Corvys, Cygnar
El comandante erudito Sebastian Nemo ya llevaba lo suficiente por allí para saber que el que llamaran insistentemente a su puerta a altas horas de la noche nunca era algo bueno. En esta ocasión se alegraba de no estar aún dormido, ya que había estado encerrado en su oficina leyendo resúmenes de informes adscritos a la guarnición principal de Corvis. Se sintió considerablemente menos alegre después de hablar con el visitante, un mercenario balbuceante que, por lo visto, había venido a caballo desde Laedry con noticias urgentes.Había acompañado al rey a Corvis desde Caspia junto con varios miembros de su consejo mayor, ya que el rey Leto estaba deseando comprobar cómo progresaba la fortificación del norte de la ciudad y la asignación de una guarnición más fuerte a raíz de la infortunada serie de eventos de hace más de un año. El rey había estado hablando con el general señor de la guerra para poner a Nemo al cargo de las nuevas guarniciones de Corvis, un asunto que aún seguía siendo incierto. Mucho dependía de si sería capaz de crear un laboratorio igual de amplio y complejo en Corvis como el que tenía en Caspia. También había estado esperando por si pudiese ser más necesario en la Academia estratégica, adonde se adjuntarían sus instalaciones caspianas. Era un asunto que aún estaba negociándose.
Todos esos pensamientos fueron barridos de su mente después de oír la desgarradora historia de Cullyn Loprysti de los irregulares Thunderhelm. O, más de bien, de los ahora antiguos irregulares Thunderhelm.
Ofreció al mercenario a tomarse un merecido descanso y fue a informar al rey. Se dio cuenta que se le había olvidado cenar. Luego notó que, a su edad, su apetito ya no era lo que había sido. Su mente solía estar más hambrienta que su tripa. Y ahora ni se le ocurría comer.
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Cuando fue hacia el Capitán de la Guardia real, éste se mostró algo sorprendido. - Estaba a punto de ir a buscarle, Comandante. Venga conmigo.
Parecía que el rey ya estaba reuniendo a varios miembros de su personal clave, lo que llevó a Nemo a pensar que no era el primero en oír lo que había ocurrido con su aliado del norte. Se reunieron en la finca prestada de uno de los vasallos de Leto, una localización que había sido cedida al Rey durante su visita. A Nemo no le sorprendió ver que el general señor de la guerra Turpin ya estaba en el comedor cuando llegó, sentado en una silla grande, mientras que el rey estaba de pie cerca de él. Tanto el rey como el señor de la guerra parecían un poco desaliñados, indicando que Nemo no era el único al que habían llamado de manera apresurada.
Apenas había entrado en la sala cuando el general de exploradores Rebald entró detrás de él con un aspecto más o menos normal, con su figura desgarbada y sus ropas oscuras y anodinas. Nemo estaba bastante seguro de que el jefe de espías de Cygnar no se molestaba en dormir.
- Seamos directos - dijo Leto sin preámbulos. - Estamos en guerra con Khador. Han invadido Llael.
Turpin parecía malhumorado, y Nemo se dio cuenta de que llevaba en su mano derecha un vaso grande y redondo con un líquido de color marrón rojizo. Estaba mirando en sus profundidades con el ceño fruncido. Estaba claro que ya había oído las noticias.
- ¿Puedo servirme yo también? - preguntó Nemo antes de proceder a servirse de una botella ofrecida por Turpin. - Gracias. Pensaba que os traería las noticias. Tuve una visita de un miembro de los irregulares Thunderhelm que sobrevivió al ataque de Laedry.
Le contó a los demás lo que había oído. Vio las manos del Rey apretando con fuerza el borde de la mesa, pero Rebald no se mostraba sorprendido.
El Rey asintió al General de exploradores, quien añadió lo que sabía. Nemo sintió sus ánimos hundirse aún más a medida que oían los detalles de los otros ataques sobre Redwall y Elsinberg. Apenas podía contenerse. - ¿Los tres a la vez? ¿Y a principio del invierno? Increíble. ¡Malditos sean los rojos! Hace falta valor. No pensaba que estuviesen preparados para nada igual.
