miércoles, 18 de septiembre de 2019

TRONOS Y SOBERANOS

La emperatriz Ayn Vanar estaba sentada en su trono, dentro de la gran sala de audiencias del Palacio Stasikov, la cual estaba, al menos durante unos minutos, vacía de mensajeros, nobles menores y peticionarios. Solo estaban presentes su guardia personal y el gran visir, este último cerca de ella.


Se giró hacia él y le dijo: - convénceme de que la súbita conformidad de la princesa de Gorzytska no debería levantar mis sospechas.

Simonyev Blaustavya soltó un sonoro suspiro. Al hombre más influyente de Khador ya se le notaban los años en la postura y en las arrugas de su cara, aunque más bien enfatizaban su seriedad y su dignidad.

Dijo: - quizás debería tomar como una señal positiva que la señora de Hellspass se haya dignado a atender a sus demandas, Su Majestad.

- Quizás, - dijo la Emperatriz torciendo el gesto. Ajustó su postura para sentarse más rígida en el trono e hizo un gesto a los asistentes del otro lado de la sala. Las enormes puertas dobles se abrieron silenciosamente y un séquito impresionante las atravesó, pasando por encima del suelo de mármol en cuya piedra había sido incrustado el yunque de Khador.

- Regna Gravnoy, gran princesa de Gorzytska Volozk, - anunció su heraldo con voz resonante, ofreciendo una profunda reverencia a la soberana menor al pasar por delante suya.

La gobernadora del territorio situado más al noreste de todo Khador era una visión impresionante: su vestido blanco ondulante recordaba a la "Reina del Invierno", como a veces sus súbditos se referían a ella. Era bastante diferente al atuendo más marcial que llevaba la última vez que visitó Korsk. También llevaba una corona: una transgresión deliberada, ya que era raro que los grandes príncipes y princesas conservasen adornos como ese cuando presentaban sus respetos a la emperatriz. Sin embargo, los líderes de las regiones más lejanas eran orgullosos y disfrutaban de su independencia. Ayn Vanar no habría esperado menos de Regna. Entre aquellos que la acompañaban se encontraban varios nobles subordinados de posiciones más modestas, sus consejeros y una pequeña guardia de honor, aunque sus armas se habían quedado fuera de la sala.

Regna se inclinó profundamente con su vestido extendido detrás de ella, y se irguió cuando se lo pidieron. Dijo: - emperatriz, estoy aquí debido a su petición. Espero ofrecerle cualquier servicio que requiera.

La emperatriz y el gran visir se miraron brevemente. - Tu obediencia es apreciada. Te aseguro que no te requeriré durante mucho tiempo. Sé de tu reticencia a dejar tus tierras, o a tu pueblo.

La gran princesa inclinó la cabeza. - Estoy decepcionada por no ver a su prometido aquí. Deseaba presentar mis respetos a Vladimir.

- Estoy seguro de que habría apreciado la oportunidad, - dijo Ayn con mucho tacto. - Está atendiendo unos asuntos militares lejos de la capital.

- Por supuesto. Debería haber imaginado que pasa más tiempo fuera que aquí. - Dijo esto con un tono simpático que consiguió sonar solo ligeramente burlón.

- De lo contrario, seguro que estaría con nosotros, - respondió la emperatriz con una sonrisa. - Pero vayamos al grano. Una de las razones por las que te he convocado es porque he oído algunos rumores perturbadores. Pensé que debía darte la oportunidad de exponértelos en persona.

- ¿Rumores? Qué desagradable. - La expresión de Regna no cambió. - Aprecio que me haya dado la oportunidad de corregir cualquier desaire. ¿Seguro que no nos estamos rebajando a unos meros cotilleos inanes?

- Los cotilleos no me interesan, pero esto es algo bastante diferente y proveniente de fuentes más fiables. - La emperatriz lanzó una mirada notable al gran visir, quien controlaba el vasto sistema de inteligencia del imperio.

El gran visir Blaustavya aprovechó la entrada que le habían brindado. En un tono que era casi de disculpa, dijo: - ha habido un gran número de desapariciones en su región. Estas incluyen a varios hijos e hijas notables de familias importantes. También a unos cuantos de más baja cuna, aunque no menos preocupantes. Además, hemos perdido a varios recaudadores de impuestos. Si juntamos todo, esto amenaza con la entrega de su volozk. Tengo informes de otras anomalías hechos por las secciones cuatro, cinco, siete y ocho del Ministerio, a un nivel que encuentro inquietante.

