viernes, 4 de mayo de 2018

EL FUEGO Y LA FORJA, PT. 9: AVIVANDO LOS FUEGOS DE LA FE

El Templo del ojo en el sur de Llael, 20 de glaceus del 605 AR


Su aliento salía del visor de su yelmo formando nubes mientras se giraba hacia el siguiente enemigo que le atacaba, y el aire que aspiraba en sus pulmones le provocaba dolor de lo frío que estaba, sugiriendo que un invierno crudo estaba al caer. El sumo ejemplar Kreoss agarró la empuñadura de Rompehechizos con sus manos enguantadas, manteniendo el momento de giro de su bola y cadena mientras se preparaba para absorber el impacto de los saqueadores de la fatalidad que corrían hacia los Sul-Menitas. Que estaban locos quedaba claro tanto por sus movimientos frenéticos como por los aullidos amortiguados que emergían desde detrás de sus máscaras de metal. Muchos llevaban el torso desnudo, demasiado locos para ser detenidos por el frío o por la perspectiva de la muerte.

Kreoss había pasado su vida defendiendo el Templo de Menoth y había marchado a través de incontables campos de batalla. Había visto más matanzas de las que le correspondían, y el tumulto de la batalla ya no podía sorprenderle. Aún así, la visión y la proximidad de los saqueadores de la fatalidad instilaba en él un temor particular. Blandían sus hojas letales con las cuales los Orgoth una vez domaron Immoren, tan impías como empoderadas por la luz de Menoth estaban las hojas antiguas de sus propios caballeros. Los lados de cada hoja letal estaban llenos de caras atormentadas, con sus bocas abiertas como si gritasen de agonía. Si uno se quedaba mirando a una de esas hojas demasiado tiempo, las caras se movían. Parecía como si sus gritos pudiesen ser oídos, junto con una letanía de sonidos ininteligibles aunque desagradables.

El saqueador que estaba más adelante realizó un brinco imposible, apoyándose en una lápida del cementerio del santuario para lanzarse a sí mismo a través del aire, su hoja levantada con ambas manos detrás de su cabeza. Kreoss había visto golpes similares cortar en dos a un caballero con armadura. De hecho, a menos de quince metros de donde estaba yacía el cuerpo destrozado del ejemplar Trente, quien había perecido en el primer asalto. Ni siquiera la armadura de hechicero de guerra y su campo de fuerza podían asegurar la supervivencia contra un saqueador de la fatalidad enfurecido.

Kreoss extendió su mano derecha como si demandase al khadorano trastornado que se detuviera, su mano izquierda seguía sujetando a Rompehechizos mientras que unas runas naranjas se manifestaban formando un círculo alrededor de su guantelete. En mitad del brinco, el saqueador de la fatalidad fue consumido por una columna de llamas giratorias, explotando hacia fuera con un golpe de calor que prendió fuego a dos de sus compañeros más cercanos. Sus gritos de dolor no eran tan diferentes de sus gritos de guerra, pero se derrumbaron sobre el suelo con las hojas encadenadas cayéndose de sus manos.

- ¡Cuidado, hermano Elias! - El grito vino de la celadora Samual. Kreoss se giró y vio que uno de sus errantes no se había dado cuenta de que se le acercaba un saqueador de la fatalidad por un lado. Estaba dándose la vuelta demasiado despacio.

El Sumo ejemplar se movió rápidamente para interceptarlo, deteniendo al atacante con su hombro blindado cuando el hombre trastornado intentaba apresurarse y golpear al joven errante expuesto. El saqueador se recuperó rápidamente y consiguió hacer un barrido lateral que alcanzó el brazo de Kreoss, provocando que una llamarada de luz blanca similar al destello de un relámpago saliese de su campo de fuerza. La hoja letal mordió la armadura de hechicero de guerra pero se quedó enganchada, perdiendo su momento.

Kreoss machacó al saqueador con el mango de Rompehechizos, haciéndole retroceder un paso, y siguió con un golpe de la bola con pinchos giratoria de su arma que hizo descender sobre la cabeza del khadorano. El saqueador se cayó al suelo al ceder su cráneo, y Kreoss extrajo la hoja de su armadura y la tiró con repugnancia. Hasta sujetarla tan brevemente se sentía como si tuviese algo vivo entre sus dedos. Se distrajo durante un breve momento por un símbolo quemado sobre la piel del pecho del saqueador: un Menofix estilizado. Hace tiempo, esta criatura había sido un miembro de la Vieja fe. La visión provocó en Kreoss un sentimiento de vacío y pérdida.