- El número de bajas sigue aumentando, por supuesto - dijo Rebald. - Pero sé de buena tinta que hemos perdido a casi todos los estacionados en Redwall. Fue Zoktavir.
Nemo sacudió su cabeza. - El Carnicero - dijo para sí mismo. - Ese hijo de puta. Que Thamar se lo lleve.
- A Elsinberg y a Laedry les fue mejor, según mis informes. Aunque todo es relativo.
- ¿Elsinberg sigue bajo asedio? - preguntó Nemo - ¿Hay alguna posibilidad de llegar a tiempo?
Fue Leto quien respondió, con su voz traicionando su enfado: - ya no hay asedio. Ha sido tomado. Había esperado que Laedry aguantase más. Lo que tu mercenario describió sugiere una derrota total.
- Irusk se encargó personalmente de Laedry - añadió Rebald, - junto con el gran príncipe Tzepesci. No tengo confirmación sobre quién lideró el ataque a Elsinberg, pero podría haber sido el Lobo de hierro, Harkevich.
Nemo tuvo que retroceder y sentarse en una silla. Apretó con fuerza sus reposabrazos. - ¿Redwall, has dicho? ¿No estaba allí el comandante Stryker? Y Haley estaba con él..."
Luchó contra un sentimiento de depresión. Se había creído inmune a ese tipo de temor después de tantos años y amigos perdidos en batallas, pero allí acechaba, esperando.
El rey Leto palideció y dirigió su mirada rápidamente a Turpin.
El General señor de la guerra parecía estar perdido en sus propios pensamientos pero rápidamente se recuperó, enderezándose en su silla. - ¿El qué? ¿Coleman Stryker? No. Había hecho unas cuantas patrullas junto con las fuerzas de Redwall pero volvió a Northguard. Creo que ahora esta allí, aunque tendré que comprobarlo con mis trabajadores. Respecto a la capitana Haley, podría estar también en Northguard o haber vuelto a Highgate. No lo recuerdo. Pero Redwall no. Allí no.
Al final dijo con más firmeza, como si se estuviera convenciendo a sí mismo: - no hemos perdido a ningún hechicero de guerra nuestro en esa lucha, aunque sí a un número considerable de buenos soldados y oficiales. Pronto tendré una lista completa.
Rebald se giró hacia Leto. - Ésto nos pone en una situación muy complicada, Su Majestad. Tantas bajas reclaman una respuesta, pero...
Leto fulminó con la mitad al general de exploradores, pareciendo más enfadado de lo que Nemo podía recordar verle en años. - ¡Por supuesto que reclama una respuesta! ¡Y debemos darla de inmediato!
- Su Majestad, no nos apresuremos - dijo Rebald, levantando una mano en señal de precaución.
Leto continúo hablando sin hacerle caso. - Necesitamos gestionar nuestras fuerzas para movernos con toda la celeridad que podamos conseguir. Ya hemos perdido demasiadas horas, demasiados días. Si las defensas occidentales de Llael colapsaron tan rápido, las cosas se van a poner feas muy pronto. Tenemos que esperar que la decisión de invadir en invierno les seguirá entorpeciendo, sin importar lo preparados que estén.
- ¡No podemos forzar una marcha a Llael en invierno! - dijo Turpin, quizás con más brusquedad de la pretendida de manera que parecía que se había sorprendido a sí mismo. Nadie habla así al Rey. Tragó saliva y bajó su voz. - Perdonadme, Su Majestad, pero consideradlo con cuidado. Con la razón, no con la emoción. No tenemos un cálculo apropiado de la magnitud de la amenaza. Ni siquiera una buena estimación o lo que hará falta para contrarrestarla. Las fuerzas más próximas están en Guardianorte, pero esos soldados son vitales para la defensa de nuestra frontera septentrional. Necesitaremos reasignar tropas desde Fort Falk, Point Bourne, Stonebridge, Corvis y, posiblemente, incluso Eastwall y Highgate. Necesitaría ser algo escalonado. Eso llevará su tiempo.
