por Matt Goetz
El fuego ardía en los brazos de Dragos y le hacía cosquillas en su espalda dolorida. Hacía mucho que había pasado el punto de agotamiento y ahora luchaba empujado solo por la rabia.
La caldera de su espalda irradiaba un calor cruel y las tuberías que suministraban potencia a su armadura repiqueteaban y tañían por la presión de su interior. Sin la fuerza aumentada por vapor que le proporcionaba su armadura no sería capaz de levantar ni siquiera uno de sus enormes martillos, no digamos ya blandir los dos contra la prensa de cuerpos que le rodeaba.
Los sureños con armaduras azules le pinchaban con sus alabardas. Cada golpe llenaba sus fosas nasales con el olor del relámpago, asaltaba sus oídos con un trueno y mordía su carne con un dolor entumecedor. Su piel ardía por incontables marcas de quemaduras allí donde la electricidad había atravesado su armadura y había llegado a su cuerpo.
Pero seguía luchando.
Dragos aguantó su posición bajo el arco de piedra oriental de Forlyst, una aldea menor al filo de Umbrey. A su alrededor yacían los cuerpos rotos de docenas de soldados cygnarianos que habían intentado empujarle hacia atrás. Sus cañones habían roto las puertas de Forlys, dejando a la aldea vulnerable contra su acercamiento. Ahora él estaba en la puerta, junto con las tropas de choque que habían muerto para mantener a raya a los perros sureños.
Forlys no tenía siervos de guerra ni hechicero de guerra. El Alto mando lo había considerado demasiado insignificante para merecer tales recursos. Solo tenía a Dragos y un puñado de tropas de choque y guardias del invierno para protegerlo. Cuando los enemigos de Khador lo eligieron como punto de preparación desde donde lanzar una ofensiva al interior de Umbrey, se había quedado para repelerles.
Algo dentro de su armadura saltó y un dolor frío gritó en su espalda cuando vapor caliente sopló contra su hombro. Sintió su piel arrugarse y estirarse a medida que se ampollaba primero, y empezaba a abrirse después.
Aplastó la cabeza de otro enemigo entre sus mazas de hielo, reventándola con un chorro de pringue color rubí. Su dolor podía esperar.
- ¡Venid, hijos de puta! - gritó Dragos. - ¿Cuál de vosotros será el siguiente en morir?
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Dragos se despertó emitiendo un gruñido, sacudiéndose violentamente en su cama. Vendas cubrían sus dos brazos, moteadas de rosa por sus heridas.
- ¿Por fin despierto, Sargento?
La voz vino de los pies de la cama. Dragos tuvo que parpadear contra la luz varias veces antes de que la forma se convirtiese en una mujer alta y delgada con pelo negro y ojos de un color azul cristalino: la komandante Sorscha Kratikoff.
- ¿Gané? - tenía la garganta en carne viva y su voz rechinaba al hablar.
- En cierto modo - respondió.- Cuando la kompañía del kapitán Barymov alcanzó la ciudad te encontraron semi-enterrado bajo los cuerpos de tres docenas de sureños. Los demás fueron presa fácil para la kompañía de Man-O-Wars enviada en tu ayuda una vez que empezó la batalla.
- ¿Dónde estoy?
- Fuiste llevado a Laedry. No se esperaba que sobrevivieses a tus heridas, pero Barymov fue insistente.
- Entonces le debo la vida - dijo Dragos.
- No. Me debes la vida a mi, sobaka - saltó Kratikoff. - Te podía haber encadenado a una hoja letal por negarte a seguir órdenes. Mis instrucciones eran claras: mantener Forlyst hasta que los cygnarianos la atacasen en serio, y destruir cualquier recurso potencial de la aldea antes de retroceder hasta el puesto de mando avanzado. Pretendía hacer que se separasen demasiado por nuestro territorio de forma que pudiésemos encargarnos de ellos con facilidad.
Dragos frunció el ceño, levantándose sobre sus codos para encontrarse con su gélida mirada. Había oído rumores de la que la komandante había tenido sus propios problemas a la hora de seguir órdenes pero era lo bastante listo como para no sacarlo a colación. Intentó una aproximación diferente: - les maté, ¿no?
- Y a los soldados que mandé para que te acompañaran. Esos hombres murieron porque tenías la necesidad de derramar sangre cygnariana. Khador ya tiene un Carnicero, Sargento. No necesitamos otro.
Dragos se quedó callado. Hablar del Carnicero de Khardov había hecho que la cara de ella se volviese aún más dura y fría, si es que ésto era posible.
Ella debió ver su incomodidad. - No temas, Dragadovich. Esta vez no recibirás castigo. No soy tan rápida como tú a la hora de desperdiciar las vidas de mis soldados.
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Dragos volvió a la batalla diez días después; la guerra no quiso esperar a que se curase. Marchó junto a una falange de cuerpos de demolición a por el convoy de otra fuerza, esta vez compuesta de zapadores y siervos de guerra ligeros. Tropas de choque y un par de Tankers de supresión marchaban por delante, escudando a su unidad del fuego. El gemido de las balas que rebotaban en sus escudos era constante. Los cañones retumbaban y la tierra explotaba por los tiros fallidos cercanos, duchándoles con trozos de tierra.
Mientras atravesaba el campo de batalla las palabras de la komandante Kratikoff repicaban dentro de su cabeza. ¿En realidad era tan malo como el loco Zoktavir? Ese hechicero de guerra inestable era un auténtico carnicero: un asesino de su propio país, de mujeres y niños, un perro rabioso que debería haber sido sacrificado hace mucho. ¿Así era como Kratikoff le veía a él?
