VOLUMEN 3: ATADOS EN LAS TINIEBLAS (por Douglas Seacat)
El fuego y la forja es una serie de artículos que examinan los momentos clave de la historia reciente de Immoren occidental y de los grupos de allí que combaten por la supremacía o la supervivencia. Su intención es permitir a los lectores más nuevos familiarizarse con los sucesos del pasado, y servir como recordatorio y motivación a los lectores más antiguos.En "La infección también se alza", exploraremos los eventos fundamentales relacionados con el inesperado ascenso del dragón Everblight a la posición de personaje crucial en los conflictos de Immoren occidental. Desde que el dragón consiguió liberarse de su encarcelamiento desafió todas las expectativas y predicciones, y pronto fue percibido como una amenaza única para toda la región.
MEDIDAS DESESPERADAS
La aparición de la Legión de Everblight y la devastación resultante de las tribus tradicionales nyss ocurrió al mismo tiempo que otros acontecimientos que afectaron a los pueblos de las tierras salvajes de Immoren occidental. Uno de los grupos más afectados de fuera de las cumbres Esquirla fueron los numerosos, diversos y antiguos kriels trollkins del Bosque del Espino, en el norte de Cygnar.
Estos kriels llevaban siglos viviendo dentro del bosque, haciéndose su hogar en medio de una región peligrosa y salvaje que también estaba habitada por varios rivales violentos. Junto con los trollkins, había varias tribus tharns poderosas y prósperas. Estas se habían reafirmado y re-vigorizado en las últimas décadas gracias al apoyo de sus formidables aliados: los túnicas negras del Círculo Orboros. En el este del Bosque del Espino acechaba la poderosa y cada vez más activa Congregación de Aguasciegas de los hombres caimán, aunque, por lo menos, estas tribus parecían contentarse con mantenerse en los territorios pantanosos que rodeaban a la marisma Estanque sangriento y al lago Aguasciegas. Se había alcanzado una especie de equilibrio entre estos grupos, junto con las aldeas y ciudades humanas dispersas.
Pero la Guerra Llaelesa y sus repercusiones pronto llevaron la guerra directamente a los territorios trollkins, particularmente a aquellos situados en el norte del bosque. Los grandes rivales, Khador y Cygnar, continuaron con sus conflictos a lo largo de la linde del Bosque del Espino. Estos encontronazos se extendían mucho más allá de los campos de batalla situados entre Northguard y Ravensgard. Cada vez más a menudo, las tierras trollkins eran invadidas o se convertían en daños colaterales al encontrarse entre los pelotones en marcha de los ejércitos rojos y azules. Por malo que esto fuese, la situación empeoró mucho más tras la llegada de los cryxianos a la región, atraídos como las aves carroñeras a los antiguos campos de batalla.
Mientras una aldea tras otra eran cazadas y hechas pedazos, los kriels se volvieron hacia el líder más grande el Bosque del Espino, un cacique que se había alzado para unir a todos los jefes menores: Madrak Pielférrea. Su guía durante esos tiempos tan revueltos demostró ser inestimable, y su destreza en los campos de batalla resultó no tener rival. Y, a pesar de estos esfuerzos, los kriels se dieron cuenta de que estaban metidos en una guerra de desgaste horripilante y cada vez más fútil. Sumido en la desesperación, el cacique Pielférrea decidió reclamar un arma lo bastante poderosa como para darle una ventaja sobre sus enemigos, una que había sido abandonada en la antigüedad y que se creía que arrastraba una potente maldición.
KUAR DEL ROMPEMUNDOS
Norte de las montañas Murosierpe. Finales del 605 AR.
Jadeando a causa de la fatiga y notando que se le iba la cabeza por la pérdida de sangre, Madrak reunió las energías suficientes para llegar hasta su último atacante y lanzarle un tajo descendente que se hundió profundamente en el muslo izquierdo del otro trollkin. De haber golpeado más abajo podría haber cercenado el miembro a la altura de la rodilla, pero dirigió aposta su golpe para que acertase demasiado arriba. El campeón contra el que luchaba no merecía una amputación y a las piernas les costaba bastante tiempo volver a crecer. La respiración de Madrak era forzada y aparecían puntos delante de su visión. Hasta donde le llegaba la memoria, este había sido uno de los torneos más agotadores y largos en los que jamás había luchado, lo cual ya era decir.
Un impacto en la parte posterior de su pierna le hizo tambalearse. Había bajado la guardia demasiado pronto. Se giró para ver a otro campeón que pensaba que estaba derrotado, pero que había encontrado las fuerzas necesarias para recuperar su garrote y volver a ponerse de pie. Avanzó a trompicones hacia Madrak en lo que parecía ser una carga extraña y tiró al suelo al Cacique. Estaba sangrando por múltiples cortes profundos y su mirada parecía vidriosa, pero estaba claro que aún no se había rendido. Madrak se quitó de encima al campeón de un empujón y lanzó un golpe lateral que estampó la parte posterior plana de su hacha contra el cráneo de su adversario, apagándole como a una vela. El crujido de su cráneo había sonado con fuerza y Madrak consideró que podría tener el hueso fracturado. Aún así, no era nada que no se curase con el tiempo.
Apretando los dientes, se forzó a ponerse en pie y examinar la escena que tenía alrededor. Estaba rodeado por guerreros que se quejaban y estaban heridos, todos ellos veteranos hábiles que lo habían dado todo en la lucha. Recuperando el aliento, juzgó que había cumplido apropiadamente con los requerimientos que le habían dado para obtener la entrada a la aldea en ruinas. Una pelea justa, como las de antaño.
Ahora se sentía obligado a contactar mentalmente con Jor y Bron, sus dos trolls. Tomó parte de su vitalidad para sí mismo, algo que se había contenido de hacer durante el largo duelo. Su respiración se relajó y los cortes y dolores de su cuerpo se desvanecieron. Los dos trolls que estaban vinculados a él estaban de pie en el borde del claro, claramente agitados, mirando enfadados y visiblemente ofendidos por habérseles prohibido unirse a la pelea. Eran bastante protectores con él y no les importaba prestarle su fuerza.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había luchado sin las ventajas proporcionadas por su vínculo con los trolls purasangre. Había ganado, pero por poco. Madrak sabía que si hubiese quedado solo un campeón más en pie, habría perdido. ¿Qué habría hecho entonces? ¿Colarse bajo la cobertura de la noche y robar el hacha antigua, como si fuese un bandido? Quizás sí. Su necesidad era tremenda. No podía volver con las manos vacías.
