jueves, 13 de septiembre de 2018

EL FUEGO Y LA FORJA, PT. 25: UNA MUERTE LIMPIA

Merywyn, capital de Llael, 26 de rowen del 605 AR

La kapitana Sofya Skirova salió de la oscuridad y entró a la luz. La puerta en sombras de la que emergió daba a una plaza grande, donde filas de Colmillos de hierro con armaduras flanqueaban su camino. Todos los hombres y mujeres de su kompañía estaban allí de pie. Sujetaban sus picas explosivas en posición de firme descanso y tenían sus escudos entrelazados, creando un muro de acero recubierto de pinchos.

Skirova dio un tirón a la cadena de su mano derecha, haciendo que su prisionero saliese a la plaza dando tumbos. El hombre entrecerró los ojos debido a la luz e intentó protegerlos con sus manos engrilletadas. Su gesto tensó la cadena que les unía y les acercó durante un momento.

Antes de ser capturado tenía una regia barba que encajaba con su estatus de noble. Era alto y de complexión delgada, con rasgos afilados y una larga cabellera plateada. Era el epítome perfecto de la nobleza llaelesa, combinando elegancia y gracia con un ingenio presto y una lengua envenenada.

Ahora su cara estaba llena de moratones e hinchada. Su largo pelo gris colgaba a su alrededor flácido y sucio. Su pulcra barba blanca tenía grandes manchas de sangre coagulada que nacían de su nariz y de sus dientes partidos. Los dedos de una de sus manos habían sido rotos y formaban una garra, retorcida y fea. Estaba encorvado como un hombre décadas mayor que él. Parecía una figura patética pero Skirova sabía que no era así. Los interrogadores Lordgrises le habían dado muchas oportunidades para que renunciase a los llaeleses que seguían luchando. Durante días, intentaron quebrarle. El hombre se había ganado sus heridas y debería llevarlas con orgullo.

Skirova permitió a su prisionero contemplar sus alrededores. Su mirada pasó de los estandartes recién puestos que colgaban de los edificios de la ciudad (pendones estrechos y largos de color rojo y blasonados con el Yunque de Khador) a las miles de personas que llenaban la plaza. Detrás de los Colmillos de hierro se encontraba una multitud silenciosa formada por los habitantes de la ciudad. Bajaron la mirada al ver quién sería el siguiente en pasar por el hacha del verdugo.

- Muévete - dijo Skirova. Aunque el desdichado no entendiese su idioma, su tono era lo bastante claro. Empezó a arrastrarse detrás de ella mientras marchaban al este, hacia las murallas de la ciudad. Al pasar al lado de cada línea de Colmillos de hierro, los soldados golpeaban los mangos de sus picas explosivas sobre los adoquines, llenando el aire con un golpeteo firme similar al de un tambor militar.

- Uno de ahí atrás se ha adelantado - musitó el prisionero. Si sus dientes no hubiesen estado rotos y sus labios partidos e hinchados, podría haber hablado un buen khadorano.

Skirova no respondió. Mantuvo su mirada alta mientras se movían hacia la muralla oriental.

Allí, los trabajadores habían construido un patíbulo. Los últimos días Skirova había conducido a muchos hombres y mujeres hasta lo alto de su escalera de madera. Su posición como kapitana de la élite de los Dragones negros servía para intimidar a la ciudadanía, pero sabía que la razón por la que el general de komando Irusk le había elegido era más compleja que eso. Muchos de los nobles llaeleses condenados eran duelistas competentes. Si algún noble intentase liberarse luchando, tenía ordenes de acabar con él.

Hasta ahora nadie había intentado forzar su suerte y liberarse, aunque sospechaba que si alguno de ellos era lo bastante valiente como para intentarlo sería el hombre que ahora mismo estaba al final de su cadena.

Terminaron su marcha hacia el patíbulo y Skirova tiró bruscamente de la cadena para detener a su prisionero al pie de la escalera. Por encima de ellos, una docena de cabezas (a las que la muerte les había dado una expresión vaga y atontada) estaban clavadas en el borde de la plataforma, llenas de moscas negras.

