Fortaleza Murorojo, oeste de Llael
El sargento Jylle Ryvesh de la 13ª compañía de pistoleros pesados aguantó su posición al lado de sus hermanos y hermanas de armas, en pose de preparados, con su revólver reluciente en su mano derecha y apoyado firmemente sobre su brazo izquierdo. Estaban dentro del patio de la fortaleza Murorojo, detrás de la muralla principal y preparados para lo que parecía ser una brecha inevitable. Le pitaban los oídos por el sonido continuo de los disparos de rifle y de cañón provenientes de lo alto de las almenas. Los cuerpos caídos desde lo alto estaban diseminados por el terreno abierto situado delante de ellos. Aquellos en lo alto del muro seguían disparando valientemente al enemigo que se aproximaba, pero habían fracasado claramente en evitar que se acercase el enemigo.
El portón seguía intacto pero sus dos torres estaban rotas, reventadas por los primeros disparos de los Destroyers khadoranos. Salía humo de la robusta torre norte aunque varios de sus cañones seguían disparando periódicamente. La cantidad de infantería subida a las almenas era menor de la que empezó, al haber estado soportando los disparos constantes de aquellos que estaban fuera. Pocas de las aspilleras estaba intactas y el patio estaba cubierto de piedras, sangre, rifles rotos y demás escombros. Habían frustrado el primer asalto enemigo a las puertas principales, dejando al otro lado una pila con los restos de los siervos de guerra, pero ésto había tenido un coste, incluyendo al hechicero de guerra senior de la fortaleza: el mariscal Hayser d'Kiellion, que había salido valerosamente con su grupo de batalla para enfrentarse a la vanguardia enemiga. Aunque sus esfuerzos habían tenido su recompensa, las armaduras blindadas del asalto khadorano habían sido demasiado para él.
La posición de Jylle entre los defensores del interior de la fortaleza no le había permitido ver directamente ese choque aunque pronto se extendieron los rumores al respecto. El mariscal había anulado y detenido la primera línea de siervos de guerra pesados khadoranos y Man-O-Wars, pero entonces la línea de tropas de choque se había abierto para dejar pasar a un maníaco con un hacha. Con un solo golpe el gigante khadorano había acabado con él. Decían que el impacto había destrozado al hombre, casi cortándole en dos.
Los defensores habían trabajado duro para fortificar y bloquear la puerta usando su propia chatarra con el fin de estorbar cualquier aproximación, pero el enemigo era decidido. En vez de continuar asaltando ese área empapada de sangre y llena de trincheras fueron a por el grueso muro adyacente. Tropas de choque de Man-O-Wars con escudos tan altos como un hombre flanquearon a siervos de guerra pesados especializados que tenían arietes accionados por pistones en vez de manos. Éstos fueron seguidos por miembros de los cuerpos de demolición, cada uno de ellos portando una enorme maza mecánika perfectamente diseñada para romper metal y piedra. Se habían lanzado contra el gran muro exterior con el entusiasmo de unos mineros siguiendo una veta de oro.
Jylle vio el muro temblar, sacudirse y resonar ocasionalmente como el latido de corazón de un gigante. Dos soldados que aún no habían bajado perdieron el equilibrio y cayeron gritando para acabar aterrizando en el patio con un sonido nauseabundo. Uno se quedó mirando en dirección a Jylle con unos ojos que no parpadeaban, como si le pidiese que saliera corriendo. Jylle apretó los dientes, con el sudor perlándosele en la frente, pero se mantuvo firme. Era un pistolero pesado de élite, no un miliciano de rodillas flojas. Sus amigos estaban a su derecha y a su izquierda, y dirigió a los más cercanos una mirada reconfortante y un ligero asentimiento.
Su teniente no estaba lejos, aunque la expresión de éste no era tan determinada. Parecía estar muy pálido y miraba el tembloroso muro con su boca levemente abierta, como si estuviese hipnotizado. Fortaleza Murorojo era tan robusta como la que más. Sus muros eran de piedra pesada reforzada con acero. La cara externa había sido tratada alquímicamente para mejorar su resistencia y permitirle aguantar explosiones. Aún así, todas las medidas tienen su límite. Claramente, el teniente de Jylle pensaba que esos límites habían sido alcanzados.
Delante de la línea de pistoleros había varias filas de piqueros con sus largas armas bajadas y dispuestas, soldados veteranos adornados con armaduras de placas y yelmos de acero, refinados con sus tabardos púrpuras con ribetes dorados. Es cierto que las picas eran armas ligeramente anticuadas en la era moderna pero seguían siendo útiles, especialmente en los combates cuerpo a cuerpo. Si el muro cayese podían lanzarse contra cualquiera lo bastante tonto como para cargar a través de la brecha. Incluso los siervos de guerra podían ser inutilizados si suficientes puntas afiladas impactaban en tuberías vulnerables o se clavaban en juntas expuestas. Entremezclados entre las filas delanteras había varios pelotones de zapadores cygnarianos, aunque muchos de aquellos aliados ya habían perecido al otro lado del muro. Detrás de la posición de Jylle y subidos a varias plataformas elevadas había fusileros llaeleses y cygnarianos, todos ellos en posición y listos para desatar un torrente de balas.