El kithkar al mando de los campeones estaba despertándose, y Madrak alargó la mano para ayudar al guerrero a ponerse de pie. Se lanzaron una mirada de respeto mutuo. La armadura del kithkar estaba mellada y llena de sangre fresca, aunque su hemorragia ya se había ralentizado. Los kins no se quedaron en el suelo mucho más tiempo que él, y muchos de los demás empezaban también a levantarse.
Madrak preguntó formalmente:
- Hodos de Urdonar, ¿estás satisfecho?
- Sí, jefe Pielférrea - dijo Hodos, con el dolor notándosele en la voz. - Nos has superado según los términos acordados. Puedes entrar y hablar con el guardián del kuar. - Sonrió ligeramente. - Me temo que descubrirás que es una barrera mejor que la que fuimos nosotros.
- Luchasteis bien y habéis enorgullecido a vuestro kriel - dijo Madrak, inclinando profundamente la cabeza. El kithkar aceptó el cumplido y se giró para atender a sus hermanos heridos.
Madrak se ajustó su armadura y sus armas, se limpió la mayor parte de la sangre y, luego, se aseguró de que las cintas de su quitari estaban tan presentables como fuera posible, dada la pelea que había tenido. Miró al hacha de su mano, pensando en cuánto tiempo había llevado este arma tan simple pero efectiva. Pensaba en cuántos enemigos había acabado con su filo tan bien cuidado. Su padre se la había legado cuando ganó su nombre merecido, y llevaba las runas de su kriel. Era un buen hacha, se viera como se viera. Pero no era suficiente para mantener a raya a sus enemigos.
Sabiendo que darles más atención solo les avergonzaría, Madrak dio la espalda a los campeones y atravesó la puerta vieja de la casi derrumbada muralla exterior para entrar en el gran patio principal de la antigua aldea en ruinas. Era un sitio donde ya no vivían los kins, donde llevaban siglos sin hacerlo, pero donde mantenían una presencia minuciosa. El kriel Urdonar vivía muy cerca, y consideraba que cuidar de este sitio y protegerlo de los intrusos era su carga sagrada. No muchos sabían siquiera dónde estaba este sitio, ya que estaba escondido entre los incontables valles y colinas menores de las enormes montañas Murosierpe. Era un sitio sagrado para el kin pero no era uno que estuviese dedicado (al menos abiertamente) a Dhunia. Aquellos que lo protegían eran dhunianos fieles, pero sabían que las piedras que aquí yacían habían sido colocadas por aquellos que adoraban a la Sierpe. De unos tiempos en los que su destructor y salvaje padre había tenido más influencia que la Gran madre.
Las piedraskriels de aquí eran viejas, más viejas que cualesquiera en las que Madrak jamás hubiese posado la mirada antes, a pesar de la edad de algunas de las preservadas entre las aldeas más antiguas del Bosque del Espino. Hasta sus runas parecían extrañas, ya que alguna de ellas tenían formas y marcas que, o bien habían sido olvidadas, o habían sido evitadas deliberadamente. Cerca de la muralla exterior y rodeando la aldea estaban lo que quedaba de las viejas viviendas que una vez sirvieron a los kriels que vivieron aquí. Ahora, la mayoría de ellas eran solo montones de piedras, aunque algunas conservaban su forma a pesar de estar cubiertas de musgo y hiedras. Solo vio señales de vida en una cabaña pequeña adyacente al camino que recorría: el resplandor de un fuego y el humo que salía a través de un agujero de su techo. Parecía haber sido reconstruida y reparada, pero aún así parecía vieja y, sus muros, precarios.
El portal de esta cabaña crujió al abrirse, revelando a un anciano encorvado y lleno de arrugas. Por su aspecto, un antiguo portarunas. No parecía estar sorprendido por ver al cacique del Bosque del Espino. Le asintió con la cabeza en señal de saludo, como si Madrak hubiese llegado justo a tiempo. Lo más probable es que el anciano hubiese oído la pelea al otro lado de la muralla exterior y supiese exactamente lo que significaba.
- ¿Eres el guardián del kuar? - preguntó Madrak.
- Bienvenido, jefe Madrak Pielférrea. - La voz del anciano era grave y su tono era bajo. - Esperaba tu llegada. - No le ofreció su nombre, y Madrak sintió que su posición se había fundido con su identidad.
Que el aislado portarunas supiese el nombre de Madrak era sorprendente, aunque Madrak asumió que las noticias de sus esfuerzos por unificar a los kriels del Bosque del Espino habían llegado incluso aquí. Se tuvo que preguntar cuán a menudo alguien como él había llegado hasta este sitio. No podían haber sido muchos. Muy pocos sabían de este sitio y su reputación ominosa habría bastado para mantener a raya a la mayoría. Por sagrado que pudiese ser este suelo, se seguía evitando, y a aquellos que lo guardaban también se les rehuía por asociación. Respetados por la obligación que habían heredado, pero raramente bienvenidos. Sin embargo, Madrak tenía que creer que alguien debía haber venido ya antes buscando el hacha legendaria de Horfar Grimmr. Todos habían sido rechazados, cuando no expulsados.
- Si me conoces - dijo, - entonces sabes por qué estoy aquí.
- Has venido a por Rathrok, la Rompemundos. - La voz del anciano sonó cansada, como si hablar le restase fuerzas. - Aquellos que la pusieron aquí juraron que sería empuñada de nuevo. Su poder es oscuro y peligroso.
Tras una pausa respetuosa, Madrak frunció el ceño y dijo suavemente, aunque con firmeza:
- Lo que yo sé es algo diferente. Es un gran arma guardada hasta el momento en el que el kin se enfrentase a una destrucción que no pudiese evitar de ninguna otra manera. Ahí es donde está hoy mi gente.
- Puede que sea como tú dices, pero tu gente no es todo el kin. Las cosas aún no están tan mal como podrían.
Madrak negó con la cabeza.
- Solo pueden ir a peor. Están expulsando a mi gente de sus tierras. Pronto no habrá kin en el Bosque del Espino y las raíces de sus árboles se nutrirán con nuestra sangre. Ha llegado la hora de recuperar el hacha. He soñado con ella. He sentido el espíritu de mis ancestros en su interior. Las guerras humanas han destrozado el bosque y nos han vuelto vulnerables, y ahora los muertos se alzan para asaltarnos. Cada día quedamos menos para oponernos a ellos y sus números no hacen más que crecer.