Se refería a las ramas del gobierno encargadas de las reservas vitales, como el carbón, la comida o el agua, así como aquellas que se encargaban de los impuestos, las prisiones y el censo que determinaba los reclutamientos del ejército.

- ¿Y de la sección tres no? - preguntó la princesa con una ceja levantada, refiriéndose a los espías más activos del gran visir.

- También están preocupados, - admitió Simonyev.

- Bueno, está claro que todo esto es muy alarmante, - dijo Regna, aunque su tono y su conducta no transcribían ni sorpresa ni preocupación. - No podemos permitir que los recaudadores de impuestos desaparezcan. No quiero tener sobre mi conciencia una posible bancarrota del tesoro real.

- Eso está lejos de ocurrir, - dijo Ayn con un poco de brusquedad. - La desaparición de ciudadanos es más preocupante. Especialmente ya que parece estar extendiéndose, incluso hasta tus prisiones. Da a entender que es un problema sistémico.

- Gorzytska es una región peligrosa, - dijo Regna, extendiendo las manos, - con muchos riesgos. Tenemos clanes de ogruns operando desde lo alto de las colinas que rodean Hellspass. No culpo a Rhul, ya que estos clanes apenas están bajo control. Hemos tenido una mala racha de infortunios improbables: nyss infectados, incursiones cryxianas, y más. Hemos informado de todas ellas al gran visir. Por lo que respecta a las prisiones, admitiré que las nuestras son rigurosas. Quizás nuestro programa de trabajos forzados sea culpable de cometer algunos excesos.

Blaustavya dijo: - incluso considerando todos estos factores...

Regna levantó una mano y negó con la cabeza. - No, tiene razón.

Ofreció una genuflexión y, tras una larga pausa, dijo: - perdone mis excusas, Su Majestad. Ha atraído a mi atención un número alarmante de discrepancias. Estoy agradecida. Le prometo hablar con mi personal e investigar estos asuntos para su inmediata resolución.

Fue una capitulación rauda y la emperatriz pareció tomársela con filosofía. Su conversación continuó, pasando a temas más generales y menos acusatorios, incluyendo sus necesidades de reclutamiento, que habían aumentado. La gran princesa Regna respondió a todas las preguntas que se le presentaron, mostrando una humildad y una aquiescencia mayores de lo que era habitual en ella. Al final, la emperatriz y el gran visir le permitieron salir tras preguntar a su estimada visitante si estaría dispuesta a unirse a un festín en su honor. Regna lo rechazó educadamente, insistiendo en que debería volver sin dilación para atender la investigación requerida.

Una vez que la princesa se hubo ido, Blaustavya se giró a la emperatriz dijo: - ha salido bien, ¿no?

Su expresión adusta daba a entender lo contrario.

- Está claro que algo pasa, - respondió Ayn. - Antes de hablar con ella, había querido creer la posibilidad de que estos asuntos podrían estar pasando sin que supiera nada. Pero ya no. Pon a tus mejores hombres en esto. Me gustaría tener testigos directos de esta supuesta docilidad. Remueve el cielo y la tierra.

- De inmediato, Su Majestad, - dijo Blaustavya, sonriendo aprobador.

******

El ser al que se le llamaba Agathon, la Voz en la Oscuridad, y muchos otros nombres, pensaba profundamente sentado en su trono extraterreno, considerando que el amanecer de la gran invasión estaba casi a punto. Con el ojo de su mente, observaba las hebras de un telar de energía vasto y tejido de manera intrincada que conectaba a todos aquellos que le habían prometido sus almas y estaban vinculadas a él. Estas se extendían atravesando múltiples mundos y realidades, aunque las más vibrantes y numerosas convergían sobre Caen. Desde aquí, en lo más profundo de su fortaleza construida a partir de la esencia de los pensamientos y sueños del Abismo Exterior, Agathon podía extender su voluntad hasta dónde le placía. Alcanzar Caen era difícil y requería un gasto considerable de energía, incluyendo la suya propia, pero se ayudaba utilizando un amplio reservorio de almas.