- ¡Basta! - dijo Leto con su cara colorada. - No nos quedaremos de brazos cruzados mientras nuestro aliado de hacer tres siglos es invadido.
- Sí, Su Majestad - dijo Turpin, aunque no parecía convencido ni emocionado.
Leto se giró hacia Rebald. - Has dicho que estarían preocupados por una guerra civil. Que Tzepesci estaba reuniendo un ejército para marchar sobre Korsk. Ahora tenemos al gran príncipe marchando hacia Laedry junto al komandante Gurvaldt Irsuk. ¿Cómo es posible?
La cara de Rebald se quedó impresionantemente impasible. Tranquilamente, dijo: - está claro que a veces se cometen errores. Interpretamos mal los hechos. No hay certezas en mi trabajo.
- Está claro - dijo Leto. Estuvo un momento con la mirada perdida entre ellos dos, como si estuviera un poco avergonzado por su exabrupto. Luego se giró hacia Nemo. - ¿Cuál es tu valoración, Comandante?
Turpin se había centrado en él y estaba, claramente, escuchándole con toda su atención. El rey Leto inclinó su cabeza y preguntó: - ¿Y qué más?
Nemo lo consideró. - Irusk atacará Riversmet tan pronto como pueda. Querrá controlar el río Negro. Necesitaremos estar seguros de que no puede aislarlo del sur. Necesitaremos subir fuerzas rápidamente desde aquí, Fort Falk y de cualquier otro sitio que pueda prescindir de ellas. Tendremos que asegurarnos de dejar apoyos apropiados en la frontera norte, pero pueden reducirse durante un tiempo. El Bosque del Espino es, en sí mismo, una barrera poderosa, como se demostró en el quinientos once. Asegurémonos de conseguir al lord general Duggan de Fellig. Que se coordine con Stryker. Nadie conoce a los rojos mejor que Duggan. Necesitarán marchar con tanta munición y combustible como puedan llevar, ya que las líneas de suministros serán vulnerables.
Turpin asintió. - Una valoración sólida. Coincido. Haré algunos malabares para mantener las guarniciones locales intactas. Necesitaremos volver a Caspia de inmediato. No podemos tener al Rey tan al norte.
Rebald dijo: - pondré las cosas en marcha. - Su tono sugería que no le entusiasmaba esta dirección, pero no permitió que sus sentimientos interfiriesen con la eficiencia. Era un rasgo que Nemo admiraba.
Los ojos del rey Leto se detuvieron en la cara de Nemo. El anciano hechicero de guerra se aclaró la garganta y dijo: - si os puedo ser útil, Su Majestad, sólo dígalo.
Leto mostró una sonrisa pequeña aunque cómplice. Le recordó a Nemo cuando eran más jóvenes. - Necesito que vayas a Northguard, viejo amigo.
Nemo sintió que se le secaba la boca, aunque lo había visto venir. - Muy bien. Adivino que eso quiere decir que no me quedaré en Corvis ni que pasaré a la Academia estratégica.
No era miedo lo que sentía, solo cansancio. Un viejo cansancio que le calaba hasta los huesos. Ya no había sido joven durante las Invasiones Scharde, una guerra que casi había sido su fin. Y eso había sido hace veinte años. En aquel entonces, Leto había sido su general: aún un Príncipe joven y no el Rey. Sus miradas se cruzaron.
Leto dijo: - coordínate con ellos para conseguir lo que necesitéis de Northguard y luego dirigíos a Merywyn. Que Stryker tome el mando activo del combate. Te dejaré hacer lo que quieras después. Si crees que no puedes aguantar los rigores de la batalla, lo respetaré. Todos lo haremos. Pero aparta esa decisión hasta que estés ahí y veas la situación de primera mano. Me sentiría mucho mejor si estuvieras en el frente en este asunto, al lado de los generales, junto con el comandante Stryker. Tu experiencia es algo que no podemos duplicar.
- Por supuesto Su Majestad - dijo Nemo levantándose. Hizo un saludo a su Rey como siempre solía hacer, con su boca formando una leve sonrisa sardónica.