Ahora era el turno de que el anciano negase con la cabeza.
- No sabes qué es aquello que buscas. No es un arma que te sirva durante algunas pocas batallas y luego descartes. Se adherirá a ti, a tu propia alma. Su maldición y su carga serán tuyas hasta que la muerte te tome. Date la vuelta y busca otra arma, otra solución.
El cacique del Bosque del Espino miró a lo que había detrás del anciano, en el centro de la antigua aldea en ruinas, donde se alzaba una gran plataforma elevada a pesar de que sus piedras también estuviesen derrumbándose. Debajo de esa vieja plataforma de duelos, donde los guerreros que reverenciaban a la Sierpe se habían desafiado a batallas sangrientas para resolver sus conflictos, yacía Rathrok. Casi podía sentirla, esperándole. Podía verla con el ojo de su mente, al igual que la había visto en sueños. Las runas de su hoja, el mango que ya podía sentir en su mano...
Cogió su hacha vieja de donde la llevaba colgada, a la espalda. Le había servido de sobra en la última pelea, y en muchas otras antes de esa. La sostuvo un momento, recordando su historia y la hora en la que se la habían dado. El anciano le miraba sin hacer comentarios y sin dar señales de miedo, con tan solo una mirada de resignación. Entonces, Madrak la tiró a un lado, dejando que repiquetease contra el suelo y las piedras que estaban al lado del camino. Había tenido la intención de dársela algún día a su hijo, pero necesitaban hacer sacrificios y sentía la necesidad de demostrar su resolución.
- No me daré la vuelta - dijo, levantando la cabeza para mirar al anciano a los ojos.
El guardián del kuar suspiró sonoramente.
- Ven aquí y muéstrame tu mente.
Madrak dudó, ya que la petición le cogió desprevenido. Utilizado a menudo para sellar acuerdos entre enemigos enconados o para formalizar alianzas, el Tohmaak Mahkeiri era un rito que no se empleaba con extraños. Se decía que los ancianos y los chamanes con voluntades fuertes eran capaces de usar el trance como arma, para forzar la sumisión en forma de duelo mental, pero no pensaba que este antiguo portarunas fuese alguien que emplease engaños tan turbios.
Dio un paso adelante. Los dos se enfrentaron, sus cabezas casi tocándose mientras se miraban a los ojos con fiereza. No podía haber indecisión en el Tohmaak Mahkheiri, ni tampoco engaños ni falsedades. La mente de Madrak se dirigió a los problemas por los que había pasado su gente, el derramamiento de sangre y la matanza, el sentimiento de dolor y pérdida al abandonar sus hogares, mientras enterraban al kith para que volviera con Dhunia. Los kriels se hicieron pedazos, y los supervivientes fueron asimilados dentro de otros para formar nuevas bandas desarrapadas unidas por el dolor. Entonces, los de Cryx salieron de debajo del suelo para asaltarlos otra vez y llevando con ellos nuevos horrores. Los bonejacks y los esclavos les envolvieron con sombras. Dejó que el anciano sintiera la resolución que había conseguido y la certeza de que su destino estaba vinculado a Rathrok.
A cambio, sintió el miedo y la reverencia que el anciano sentía por ese arma y por el legado de Horfar Grimmr, el gran jefe de la antigüedad que había luchado y muerto ante el rey-sacerdote humano Golivant. De alguna manera, aunque el anciano no había estado allí, vio y sintió los últimos momentos de Grimmr, muriendo entre terribles dolores mientras gritaba desafíos a los menitas. El portarunas llevaba tanto tiempo estudiando y viviendo las viejas leyendas que se habían vuelto reales en su mente, tan vívidas como sus propios recuerdos.
Al separarse y volver en sí, Madrak se quedó pensando en toda la rabia y oscuridad que había dentro del hacha que buscaba. No creía en la maldición. Esas cosas eran supersticiones, remanentes de miedos relacionados con conflictos antiguos y con épocas de sufrimiento casi olvidadas. Aún así, era difícil rechazar las sensaciones que había recibido del anciano mientras sus mentes estuvieron conectadas.
El guardián del kuar dijo:
- Siento tu entrega hacia tu gente y creo en la sinceridad de tu necesidad. No me interpondré en tu camino. Quizás sea la hora de Rathrok. Si es así, me aterra el futuro. Puedes entrar en el kuar, si es lo que debes hacer. - Lo dijo como si estuviera invitando a un miembro de su kith a su propio funeral.
Madrak inclinó profundamente su cabeza en señal de respeto y pasó rápidamente a su lado, sin sentir el alivio que debería tener al haber superado esta prueba. Tras el choque sangriento con los otros guardianes se había preparado para lo peor. Parecía que esta prueba había sido más mental que física y le había pasado factura.
Había un peso en este sitio (y en las palabras del portarunas) que no podía negar. Un olor repentino le golpeó, similar al aroma de antes de estallar una tormenta. Podía sentir la tensión eléctrica en el aire. Nunca antes había caminado sobre un suelo santificado del que estaba tan seguro que le era hostil. Era como si Dhunia y los rezos hacia ella no pudiesen existir aquí. Al mirar hacia arriba, al alto kuar, el cual parecía una pirámide escalonada, vio las formas de unas serpientes y de otras bestias inscritas en sus lados, arañándose y desgarrándose entre sí.
El camino que seguía se dirigía directamente hacia el borde de la plataforma de duelos, pero este kuar era diferente de los otros que había visto. Había una apertura estrecha en uno de sus lados, con escalones que bajaban a un espacio que se encontraba en su interior. Era un santuario, una bóveda... o una tumba.
Su humor introspectivo se rompió por un el estallido súbito de un trueno y un destello de luz brillante, ya que pensaba que había caído un rayo justo delante suya. Levantó la mano demasiado tarde para protegerse los ojos y, mientras parpadeaba con fuerza para quitarse las rayas blancas que cruzaban su campo de visión, vio a una figura con capa y capucha negras de pie delante de él. Instintivamente dirigió su mano hacia donde debería haber estado su hacha pero no encontró nada. En el instante en el que tardó en darse cuenta de ello, reconoció al humano que tenía delante, apoyándose en un bastón herrado.
