viernes, 9 de marzo de 2018

EL FUEGO Y LA FORJA, PT. 3: EL ESTRATEGA, EL ESPÍA Y EL PRÍNCIPE NEGRO II

Ráfagas de nieve caían del cielo, aunque lo peor del invierno aún estaba por llegar. Podría haber pasado por un día de otoño particularmente frío. No hubo más incidentes desde que Irusk volvió a la columna principal para tomar su puesto entre la caravana. La larga columna militar se estrechaba detrás de él, abriéndose camino lenta pero firmemente a través de las laderas de lo que una vez había sido Umbrey, pero que ahora eran las afueras del norte de Llael. Era una fuerza impresionante, con sus armaduras rojas, doradas y negras impidiendo las dudas sobre su identidad, aunque el clima y el frío ya habían conspirado para permitirles acercarse a la ciudad sin atraer la atención. También tenía que ver con el duro trabajo de los francotiradores Hacedores de Viudas y de los cazadores de hombres situados en la periferia del avance del ejército, localizando a las potenciales patrullas y esforzándose para evadirlas o silenciarlas.

A pesar de la fuerza del ejército que le acompañaba, incluyendo a los incomparables Colmillos de Hierro, a un número importante de piezas de artillería recién construidas y a un arsenal impresionante de siervos de guerra preparados para la batalla, Irusk estaba siendo cauteloso. La coordinación lo era todo y para este primer asalto intentaba que todo estuviese a su favor, no solo en esta batalla sino también en las otras puntas de la invasión que avanzaban hacia la frontera situada más al sur.

Una fuerza masiva de siervos de guerra rompemuros con armadura pesada acompañaba al komandante Zoktavir, más conocido como el Carnicero de Khardov. Ésta era el hacha y el martillo que rompería la fortificación más fuerte de la frontera occidental de Llael, la fortaleza Redwall. Irusk esperaba que esa fortaleza fuese aniquilada completamente y había enviado al arma más apropiada para hacerlo. Laedry y Elsinberg eran diferentes: ciudades grandes y ocupadas, con activos útiles y ciudadanos que podrían ser conquistados y, con tiempo, unirse a Khador. Irusk había elegido encargarse personalmente de Laedry, ya que los ataques norteños eran los más cruciales para sus planes a largo plazo. Elsinberg se la dejó a los muy capaces komandantes Kratikoff y Harkevich, con órdenes de tomar esa ciudad intacta en la medida en la que sus defensores se lo permitieran.

Cuando Laedry fuese tomada avanzarían para tomar Rynyr y, a continuación y más importante, Riversmet. Ganar el control del Río Negro les pondría en una posición de supremacía estratégica de cara a todas las siguientes conquistas en el interior de Llael. Podrían intervenir los suministros o bienes traídos de contrabando desde Rhul. Podrían avanzar a través del río para llegar a Leryn cuando estuviesen listos para hacerlo, y para presionar en la propia Merywyn, la capital de Llael, localizada río abajo desde Riversmet. Siempre y cuando pudiese tomar rápidamente Riversmet, las otras puntas del ataque de Irusk podrían flaquear o retrasarse y, aún así, podría seguir avanzando.

El ejército marchó hacia sus posiciones asignadas mientras él se aseguraba de los mapas en su tienda de mando antes de dirigir a sus ayudantes para que empaquetaran todo y se preparasen para re-posicionarse. La mayor parte del ejército aún no se acercaría a Laedry. En su lugar, se quedarían en la retaguardia para no revelar todas sus fuerzas, ni siquiera cuando los vigías de la ciudad se diesen cuenta de que un enemigo se aproximaba. Sus servicios de inteligencia sugerían que la gran fuerza mercenaria que se había unido a los defensores del ejército llaelés sería precavida a menos que estuviese convencida de su superioridad numérica. Estaban posicionados en un campamento al este de la ciudad y entre las colinas. Necesitaba sacarlos de esa posición.

Comprobó meticulosamente los mapas detallados de la ciudad y escribió órdenes para sus dotaciones de artillería. Pronto, éstas fueron enviadas mediante mensajeros corredores. Irusk salió al frío exterior a dar un paseo, inspeccionando la configuración del terreno, su mente llena de marcadores que representaban sus soldados y sus posiciones. Por un momento se quedó solo y se deleitó, como siempre hacía cuando se acercaba una batalla.