- Ya basta - dijo Leto extendiendo una mano, la cual el hechicero de guerra cogió con firmeza. - Mantente a salvo. Preserva a nuestros hombres. A tantos como puedas. Dale recuerdos a Coleman Stryker. Dile que cuento con ambos para echar a los rojos de Llael.
- Nos esforzaremos - dijo Nemo, sin sentirse optimista. Hizo una reverencia y se giró para irse. Miembros de la Guardia real le estaban esperando y le llevaron a donde su armadura y sus armas de hechicero de guerra habían estado guardadas para que pudiese equiparse.
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No había mucho camino entre Corvis y Northguard, y era una ruta que Nemo conocía bien ya que sus deberes habían requerido con frecuencia que fuese de una esquina a otra del reino, a menudo acompañando a prototipos recientemente inventados. Su llegada era siempre bienvenida, como si fuese un tío rico en el día de la Generosidad. Los forjatormentas que eran los herederos de su trabajo y sus iguales en las ciencias voltaicas eran siempre los que más ganas tenían de verle y de oír sus últimos descubrimientos.
Esta vez estaba acompañado por una fuerza militar sustancial, tan formidable como sus líderes fueron capaces de reunir de la guarnición de Corvis sin vaciarla por completo. Corvis recibiría tropas adicionales de Fort Falk y de más sitios, algunas de las cuales también serían enviadas al norte para unirse a ellos. Su fuerza incluía una inversión notable en hardware pesado, incluyendo a unos cuantos siervos de guerra ligeros y pesados, algunos de ellos recién sacados de las fábricas de la Armería cygnariana.
El comienzo de la guerra obligaría al resto de guarniciones a ceder una buena parte de su propio hardware. El lord general Vincent Gollan del Tercer ejército había mandado bastantes solicitudes tras quejarse del incremento de la actividad cryxiana. Aún así, tendría que ser decepcionado de nuevo, aunque el líder del Tercer ejército sabía como apañarse con lo que tenía a mano. El futuro inmediato sería austero para los demás ejércitos de Cygnar, y quizás durante un largo tiempo. Y allí donde había vulnerabilidad, sus enemigos podrían golpear.
Subieron por el río Negro usando varias barcas, incluyendo a unas cuantas compradas apresuradamente a las organizaciones de mercaderes de Corvis. La que le tocó a Nemo apestaba a los pollos enjaulados que una vez tuvo. El río fluía, por un lado, a lo largo del borde del denso Bosque del Espino y, por el otro, a las afueras de las marcas Bloodstone. Incluso moviéndose todo lo rápido que podían, el proceso entero les llevaría varios días, durante los cuales Nemo era demasiado consciente de que cosas horribles podrían estar ocurriendo en Llael. El frío de principios del invierno había comenzado. Las temperaturas bajaban notablemente cuanto más al norte iban, haciendo que a Nemo le doliesen los huesos.
La guerra era un juego para los jóvenes, no para los viejos, musitó. Casi había creído que le dejarían retirarse. Pero a medida que las millas pasaban bajo la rueda a vapor del barco su resolución se fortalecía. Los viejos instintos volvían. No podía quedarse cruzado de brazos mientras aquellos a los que había hecho de mentor luchaban y morían. ¿Se sentaría a salvo detrás de los altos muros de una ciudad cygnariana, contento con leer los informes que llegaban, como sabía que haría Turpin?
No. No envidaba a los amigos y colegas que habían dado un paso atrás admitiendo su edad, encontrando otros roles en los que servir. Amigos como el canciller Birk Kinbrace, también hechicero de guerra, que dirigía la Academia estratégica de Caspia. Kinbrace se centraba en entrenar a la próxima generación, una tarea que también ocupó parte del tiempo de Nemo. Pero nunca se había sentido cómodo enseñando a un hechicero de guerra en un aula. El verdadero aprendizaje venía del campo, en la primera línea o en una frontera amenazada.