- Omnipotente Ergonus - dijo Madrak con un tono de voz neutro y desconfiando.
Normalmente se habría sentido inclinado a dirigirse a esta persona con deferencia, como se tenía con hacer con Ergonus, ya que era uno de los tres miembros más poderosos de su enigmática orden. Madrak ya se había encontrado antes con él, pero solo durante unos instantes, y durante esos eventos se había sentido incómodo. En general, los tratos de Madrak con los druidas le habían hecho ser muy precavido, aunque había muchos otros kin que eran amigables con ellos y apreciaban que les prestasen su ayuda o su sabiduría. En particular, los kin de los Nudos parecían tenerles en alta estima pero, en el Bosque del Espino, le habían dado a Madrak pocas razones para darles la bienvenida.
- Jefe Madrak Pielférrea - respondió el druida del mismo modo. Hablaba molgur-tul bastante bien para ser un humano.
Ergonus se retiró su capucha para revelar sus rasgos arrugados y su pelo canoso, una cara que sugería una gran edad tal cual como los humanos la experimentaban. Madrak sabía que los druidas no sufrían los estragos del tiempo como los demás de su raza así que esto quería decir que era bastante viejo, aunque supuestamente no era el más anciano de los tres que dirigían su orden. Su apariencia era muy modesta: un hombre aparentemente frágil con las vestimentas negras que tantos druidas preferían, decorada en algunos lugares con adornos de bronce y con un bastón sencillo y sin nada especial, pero le rodeaba un aura de poder. La sensación de que estaba a punto de estallar de una tormenta había aumentado. La luz blanca de sus ojos no era natural, unos pequeños destellos relampagueantes chisporroteaban por su pelo y la piel de sus brazos parecía emitir un tenue brillo naranja, como si a través de sus venas fluyese lava en vez de sangre. Detrás de él, las piedras rectangulares que formaban el kuar vibraban y brillaban ante su presencia, como si se muriesen de ganas por cobrar vida y formar espontáneamente un wold.
Su presencia en este sitio parecía estar terriblemente fuera de lugar. Se había colado en este lugar sagrado sin haber pasado las pruebas que Madrak había hecho. Ser solo poderoso no era excusa para estar aquí sin haber sido invitado. Madrak dominó tu temperamento y dijo:
- Vienes en un mal momento. Podemos hablar más tarde, cuando haya completado mi tarea. Por favor, hazte a un lado.
- No es ninguna coincidencia - dijo Ergonus sin moverse. - Llevamos siglos vigilando este lugar. Antes de continuar tu camino, vengo a ofrecerte una alternativa. Nuestros intereses se alinean y podemos beneficiarnos mutuamente.
Los ojos de Madrak se estrecharon mientras consideraba estas palabras.
- Escucharé, pero habla claro y ve al grano. Si pensabas que me acobardaría por tu posición o por tu reputación estas equivocado.
El druida se irguió, una pequeña mueca en sus labios traicionando su indignación por no haberse dirigido a él con más deferencia. Madrak sabía que se la estaba jugando, pero su orgullo no le permitiría rebajarse. Aún así, si provocaba a Ergonus para que cometiera un acto violento, su muerte estaría asegurada. Madrak estaba desarmado, Jor y Bron estaban demasiado lejos como para convocarlos rápidamente o para extraer su fuerza, y su hechicería no era rival para la magia de un omnipotente.
- Estoy al tanto de los graves problemas que afectan a los kriels del Bosque del Espino - dijo Ergonus. - Y estoy aquí para ofrecerte una solución. Una que no requerirá tomar la Ruina de Grimmr.
- No estamos en posición de rechazar ninguna ayuda - dijo Madrak con precaución, - pero la última vez que hablé con tus esbirros del bosque dijeron ser incapaces de interceder. ¿Qué ha cambiado?
- Muchas cosas, pero una en particular. Una amenaza terrible y sin precedentes se ha alzado en el lejano norte, una que nos amenaza a todos y que, con el tiempo, eclipsará completamente a tus enemigos actuales. Estoy buscando aliados con los que poder eliminar a esta amenaza antes de que sus fuerzas lleguen al máximo. Si los guerreros que has reunido bajo tu bandera estuviesen dispuestos a unirse a esta causa podemos ayudarles a asegurar unos nuevos territorios en el bosque Cuna rocosa y sus alrededores. - El tono de Ergonus daba a entender que pensaba que sus términos eran demasiado generosos.
Madrak puso mala cara, notando que su temperamento volvía a amenazar con dominarle.
- ¿Así que nos cambiarías un enemigo por otro? ¿Una batalla terrible por entrar en una campaña más larga y dificultosa? ¿Qué interés tengo en el Cuna rocosa? Allí hay kins del norte, muchos, con sus propios kriels. Dime, ¿cómo me ayudará todo esto a reclamar nuestro legítimo lugar en el Bosque del Espino, en nuestras tierras ancestrales?
El temperamento de Ergonus se encendió y habló con brusquedad.
- El Bosque del Espino está condenado. Allí no hay nada que salve a tus aldeas. Debes mirar por el bien de tu gente. De todos ellos. Los kins del Cuna rocosa, de los Nudos y, sí, de aquellos que pronto serán expulsados del Bosque del Espino, como tú mismo. Todos se enfrentan a la destrucción definitiva si nuestro enemigo auténtico obtiene lo que busca.
- ¿Y quién es este enemigo auténtico? Me canso de tus misterios.
Los ojos del druida brillaron.
- Es un dragón, uno como el mundo nunca había visto antes ya que está descarnado y, su mente, dividida. Su infección le da poder, y crea una plétora de engendros que se reúnen constituyendo un ejército de incontables guerreros y armas vivientes. Si se le deja continuar con sus planes, este dragón lo consumirá todo, escenificando una matanza y un horror que serían la envidia de la Sierpe Devoradora.
- Ya hemos combatido a los ejércitos del Padre dragón - respondió Madrak. - ¿Y aún así nos tirarías otro dragón encima? No. No puedo aceptar esta oferta. Nos ofreces unas tierras en otro lugar que no son tuyas para darlas. Ya tengo a un aliado que nos dará un lugar donde refugiarnos cuando lo necesitemos.
Al decir esto pensaba en el rey Leto, su hermano de sangre adoptado, al que había considerado recurrir si Rathrok no era suficiente para cambiar las tornas.