Miró hacia arriba y vio que mientras limpiaban el área más cercana, sus caballeros estaban sufriendo al otro lado del camino que conducía al edificio principal del templo que protegían. Varios de los saqueadores de la fatalidad se habían abierto camino a través de múltiples ejemplares antes de ser, por fin, derribados. Los errantes ejemplares que habían estado disparando sus ballestas desde cerca del cementerio se movieron para apoyarlos, enviando virotes contra los enemigos más cercanos.

- ¡Sumo ejemplar! ¡Al sur! - Ésto fue gritado por Samual, quien se había detenido momentáneamente para recargar su arma.

Kreoss se giró y apretó su mandíbula al ver figuras con siluetas de proporciones extrañas que se acercaban al combate desde la dirección del ya arrasado viñedo. Al principio se imaginó que era una fuerza de flanqueo de los khadoranos. No habría sido raro por su parte el mandar primero y sin piedad a sus saqueadores de la fatalidad para romper las líneas y matar a tantos como pudieran antes de que la Guardia del invierno o los Colmillos de hierro se uniesen a la lucha. A los khadoranos no les importaba nada las vidas de sus prisioneros encadenados cuyas mentes habían sido entregadas a las hojas letales.

Pero los movimientos y las formas no eran las correctas. Avanzaban rápidamente pero como una turba desorganizada, no en formación. Sus brazos eran voluminosos y con perfiles extraños. Entonces, llegaron a la luz, y vio que eran mecaniesclavos, los productos antinaturales de la nigromancia que animaba los cadáveres de los muertos y los fusionaba con maquinaria a vapor.

- ¡Samual! - rugió Kreoss cortante. - ¡Trae a tus caballeros al frente y disparad al nuevo enemigo! ¡Sacad las espadas cuando se acerquen!

Continúo gritando órdenes, dividiendo sus fuerzas, haciendo retroceder a sus caballeros hacia el muro del templo sin rendir la ruta al portón.

Docenas de civiles desarmados se apelotonaban dentro habiéndose refugiado del peligro, y solo los ejemplares caballeros al cargo de Kreoss se situaban entre esos extranjeros fieles y una masacre. Por malo que hubiese sido que fuesen despedazados por los saqueadores de la fatalidad, caer ante Cryx sería peor. Juró para sí mismo que no permitiría que un solo menita fuese profanado en la muerte, no mientras viviese.

Runas doradas brillaron alrededor de su forma cuando invocó el poder que le había sido confiado por el Legislador. Levantó una mano por encima de su cabeza y la bajó, y con eso invocó la ira del Creador del hombre. Se oyó un golpe explosivo, similar al pisotón de un gigante invisible, y todos sus enemigos (tanto khadoranos como cryxianos) fueron derribados y cayeron al suelo. Media docena de saqueadores de la fatalidad estaban en medio de una carga aullante, corriendo para mutilar y matar, pero también fueron enviados al suelo, y todos los esclavos se cayeron también.

- ¡Fuego! - gritó, y el aire cantó con el sonido de las ballestas desatando sus ráfagas mortales.

- ¡Atacad ahora! - Y aquellos Ejemplares con hojas antiguas en mano cerraron filas sobre los enemigos que habían sido derribados, entregándoles un final rápido y piadoso. Las runas alrededor de Kreoss no se desvanecieron, sino que solo se arremolinaron y cambiaron cuando el fuego erupcionó entre otros esclavos que estaban situados más atrás. Los ojos del hechicero de guerra brillaban con convicción sagrada mientras avanzaba en la dirección por la que habían llegado.

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Inspeccionaron la matanza al terminar la batalla, mientras que Kreoss ordenaba a aquellos que habían sobrevivido llevar los cuerpos de los caídos al templo. Los fieles a los que habían protegido se reunieron para ofrecer sus alabanzas al ejemplar una vez que la batalla hubo terminado y estaba claro que estaban a salvo una vez más. Luego, emergieron para ayudar a meter tanto a los muertos como a los heridos.

