jueves, 10 de octubre de 2019

INSIDER: UN ATISBO DE ESPERANZA


El mar embravecido lanzó una tormenta contra la ciudad de Ceryl, llenando el aire con el olor a sal y a algas. Los truenos pulsaban como el gruñido de una gran bestia descontenta. La lluvia azotaba a la ciudad con un odio estúpido. Todos aquellos a los que les había pillado en la calle se juntaban en grupos y corrían de un toldo goteante a otro, mirando continuamente en todas direcciones, como ratas escurridizas que intentasen evitar llamar la atención de un gato hambriento.

Era menos gente de la que esperaba Lysander Parval. Los rumores sobre columnas de refugiados que anegaban las ciudades habían empezado a extenderse, y llevaban con ellos informes sobre ataques de bandidos, bandas de incursores jabatos y cosas aún peores que intentaban aprovecharse de aquellos más vulnerables. Solo eran algunas miserias más que sumar al montón.

Lysander se dio cuenta de que su compañero de viaje le miraba expectante. - Perdona, ¿has dicho algo?

Danius sonrió. El gran thuriano era afable, y su alegría y su entusiasmo eran el polo opuesto a Lysander. - Te he preguntado si alguna vez la habías visto antes.

- ¿A la señora Stokes? No, - dijo Lysander. A decir verdad, ni siquiera había oído hablar de la agente de la Orden de la iluminación antes de recibir la citación a Ceryl para ayudarla.

- Yo tampoco. Fue una inquisidora, ¿sabes? Por eso le falta una mano. Dicen que se la cortó para que su antiguo tatuaje no la delatara. - Danius hizo un gesto de cortar contra su propia muñeca.

- ¿Quién lo dice?, - preguntó Lysander.

Danius hizo un gesto con la mano, como si estuviese abarcando toda la creación. - Ya sabes. Ellos. La gente que sabe cosas.

Lysander consideró la afirmación mientras caminaban. La gente que sabe cosas. Estaba seguro de que él no era uno de ellos.

****** 

Poco tiempo después la pareja llegó al refugio, empapados hasta los huesos. Un midlunder flacucho y de rostro enjuto les acompañó hasta un tramo de escaleras que bajaba hacia un sótano de piedra iluminado por el brillo de un horno de hierro y la débil luz de una lámpara de aceite.

Un grupo de personas estaba de pie, formando un semicírculo alrededor de una figura magullada y ensangrentada que estaba encadenada al suelo. Una mujer de unos cincuenta años se alzaba delante del prisionero, limpiando la sangre que manchaba su mano mecánica. La pistola Execrator de su cadera la marcaba como una Iluminada, ya que el arma era parte del arsenal contra la oscuridad de la Iglesia de Morrow.

- Los dos últimos, ma, - dijo el midlunder, ocupando su puesto entre el grupo. Los otros saludaron con la cabeza a Lysander y a Danius.

La mujer (Stokes, supuso Lysander) indicó a los recién llegados que se unieran a ella. - Gracias Brennan. Vigilantes. Justo a tiempo. El señor Bannstock estaba a punto de decirnos dónde está lo que sus amigos llaman “casa”.

Al prisionero, Bannstock, se le caía un hilillo de baba por su labio partido. - Estás loca, bruja. Prefiero morir.

Stokes sujetó al hombre por el cabello desaliñado con su puño de metal, forzando a su cabeza a echarse hacia atrás hasta que sus miradas se cruzaron. - Eso puede arreglase, rata. Sé que tu líder formaba parte de la cábala de los progenesistas mientras estuvo en la Orden fraternal. He leído su tesis sobre la formación de portales. He visto el inventario de objetos místicos que robó al dejar la Orden. Sé que piensas que es un hombre temible, pero ahora no es a él a quien tienes que temer.

Bannstock tragó saliva, mirando a la reunión de caras adustas que le rodeaban. Lysander intentó convertir su propia cara en una gélida máscara de amenaza implícita.