Un hombre viejo estaba ya en lo alto de la plataforma con su cuello sujeto en el tajo. Skirova solo sabía que era un clérigo o escriba de alguna gran casa. Llevaba implorando y gimoteando desde que fue capturado. Al ver a su nuevo prisionero, el viejo contuvo sus sollozos.

- ¡Por las Estrellas y la Corona, hermano mío! Nos encontraremos en la próxima vida, cuando la gracia de Morrow...

El hacha del verdugo bajó, interrumpiendo sus últimas palabras. La cabeza calva cayó sobre la plataforma y rodó hasta el interior de un cubo de metal manchado de sangre.

- No imploraré - dijo el prisionero. Su voz era como la de un padre que recordaba a su hija una lección que había olvidado, no la de un hombre a punto de morir. - Mi pueblo me verá enfrentarme a la muerte como si fuera una vieja amiga. No te dejaré que la conviertas en un arma que usar en su contra.

Su prisionero, con valentía, puso un pie en el primer escalón. Antes de que pudiese seguir un Lordgrís ayudante atravesó a empujones a los Colmillos de hierro.

- Kapitana Skirova, el General de komando ordena que lleves a este prisionero al otro lado de las puertas. Tiene pensado algo distinto.

- Entendido - dijo ella, tirando de su prisionero para que volviese a pisar las piedras.

Skirova siguió al Lordgrís a través de la puerta oriental hacia el exterior de la ciudad, hasta una amplia llanura llena de Guardias del invierno y una selecta audiencia de prisioneros llaeleses.

Una figura destacaba entre los soldados. La armadura de hechicero de guerra del general de komando Gurvaldt Irusk estaba pulida hasta brillar y su porte era como el de la estatua de un conquistador imperial. Su armadura estaba encendida y las chimeneas gemelas de su espalda expulsaban unas líneas oscuras y finas que llenaban el aire con el olor de los braseros calientes.

Skirova se paró y quedó a la espera, tirando del prisionero para que pusiera a su lado. El hombre frunció su ceño desaliñado intentando descifrar qué quería decir todo aquello.

- Lord Benoir d'Elyse - empezó Irusk, andando hacia él con las manos cruzadas tras la espalda. Habló en llaelés, seguramente para que le entendieran los ciudadanos allí reunidos. - Empezaba a temer que no fueses capaz de reunirte conmigo.

D'Elyse permaneció impasible y evitó cruzar su mirada con la del General. Se quedó mirando hacia el este, a la luz dorada de primera hora de la mañana. - No te halagues con cumplidos falsos, Irusk. Eres un asesino belicista. Córtame la cabeza y acabemos con esta farsa.

Irusk se acercó más y cambió al khadorano.

- Eso valdrá para los demás. Eran un puñado de aristócratas mimados. Pero los dos sabemos que tú eres más que eso. Tus hombres cargaban hacia el fuego porque eras tú el que daba las ordenes. Enorgullécete, lord d'Elyse. No muchos hombres imponen tanto respeto. Por lo tanto, no puedo permitir que mueras de manera tan sencilla - dijo Irusk.

- Cualquier muerte que me des solo servirá para enseñar a mi pueblo lo cruel que eres. Habrá otros que mantengan en alto las estrellas de Llael. Que la sombra de nuestra bandera caiga sobre tu tumba, Irusk.

El General consideró por un momento las palabras de d'Elyse. Hasta se giró para mirar a Skirova, como si estuviese considerando la posibilidad de las palabras del hombre, pero respondió: - de nosotros dos, yo sí tendré una tumba, Benoir.

Irusk le dio la espalda al prisionero para dirigirse a los demás nobles. - Hasta hace unos pocos días hemos estado en guerra. Mi Reina ha creído conveniente devolver estas tierras a su legítimo lugar bajo la protección de Khador. Este hombre, lord Benoir d'Elyse, se deshizo despreocupadamente de las vidas de vuestros hermanos y hermanas, vuestros hijos e hijas, en su afán equivocado de resistirse. En acciones que encajan más con un asesino que con uno de los vuestros.

