La fundación del Círculo Orboros
Los trollkins no fueron los únicos en experimentar un despertar místico tras el colapso de los molgurs. La organización conocida como el Círculo Orboros se creó poco después de las cruzadas menitas, alzándose de las cenizas de los molgurs. La fundación de esta organización está envuelta en el misterio. Se cree que sus primeros miembros eran un grupo de místicos y chamanes humanos antinaturalmente longevos que habían desarrollado una fuerte comprensión empática de la Sierpe devoradora.Los túnicas negras del Círculo Orboros, como han acabado siendo conocidos, fueron los primeros en estudiar metódicamente el poder primordial de la Sierpe para llegar a entenderlo. Se centraron en fenómenos poco comprendidos de los que solo se hablaba en susurros desde el comienzo de la humanidad, mediante los cuales algunos jóvenes habían nacido diferentes al resto y tenían una conexión con los animales salvajes, así como la habilidad de controlar los elementos en su estado más puro, ya fuesen los vientos tormentosos, la lluvia o el relámpago. Estos jóvenes atravesaron una etapa de locura en sus primeros años, confundidos por sensaciones inusuales y extraños poderes. A esto se le llamó el "asalvajamiento" y representaba una conexión directa con Orboros, una entidad que los druidas describían como el conjunto de Dhunia, la Sierpe y, también, el poder del mundo natural.
De entre las tribus humanas de las tierras salvajes, se creía que los niños que superaban el asalvajamiento estaban bendecidos y se convertían en chamanes de la Sierpe, resultando ser líderes espirituales muy capaces. En la civilización, al contrario, se pensaba que estos niños estaban tocados por la oscuridad. A veces, en las comunidades menitas más estrictas, eran asesinados con la intención de salvarles de sí mismos. Los túnicas negras convirtieron en una prioridad encontrar y recoger a aquellos nacidos con este talento para enseñarles a dominar sus poderes.
Los túnicas negras también veían la ascensión de la civilización menita como un peligro cosmológico, uno que llegaría a amenazar al mundo. Pensaban que todas las grandes batallas de la historia, desde la fundación de los primeros asentamientos menitas hasta la caída de los molgurs, no eran más que un reflejo de los conflictos entre la Sierpe devoradora y Menoth. Por lo que al Círculo Orboros respectaba, a ninguno de esos dioses se les debía permitir ganar la guerra. La victoria de cualquiera de ellos tendría consecuencias terribles para Caen. El mundo solo perduraría mientras estas dos divinidades estuviesen trabadas en una pelea sin fin.
La dispersión de los molgurs había inclinado la balanza a favor de Menoth. Los túnicas negras predijeron que, durante los siguientes siglos, las tierras salvajes serían sustituidas por ciudades, carreteras e industrias de los hombres. La propagación de la civilización sería algo parecido a un tumor canceroso extendiéndose por todo el cuerpo de Orboros. Si Orboros se debilitase demasiado, provocaría que la Sierpe devoradora abandonase su enfrentamiento con Menoth y volviese a Caen en mitad de un frenesí de destrucción. La humanidad sería devastada junto con todas las demás razas inteligentes. El Círculo Orboros se oponía a ese destino inevitable, dedicándose a limitar el levantamiento de ciudades y la extensión de la civilización para retrasar un apocalipsis el cual, los menitas, con su fanatismo ignorante, están demasiado deseosos de acelerar.
En el proceso, estos místicos trabajaron para dominar el poder sobre las fuerzas naturales accediendo a las líneas ley situadas bajo la superficie del mundo. Aprendieron a controlar ciertas razas de bestias salvajes y a construir guardianes con madera y piedra. Intentaron entender e influenciar a varios pueblos de las tierras salvajes, empléandolos como una red de información y, a veces, como peones involuntarios en sus planes de gran alcance. Vistos como profetas y sabios, los túnicas negras se volvieron igual de respetados que temidos en las tierras más salvajes.