Una figura solitaria con armadura oscura salió de repente de la línea de árboles situada justo al sur de su posición y se le aproximó. Irusk frunció el ceño pero no sintió alarma. Su poder estaba presto en las yemas de sus dedos y llevaba puesta su armadura de hechicero de guerra con su turbina arcana cargada y activa. Sus siervos de guerra no estaban lejos. También muchos de sus oficiales superiores estaban cerca y sabía que al menos dos escuadras de Hacedores de Viudas vigilaban su posición. No permitirían que un asesino se le acercase tanto.

La sensación de hormigueo en su nuca le dijo que era un hechicero de guerra justo un momento antes de que reconociese la distintiva y arcaica armadura que llevaba el otro hombre. No había chimeneas a su espalda y en su costado estaban las espadas envainadas que habían sido pasadas por su linaje familiar durante generaciones.

- Gran príncipe Tzepesci - dijo Irusk. - Es toda una sorpresa.


Ofreció al hombre una reverencia, como era apropiado para alguien de su posición cuando hablaba a uno de los nobles de más alto rango de Khador. Pero solo lo justo. El rango militar de Irusk le ponía en un escalón superior cuando se trataba de decisiones de guerra, aunque no esperaba que el Gran Príncipe le obedeciera.

- Komandante Irusk - dijo Vladimir Tzepesci con una sonrisita, inclinando la cabeza un poco menos de que lo habría debido. Irusk no esperaba menos.

Las interacciones con los grandes príncipes conllevaban varias capas de complicados protocolos, y nadie lo era más que el controvertido umbreano que estaba de pie delante de él. Muchos en el alto mando y en la capital creían que Tzepesci era más que impredecible. Le creían una amenaza legítima al trono y un rival de la Reina. Irusk no consideró éste el lugar adecuado para ahondar en tales materias, aunque la súbita presencia del Gran Príncipe era enervante. No tenía dudas de que cerca de él estarían sus propias fuerzas, aunque los espías de Irusk no habían tenido una avistamiento claro de ellas.

- Creo que la Reina os ha pedido proteger la frontera que compartimos con Cygnar - dijo Irusk. - Es una mujer a la que es peligroso desafiar, incluso para un Príncipe.

- No la desafío. - Los ojos de Vladimir brillaron. - Pero me permite cierta libertad a la hora de interpretar mis órdenes, siempre y cuando los intereses de la Madre Patria estén servidos. Estaré donde desee que esté una vez que hayamos terminado".

- ¿Y qué os trae aquí?  ¿Me ofrecéis sabiduría especial relativa a mi campaña? ¿O pretendéis desearme buena suerte? Si es así, lo aprecio. - Irusk inclinó su cabeza de nuevo, su sonrisa solo ligeramente sardónica.

- Laedry pertenece a los umbreanos. Con el tiempo los uniré. Mientras tanto, te ayudaré a tomar esta ciudad siempre y cuando no se convierta en escombros. Hace tiempo la antigua Korska se alzó no muy lejos de aquí. Era la capital oriental del imperio Khárdico. Y fue arrasada y olvidada. Khador hizo oídos sordos a los umbreanos, dejándolos desamparados. El Ryn hizo lo que los Khards no harían: reconstruyeron esta ciudad como Laedry, como una promesa de que en Llael siempre tendrían un hogar. Es por ésto que la mitad de mi pueblo abandonó la Madre Patria. Destruir este lugar solo sellará su resolución contra nosotros.

Irusk consideró esas palabras, intentando reprimir la irritación que sentía por las suposiciones del príncipe y por su tono de erudito mientras le sermoneaba. - No pretendo un asedio prolongado. Ni mi meta es arrasar Laedry. Sufrirá algunos daños colaterales inevitables pero los asumiremos para tomarla tan rápidamente e intacta como sea posible. Su industria servirá a la Madre Patria.

Vladimir se le quedó mirando intensamente, quizás intentando medir su sinceridad. Finalmente dijo: - Eso está bien. Con mi ayuda y la de mis siervos de guerra este desenlace puede darse por seguro. Sin mi ayuda os empantanareis luchando en las calles. Inevitablemente, sentiréis la necesidad de recurrir a una potencia de fuego superior. Os ofrezco mi ayuda para evitarlo. Y cuando hayamos acabado aquí, tú y tus tropas podéis avanzar sobre Rynyr mientras yo voy a tomar Riversmet. Nuestras metas concuerdan. Si lo hacemos lo bastante rápido puedo apresurarme para ir a Ravensgard y responder las órdenes de la Reina tal y como prometí.

