryx eran sus recursos y sus sumisos soldados.

La laberíntica mente del liche era interesante para Goreshade y, sin embargo, había tomado medidas para asegurarse de seguir conservando su voluntad. Aún así, se subió obedientemente al barco negro y esperó bajo cubierta durante la larga travesía. Cuando fue invocado en una noche sin luna cruzó la cubierta y se bajó del navío por uno de sus lados, cayendo al agua y hundiéndose hasta el fondo, donde podía caminar sin obstáculos hasta alcanzar la orilla y salir trepando por la arena. Había estudiado mapas de estas tierras, memorizando cada detalle hasta que estuvo seguro de poder ir andando hasta cualquier lugar dentro de sus fronteras.

Unas cuantas perdiciones le habían acompañado, y estaban listas para ser invocadas cuando las necesitase. No eran tan hábiles como él a la hora de caminar sin ser vistas, así que les había mandado a una localización oculta cercana, esperando en túneles viejos y criptas que los vivos no habían pisado desde hace décadas. Aunque varias de ellas eran razonablemente inteligentes, ninguna tenía su aptitud para el trabajo. La única cosa que se les daba bien era matar a los vivos.

Había sido tedioso, aunque razonablemente fácil, encontrar los nombres que buscaba. Con un poco más de trabajo determinó dónde estaban ahora, sus edades y sus inclinaciones. Afortunadamente, el clero menita siempre estaba escrutando a sus sacerdotes, intentando evaluar si eran dignos de sus puestos. Así encontró unas anotaciones de un escrutador anciano, uno que estuvo presente cuando la joven de una ciudad de las afueras llegó a Imer y se presentó ante el Sínodo. Los milagros atribuidos a su nombre estaban descritos con la misma sequedad que las listas de rituales diarios.

Esos registros llevaron a Goreshade a Septum. Pronto localizó al escrutador Marius Grummel, uno de los líderes más ancianos y reverenciados de esta ciudad. Goreshade le podría haber acorralado e interrogado mientras estaba vivo, pero había descubierto que esas medidas no eran efectivas y que, la mayoría de las veces, eran una pérdida de tiempo. Especialmente con aquellos que habían pasado el entrenamiento mental al que los escrutadores habían sido sometidos. Era mejor preguntarles cuando estaban muertos y más propensos a la docilidad.

Un poco más de investigación le reveló que el escrutador estaba lleno de culpa y prefería flagelarse antes de dormir, sometiendo su cuerpo a un dolor lacerante. Su cuerpo ya era frágil y estaba débil por la pérdida de sangre. El eldritch había tratado las púas del látigo con una resina que incluía cenizas de necrotita. Podría haber sucedido que el sacerdote se preocupase al ver el ennegrecimiento de las venas de sus brazos y espalda, pero lo había interpretado como una señal divina de impureza que le impulsó a atormentarse con más vigor. Su muerte, tan solo una semana más tarde, no consternó a nadie ni disparó ninguna alarma.

Los escrutadores no eran enterrados con grandes ceremonias. Su fallecimiento solo afectaba a unos pocos elegidos y era gestionado mediante rituales silenciosos; la mayoría de ellos, por la noche. Para Goreshade era casi como si a la casta le disgustase recordar su mortalidad a su rebaño. La máscara del escrutador estaba para borrar su humanidad, para convertirse en un símbolo de pureza. Un símbolo no debería perecer. Grummel sería reemplazado sin mucha fanfarria; sencillamente, otra figura enmascarada tomaría su autoridad para ser obedecida sin preguntas.

Goreshade trepó rápidamente otro muro, el cual rodeaba un templo pequeño y viejo que llevaba ahí mucho más tiempo que los edificios mejor construidos de Septum. La pared estaba compuesta de ladrillos que se caían solos, al igual que el santuario. Habían tomado las medidas necesarias para adornarlo de manera que se intuyese su rol como lugar de adoración. Estaba situado cerca de un camino sencillo que se dirigía a una colina rocosa cuyo lateral había sido excavado y aplanado. Una apertura circular aguardaba junto a una gran piedra redonda que podía hacerse rodar para sellarla: una tumba de los antiguos menitas.