Los pueblos tribales que continuaban adorando a la Sierpe devoradora veían a los túnicas negras como grandes chamanes y,a menudo, formaron alianzas con ellos. El Círculo Orboros fomentó sus relaciones con estos pueblos, llegando incluso a tomar prestados robustos guerreros para aumentar sus fuerzas. Un grupo entregado de estos guerreros evolucionó en los Lobos de Orboros, una sociedad secreta con miembros provenientes de cientos de aldeas y ciudades dispersas.
La expansión de las Mil ciudades
Tras haber dispersado a las hordas bárbaras que se encontraban a sus puertas, la humanidad se extendió y se multiplicó, erigiendo ciudades fortificadas y aldeas amuralladas por las mejores tierras del oeste de Immoren: en las desembocaduras de los ríos y allí dónde existiese suficiente tierra fértil para cultivar. Este periodo también fue testigo de cómo algunos miembros de las razas salvajes abandonaban sus tradiciones para unirse a los humanos. Muchos trollkins, gobbers y ogruns se mudaron a las ciudades buscando ganarse en paz su sustento. Aunque a estos individuos no se les daba la bienvenida como a iguales, se les permitía contribuir y construir sus hogares.Los túnicas negras del recién creado Círculo Orboros encontraron los primeros siglos de esta nueva era de su agrado, a pesar de la difusión de las fortalezas y las ciudades. Al principio, sus esfuerzos para frustrar el avance de la civilización de los humanos parecían dar frutos. Con la intención de mantener dividida a la humanidad, manipularon a una multitud de principillos y tiranos para que entrasen en guerras destructivas, previniendo la unidad y el riesgo de que se convocasen nuevas cruzadas.
La división entre las tierras bajo el mando del hombre y los lugares salvajes que la humanidad temía se amplió. La mayoría de las montañas más imponentes, los bosques impenetrables y los extensos pantanos seguían en poder de los pueblos salvajes, quienes se habían recuperado de las cruzadas menitas, aunque sus números aumentaban mucho más despacio que los de los habitantes de las ciudades. No podían enfrentarse en sus propios términos al poderío militar de las ciudades-estado en auge, pero si se les perseguía podían esconderse en sus territorios nativos y matar a los que les seguían.
Los primeros siglos de esta era fueron testigo del declive de una civilización que antaño fue grande, aunque el Círculo Orboros no podía atribuirse todo el mérito. El reino negro de Morrdh se fundó durante un cisma entre aquellos que les habían dado la espalda a las leyes de Menoth. Se rumoreaba que sus lores poseían poderes terribles e insondables, incluyendo la habilidad de hacer que los cadáveres se levantasen y tomasen las armas para combatir a los vivos. A sus ejércitos se les sumaban bestias dracónicas que servían en la guerra a los generales de Morrdh. Antes de su caída total, el reino se derrumbó desde el interior, roto por luchas internas que lo dejaron débil y gobernado por locos con comportamientos hostiles con sus vecinos. Los lores de Morrdh condujeron a su reino a la destrucción final a manos de sus rivales, lo cual fue visto como un triunfo del bien sobre un mal antiguo que llevaba plagando la tierra miles de años.
La caída de Morrdh fue una bendición para los pueblos salvajes que moraban en las lindes del bosque del Espino, y les permitió reclamar ese arbolado ancestral. Kriels de trollkins, tribus de tharns y cónclaves de hombres caimán se movilizaron para hacerse con territorios que les habían sido negados por esos ejércitos oscuros. Con la ayuda de los túnicas negras y su dominio de la tierra, las ruinas de Morrdh se hundieron bajo el pantano y fueron olvidadas.
Uno de los eventos más históricos de esta era apenas resonó en las tierras salvajes: la Ascensión de los Gemelos, Morrow y Thamar, los primeros dioses en ascender de entre los nacidos mortales. Esta era fue testigo del desarrollo de las fes de estos dioses, cuyas enseñanzas y filosofías fueron clave para transformar a la civilización. Al principio, el Círculo Orboros vio con buenos ojos el ascenso de los Gemelos, ya que rompía el largo dominio de los menitas. Sin embargo, con el paso del tiempo, los túnicas negras se dieron cuenta de lo mucho que las enseñanzas de Morrow y Thamar fortalecerían la civilización humana e incrementaban su división con lo salvaje.