- Mi orden y tu kin llevan mucho tiempo siendo amigos y aliados - insistió Ergonus. - Esta es una extensión de mi amistad. Volvamos a luchar juntos. Los demás caciques verían tu ejemplo y lo seguirán. La batallas serán difíciles pero, juntos, podemos prevalecer.
Madrak lo desechó.
- No serviremos como tu carne de cañón. Sé muy bien cuántas veces ha pasado anteriormente. Estamos en medio de una lucha terrible. Habría dado gustosamente la bienvenida a tu ayuda pero, como siempre parece ser, no ofreces amistad. Los amigos no ponen condiciones que les favorezcan ni negocian con promesas futuras que no pueden cumplir. No. Tu lucha no es la nuestra.
Ergonus se le quedó mirando unos momentos con la ira brillando en sus ojos. Entonces dijo:
- No todos los kins piensan como tú. Algunos aceptarán nuestra amistad. Gustosamente, es más.
- Entonces ve con ellos - dijo Madrak. - Hazte a un lado.
Por unos instantes, pensó que el omnipotente invocaría el relámpago y el torrente sobre él. Sintió su corazón latir con fuerza cuando el trueno volvió a sonar pero, tras pestañear, el druida se había ido. La apertura oscura que conducía a Rathrok, la Rompemundos, le esperaba. Antes de perder su resolución se dirigió hacia las sombras, donde esperaba el hacha que tiempo atrás le había sido ofrecida a Horfar Grimmr por la Vieja bruja.
Un impacto en la parte posterior de su pierna le hizo tambalearse. Había bajado la guardia demasiado pronto. Se giró para ver a otro campeón que pensaba que estaba derrotado, pero que había encontrado las fuerzas necesarias para recuperar su garrote y volver a ponerse de pie. Avanzó a trompicones hacia Madrak en lo que parecía ser una carga extraña y tiró al suelo al Cacique. Estaba sangrando por múltiples cortes profundos y su mirada parecía vidriosa, pero estaba claro que aún no se había rendido. Madrak se quitó de encima al campeón de un empujón y lanzó un golpe lateral que estampó la parte posterior plana de su hacha contra el cráneo de su adversario, apagándole como a una vela. El crujido de su cráneo había sonado con fuerza y Madrak consideró que podría tener el hueso fracturado. Aún así, no era nada que no se curase con el tiempo.
Apretando los dientes, se forzó a ponerse en pie y examinar la escena que tenía alrededor. Estaba rodeado por guerreros que se quejaban y estaban heridos, todos ellos veteranos hábiles que lo habían dado todo en la lucha. Recuperando el aliento, juzgó que había cumplido apropiadamente con los requerimientos que le habían dado para obtener la entrada a la aldea en ruinas. Una pelea justa, como las de antaño.
Ahora se sentía obligado a contactar mentalmente con Jor y Bron, sus dos trolls. Tomó parte de su vitalidad para sí mismo, algo que se había contenido de hacer durante el largo duelo. Su respiración se relajó y los cortes y dolores de su cuerpo se desvanecieron. Los dos trolls que estaban vinculados a él estaban de pie en el borde del claro, claramente agitados, mirando enfadados y visiblemente ofendidos por habérseles prohibido unirse a la pelea. Eran bastante protectores con él y no les importaba prestarle su fuerza.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había luchado sin las ventajas proporcionadas por su vínculo con los trolls purasangre. Había ganado, pero por poco. Madrak sabía que si hubiese quedado solo un campeón más en pie, habría perdido. ¿Qué habría hecho entonces? ¿Colarse bajo la cobertura de la noche y robar el hacha antigua, como si fuese un bandido? Quizás sí. Su necesidad era tremenda. No podía volver con las manos vacías.
El kithkar al mando de los campeones estaba despertándose, y Madrak alargó la mano para ayudar al guerrero a ponerse de pie. Se lanzaron una mirada de respeto mutuo. La armadura del kithkar estaba mellada y llena de sangre fresca, aunque su hemorragia ya se había ralentizado. Los kins no se quedaron en el suelo mucho más tiempo que él, y muchos de los demás empezaban también a levantarse.
Madrak preguntó formalmente:
- Hodos de Urdonar, ¿estás satisfecho?
- Sí, jefe Pielférrea - dijo Hodos, con el dolor notándosele en la voz. - Nos has superado según los términos acordados. Puedes entrar y hablar con el guardián del kuar. - Sonrió ligeramente. - Me temo que descubrirás que es una barrera mejor que la que fuimos nosotros.
- Luchasteis bien y habéis enorgullecido a vuestro kriel - dijo Madrak, inclinando profundamente la cabeza. El kithkar aceptó el cumplido y se giró para atender a sus hermanos heridos.
Madrak se ajustó su armadura y sus armas, se limpió la mayor parte de la sangre y, luego, se aseguró de que las cintas de su quitari estaban tan presentables como fuera posible, dada la pelea que había tenido. Miró al hacha de su mano, pensando en cuánto tiempo había llevado este arma tan simple pero efectiva. Pensaba en cuántos enemigos había acabado con su filo tan bien cuidado. Su padre se la había legado cuando ganó su nombre merecido, y llevaba las runas de su kriel. Era un buen hacha, se viera como se viera. Pero no era suficiente para mantener a raya a sus enemigos.
Sabiendo que darles más atención solo les avergonzaría, Madrak dio la espalda a los campeones y atravesó la puerta vieja de la casi derrumbada muralla exterior para entrar en el gran patio principal de la antigua aldea en ruinas. Era un sitio donde ya no vivían los kins, donde llevaban siglos sin hacerlo, pero donde mantenían una presencia minuciosa. El kriel Urdonar vivía muy cerca, y consideraba que cuidar de este sitio y protegerlo de los intrusos era su carga sagrada. No muchos sabían siquiera dónde estaba este sitio, ya que estaba escondido entre los incontables valles y colinas menores de las enormes montañas Murosierpe. Era un sitio sagrado para el kin pero no era uno que estuviese dedicado (al menos abiertamente) a Dhunia. Aquellos que lo protegían eran dhunianos fieles, pero sabían que las piedras que aquí yacían habían sido colocadas por aquellos que adoraban a la Sierpe. De unos tiempos en los que su destructor y salvaje padre había tenido más influencia que la Gran madre.