Goreshade miró cómo un carro solitario tirado por un caballo delgaducho subía hacia el templo llevando su cargamento funerario. La lenta cadencia de sus cascos y el traqueteo de sus ruedas seguían el ritmo del sonido metálico de las botas de los Guardias de la Llama del Templo que marchaban a ambos lados. Los dos hombres sentados en la parte de delante del carro eran sacerdotes y, claramente, el más joven era el conductor, teniendo en cuenta que sus vestimentas eran más sencillas y que su máscara carecía de adornos. El que se sentaba a su lado era un escrutador que, quizás, estaba allí para dirigir los ritos requeridos para mandar a su colega a Urcaen, a la "Ciudad del hombre" como la llamaban los menitas, allí donde esperaban ir, donde su dios sin rostro les esperaba tras unos muros imponentes.

Solo pensar en ello provocó una rabia sorda en el corazón muerto de Goreshade, a pesar de conservar la cabeza fría. Sus pasiones no habían sido eliminadas junto con su mortalidad, solo se habían difuminado y costaba más despertarlas. No todos los dioses estaban donde deberían estar. Algunos dioses habían sido menos distantes, dispuestos a abandonar sus palacios para pasar tiempo entre su pueblo elegido. Y no todos las culturas, sin importar lo pías que fuesen, sabían lo que les esperaba en la otra vida cuando la carne les fallase. La mojigatería y la rectitud de las débiles criaturas que vivían en esta teocracia le disgustaba. Su dios no les amaba, no merecía su dedicación ni su celo.

La nigromancia forense es una práctica macabra perfeccionada por Cryx y que permite el acceso a los pensamientos de los muertos. Existe una amplia variedad de aparatos que se usan para esta labor, algunos de ellos basados en los mismos mecanismos impíos que se encuentran en las jaulas de almas.
Lo más prudente habría sido acechar pacientemente y esperar el final de la ceremonia funeraria menita antes de ponerse en marcha. Pero la súbita ira de Goreshade disipó la paciencia que había estado reuniendo. No podía negar la abrumadora compulsión de matarles y de ver cómo la fe se desvanecía de sus ojos a medida que el olvido les reclamaba.

Bajó del muro de un salto y cayó sobre el primer Guardia del Templo antes de que notasen siquiera su existencia. Dejó que las sombras se deslizaran a un lado como si fuesen una capa descartada y se rió cuando Hojasangre mordió el costado del soldado. Había golpeado con tanta fuerza que el hombre se estampó contra el carro mientras su armadura se rompía y se derrumbaba. El filo de Hojasangre había roto sus costillas y le había cortado un pulmón. El yelmo del hombre cayó de su cabeza. Su cara estaba congelada en una expresión de incredulidad y horror.

El otro Guardia del Templo tenía buenos reflejos y fue a por Goreshade con su lanza, gritando al atacar. Una presencia fantasmal femenina avanzó hacia él, una aparición que había emergido desde detrás del hechicero de guerra cryxiano y que emitía un frío antinatural. El Guardia jadeó. Volutas de humo negro salieron de su boca y su nariz y fueron recogidas por la forma espectral, quien le había robado el aliento directamente de sus pulmones y le había dejado sin respiración. Aún así, consiguió clavar su lanza en la cadera de Goreshade, pero el golpe fue trivial e ignorado con facilidad.

Goreshade levantó su mano izquierda, y sus ojos brillaron cuando unas runas verdes se manifestaron y arrancaron toda la sangre del cuerpo del Guardia de la Llama, derramándose desde su boca y ojos, dejando su cuerpo marchito y disecado. Su cadáver cayó mientras su lanza repiqueteaba sobre el empedrado.

El eldritch se giró hacia el carro y el sacerdote más joven saltó del asiento del conductor, huyendo con su túnica aleteando a su alrededor. El hechicero de guerra alargó una mano en su dirección, extendiendo su voluntad para invocar una implosión turbulenta de energía oscura que despedazó al hombre miembro a miembro. Todo lo que quedó de él fueron unos jirones de tela ensangrentados y un menofijo doblado y retorcido.