La propagación del pensamiento intelectual promovido por estas nuevas fes dio pie a formas de gobierno inéditas y a avances en matemáticas, ingeniería y ciencias naturales. Esto permitió a la humanidad ahondar en lo más profundo de las montañas y los bosques, a domar paisajes que anteriormente se habían declarado inhabitables y a construir ciudades más grandes y complejas. Estas ciudades requerían de más granjas para alimentar a sus poblaciones; se talaron bosques, se drenaron pantanos y la tierra se preparó para ser cultivada. La demanda de menas de metal, en particular de hierro, dio pie a la apertura de un número incontable de minas. En todos los casos, expulsaron a las pequeñas tribus de jabatos, trogs de la ciénaga, hombres caimán y trollkins.
A pesar de los esfuerzos de los túnicas negras, empezaron a emerger naciones y reinos más fuertes, consolidando las Mil ciudades. Estas incluían a Caspia, la sucesora de la antigua Calacia, uno de los mayores poderes del sudeste, a Midar, Tordor y Ryn por el centro de Immoren occidental, y a Turia en la costa oeste. En el norte se encontraba el Imperio khárdico, que acabaría absorbiendo a Umbrey, Kos y Skirov.
A salvo tras los muros de sus ciudades, la humanidad desarrolló cada vez más competencias en las ciencias y la tecnología. Una cantidad incontable de avances les impulsaron a avanzar a buen ritmo. Cada nueva máquina o descubrimiento servía para ayudarles a extender cada vez más la influencia de sus reinos por el interior de las tierras salvajes. Durante un tiempo parecía que la humanidad reclamaría todo Immoren occidental, expulsando a los pueblos salvajes.
Y entonces llegaron los orgoths.
La era de los orgoths
Los orgoths eran un pueblo salvaje y brutal que llegó desde el otro lado del Meredius a bordo de enormes barcos negros. Atacaron las costas de Immoren con miles de efectivos, y esclavizaron los reinos y sus ciudades. Tras dos siglos de conquistas, dominaron todos los reinos humanos del continente. Los orgoths eran absolutamente despiadados y cometían atrocidades que habrían hecho llorar hasta a los molgurs. Ofrecían la sangre y las almas de los muertos a sus dioses infernales y, con su poderosa magia, desintegraban a sus enemigos con siniestros fuegos verdes y alzaban a los muertos para que luchasen por ellos.Los sacerdotes humanos parecían estar completamente indefensos contra estos invasores. El fuego menita chisporroteaba y se extinguía ante el embate de los orgoths que blandían espadas negras, las cuales aullaban con sus propias voces enloquecidas. Para muchos immoreses era como si los dioses se hubiesen olvidado de ellos. La fe en Menoth disminuyó considerablemente durante esta época. Su clero, que durante mucho tiempo había representado la autoridad y el liderazgo, fue obligado a postrarse en señal de rendición.
Al principio, las razas salvajes disfrutaron viendo la caída de los reinos humanos, pero estas celebraciones duraron poco. Pronto quedó patente que los invasores representaban un peligro aún mayor: tras conquistar las naciones humanas, los orgoths resultaron estar interesados en los lugares sagrados de las tierras salvajes y quisieron arrebatar el control a aquellos que los protegían. Los orgoths se sentían particularmente fascinados por los sitios donde se realizaban sacrificios de sangre para apaciguar a la Sierpe devoradora. Los lugares sagrados del Círculo Orboros no eran mucho más seguros: tomaron emplazamientos como Piedra nueve y los usaron para perpetrar carnicerías masivas rituales. En las décadas posteriores a que la civilización se rindiese a los orgoths, muchas batallas sangrientas tuvieron lugar en las montañas y los bosques, ya que los invasores le habían echado el ojo a las tierras indómitas. Solo las zonas salvajes más profundas y remotas estaban a salvo de los tiranos.