Todo estaba en calma alrededor de Jylle, casi como si a todos se les hubiese olvidado respirar, sus dedos congelados en los gatillos y sus manos sujetando con fuerza las armas. Aún así, a su alrededor, todo era caos, gritos y el ajetreo de docenas de soldados intentando atender las órdenes de sus superiores. Había mucho movimiento en lo alto de los muros situados a ambos lados de su posición, ya que los defensores intentaban encontrar alguna forma de impedir que se abriese una brecha. Sabían que, con tiempo, las armaduras pesadas podían ser perforadas. Los hombres dentro de las armaduras de Man-O-War eran seres mortales hechos de carne, sangre y hueso. Podían ser golpeados hasta la muerte, o ser heridos lo suficiente como para que se retirasen. Podía ser que los khadoranos no tuviesen un ejército lo bastante grande como para continuar el asalto a este ritmo. Los defensores solo tenían que aguantar hasta que se corriese la voz hasta Merywyn y se enviasen refuerzos.
Ya era demasiado tarde. Con el sonido atronador de otro golpe seco las piedras del muro se rindieron por fin y se derrumbaron. El golpeteo del metal contra piedra aumentó y grandes trozos de roca salieron volando desde el muro, aplastando instantáneamente a varios soldados situados cerca del frente. Sus sargentos gritaron y las líneas volvieron a ser formadas mientras el polvo empezaba a aclararse en medio de todo el estruendo. Se abrió una cuña en forma de V a través del grueso muro. Y desde esa cuña llegó un rugido estremecedor, como si máquinas y bestias salvajes se hubiesen mezclado en una combinación enloquecida.
Los primeros en llegar fueron los Marauders, siervos de guerra pesados khadoranos con puños en forma de cuña. Seguramente habían hecho la mayor parte del trabajo de abrirse paso a golpes a través del muro. Sus placas blindadas ya estaban abolladas y agujereadas por el impacto de incontables balas de los defensores situados arriba y, tan pronto como avanzaron un paso fuera de la nube de polvo que aún no se había aclarado, les golpeó una nueva ráfaga procedente de dentro del patio. Jylle estaba ensordecido por el sonido de las explosiones. Podía sentir los golpes que emitían al caer, uno tras otro, pero habían aguantado el daño suficiente como para dejar que los Cuerpos de Demolición Man-O-Wars se acercasen.
También éstos se encontraron con una ráfaga de disparos, suficientes para perforar incluso sus armaduras pesadas y matar a varios, pero los demás alcanzaron la línea de piqueros y empezó el combate cuerpo a cuerpo. Jylle disparó su revólver sobre las cabezas de los hombres que estaban delante de él, escogiendo sus objetivos con cuidado, apuntando a las pequeñas aberturas de los yelmos de los Man-O-Wars. Describiendo amplios arcos, los martillos escarchados obliteraban a todo lo que impactasen, a veces golpeando a dos piqueros a la vez o enviando por los aires a un hombre contra aquellos que estaban detrás de él.
Se oía una cadencia de fuego que se iba atenuando ligeramente a medida que más tiradores tenían que recargar, y fue durante esta leve pausa que el gigante khadorano se mostró. Iba detrás de dos siervos de guerra pesados nuevos, encorvados y que gruñían, sus posturas similares a la de los osos de los que habían recibido su nombre. Sus puños blindados con forma de pala golpearon a los defensores más cercanos hasta convertirlos en montones de carne sanguinolenta y también se arrojaban contra las puntas de las picas, como si no fueran más que ramitas. Kodiaks, máquinas sofisticadas pero brutales. Sencillamente, limpiaban el camino para el que los seguía.
Los ojos del hechicero de guerra gigante brillaban con luz propia, llenos de un poder arcano tangible, y soltó un rugido que no sonó humano. Parecía tener dos metros y medio, y ser tan ancho y grueso como un ogrun. Su cabeza calva resplandecía con un lustre extraño. La armadura que llevaba apenas parecía menos entorpecedora que la que aguantaban los Man-O-Wars pero se movía con una rapidez que parecía imposible para alguien de su tamaño. Sujeta por sus enormes manos enguantadas había un hacha que podría haber sido usada por un siervo de guerra, un arma brutal y poco elegante con un filo que brillaba como la plata. Era un hechicero de guerra, pero también era más. Era el Carnicero de Khardov, un monstruo viviente. Brutalidad khadorana hecha carne. Detrás de él corrían unos cuantos saqueadores de la fatalidad con sus horripilantes hojas letales en sus manos y encadenadas a sus muñecas. De todos ellos se alzó un aullido inhumano y desgarrador que ahogó al resto de sonidos.