Dragos sacudió la cabeza para borrar ese pensamiento. La línea de batalla se acercaba. Las tropas de choque ya habían empezado a romper su muro de escudos, preparándose para caer sobre las filas de vanguardia de los zapadores. Más allá de la línea frontal había varios fortines de perfil achaparrado, con cañones chatos en su frontal montados sobre pivotes de hierro.
Dragos esperó a que las tropas de choque creasen huecos entre ellas lo bastante grandes para que pasasen sus Man-O-War antes de gritar: - ¡avanzad!
Los cuerpos de demolición se lanzaron hacia delante resoplando y acumulando velocidad. Arrollaron cygnarianos derribados por las tropas de choque y aplastaron alambres de espinos bajo sus suelas de acero. Justo antes de alcanzar su objetivo, Dragos activó los controles de su armadura para desviar vapor a sus piernas. Demasiados Man-O-Wars nuevos pensaban que la fuerza venía de los brazos de sus armaduras, pero él sabía la verdad. Para golpear a máxima potencia uno debe, primero, empujar contra el suelo, y luego, canalizar la fuerza a través de su cuerpo para desatarla en un golpe devastador.
Golpeó con las dos mazas de hielo contra un cañón, congelándolo y rompiéndolo en una lluvia de astillas frágiles. Otro golpe y una cicatriz de congelación marcó el muro de cemento del bunker. Otro, y otro, y creó un agujero lo bastante grande para ver a través de él.
Gritos de pánico y disparos de rifle le respondieron, pero los tiros rebotaron inútilmente contra su coraza de acero. Un zapador empezó a preparar una granada, así que Dragos arrancó un trozo del bunker con un golpe lateral de su maza, golpeando al hombre en un lado de la cara con los escombros. El zapador se quedó inerte antes de que explosivo saliese de su bolsa.
Dragos golpeó por encima y por debajo de la brecha para debilitar el muro del bunker, y se lanzó hacia delante dejando que el peso de su armadura rompiese la estructura debajo de él. Dentro, media docena de zapadores se apelotonaban contra el muro opuesto, blancos y con los ojos como platos.
Avanzó pesadamente hacia ellos con el arnés de su caldera rozando el bajo techo. No tenía sitio para otro golpe descendente así que se preparó para machacarlos con golpes amplios.
- ¡Cesar! - gimió uno de los soldados en un khadorano embarullado - ¡Somos rendir!
Dragos gruñó y, a pesar de eso, cambió el ángulo de su golpe para derribar al hombre. Luego atacó a su cabeza. Pero antes de que el arma pudiese pulverizar la vida de su enemigo se forzó a parar, con su armadura chirriando como protesta. La maza de hielo se detuvo a una mano de distancia de la sien del cygnariano. Su metal frígido provocó que se formase una fina capa de escarcha sobre su mejilla.
- Armas. Ya - dijo Dragos, intentando que sus palabras fuesen sencillas y claras. En verdad, su cygnariano era tan burdo como lo había sido el khadorano de su oponente. El hombre asintió rápidamente y tiró su rifle al suelo, diciéndoles atropelladamente al resto que hicieran lo mismo. Uno a uno obedecieron, creando una pila de armas a sus pies.
Dragos la golpeó con sus mazas, convirtiendo los rifles en polvo congelado.
******
La batalla había ido bien. Cuando acabó y se contaron las bajas, el kapitán Barymov informó a Dragos de que la komandante deseaba hablar con él.
Se aproximó a la mesa de campo de Sorscha. Beast 09, su siervo de guerra personal, estaba de pie a su lado protegiéndola. Los hombres que había capturado estaban de rodillas delante de ella con sus muñecas atadas tras sus espaldas.
Sorscha les estaba diciendo algo en cygnariano. Un zapador con expresión sombría asintió, le respondió algo y dejó caer su cabeza con gesto de vergüenza. Sorscha sonrió (un gesto raro en ella) y golpeó con una mano enguantada contra la mesa.
- ¿Solicitaste mi presencia? - preguntó Dragos. Se sentía incómodo en presencia de la komandante.
- Barymov me dijo que trajiste vivos a estos hombres. ¿Es eso cierto?
Dragos se aclaró la garganta. - Así es.
Los ojos de ella se estrecharon mientras estudiaba su cara durante un momento. - ¿Por qué no los eliminaste? El rango más alto entre ellos es de sargento de campo. Mantenerles como prisioneros drenará nuestros recursos y carecemos de personal para llevarlos a una prisión militar.
- Porque se me rindieron - dijo Dragos, - y solo un asesino o un loco no lo aceptaría.
- ¿Por qué? - su pregunta fue rápida y seca.
- Incluso un sargento podría tener conocimientos sobre objetivos tácticos superiores o las localizaciones de los comandantes clave. Mátalos y perderemos la oportunidad de descubrir esa información.
- Correcto, Sargento - dijo Kratikoff. - Si hubieses matado a estos hombres puede que no hubíésemos averiguado que su primer ejército planea una interdicción entre Merywyn y nuestro puesto de mando al oeste de la frontera. Parece que uno de los hombres a los que perdonaste tiene un amigo charlatán entre los mandos cygnarianos.
Dragos se mantuvo en silencio.
- Vuelve a tu unidad, Dragadovich. Recibiréis nuevas órdenes por la mañana - dijo.
Realizó un saludo y volvió a sus Man-O-Wars. Mientras caminaba, una sonrisa apareció poco a poco en su cara. Quizás no sea tan carnicero después de todo.
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