- Invadisteis nuestra nación, masacrasteis a nuestra gente y os declarasteis sus herederos de pleno derecho - dijo d'Elyse. Se agachaba al hablar, como si se preparase para lanzarse contra Irusk. Skirova tuvo que ponerse la cadena alrededor de su muñeca para tenerlo controlado. - Niégalo para que podamos verte como el mentiroso que eres.

- El rey sacerdote Khardovic fue el primero en civilizar estas tierras - respondió Irusk. - Es por esta autoridad por la que la Reina las reclama. Kapitana Skirova, puedes liberar a tu prisionero.

Soltó la cadena y abrió los grilletes de las muñecas de d'Elyse. En vez de intentar atacarla o escapar, le dedicó una mirada de auténtico aprecio.

- Gracias - dijo d'Elyse frotándose las muñecas. Aún conservaba cierta gracia.

- Lord d'Elyse, por tus acciones contra Khador y su Reina has sido condenado a muerte. Sin embargo, has demostrado ser un guerrero competente, así que no te obligaré a morir de rodillas - dijo Irusk.

Con este comentario, la línea de Guardias del invierno se abrió, revelando una batería de morteros puestos en fila cerca de las murallas de la ciudad. Junto a cada arma había una pila de municiones explosivas. Skirova se puso rígida al verlos, sabedora de su propósito.

- Nuestros exploradores dicen que los últimos vestigios de tu resistencia están reuniéndose en el este. Tu propia hija está entre ellos - dijo Irusk en llaelés, señalando a las tierras de labranza del este de Merywyn. - Tienes la oportunidad de ir corriendo a reunirte con ella.

- No puedes hacer esto, Irusk - dijo d'Elyse. - Coge tu espada y mátame tú mismo. No puedes hablar en serio de esta barbaridad.

Irusk le interrumpió. - La justicia khadorana es como el hierro. Todos estos soldados perdieron a sus amigos y a su familia en tus incursiones, o fueron heridos por tu espada. Correrás y ellos intentarán detenerte. Que la justicia divina decida tu destino.

Skirova no podía creerlo. Matar a un hombre en batalla era una cosa y una muerte limpia por decapitación era otra. Pero jugar así con un hombre... Lo esperaba tan poco de Irusk que no podía creer que lo hubiese sugerido.

- No lo haré - dijo d'Elyse.

Irusk se acercó y agarró la cabeza del noble, acercando su cara lo suficiente como para que sus frentes se tocasen. Era un gesto de amabilidad.

Irusk habló con suavidad: - tenemos cautivos en la finca de Glabryn a más de veinte hijos e hijas de los lords que hemos ejecutado, incluyendo al bebé del Archiduque de Northryne. Si me rechazas se los tiraré a los saqueadores de la fatalidad y les daré a los perros lo que quede de ellos.

Skirova se sintió como si hubiese sido abofeteada. Le hizo falta toda su disciplina para no retroceder. Mientras aún estaba perpleja, Irusk sacó algo de una bolsa de su cinturón. Era una medalla: el Escudo de Khardovic, otorgado por servir de forma resuelta y obedecer en tiempos de guerra. Clavó la medalla en el pecho de d'Elyse.

- Por Grishka - dijo Irusk.

D'Elyse cerró los ojos y asintió. Su desafío anterior fue reemplazado por serenidad. Irusk le soltó y retrocedió, y la Guardia del invierno se movió para abrir un camino hacia los campos orientales. Skirova se dio cuenta por primera vez de que había pendones rojos colocados en los campos. Marcadores de distancia.

El noble no esperó a que Irusk dijese nada. Empezó a correr, con un trote incierto al principio mientras su cuerpo roto se acostumbraba al paso y, luego, cada vez más rápido. Seguía inclinándose hacia el mismo lado donde se sujetaba las costillas con una mano, pero aceleró constantemente hasta estar corriendo a través de los campos.

Irusk esperó que pasase del primer pendón antes de volverse hacia los Guardias del invierno que manejaban los morteros.

- Podéis empezar a disparar.