Oyó al joven errante, Elias, preguntar a Samual: - ¿Por qué nos atacarían aquí los saqueadores de la fatalidad? ¿Qué esperaba ganar Khador?

- Nunca atribuyas a los lordgrises motivos más complejos que la simple malicia - respondió. - Son corruptos y ateos. La prueba de su labor oscura yace por todo nuestro alrededor.

Siniestras hojas letales yacían esparcidas por el perímetro del templo. Kreoss había ordenado que se cortasen sus cadenas y que las reliquias repugnantes fuesen recogidas con cuidado y envueltas en trapos para encargarse de ellas más tarde, no fuese que infectaran y corrompieran las mentes de los fieles.

Kreoss se acercó a los dos caballeros. Elias le vio y se arrodilló rápidamente con su cabeza inclinada. - ¡Sumo ejemplar! Gracias por salvarme la vida. Me siento indigno.

Kreoss levantó una mano en un gesto de calma para tranquilizar al joven y dijo: - En este día no importan los rangos. Eres mi hermano, al igual que Samual es mi hermana. Cada uno de nosotros sangraría de buena gana por los demás.

Samual inclinó su cabeza con respeto y dijo: - ¿Qué piensas de estos ataques, Sumo ejemplar? ¿Crees que eran la vanguardia de fuerzas mayores?

- Eso creía, pero ahora ya no estoy tan seguro. Si lo fueran, más habrían seguido para acabar con nosotros mientras estábamos asediados por todos los lados. - Kreoss se quedó callado varios segundos, sus ojos barriendo el cementerio y el templo, desde el cual el sonido de los rezos aumentaba formando un himno reconfortante y familiar. Entonces dijo: - No veo lordgrises entre los caídos ni he visto a ninguno dirigiendo la lucha. Estos saqueadores eran como perros rabiosos escapados de sus jaulas. No había planes mayores en marcha. Aunque los khadoranos crean que estos hombres son suyos, sus mentes son esclavizadas al blandir estas hojas. La locura Orgoth les guía. La santidad de este lugar puede haber sido suficiente para atraerles. Querían extinguir la bondad de aquí y reemplazarla por putrefacción y muerte. Ese era el estilo de los Orgoth, ahora adoptado por sus herederos.

Samual asintió. - Ojalá hubiésemos traído a Fuego de Salvación y a los demás siervos de guerra benditos. Puede que los necesitemos en los próximos días.

Kreoss se lo tomó con la intención que pretendía, sin verlo como un juicio o una reprimenda. Estaban lejos del Protectorado y eran los primeros de los suyos en aventurarse en esta región durante la guerra, esperando llevar la palabra de la Gran cruzada a los fieles y ver si era plausible recuperar reliquias perdidas. Había escogido esta fuerza por su movilidad. La falta de un tren de suministros fiable le había forzado a dejar atrás a sus siervos de guerra. Una vez que hubiesen asegurado sus objetivos clave, Kreoss pretendía sentar las bases de unos alijos de reabastecimiento para facilitar otras operaciones.

- Nuestras máquinas benditas nos seguirán bien pronto - dijo. - Aunque visto lo ocurrido aquí hoy, no tengo la intención de retrasar el asegurado del Pozo de la verdad. Horrores pueden estar acercándose a otros sitios sagrados de esta tierra maldita. - Se sacudió su estado de ánimo introspectivo y le dijo a Samual: - Cuando estés segura de que hemos recuperado a todos nuestros muertos, quemad al resto de los caídos.

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INFORMACIÓN: MENITAS EN LLAEL

Aunque Llael tradicionalmente tenía una abrumadora mayoría morrowana, varias regiones mantenían pequeñas aunque fervientes poblaciones menitas. Ciudades como Leryn tenían comunidades menitas bien asentadas y había aldeas rurales completamente devotas al Legislador. La fe menita tal y como se practica en la mayor parte de Llael es diferente en varios aspectos a la de la teocracia del sur, especialmente si tenemos en cuenta su estatus minoritario. Estos sacerdotes nunca han tenido demasiada influencia sobre el gobierno. Aún así, en comunidades visitadas por los misioneros Sul-Menitas, han convertido a los locales convenciéndoles de la verdad de la doctrina sulesa. Fue a estas aldeas a donde se dirigieron las fuerzas armadas del Protectorado cuando marcharon a la región.