Se produjo un sonido de rugir de motores, de árboles cayendo y partiéndose y de maleza siendo arrancada. Detrás del Gran Príncipe unas cuantas sombras descomunales emergieron de los árboles, avanzando a zancadas con gestos de entusiasmo. Siervos de guerra, más de una docena, la mayoría con un hacha en cada mano. Unos pocos tenían escudos y espadas. Otros tenían cuñas puntiagudas en vez de manos. Su armadura era roja allí donde la pintura no había sido arañada, pero cada chasis portaba cicatrices de batalla en forma de largas rajas, arañazos reparados con prisa y placas blindadas que no encajaban bien. Una de las máquinas que blandía dos hachas y que estaba directamente detrás del Gran Príncipe fulminó a Irusk con la mirada, con una ferocidad malévola, sus ojos brillando de un color rojo siniestro. Aulló y agitó un hacha, y el Komandante vio cadenas colgando de ella, incluyendo varios cráneos atados como trofeos.

Irusk se quedó de piedra. La mayoría eran Berserkers, pero también había algunos Perros Locos y Furiosos, todos ellos diseños de siervos de guerra de hace siglos, viejos y muy obsoletos. Ninguno de ellos era muy usado por el ejército. Se mantuvo firme y su tono de voz era inmutable. - Estas máquinas son muy inestables y peligrosas. Si se les presiona podrían causarle tanto a daño a usted como a su enemigo.

- Sé cómo manejarlas. - Vladimir se cruzó de brazos y sonrió mientras el Berserker trastornado con las calaveras se puso a su lado y se detuvo con su más leve gesto, obediente como un perro. - Los mercenarios de Laedry los temen con razón. Tendrán un impacto mayor que las máquinas nuevas que ya están a tu servicio.

-¿Cuántas ha traído? - preguntó Irusk, cada vez más desconfiado al darse cuenta de que había aún más detrás de los otros, ocultos por el clima y los árboles.

- Todas ellas - dijo el hechicero de guerra umbreano. - Al menos, todas las que quedaban y que he podido tomar. He pasado muchos meses adquiriéndolas. Han estado descuidadas, pero eso se acabó.

- ¡Nadie puede controlar tantas! - dijo Irusk conmocionado. Aún así, casi contra su voluntad, también estaba impresionado. No se imaginaba que el Príncipe hubiese sido capaz de juntar tal ejército en secreto. Estos chasis viejos habían sido abandonados, muchos de ellos dejados para chatarra. Algunos comandantes militares viejos les veían como una curiosidad interesante, pero su utilización había caído fuera de las líneas de suministro normales dejándolos perdidos y sin ser registrados. Si realmente Vladimir tenía aquí varias docenas de ellos podrían suponer una diferencia contra los tenaces mercenarios irregulares Thunderhelm, una compañía notable por tener una cantidad impresionante de siervos de guerra viejos aunque listos para la batalla.

- Me escuchan - dijo el gran príncipe Tzepesci - y luchan bastante bien sin necesidad de ser guiados. Pueden ser desplegados en oleadas. Todos sirven a la Madre Patria y están dispuestos a ser sacrificados por la victoria al igual que los hijos e hijas más valientes de la Madre Patria. Son patrióticos, a su manera simplista.

Tras él, las máquinas dieron un paso adelante, varias de ellos entrechocando sus hachas como si entendiesen las palabras del umbreano.

De entre los árboles también salieron hombres, la mayoría con armaduras negras con toques dispersos de rojo. Umbreanos, con sus oficiales llevando los sellos de la familia Tzepesci y de otros leales a ella. Colmillos de Hierro, tanto infantería como caballería, y escuadras de fusileros. Era una fuerza impresionante, una que crecía ante los ojos de Irusk. Considerar la facilidad con la que el Gran Príncipe les había llevado hasta allí sin ser vistos daba que pensar. Que tuviese todos los Berserkers desplegados implicaba que tenía sus propias líneas de suministros, incluso quizás la ayuda de umbreanos del este.