La torre de la fortaleza se alzaba como un peñasco prominente y negro sobre un paisaje lúgubre y baldío de tierra seca y remolinos de polvo y arena. Sus muros oscuros latían desde dentro y eran cálidos al tacto, como si fueran carne viviente. Líneas de inscripciones de un color rojo vivo que recorrían la superficie de estos muros emitían luz a intervalos irregulares. La propia torre era una extensión de la mente de Agathon: sus pensamientos manifiestos y tangibles en medio del Abismo barrido por el viento. Con apenas esfuerzo, Agathon podía ver y oír cualquier cosa que pasase dentro de sus salones, de la misma manera que un mortal podría rememorar recuerdos importantes. Sus muchas bibliotecas y bóvedas eran bien conocidas para la Voz en la Oscuridad, todas ellas llenas de pergaminos y tomos de contratos que llevaban la cuenta de la riqueza espiritual que había acumulado a lo largo de los eones. Siervos menores caminaban por esos corredores realizando recados para su amo, temerosos de atraer la ira de Agathon.

Las puertas exteriores se abrieron para permitir la entrada de un conservador menor enviado por la Tejedora de Sombras. Agathon le guió a través de los pisos y escaleras mediante pulsos de oscuridad, hasta que llegó pronunciando alabanzas hacia el gran maestro y humillándose a sí mismo. Aunque se adhirió al protocolo de bienvenida apropiado, esta visita no tardó mucho tiempo en pasar a hablar de manera más exigente, enunciando las palabras directamente desde su mente hasta la del otro.

- Gran Agathon, soy Helisor, y he venido para suplicarle que responda a las preguntas de Zaateroth, ya que su curiosidad debe ser saciada. Déjela insatisfecha bajo su propio riesgo.

Agathon no ocultó su irritación. - ¿Qué preguntas? Hay muchas tareas que necesitan de mi atención. No tengo tiempo para sufrir distracciones. Zaateroth podía haberme presentado respeto asistiendo en persona.

- Mis disculpas, Creador de Pactos. La Tejedora también tiene tareas propias que atender y, por lo tanto, me envió a mi en su lugar a pesar de mi indignidad. - El conservador hizo un gesto equiparable a una profunda genuflexión.

- Muy bien, - dijo Agathon. - Habla sin más demora.

Helisor dijo: - he venido a preguntarle sobre ciertas omisiones en nuestras cuentas. Estoy aquí en mi papel como Ejecutor de Deudas de mi maestra. Hay una cantidad importante de almas prometidas por usted a mi maestra que no han sido intercambiadas apropiadamente. Estoy seguro de que esto ha sido involuntario, pero parece que ha habido ciertos errores en la contabilidad que le favorecen en nuestro detrimento. Permitidme que los enumere.

No era raro que en el flujo del comercio regular entre infernales del más alto rango hubiese disputas como esta. En medio de estos detalles tediosos, el equilibrio de poderes podía cambiar de un bando al otro. Este ir y venir, aunque no era insignificante, no le placía a Agathon. Carecía por completo de la emoción de la caza, de tentar a los mortales para que entrasen en contratos intrincadamente ideados para sellar su eventual ruina. Agathon permitió que Helisor continuase hablando. Una parte de su mente echó cuenta de los agravios listados creando columnas de números imaginados, pero la mayor parte de su concentración estaba en otro sitio.

Se produjo una ondulación en uno de los muros de su mente, una disonancia similar al sonido emitido por un gong al ser golpeado. Agathon era como una araña que tocaba todos los hilos de una red que se había movido porque una mosca se había chocado contra ella. Entre todas esas largas hebras de energía que conectaban su mente con las de incontables otros, una de ellas había temblado y vibrado. Esto quería decir que una de las figuras más importantes de sus planes vigentes estaba en peligro.

Agathon extendió su voluntad en esa dirección, estirando su mente a través de la división infinita que separaba una realidad de la siguiente, y observó en Caen la charla entre la Reina Blanca y la emperatriz de Khador dentro del palacio khadorano. Era un lugar que no podía penetrar con facilidad, pero vio como Regna Gravnoy partía hacia Korsk a toda prisa junto con su escolta armada. Su cara irradiaba orgullo, arrogancia y soberbia, pero no sabía hacia dónde se dirigían. La gran princesa era una pieza vital del tablero, colocada por la mismísima Zaateroth. Una pieza que ahora estaba en peligro de ser eliminada.