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Al volver al Templo del ojo, Kreoss se sintió obligado a dirigirse a los leales reunidos. El espacio ahora estaba abarrotado pero bien iluminado, con antorchas y una miríada de velas que le daban un brillo cálido. Sobre el altar principal y el púlpito había un trozo grande y redondo de vidriera que mostraba el homónimo del templo, un ojo que lo ve todo y que pretende representar la mirada del Creador. Kreoss había cogido unos trapos húmedos para limpiar su armadura de la sangre que la había manchado. Se quitó el yelmo y lo puso a un lado para que pudieran verle la cara.

Los ejemplares heridos habían sido tendidos sobre camillas improvisadas en una de las cámaras adyacentes. Los muertos habían sido amortajados respetuosamente y tumbados sobre el suelo de mármol delante del altar, a lo largo de los bancos de más alante, cerca del Canon de la auténtica ley y donde aquellos reunidos podían verles y reconocer su sacrificio. El sacerdote local rezó por ellos y, aunque sus palabras no eran idénticas a aquellas empleadas por el clero Sul-Menita, estaban bien dichas y fueron sinceras. Dentro de estos muros, tanto los sacerdotes como los congregados hablaban en sulese con fuerte acento en vez de en su lengua llaelesa nativa, un hecho que Kreoss apreció y que le facilitó imaginarse que estaba de vuelta en una de las ciudades de Gedorra o Sulonmarch. Había elegido visitar este lugar a causa de sus lazos con el Protectorado, con los misioneros que habían traído aquí la Auténtica ley, corrigiendo sus antiguas creencias descarriadas.

Kreoss aceptó el gesto de asentimiento del sacerdote y empezó a hablar: - Ahora que el peligro contra vuestra ciudad se ha terminado y que este lugar sagrado es seguro, ha llegado la hora de hablaros del por qué estamos aquí. - Se detuvo un momento y observó las caras reunidas. Estaban escuchando atentamente, pero podía ver el miedo y la incertidumbre reflejados en varias de ellas. Dado el ataque y sus consecuencias, no les culpaba. - Incluso antes de ser asaltados en estas tierras tenía la intención de hablar con vosotros de un peligro mayor, un peligro que debemos encarar juntos.

- Como ya sabéis, nuestra fe ha mermado a lo largo de los siglos. Aunque Menoth es el Creador del hombre y debemos nuestra existencia a su generosidad, muchos le han vuelto la espalda. Es fácil ser desagradecido, ser egoísta, aceptar la senda menos exigente. Otras fes se han alzado para alentar esta corrupción y decadencia. Como Menoth es distante e inescrutable, y su voz y sus órdenes son severas, es fácil para el pueblo olvidar cómo amarle y honrarle. Hace tiempo, los fieles se encontraban por todos los municipios, de este a oeste y de norte a sur. Los sacerdotes se aseguraban de que se cumpliese la ley y castigaban a los malvados. La oscuridad fue mantenida a raya más allá de nuestros muros.

- ¡Ya no es así! No vengo a vosotros para reprenderos, porque sois los fieles. Lo veo en vuestros ojos y lo siento en vuestros corazones. Pero sabéis al igual que yo que estamos en un país ateo, en una isla en medio de un mar tempestuoso. Lo mismo pasa con todas las aldeas que recuerdan la Auténtica fe. Todas son islas, esparcidas y solitarias, su pueblo viviendo vidas buenas pero vulnerables, incapaces de recurrir a otros como ellos mismos. Rodeadas por la oscuridad, estas islas también pueden ser fácilmente engullidas y hundirse en el olvido. Ahora llego a vosotros, en estos tiempos de guerra, porque no hace falta que sea así.