Las piedraskriels de aquí eran viejas, más viejas que cualesquiera en las que Madrak jamás hubiese posado la mirada antes, a pesar de la edad de algunas de las preservadas entre las aldeas más antiguas del Bosque del Espino. Hasta sus runas parecían extrañas, ya que alguna de ellas tenían formas y marcas que, o bien habían sido olvidadas, o habían sido evitadas deliberadamente. Cerca de la muralla exterior y rodeando la aldea estaban lo que quedaba de las viejas viviendas que una vez sirvieron a los kriels que vivieron aquí. Ahora, la mayoría de ellas eran solo montones de piedras, aunque algunas conservaban su forma a pesar de estar cubiertas de musgo y hiedras. Solo vio señales de vida en una cabaña pequeña adyacente al camino que recorría: el resplandor de un fuego y el humo que salía a través de un agujero de su techo. Parecía haber sido reconstruida y reparada, pero aún así parecía vieja y, sus muros, precarios.
El portal de esta cabaña crujió al abrirse, revelando a un anciano encorvado y lleno de arrugas. Por su aspecto, un antiguo portarunas. No parecía estar sorprendido por ver al cacique del Bosque del Espino. Le asintió con la cabeza en señal de saludo, como si Madrak hubiese llegado justo a tiempo. Lo más probable es que el anciano hubiese oído la pelea al otro lado de la muralla exterior y supiese exactamente lo que significaba.
- ¿Eres el guardián del kuar? - preguntó Madrak.
- Bienvenido, jefe Madrak Pielférrea. - La voz del anciano era grave y su tono era bajo. - Esperaba tu llegada. - No le ofreció su nombre, y Madrak sintió que su posición se había fundido con su identidad.
Que el aislado portarunas supiese el nombre de Madrak era sorprendente, aunque Madrak asumió que las noticias de sus esfuerzos por unificar a los kriels del Bosque del Espino habían llegado incluso aquí. Se tuvo que preguntar cuán a menudo alguien como él había llegado hasta este sitio. No podían haber sido muchos. Muy pocos sabían de este sitio y su reputación ominosa habría bastado para mantener a raya a la mayoría. Por sagrado que pudiese ser este suelo, se seguía evitando, y a aquellos que lo guardaban también se les rehuía por asociación. Respetados por la obligación que habían heredado, pero raramente bienvenidos. Sin embargo, Madrak tenía que creer que alguien debía haber venido ya antes buscando el hacha legendaria de Horfar Grimmr. Todos habían sido rechazados, cuando no expulsados.
- Si me conoces - dijo, - entonces sabes por qué estoy aquí.
- Has venido a por Rathrok, la Rompemundos. - La voz del anciano sonó cansada, como si hablar le restase fuerzas. - Aquellos que la pusieron aquí juraron que sería empuñada de nuevo. Su poder es oscuro y peligroso.
Tras una pausa respetuosa, Madrak frunció el ceño y dijo suavemente, aunque con firmeza:
- Lo que yo sé es algo diferente. Es un gran arma guardada hasta el momento en el que el kin se enfrentase a una destrucción que no pudiese evitar de ninguna otra manera. Ahí es donde está hoy mi gente.
- Puede que sea como tú dices, pero tu gente no es todo el kin. Las cosas aún no están tan mal como podrían.
Madrak negó con la cabeza.
- Solo pueden ir a peor. Están expulsando a mi gente de sus tierras. Pronto no habrá kin en el Bosque del Espino y las raíces de sus árboles se nutrirán con nuestra sangre. Ha llegado la hora de recuperar el hacha. He soñado con ella. He sentido el espíritu de mis ancestros en su interior. Las guerras humanas han destrozado el bosque y nos han vuelto vulnerables, y ahora los muertos se alzan para asaltarnos. Cada día quedamos menos para oponernos a ellos y sus números no hacen más que crecer.
Ahora era el turno de que el anciano negase con la cabeza.
- No sabes qué es aquello que buscas. No es un arma que te sirva durante algunas pocas batallas y luego descartes. Se adherirá a ti, a tu propia alma. Su maldición y su carga serán tuyas hasta que la muerte te tome. Date la vuelta y busca otra arma, otra solución.
El cacique del Bosque del Espino miró a lo que había detrás del anciano, en el centro de la antigua aldea en ruinas, donde se alzaba una gran plataforma elevada a pesar de que sus piedras también estuviesen derrumbándose. Debajo de esa vieja plataforma de duelos, donde los guerreros que reverenciaban a la Sierpe se habían desafiado a batallas sangrientas para resolver sus conflictos, yacía Rathrok. Casi podía sentirla, esperándole. Podía verla con el ojo de su mente, al igual que la había visto en sueños. Las runas de su hoja, el mango que ya podía sentir en su mano...
Cogió su hacha vieja de donde la llevaba colgada, a la espalda. Le había servido de sobra en la última pelea, y en muchas otras antes de esa. La sostuvo un momento, recordando su historia y la hora en la que se la habían dado. El anciano le miraba sin hacer comentarios y sin dar señales de miedo, con tan solo una mirada de resignación. Entonces, Madrak la tiró a un lado, dejando que repiquetease contra el suelo y las piedras que estaban al lado del camino. Había tenido la intención de dársela algún día a su hijo, pero necesitaban hacer sacrificios y sentía la necesidad de demostrar su resolución.
- No me daré la vuelta - dijo, levantando la cabeza para mirar al anciano a los ojos.
El guardián del kuar suspiró sonoramente.
- Ven aquí y muéstrame tu mente.
Madrak dudó, ya que la petición le cogió desprevenido. Utilizado a menudo para sellar acuerdos entre enemigos enconados o para formalizar alianzas, el Tohmaak Mahkeiri era un rito que no se empleaba con extraños. Se decía que los ancianos y los chamanes con voluntades fuertes eran capaces de usar el trance como arma, para forzar la sumisión en forma de duelo mental, pero no pensaba que este antiguo portarunas fuese alguien que emplease engaños tan turbios.