Más valiente que el joven, el sacerdote más anciano se plantó y se enfrentó al cryxiano con su bastón en las manos y su menofijo brillando mientras que sus rezos salían atropelladamente de entre sus labios. Quería que su fe se manifestara en forma de un milagro tangible. Por un momento, su cuerpo se bañó de una luz dorada.

- ¡Largo, espectro repugnante! - entonó el sacerdote blandiendo su rectitud como si fuera una espada. Se encendió una luz en lo alto de su bastón que comenzó a brillar como una hoguera.

Otra risa cruel brotó de Goreshade. Agitó su garra delante de él, despedazando la luz y desterrándola a la oscuridad. Avanzó hacia el sacerdote, cuyos ojos estaban llenos de terror, y las antorchas cercanas parpadearon y se apagaron con cada paso que daba.

- No habrá recompensa en la muerte para los que son como tú - dijo en voz baja Goreshade antes de alimentar otra vez a Hojasangre.

******

La lucha había terminado con rapidez y tanto la tumba antigua como su santuario estaban alejados, por lo que la batalla no había sido percibida por los demás guardianes de Septum. Goreshade tenía el lujo del tiempo para hacer su trabajo con propiedad. Apartando el sudario del cadáver bien vestido del carro, usó su espada para cercenar la cabeza del escrutador Grummel. Dejó el cuerpo decapitado en el carro y se llevó la cabeza con él al interior de la amplia cripta, donde llevaría a cabo blasfemias aún mayores. El alma aullante del sacerdote rondaba cerca del cuerpo al no estar aún totalmente separada de la carne. Los ritos funerarios que le había negado le habrían permitido pasar a la otra vida, pero su culpa le mantenía allí.

Goreshade había traído un dispositivo especial. Era una jaula modificada de hierro negro con cristales tintados entre sus aristas, lo que le hacía parecerse a una lámpara. Mediante la fuerza arcana arrancó la piel y los músculos muertos de la cabeza del escrutador, inscribió en la superficie de la calavera varias runas nigrománticas y la colocó dentro de la lámpara. Al entrar, el alma del escrutador fue atraída a su interior, con el aspecto de una bruma amorfa que gritaba y se enfurecía. Pronto sus fuerzas se agotaron y no pudo seguir ignorando el tormento de su nuevo estado de existencia.

Después de cerrar la puerta de la lámpara de almas Goreshade sujetó el dispositivo delante de él y le habló con calma, con un acento sulés perfecto. - Háblame, Marius Grummel, y dime todo lo que sepas sobre la mujer que se hace llamar Heraldo de Menoth.

REPERCUSIONES: LA INCURSIÓN CRYXIANA EN EL PROTECTORADO
Demostrando una paciencia notable hasta para los no muertos, Goreshade pasó varios meses con su misión en la teocracia menita antes de enfrentarse a la Heraldo. No se conoce la naturaleza exacta de sus acciones durante este periodo. Su supervivencia y su habilidad para evitar la detección probaron que la elección de Asphyxious estaba bien hecha. Sin embargo, con el tiempo quedó claro que el liche de hierro no era el único lord no muerto que estaba haciendo avanzar sus propios planes secretos. Goreshade estuvo operando lejos de la supervisión cryxiana durante casi un año y, durante ese tiempo, llevó a cabo investigaciones sobre asuntos ocultos que no tenían nada que ver con el complot de Asphyxious.
Con la perspectiva que da la historia y el análisis de sus últimas acciones es posible deducir algunas de las intenciones de Goreshade. Mientras estaba en el Protectorado, unas cuantas tumbas fueron profanadas y varias bibliotecas sagradas fueron saqueadas. Entre las obras robadas estaban los archivos de los sacerdotes menitas que catalogaban poderosas reliquias enterradas en otras naciones. En los años posteriores a la Guerra llaelesa, Goreshade no volvió a Cryx sino que visitó varias de estas criptas remotas. Ésto incluyó una tumba del sur de Khador situada en una región que antes había pertenecido al norte de Ord, de la que Goreshade robó la Antorcha de lord Khazarak, un sello de la victoria de un reverenciado señor de los caballos khárdico. Más adelante, esta reliquia facilitaría la confrontación del eldritch con el dios iosano del invierno, Nyssor, al ser usada para fundir el hielo que sellaba al dios en su sueño gélido.

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