- Puede que hayáis oído rumores sobre milagros en el sur, en las tierras de donde vengo, en el Templo de Imer. Estos rumores pueden parecer demasiado buenos para ser ciertos. Sin embargo me conocéis y podéis confiar en que digo la verdad. La Heraldo de Menoth es real. Ha llegado a nosotros en nuestra hora de necesidad, cuando el fuego de la fe chisporrotea por el viento y amenaza con ser apagado. Ella es una hoguera de fe, un conducto a lo divino, y mediante sus palabras restauraremos lo que ha sido destruido. El Templo será reconstruido en las tierras donde sus muros fueron derribados. Nos invita, a todos nosotros, a unirnos bajo una causa y como uno solo. ¡El aislamiento se ha terminado, y la Gran cruzada que calentará a toda la humanidad con las llamas de la verdad ha empezado!

Vio sus caras resplandecientes, la adoración y el sobrecogimiento, y durante un momento se quedó de piedra. No había tenido la intención de hablar tanto, ni siquiera había sabido lo que iba a decir. Parecía que las palabras habían fluido desde él, impulsadas en parte por su corazón, en parte por el dolor de ver las caras inmóviles de los ejemplares que habían sido asesinados. Se dio cuenta que sus manos estaban temblando sobre el púlpito. No era un sacerdote ni un orador, y aún así las palabras habían sido sinceras y vio que habían tenido su impacto.

Se aclaró la garganta y dijo: - Sabéis que he dicho la verdad. Confío en vosotros para que extendáis estas palabras a aquellos que dudan. A los menitas de Llael que temen el cambio, quienes quizás no quieran enfrentarse a la oscuridad que está por llegar, portada por los no creyentes. Una oscuridad que hoy, en el exterior de las puertas de este templo, se ha hecho tangible. Una vez que hayáis extendido la palabra, a aquellos que estéis en buena condición física y preparados para llevar la carga se os pedirá que viajéis desde aquí para uniros a nosotros en Sul, en Imer. Es pedir mucho, lo sé. Abandonar vuestros hogares, ir en peregrinaje a una tierra extranjera y encomendaros a la fe. No os pido nada que yo no esté dispuesto a hacer. Yo también nací en otro sitio. Habiendo pasado ésto, os diré que mi dedicación y mi amor por la fe fueron fortalecidos por esta elección. Es algo que podéis recordar con orgullo. La Heraldo os espera. Id con ella y traed tantos conversos como podáis alcanzar.

No le venían más palabras, así que paró. Vio que sus ejemplares se le habían quedado mirando. También se habían quitado sus yelmos y varios de ellos habían adoptado posturas de rezo. Entre ellos estaba el joven Elias, quien estaba mirando hacia arriba, al Ojo, con una expresión pensativa. Kreoss inclinó su cabeza una vez mas y recuperó su yelmo antes de bajar del podio, sonriendo a los caballeros que habían arrodillado ante él y pidiéndoles que se levantaran. Su trabajo estaba lejos de haber acabado.

REPERCUSIONES: EL COMIENZO DE LA CRUZADA

Aunque la implicación del Protectorado en la Guerra llaelesa fue periférica al conflicto central entre Khador y Cygnar por el destino de este reino, la relación de la teocracia con la región se volvería cada vez más importante en los siguientes años. Líderes militares como el sumo ejemplar Kreoss motivaron a los fieles tanto en Llael como en su hogar, otorgando credibilidad y fuerza a la inercia creciente de la Gran cruzada. Los esfuerzos valientes y atrevidos de Kreoss operando lejos de su patria durante esta época pavimentaron el camino para que se le declarara líder de los ejemplares en los próximos meses, tras la muerte del gran ejemplar Baine Hurst.

Habiendo asegurado el bienestar de los fieles que se refugiaron en el Templo del ojo, el sumo ejemplar Kreoss fue a recuperar el Pozo de la verdad de un santuario al sur de Leryn, una reliquia bendita que el clero de Imer había estado intentando asegurar durante décadas. Varias otras reliquias menitas antiguas fueron salvaguardadas en este periodo, probando de forma concluyente que el Protectorado, aunque era una nación pequeña, podía dirigir operaciones militares en el extranjero. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo hasta que el Protectorado se viese envuelto en batallas tanto en el norte como en el sur, cuando sus esfuerzos por atacar Caspia directamente desde Sul se pusieron en marcha y la Cruzada norteña fue declarada para forjar más bastiones de la fe duraderos en tierras extranjeras.

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