Dio un paso adelante. Los dos se enfrentaron, sus cabezas casi tocándose mientras se miraban a los ojos con fiereza. No podía haber indecisión en el Tohmaak Mahkheiri, ni tampoco engaños ni falsedades. La mente de Madrak se dirigió a los problemas por los que había pasado su gente, el derramamiento de sangre y la matanza, el sentimiento de dolor y pérdida al abandonar sus hogares, mientras enterraban al kith para que volviera con Dhunia. Los kriels se hicieron pedazos, y los supervivientes fueron asimilados dentro de otros para formar nuevas bandas desarrapadas unidas por el dolor. Entonces, los de Cryx salieron de debajo del suelo para asaltarlos otra vez y llevando con ellos nuevos horrores. Los bonejacks y los esclavos les envolvieron con sombras. Dejó que el anciano sintiera la resolución que había conseguido y la certeza de que su destino estaba vinculado a Rathrok.
A cambio, sintió el miedo y la reverencia que el anciano sentía por ese arma y por el legado de Horfar Grimmr, el gran jefe de la antigüedad que había luchado y muerto ante el rey-sacerdote humano Golivant. De alguna manera, aunque el anciano no había estado allí, vio y sintió los últimos momentos de Grimmr, muriendo entre terribles dolores mientras gritaba desafíos a los menitas. El portarunas llevaba tanto tiempo estudiando y viviendo las viejas leyendas que se habían vuelto reales en su mente, tan vívidas como sus propios recuerdos.
Al separarse y volver en sí, Madrak se quedó pensando en toda la rabia y oscuridad que había dentro del hacha que buscaba. No creía en la maldición. Esas cosas eran supersticiones, remanentes de miedos relacionados con conflictos antiguos y con épocas de sufrimiento casi olvidadas. Aún así, era difícil rechazar las sensaciones que había recibido del anciano mientras sus mentes estuvieron conectadas.
El guardián del kuar dijo:
- Siento tu entrega hacia tu gente y creo en la sinceridad de tu necesidad. No me interpondré en tu camino. Quizás sea la hora de Rathrok. Si es así, me aterra el futuro. Puedes entrar en el kuar, si es lo que debes hacer. - Lo dijo como si estuviera invitando a un miembro de su kith a su propio funeral.
Madrak inclinó profundamente su cabeza en señal de respeto y pasó rápidamente a su lado, sin sentir el alivio que debería tener al haber superado esta prueba. Tras el choque sangriento con los otros guardianes se había preparado para lo peor. Parecía que esta prueba había sido más mental que física y le había pasado factura.
Había un peso en este sitio (y en las palabras del portarunas) que no podía negar. Un olor repentino le golpeó, similar al aroma de antes de estallar una tormenta. Podía sentir la tensión eléctrica en el aire. Nunca antes había caminado sobre un suelo santificado del que estaba tan seguro que le era hostil. Era como si Dhunia y los rezos hacia ella no pudiesen existir aquí. Al mirar hacia arriba, al alto kuar, el cual parecía una pirámide escalonada, vio las formas de unas serpientes y de otras bestias inscritas en sus lados, arañándose y desgarrándose entre sí.
El camino que seguía se dirigía directamente hacia el borde de la plataforma de duelos, pero este kuar era diferente de los otros que había visto. Había una apertura estrecha en uno de sus lados, con escalones que bajaban a un espacio que se encontraba en su interior. Era un santuario, una bóveda... o una tumba.
Su humor introspectivo se rompió por un el estallido súbito de un trueno y un destello de luz brillante, ya que pensaba que había caído un rayo justo delante suya. Levantó la mano demasiado tarde para protegerse los ojos y, mientras parpadeaba con fuerza para quitarse las rayas blancas que cruzaban su campo de visión, vio a una figura con capa y capucha negras de pie delante de él. Instintivamente dirigió su mano hacia donde debería haber estado su hacha pero no encontró nada. En el instante en el que tardó en darse cuenta de ello, reconoció al humano que tenía delante, apoyándose en un bastón herrado.
- Omnipotente Ergonus - dijo Madrak con un tono de voz neutro y desconfiando.
Normalmente se habría sentido inclinado a dirigirse a esta persona con deferencia, como se tenía con hacer con Ergonus, ya que era uno de los tres miembros más poderosos de su enigmática orden. Madrak ya se había encontrado antes con él, pero solo durante unos instantes, y durante esos eventos se había sentido incómodo. En general, los tratos de Madrak con los druidas le habían hecho ser muy precavido, aunque había muchos otros kin que eran amigables con ellos y apreciaban que les prestasen su ayuda o su sabiduría. En particular, los kin de los Nudos parecían tenerles en alta estima pero, en el Bosque del Espino, le habían dado a Madrak pocas razones para darles la bienvenida.
- Jefe Madrak Pielférrea - respondió el druida del mismo modo. Hablaba molgur-tul bastante bien para ser un humano.
Ergonus se retiró su capucha para revelar sus rasgos arrugados y su pelo canoso, una cara que sugería una gran edad tal cual como los humanos la experimentaban. Madrak sabía que los druidas no sufrían los estragos del tiempo como los demás de su raza así que esto quería decir que era bastante viejo, aunque supuestamente no era el más anciano de los tres que dirigían su orden. Su apariencia era muy modesta: un hombre aparentemente frágil con las vestimentas negras que tantos druidas preferían, decorada en algunos lugares con adornos de bronce y con un bastón sencillo y sin nada especial, pero le rodeaba un aura de poder. La sensación de que estaba a punto de estallar de una tormenta había aumentado. La luz blanca de sus ojos no era natural, unos pequeños destellos relampagueantes chisporroteaban por su pelo y la piel de sus brazos parecía emitir un tenue brillo naranja, como si a través de sus venas fluyese lava en vez de sangre. Detrás de él, las piedras rectangulares que formaban el kuar vibraban y brillaban ante su presencia, como si se muriesen de ganas por cobrar vida y formar espontáneamente un wold.
Su presencia en este sitio parecía estar terriblemente fuera de lugar. Se había colado en este lugar sagrado sin haber pasado las pruebas que Madrak había hecho. Ser solo poderoso no era excusa para estar aquí sin haber sido invitado. Madrak dominó tu temperamento y dijo:
- Vienes en un mal momento. Podemos hablar más tarde, cuando haya completado mi tarea. Por favor, hazte a un lado.
- No es ninguna coincidencia - dijo Ergonus sin moverse. - Llevamos siglos vigilando este lugar. Antes de continuar tu camino, vengo a ofrecerte una alternativa. Nuestros intereses se alinean y podemos beneficiarnos mutuamente.
Los ojos de Madrak se estrecharon mientras consideraba estas palabras.