A lo largo de cuatro siglos, Immoren sufrió una edad oscura en la que los orgoths saqueaban sus recursos, erigían ciudadelas e imponían obediencia a una población esclavizada. Mediante ingeniosas torturas y tormentos, eliminaron toda voluntad de resistir y dominaron el continente casi por completo. Los orgoths despejaron la tierra para hacer sitio a sus ciudades de piedra negra y acumularon sacrificios para las entidades malsanas a las que servían. Estas penurias acabaron con muchos, pero forjaron la fuerza de los supervivientes. Muchas de las tecnologías de las que depende la civilización humana en la edad actual son resultado directo del progreso alcanzado durante esta época.
La Rebelión consiguiente abarcó dos siglos de conflictos brutales. Cada vez que los rebeldes ganaban una pequeña victoria, los orgoths les masacraban, pero los supervivientes se dispersaban y se escondían para rehacer sus planes. La Rebelión supuso un crisol para la gente de Immoren occidental, acabando con toda la delicadeza y la amabilidad para crear guerreros tan duros, amargados y determinados como jamás se habían visto antes. Aunque la vida diaria de aquellos que moraban en los márgenes remotos no se veía muy afectada por estos eventos, la Rebelión fue una experiencia transformadora para las naciones que se alzarían como resultado de los orgoths. Aprendieron por la fuerza una nueva forma de hacer la guerra, con una fusión de magia y máquinas que aún sigue siendo su mejor arma.
De acuerdo a los immoreses, fueron los Gemelos quienes les armaron con las herramientas necesarias para combatir a sus opresores. Al evento detonante le llamaron "el Regalo de la magia", gracias al cual emergieron espontáneamente talentos arcanos entre toda la población esclavizada. Atribuyen este regalo a Thamar, pero dicen que también Morrow formó parte, permitiendo que su gemela oscura cambiara el destino de la humanidad. La magia era un arma por sí misma, pero lo que realmente les armó fueron las ingeniosas formas en las que la humanidad descubriría cómo aprovechar esa ventaja.
Aunque los pueblos salvajes conocían muchas tradiciones místicas (desde los chamanes de la Devoradora de los molgurs hasta los hablabrumas de los trogs de la ciénaga), los pueblos de Menoth siempre habían rehuido de las artes místicas, permitiendo únicamente aquellos milagros evocados por los sacerdotes del dios. Solo las prácticas nigrománticas de Morrdh habían estado cerca de convertirse en una auténtica tradición arcana entre los humanos civilizados de Immoren occidental.
Al terminar la Rebelión, los immoreses habían aprendido a dominar el poder arcano y a combinar el ingenio y la invención para originar la mecánika, una fusión de magia y ciencia. Crearon armas poderosas como nunca antes se habían visto: polvo explosivo alquímico (el cual dio lugar a las armas de fuego), magos y hechiceros de batalla que, con el tiempo, se convertirían en warcasters, y los grandes autómatas mecánikos llamados colosales: máquinas equipadas con armas formidables y poseedoras de mentes artificiales. Con los orgoths expulsados al fin, los líderes supervivientes de la Rebelión firmaron los Tratados de Corvis. Este documento estableció las fronteras de las naciones llamadas los Reinos de Hierro.
Los hombres que vivieron para ver ese día pensaron que habían entrado en una era que acabaría con los conflictos, la discordia y las conquistas sangrientas. Estas esperanzas tan cándidas eran comprensibles, ya que coincidían con el final de un periodo muy oscuro y, quizás, lo más piadoso fue que la mayoría de aquellos que las tenían fuesen enterrados antes de que pudiesen ver lo poco que habían cambiado en realidad. Al perder el compañerismo nacido de enfrentarse a un enemigo común, los Reinos de Hierro volvieron rápidamente a su estado conflictivo natural. Puede que esta condición fuese inherente a la vida. De hecho, se podría decir que continúa siendo el conflicto interminable entre Dhunia y la Sierpe, que ha tomado una variedad infinita de formas. Sea cual sea la causa, la paz siempre ha sido transitoria: un aplazamiento en el que las naciones civilizadas se lamen sus heridas y afilan sus espadas antes de volver a lanzarse al combate con un ávido abandono.
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