El último y más corto segmento de cualquier viaje a Northguard era, normalmente, el peor: cruzar una parte de la pantanosa marisma Bloodsmeath para alcanzar el alto complejo de fortalezas rodeado por trincheras y búnkers. Ésta era una región donde el principio del frío invierno era más una ayuda que una molestia, ya que endurecía el suelo y hacía que las carreteras de suministros fuesen más fáciles de mantener. Antes incluso de que pudiera salir de la barca se sorprendió al ver una fuerza considerable reuniéndose entre los árboles situados a lo largo de la costa oriental del río Negro. Los muelles del ejército construidos en la sección más ancha del río estaban anegados por barcos de transporte, ya ocupados cargando soldados.
Se había imaginado que se dirigiría a Stryker en los salones del castillo, que quizás hasta se le diera la oportunidad de hablar con su amigo el general Hagan Cathmore, conde de Bloodsbane y señor de Northguard. Pero, por supuesto, la noticia de su llegada ya había llegado y era mediante el río Negro que el grueso de su ejército sería llevado a Llael. Northguard ya sabía de las batallas en Llael. Necesitaban obtener tantos soldados y siervos de guerra tan rápidamente como pudiesen.
Entre las docenas de caballeros con armadura azul alineados y esperando que se les llamara para embarcar, Nemo vio una cara familiar. Se dirigió al capitán para que se dirigiera hacia la orilla y no pasó mucho tiempo hasta que una pequeña barca de desembarco con el fondo plano se pusiera en marcha. Cuando Nemo puso un pie en los muelles, el comandante Coleman Stryker le vio aproximarse. La cara hosca del joven se iluminó con una sonrisa. Nemo sintió como se aligeraba su propio corazón, aunque mantuvo su expresión severa. Era mejor no mostrar demasiada familiaridad cuando se estaba entre otros oficiales y soldados, aunque la verdad era que a veces pensaba en el hechicero de guerra pelirrojo como algo así como un hijo adoptado.
- ¡Nemo! - exclamó Stryker, corriendo hacia él y dándole la mano con un entusiasmo mayor que el apropiado y, luego, dándole un golpecito en el hombro con su otra mano. El comandante junior le sacaba a Nemo casi treinta centímetros de altura y era ancho de hombros, particularmente cuando llevaba puesta su pesada armadura de hechicero de guerra.
Se acabó el decoro, pensó Nemo.
- Tranquilo, chico - dijo. - No voy a rejuvenecer. Me alegro de verte. Me preocupaba que estuvieses en Redwall.
Durante un momento Nemo no pudo evitar imaginarse a su antiguo protegido muerto en tierras llaelesas, abatido por el Carnicero de Khardov. Analizó al joven comandante de Cygnar con ojo crítico. Aún no había cumplido los treinta, musitó, haciendo un cálculo mental rápido. Coleman tenía veintinueve. Extremadamente joven para su puesto, se podría decir que demasiado joven, pensó. El rey Leto tenía razones para promocionarle. Sigo teniendo más del doble de sus años, ¡que Morrow nos ayude!
Al mencionar la fortaleza llaelesa, la cara de Stryker se oscureció. - Estuve allí hace solo unas pocas semanas. Conocía a muchos de los soldados y oficiales que estaban allí. Eran buena gente.
Tragó saliva y añadió: - que Morrow me perdone, pero dejé a la teniente Jayne Kates con ellos. Pensé que era buena idea que hiciese lazos con nuestros aliados.
Se detuvo a medida que su voz se apagaba.
Nemo sintió que se le helaba la sangre. Jayne Kates era una de sus jóvenes oficiales, una prometedora hechicera de guerra de la cual Kinbrace le había hablado bien. Cygnar no podía permitirse perder a nadie con el don, pero no dejaría que sus sentimientos se reflejasen en su cara. En su lugar, dijo: - no saques conclusiones precipitadas, Coleman. No sabemos que ocurrió allí. Puede ser que estuviese de patrulla en cualquier otro sitio. Lo descubriremos.
Stryker asintió y apretó los dientes. - Se la devolveremos a los rojos por ésto. Se hará justicia. Lo juro.
- No hay justicia en la guerra, Coleman - dijo Nemo, pero luego le dedicó una sonrisita. - Pero podemos aspirar a la victoria. Vamos, pongámonos en marcha. El komandante Irusk está esperando y no querríamos decepcionarle.
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