Jylle había luchado en varias batallas y en cuatro duelos por lo menos. Se había enfrentado a una muerte cierta más de una vez. Le gustaba pensar que tenía nervios de acero, pero ahora le habían fallado. Levanto su revólver y se sorprendió al ver su mano temblando violentamente. Le vino un mareo y se sintió casi como si se separase de su cuerpo, como si fuese una marioneta. Disparó y, a pesar del temblor, su bala debería haber dado en el blanco pero el campo de fuerza del Carnicero destelló. La bala fue desviada.
Entonces, el gigante y los saqueadores de la fatalidad que iban detrás de él cayeron sobre los hombres como si fueran avatares de la masacre. El hacha a dos manos del hechicero de guerra se balanceaba describiendo unos terribles arcos asesinos. No se ralentizaba al golpear ni la carne ni el hueso sino que los atravesaba, dejando tras ella un baño de sangre. Su campo de fuerza se convirtió en un domo brillante que rodeaba su persona cuando los disparos contra él no conseguían penetrarlo. Jylle vio algunos agujeros en la armadura del Carnicero allí donde habían impactado balas sueltas. La sangre rezumaba de una herida en su hombro y de otra en su costado, pero el gigante enloquecido no se ralentizó. No acusaba ninguna herida. Su boca estaba desencajada, su ceño estaba tan fruncido como si hubiese sido esculpido en su frente por la mano de un escultor. La matanza se desplegaba a su alrededor y había muchos gritos y alaridos, aunque se sentían amortiguados a través de los oídos dañados de Jylle.
Jylle enfundó su revólver y sacó su espada. Entre él y el Carnicero no había nada salvo aire vacío y pilas de muertos. Sus hermanos estaban a su lado y también estaban gritando, intentando reunir valor para cargar a este monstruo. No necesitaba mirarles para saber que sus ojos estaban llenos de miedo.
- ¡Cargad! ¡A por él! - gritó, obligando a sus terrores a convertirse en valentía. Corrió hacia delante con su espada levantada con las dos manos.
Habían elegido bien el momento, o eso pensaban. El Carnicero acababa de terminar un barrido lateral y estaba tendido, recuperándose del esfuerzo. Parecía que en ese instante había quedado vulnerable. Pero entonces, su cabeza se giró hacia los pistoleros a la carga. Su sonrisa era algo horrible de contemplar. Sus dientes y labios estaban cubiertos de sangre. Sus ojos brillaban y se formaron runas alrededor de su cuerpo. El suelo por el que corrían se sacudió y se partió en dos. Todo era truenos, explosiones y dolor antes de que Jylle sintiese la humedad del suelo arcilloso y empapado de sangre contra su cara. La oscuridad se lo llevó.
REPERCUSIONES: FORTALEZA MUROROJO
Hubo muy pocos informes de
primera mano que proporcionasen detalles de lo que aconteció en la
Batalla de la Fortaleza Murorojo. Pronto este combate fue conocido como
la Masacre de Murorojo, ya que las pérdidas soportadas por los
defensores fueron tremendas. El komandante Orsus Zoktavir, conocido como
el Carnicero, dirigió la fuerza atacante y parecía haber estado
dedicado a obliterarla completamente junto con aquellos que defendían
sus murallas.
Los
subsiguientes registros militares khadoranos confirmaron el rumor de que
se dieron órdenes de no tener piedad. Cuando los aterrorizados y
rodeados soldados que estaban dentro de la fortaleza interior intentaron
rendirse Zoktavir mandó a sus siervos de guerra y a los Cuerpos de
demolición para que derribasen los muros de apoyo, colapsando la
fortaleza sobre sí misma. Los únicos supervivientes fueron aquellos
pocos que huyeron al principio de la batalla y que habían conseguido
evitar su persecución. Hablaban de Zoktavir como si fuera un engendro
infernal, un terror inmortal. El más lúcido de esos supervivientes fue
más tarde internado a causa de varias aflicciones mentales.
Estas
tácticas contrastaron fuertemente con los ataques casi simultáneos
sobre Laedry y Elsinberg, donde las rendiciones fueron aceptadas con
compostura y los prisioneros fueron tratados humanitariamente. Parece
estar bastante claro que el komandante Gurvaldt Irusk quería enseñar al
resto de llaeleses los dos posibles destinos que les esperaban. Podían
esperar ser tratados con justicia por sus conquistadores, los oficiales
civilizados de la Madre Patria. Pero si no podrían ser enfrentados por
el Carnicero de Khardov, en cuyo caso solo Morrow y Menoth podrían
confortar sus almas rotas.
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