¿Podría haber movido tan fácilmente tal fuerza hasta el corazón de Khador? ¿Su ejército era lo bastante grande como para amenazar a la guarnición de Korsk, mermada como estaba mientras que los ejércitos marchaban hacia Llael? Parecía probable, pensó Irusk. Y aún así, este Gran Príncipe al cual temían los nobles, no había amenazado a la Reina sino que había venido a ayudar a Irusk. No se hacía ilusiones sobre que Tzepesci siguiera sus órdenes dado lo displicente que había sido con las de la Reina. Era un hechicero de guerra formidable, un maestro de hechicerías únicas. Su presencia aquí podría marcar la diferencia.

Irusk avanzó un paso y ofreció su mano al otro hechicero de guerra. - Hagámoslo juntos.

Vladimir sonrió y apretó su mano con firmeza. - ¡Sí, mostremos a nuestros enemigos un nuevo tipo de guerra! ¡Una que los Reinos de Hierro nunca habían visto antes!

REPERCUSIONES: LAEDRY

La rápida toma de la ciudad noroccidental de Llael fue todo un logro de la supremacía estratégica y el ingenio táctico.

Irusk inició un bombardeo a larga distancia sobre los muros exteriores con morteros y cañones, disparando desde posiciones elevadas en las colinas situadas al noroeste de la ciudad. Su artillería estaba coordinada de manera experta con el fin de eliminar las baterías defensivas que, de lo contrario, habrían sido capaces de devolver el fuego. Algunos proyectiles explotaron en las calles de Laedry sembrando el pánico y el caos. Los centros industriales fueron evitados para centrarse en las barracas militares y los edificios gubernamentales que podrían haber sido útiles a los defensores. Algunas residencias también fueron demolidas y cientos de civiles fueron asesinados. Dado el tamaño de Laedry, el número de estas muertes se consideró que era bastante bajo.
 
Las baterías de artillería khadoranas estaban protegidas por un batallón cuidadosamente elegido de soldados de la Guardia del Invierno y Man-O-Wars. Sus números estaban pensados para representar una amenaza real a la guarnición del ejército de Laedry pero inadecuados para abrumar a la considerable fuerza mercenaria que se había unido a los defensores de la ciudad. Es improbable que el famoso lord general y archiduque Alreg Vladirov hubiese picado en este gambito, pero tanto él como la mayoría de su personal al mando habían desaparecido dos días antes del ataque khadorano dejando a sus subordinados sumidos en el desorden. Confiaron en la pericia del comandante Jakob Scull, de los Irregulares Thunderhelms, quien estaba seguro de que su fuerza podría expulsar a los khadoranos y eliminar las baterías de artillería mediante una demostración de fuerza abrumadora.

Inicialmente, estos esfuerzos parecieron ser exitosos. El 28º batallón de asalto del 2º ejército de Khador se retiró ante las fuerzas disciplinadas y ordenadas de los Thunderhelms y sus siervos de guerra, forzados a abandonar la mayoría de sus piezas de artillería. Sin embargo, pronto se reveló la verdadera fuerza del ejército atacante cuando los mercenarios fueron rodeados y sometidos a una barrera aún más concentrada de fuego de cañón y mortero. A medida que sus filas se rompían y se derrumbaban fueron atacados por el resto de la 4ª legión de asalto de Irusk, la cual les aplastó por completo. Los supervivientes huyeron a Laedry, la cual pronto fue atacada por las fuerzas de Vladimir Tzepesci.

Un batallón completo del ejército llaelés y tres compañías cygnarianas presentaron una valiente batalla pero fueron desorganizados. Al carecer de un liderazgo central y ser lanzados al desorden cuando los invasores llegaron desde múltiples direcciones, los defensores fueron incapaces de establecer una defensa coherente. Se reagruparon brevemente en las oficinas del gobierno del centro de la ciudad, pero los Berserkers de Tzepesci aniquilaron a los siervos de guerra que se mantenían en reserva y los francotiradores Hacedores de Viudas apostados en los tejados prioritizaron a cualquier sargento u oficial de rango superior. Poco después, lo que quedaba del liderazgo de la ciudad se rindió. Los muros de Laedry y las instalaciones del archiduque bajaron los estandartes y banderas que mostraban la corona y las estrellas de Llael para ser reemplazados por el yunque khadorano.

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