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INTELIGENCIA: DRAGONES NEGROS DE LOS COLMILLOS DE HIERRO
Los Dragones negros son una fuerza de élite de veteranos procedentes de la infantería pesada de los Colmillos de hierro que han rechazado retirarse y abandonar a sus camaradas a pesar de haber servido con distinción y alcanzado una edad en la que se espera que se retiren. La fundación de los Dragones negros puede remontarse hasta el final de las hostilidades entre Khador y Ord en el 468 AR. Al acabar la guerra, algunos Colmillos de hierro veteranos de experiencia y habilidad demostrables pidieron permiso al Alto mando para permanecer en el servicio activo. Ya que muchos de ellos eran héroes de guerra muy condecorados se les concedió su petición, y se formó la kompañía de los Dragones negros. Hasta el día de hoy han seguido con la tradición, invitando solo a los pocos veteranos que han llamado su atención y que han decretado dignos de estar a la altura de sus requisitos.

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INTELIGENCIA: LA PERSECUCIÓN A LOS NOBLES

Tradicionalmente, en la mayoría de los Reinos de Hierro, las leyes no son iguales para todas las castas de la sociedad, y los miembros de la nobleza y los linajes reales disfrutan de inmunidades especiales y sentencias reducidas incluso en casos en los que podrían ser juzgados de altos crímenes. En la guerra, los nobles también tenían más esperanzas de ser capturados con vida y de recibir un mejor tratamiento mientras fuesen prisioneros. A menudo, los oficiales con títulos nobiliarios esperaban que los poderes enemigos negociasen para asegurarse su libertad.

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Poco después, Skirova se encontraba justo afuera de la oficina que el General de komando Irusk había tomado para su uso personal. No había planeado visitar al General, pero su mente estaba siendo consumida por los eventos de este día. Quedarse mirando a la puerta no ayudaba. Llamó a la puerta golpeándola con una mano enfundada en un guantelete.

- Puedes entrar - llegó la voz de Irusk desde el interior.

La habitación era grande pero no ostentosa, e Irusk la había llenado con objetos que evidenciaban su carácter. Había un gran mapa de vitela con pequeñas fichas de madera que representaban la última posición de los batallones de Khador y las bolsas de defensores de Llael.  Un decantador de vyatka y varios vasos para disfrutarla. Mientras Skirova se aproximaba se dio cuenta de un pequeño camafeo abierto a la derecha de Irusk, el cual mostraba la pintura de una mujer joven de facciones pálidas y pelo liso. Le hizo un gesto a Skirova para que tomase asiento sin levantar la vista de su trabajo.

- General, me disculpo por la intrusión. No me corresponde cuestionar las acciones de mis superiores, pero la ejecución de hoy... Me temo que podría incentivar a los ciudadanos de Merywyn - dijo.

Él levantó la vista, estudiándola con una mirada similar a la que usaba para escrutar sus libros. - Luchaste en Ravensgard. Dime, ¿las muertes que viste allí te hacen odiar a los sureños?

- Ya les odiaba de antes - respondió honestamente.

- Precisamente. Las muertes de tus compañeros Colmillos de hierro solo reforzó lo que ya sentías. La mayoría de la gente no cambia en lo más básico. Cualquiera que albergue sedición, con el tiempo, sucumbirá a esos sentimientos. Quizás mis acciones aceleren a unos pocos para actuar en nuestra contra pero ya sabemos quienes son. Ya están siendo vigilados. - Mientras hablaba, Irusk escogió dos vasos y echó un poco de licor en su interior.

- ¿Por qué él, General? Habló de él como si fuese un líder, pero su familia es pequeña comparada con la de otros a los cuales hemos decapitado.

- Lord d'Elyse era de una familia menor pero participó en muchas batallas que resultaron costosas para nuestros ejércitos. Lo peor de todo, fue responsable de la muerte del kovnik Grishka. ¿Te suena ese nombre? - Cogió un vaso y se lo ofreció.

No lo conocía, así que lo dijo antes de aceptar la bebida. Era un buen vyatka, suave y aceitoso en boca.