- Un momento, Helisor, - dijo Agathon al conservador. - Me ocuparé de tus reclamaciones, pero hay un problema más importante al que debo atender. Te convocaré en cuanto pueda.

- Pero...

Agathon hizo un gesto con una mano dejando una pequeña nube de humo atrás y Helisor se desvaneció, enviado lejos de la fortaleza y también del domicilio de su maestra. Agathon silenció e ignoró las estridentes quejas del conservador, quien, a la distancia, quería que le trajese de vuelta.

******

La gran princesa Gravnoy y aquellos que estaban con ella habían cabalgado todo lo que habían podido durante la noche, pero sus caballos ya echaban espuma por la boca y estaba claro que debían descansar. Tras evitar todas las ciudades y aldeas más pequeñas por las que habían pasado había decidido que prefería acampar bajo las estrellas, evitando el contacto con la población local. Sus sirvientes y sus soldados levantaron las tiendas formando un círculo perfecto alrededor de una hoguera y colocaron centinelas por todo el perímetro. Pasó revista con el capitán Osokin, el líder de su escolta, y, luego, se retiró a su tienda.

No estaba sola, ya que varias figuras vestidas con túnicas le esperaban arrodilladas, con la cabeza inclinada, y con una serie de velas negras encendidas y colocadas cuidadosamente entre ellas. Todos los mensajeros y los nobles que había traído con ella eran miembros dedicados de su culto, que temían por su futuro si descuidaban sus obligaciones religiosas. Habiendo cambiado antes su vestido blanco por un atuendo de montar más práctico, Regna aceptó la túnica negra que le ofrecía uno de los suplicantes. Encendió un poco de incienso, y permitió que su esencia poco habitual y acre llenase la tienda mientras rezaba a sus amos oscuros.


Los otros entonaron un coro solemne tras sus palabras. Combinado con la luz parpadeante y el soporífero incienso, Regna podía notar que su mente entraba en un estado similar al trance. Era un ritual simple, pero que reforzaba los juramentos por los que los demás se entregaban a ella y a su causa, sirviendo a las entidades superiores que habitaban más allá de Caen. En otras ocasiones podría haber otros ritos más oscuros, como ofrendas de sangre y de vida, con la intención de aportar a la vasta deuda no cumplida de almas prometidas. No se arriesgó ahora a ello, no mientras estuviesen en camino y lejos de la seguridad de su tierra. Estaban demasiado cerca de Korsk y de aquellos que la capturarían y la interrogarían por tales blasfemias. Cuando este rito menor terminó estuvo lista para permitir a los demás marcharse y dormir: se levantarían temprano para continuar con su viaje.

Pero, entonces, en mitad de un remolino de humo, se manifestó algo. Ragna sintió un cosquilleo por toda su piel y oyó un susurro sibilante. Los vapores del incienso se retorcieron y se movieron de forma antinatural, formando en sus huecos una cara pálida con ojos rojos llameantes que la miraban directamente. Respiró hondo y esperó con ansia sus palabras, mientras que hacía gestos a los demás para que mantuvieran la cabeza inclinada y siguieran recitando.

La voz que oyó solo estaba en su cabeza, y le llegaba con una claridad potente que siempre resultaba sorprendente, aunque ya la había experimentado muchas veces.

- Regna, Discípula de Nabezeth, Elegida de la Tejedora. Te siguen agentes de tu emperatriz. No pueden descubrir tus auténticas lealtades. Aún no. Te los revelaré.

- Si los eliminamos, la emperatriz sabrá la causa, - respondió Regna.

- Haz lo que te muestro y todo será como debe ser.

******

Regna seguía vestida con su túnica negra cuando le indicó al capitán Osokin para que se uniera a ella, y salieron en silencio y con cuidado del campamento. Sus ojos se ajustaron rápidamente a la oscuridad, y más aún. El cielo estaba nublado y ni las estrellas ni la luna les prestaban su luz, pero la claridad con la que veía el paisaje era sorprendente y antinatural. Mientras guiaba al capitán, le veía trastabillar con las piedras del camino o con el suelo irregular, pero para ella eran nítidos. Agathon seguía con ella, viendo a través de sus ojos, habitando en el humo de incienso que podía sentir que quedaba en sus pulmones. La sensación de estar imbuida por este ser superior le producía a Regna una excitación intoxicante.