- Escucharé, pero habla claro y ve al grano. Si pensabas que me acobardaría por tu posición o por tu reputación estas equivocado.
El druida se irguió, una pequeña mueca en sus labios traicionando su indignación por no haberse dirigido a él con más deferencia. Madrak sabía que se la estaba jugando, pero su orgullo no le permitiría rebajarse. Aún así, si provocaba a Ergonus para que cometiera un acto violento, su muerte estaría asegurada. Madrak estaba desarmado, Jor y Bron estaban demasiado lejos como para convocarlos rápidamente o para extraer su fuerza, y su hechicería no era rival para la magia de un omnipotente.
- Estoy al tanto de los graves problemas que afectan a los kriels del Bosque del Espino - dijo Ergonus. - Y estoy aquí para ofrecerte una solución. Una que no requerirá tomar la Ruina de Grimmr.
- No estamos en posición de rechazar ninguna ayuda - dijo Madrak con precaución, - pero la última vez que hablé con tus esbirros del bosque dijeron ser incapaces de interceder. ¿Qué ha cambiado?
- Muchas cosas, pero una en particular. Una amenaza terrible y sin precedentes se ha alzado en el lejano norte, una que nos amenaza a todos y que, con el tiempo, eclipsará completamente a tus enemigos actuales. Estoy buscando aliados con los que poder eliminar a esta amenaza antes de que sus fuerzas lleguen al máximo. Si los guerreros que has reunido bajo tu bandera estuviesen dispuestos a unirse a esta causa podemos ayudarles a asegurar unos nuevos territorios en el bosque Cuna rocosa y sus alrededores. - El tono de Ergonus daba a entender que pensaba que sus términos eran demasiado generosos.
Madrak puso mala cara, notando que su temperamento volvía a amenazar con dominarle.
- ¿Así que nos cambiarías un enemigo por otro? ¿Una batalla terrible por entrar en una campaña más larga y dificultosa? ¿Qué interés tengo en el Cuna rocosa? Allí hay kins del norte, muchos, con sus propios kriels. Dime, ¿cómo me ayudará todo esto a reclamar nuestro legítimo lugar en el Bosque del Espino, en nuestras tierras ancestrales?
El temperamento de Ergonus se encendió y habló con brusquedad.
- El Bosque del Espino está condenado. Allí no hay nada que salve a tus aldeas. Debes mirar por el bien de tu gente. De todos ellos. Los kins del Cuna rocosa, de los Nudos y, sí, de aquellos que pronto serán expulsados del Bosque del Espino, como tú mismo. Todos se enfrentan a la destrucción definitiva si nuestro enemigo auténtico obtiene lo que busca.
- ¿Y quién es este enemigo auténtico? Me canso de tus misterios.
Los ojos del druida brillaron.
- Es un dragón, uno como el mundo nunca había visto antes ya que está descarnado y, su mente, dividida. Su infección le da poder, y crea una plétora de engendros que se reúnen constituyendo un ejército de incontables guerreros y armas vivientes. Si se le deja continuar con sus planes, este dragón lo consumirá todo, escenificando una matanza y un horror que serían la envidia de la Sierpe Devoradora.
- Ya hemos combatido a los ejércitos del Padre dragón - respondió Madrak. - ¿Y aún así nos tirarías otro dragón encima? No. No puedo aceptar esta oferta. Nos ofreces unas tierras en otro lugar que no son tuyas para darlas. Ya tengo a un aliado que nos dará un lugar donde refugiarnos cuando lo necesitemos.
Al decir esto pensaba en el rey Leto, su hermano de sangre adoptado, al que había considerado recurrir si Rathrok no era suficiente para cambiar las tornas.
- Mi orden y tu kin llevan mucho tiempo siendo amigos y aliados - insistió Ergonus. - Esta es una extensión de mi amistad. Volvamos a luchar juntos. Los demás caciques verían tu ejemplo y lo seguirán. La batallas serán difíciles pero, juntos, podemos prevalecer.
Madrak lo desechó.
- No serviremos como tu carne de cañón. Sé muy bien cuántas veces ha pasado anteriormente. Estamos en medio de una lucha terrible. Habría dado gustosamente la bienvenida a tu ayuda pero, como siempre parece ser, no ofreces amistad. Los amigos no ponen condiciones que les favorezcan ni negocian con promesas futuras que no pueden cumplir. No. Tu lucha no es la nuestra.
Ergonus se le quedó mirando unos momentos con la ira brillando en sus ojos. Entonces dijo:
- No todos los kins piensan como tú. Algunos aceptarán nuestra amistad. Gustosamente, es más.
- Entonces ve con ellos - dijo Madrak. - Hazte a un lado.
Por unos instantes, pensó que el omnipotente invocaría el relámpago y el torrente sobre él. Sintió su corazón latir con fuerza cuando el trueno volvió a sonar pero, tras pestañear, el druida se había ido. La apertura oscura que conducía a Rathrok, la Rompemundos, le esperaba. Antes de perder su resolución se dirigió hacia las sombras, donde esperaba el hacha que tiempo atrás le había sido ofrecida a Horfar Grimmr por la Vieja bruja.
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REPERCUSIONES: SEMBRANDO LA TRAICIÓNCuando el omnipotente Ergonus fue rechazado por Madrak Pielférrea tramó inmediatamente un plan para reemplazarle. Esta era una táctica típica del Círculo Orboros, que había visto alzarse y caer a incontables grandes jefes en los muchos kriels de los trollkins. Aquellos con los que los druidas podían trabajar prosperaron, mientras que aquellos que disentían se veían inevitablemente debilitados y traicionados. Para la mayoría de los druidas de alto rango, importaba poco quién dirigía una aldea de tharns, trollkins, puercos o cualquier otro pueblo asalvajado, a los que veían como carne de cañón conveniente.En este caso, se podría decir que Ergonus subestimó enormemente lo que representaba Madrak Pielférrea, ya que la alianza que había empezado a formarse sería algo nuevo para los trollkins y no tenía precedentes desde los días de los molgurs. Y aunque Ergonus todavía encontraría a algunos receptivos a sus sobornos y persuasiones, incluso entre aquellos muy cercanos a Madrak, crearía sin saberlo un ejército mayor aún. El error más grande del Omnipotente sería juzgar mal la mente de un trollkin en particular: el Gran chaman de los Nudos, Hoarluk Forjadestinos.
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