- El kovnik Grishka era un hechicero de guerra joven que asigné a tomar la Carretera Noble. Lord d'Elyse estaba allí cuando Grishka murió. Era necesario dar ejemplo de lo que les pasa a aquellos que hacen daño a los hechiceros de guerra de la Madre patria, Kapitana. - dijo Irusk. Se acabó su bebida y se sirvió otro poquito. - No se le podía permitir una muerte limpia tras mancharse las manos con sangre de hechicero de guerra. A un hombre con una espada no se le permite matar a un dios.

Aquellas últimas palabras se quedaron flotando en el aire un momento. A menudo, Skirova se había quedado asombrada por las hazañas de habilidad mágica y marcial que los hechiceros de guerra de Khador realizaban en las batallas. Eran una visión que levantaba la moral tanto como un estandarte de la kompañía ondeando en alto. Que un hechicero de guerra cayese ante alguien que carecía de tales dones, como d'Elyse o ella misma, les hacía parecer mortales. Demostraba que no eran dioses.

Se le ocurrió algo a Skirova. - ¿La hija de d'Elyse es una hechicera de guerra, no? Cuando la noticia de la muerte de su padre llegue a Rhydden irá en busca de venganza.

- No lo dudo - dijo Irusk. - Pronto, en su debido momento, me enfrentaré a esa eventualidad. Esa chica es hábil, pero la naturaleza de la muerte de su padre la enfurecerá y la cegará. Cuando venga a vengarse yo seré el único objetivo de su obsesión. Creará una vulnerabilidad que puedo aprovechar.

- Por supuesto, señor - dijo Skirova. - Agradezco nuestra conversación. Con su permiso, volveré con mi kompañía.

- Ve, Kapitana. Espero que nuestra charla le haya servido para verlo todo con una perspectiva más amplia. No me enorgullezco de los eventos de hoy. La guerra conlleva muchos malos ratos.

Skirova terminó su bebida, volvió a dejar el vaso en la mesa de Irusk y se levantó para irse. Cuando estaba a medio camino de la puerta se detuvo, sin girarse para mirar al General.

- Cuando le habló, mencionó al niño que capturamos. Le dijo que le mataríamos - dijo Skirova.

- Fue necesario para obligarle a obedecer.

Le hizo falta juntar una gran cantidad de valor para hacer su última pregunta. - ¿Lo habría hecho, General? ¿Habría dado una orden como esa?

Irusk suspiró. Hubo una pausa larga durante la cual Irusk cogió algo de la mesa. ¿Su vaso? ¿El camafeo?

Respondió: - lo importante es que él creyó que lo haría.

Skirova asintió. - Gracias General.

No estaba segura de por qué pidió esta información, e incluso lo estaba aún menos de las respuestas de Irusk. Era evasivo pero parecía honesto. Por encima de todo, el hechicero de guerra parecía cansado. La vida de un conquistador debe ser agotadora. Fingir ser un dios, peor aún.

Skirova salió al recibidor, dejando a Irusk solo con sus libros y sus pensamientos.

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REPERCUSIONES: EL FINAL DE LA GUERRA LLAELESA
Con la rendición de Merywyn, la Guerra llaelesa terminó. Había sido una campaña corta pero brutal, la cual demostró la eficiencia y la eficacia militar del Ejército khadorano moderno, que bajo las órdenes del general de komando Gurvaldt Irusk y ejecutaba la voluntad de la reina Ayn Vanar. Esta derrota fue un trago amargo para los cygnarianos que, además, resultó empeorar al hacerse patente inmediatamente que, a pesar de que se esperaba lo contrario, Khador no ralentizaría sus conquistas mientras absorbía este nuevo territorio. Los ataques sobre la frontera septentrional cygnariana demostraron ser más que un ardid para forzar al aliado de Llael a retirarse del Asedio de Merywyn, ya que los norteños lanzaron enseguida una campaña para tomar el control del bosque del Espino. Esto pondría en marcha un gran número de conflictos en la región que involucraron a otras fuerzas con intereses allí, incluyendo a Cryx, el Círculo Orboros y los incontables kriels trollkins bien armados que habitaban en lo más profundo del bosque.

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