Allí, no muy lejos, sus ojos mejorados vieron a cuatro figuras agazapadas en su propio campamento, lejos del camino, encajonados dentro de una pequeña grieta en la piedra y cobijados por una roca que sobresalía. Ni siquiera a plena luz del día les hubiese visto desde donde se encontraba, pero ahora brillaban con un tinte amarillo que les revelaba a través de la piedra que les separaba. Cogió con fuerza el brazo de Osokin, señaló hacia delante y le indicó su número y posición. El capitán desenfundó su espada y asintió.

Se arrastraron en silencio rodeando las piedras en las que se escondían. Uno de los hombres estaba sentado, con la espalda apoyada contra la roca, haciendo guardia. Ella recurrió al pozo de poder oscuro que se encontraba en su interior y extendió una mano para señalar en su dirección. El centinela no la vio hasta que unas runas aparecieron brillando rojas alrededor de su brazo, atrayendo su atención.

Su reacción fue rauda. Se puso de pie con una celeridad impresionante, pero antes de que pudiese desenfundar su pistola, ella cerró su puño y un fuego naranja le consumió. Gritó cuando las llamas infernales recorrieron su cuerpo de la cabeza a los pies, despertando a los otros que dormían en sus sacos. Se pusieron a luchar para intentar salir de su interior.

El capitán Osokin estaba sobre el siguiente más cercano antes de que pudiese liberarse. La mano del agente recién despertado acababa de alcanzar el mago de su arma justo cuando la espada del capitán le perforó el cuello. Otro de los agentes logró zafase y sacar su hoja, pero Osokin esquivó su estocada y dio un paso atrás con la espada preparada. Como no quería arriesgarse a perder a su oficial, Regna también envolvió a ese hombre en fuego infernal, y le vio crepitar y arder como si estuviera hecho por completo de grasa. Sus ojos mejorados le permitieron ver a las almas saliendo de los cuerpos de los muertos, dejando unas líneas de colores en su retina antes de ser reunidas contra su voluntad para ser absorbidas por el maestro oscuro que habitaba en su interior.

El último hombre que había en el campamento se había levantado, su cara ahora iluminada por los cuerpos aún en llamas de sus colegas. Este, al contrario que los otros, llevaba el uniforme de un miembro del Pacto de Lordgrises. Levantó las manos para reunir su magia, y el aire que le rodeaba se enfrió y formó un vórtice giratorio mientras se preparaba para desatar todo el frío del invierno.

- No mates a este, - dijo una voz en su cabeza. - Su alma ya está vinculada a mí. Su ambición y su hambre de poder permitirán que podamos usarlo.

- ¡Espera, lordgris! - La voz de mando de Regna bullía con un poder latente y sus ojos resplandecían con una luz blanca. - No tienes por qué temerme.

El lordgris se quedó quieto, y las runas de color azul gélido que habían empezado a manifestarse alrededor de sus manos se desvanecieron. Se quedó mirándola a los ojos, como si viese al ser que que había en su interior.

- No..., - dijo con algo de dificultad, como si no le saliesen ni las ideas ni las palabras. - Yo soy...

- Silencio, - dijo Regna para calmarle, acercándose a él y quitándose la capucha de su túnica para que pudiese ver su cara. - No te alarmes. Vas a ser perdonado. Ven conmigo y discutiremos los términos de tu servicio.

Alargó su mano hacia él, mientras el capitán Osokin vigilaba. El lordgris frunció el ceño y tembló, como si estuviese luchando contra algo dentro de él.

Una pequeña voluta de vapor abandonó los labios de Regna con su siguiente exhalación y flotó hasta el lordgris, entrando en su boca y en sus fosas nasales. Se le quedó la mirada perdida, como si viese algo que estuviese detrás de Regna, y su expresión reaccionaba a una voz que ella no podía oír. Entonces, tragó saliva, asintió y aceptó su mano. Antes de que la vista mágica dejase por completo a Regna pudo ver unas hebras delgadas de energía resplandeciente que se extendían tanto desde el lordgris como desde ella misma: unos hilos que se atenuaban en lo lejos antes de desvanecerse. Los lazos de las almas que ya estaban vinculadas a los grandes maestros que vigilaban desde más allá de Caen y de Urcaen.

La voz de Agathon volvió a hablar dentro de su cabeza. - Se acerca el momento. Reúne a tu culto e inicia la última fase en la puerta de Hellspass. Ya llegamos.

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