- La imprenta de Trevett, - dijo Bannstock, derrumbándose al abandonarle sus últimas fuerzas. - Cerca del extremo sur del litoral.

Stokes le dio unos golpecitos en la cabeza, como una profesora que felicitase a un estudiante inteligente. - No ha sido tan difícil, Bannstock. ¿Verdad?

- Debes protegerme. - El prisionero empezó a balbucear. Parecía haberse dado cuenta de lo que había hecho. - El padre Jonas dice tener mi alma. A menos que me saques de aquí, vendrá a por mi. O enviará a una de esas cosas...

Stokes le mandó callar. - No. No lo hará.

El sonido de su espada hundiéndose en el pecho del hombre sorprendió a Lysander. No le había visto desenvainarla.

******

- ¿Qué tienen los cultos con los malditos muelles? - musitó Danius. El thuriano llevaba puesto un abrigo de marinero por encima de su coraza y agitaba incómodo la abultada mochila que contenía su ballesta, apoyado contra un pilote alquitranado.

Lysander estaba agachado detrás de una pila de barriles que apestaban a pescado, en uno de los largos atracaderos del puerto. Tenía una vista clara del gran almacén: el lugar en el que era más probable que se escondiese el culto. Un par de hombres deambulaban de una sombra a otra alrededor de los muros del edificio, esforzándose en parecer una pareja de estibadores comunes y corrientes y no unos centinelas patrullando.

- Hay muchos tíos raros cerca de la costa, - dijo Lysander cuando los centinelas del culto giraron en una esquina y salieron de su campo de visión. - Muchos recién llegados, forasteros y contrabandistas. Hace que resulte fácil esconderse a simple vista.

Danius escupió a las aguas negras de la bahía. - También hay un montón de cadáveres cerca de la costa. Veamos si alguno se da cuenta de los de ellos, ¿te parece?

- Espera. Stokes y Brennan están esperando en un callejón al este. Primero veamos qué hace ella.

Danius tiritó. - Stokes. Hace que me entren escalofríos.

- ¿A ti también?, - preguntó Lysander. - Ya he matado antes, pero solo en batalla. La forma en la que le mató fue como...

- Como si estuviera abatiendo a un perro, - dijo Danius. - No has combatido con los Iluminados tanto como el resto de nosotros. A veces son así. Pasan la vida intentando contener a la oscuridad. Supongo que solo puedes mantener a raya a las sombras durante cierto tiempo. Creo que tener un enemigo al que poder sentir, al que poder herir, es algo infrecuente.

Lysander consideró la sabiduría de su compañero, pero no le hizo sentirse mejor. Él quería luchar por algo, no contra algo. En vez de intentar obtener una respuesta satisfactoria, hizo un gesto hacia el almacén.

- Vamos, - dijo. - Han dado la vuelta a la esquina.

******

Tiraron los cuerpos a una pila de basura en el callejón, no antes de rebuscar entre sus pertenencias objetos blasfemos o útiles. Desecharon sus disfraces rudimentarios y entraron en la imprenta en grupos de dos, moviéndose rápidamente y en silencio bajo la dirección de Stokes.


El edificio había sido abandonado por su propietario original, o quizás los infernalistas se habían encargado de él. La oficina principal contenía unas grandes máquinas de composición tipográfica y toneladas de pergaminos negros. Danius llevó la atención de Lysander hacia el número más reciente del “Trevett's Daily Bulletin”, situado sobre una pila de panfletos cubiertos de polvo.

El ataque a Boarsgate se cobra cientos de vidas

Los supervivientes hablan de avistamientos extraños

Los líderes de las iglesias piden calma ante la calamidad

Lysander apenas podía recordar el evento. El pasado parecía una serie interminable de desastres apenas separados por momentos de paz. En el pasado, un ataque a Boarsgate quizás habría sido una noticia alarmante, pero ahora solo era otro recuerdo borroso más sobre algún tipo de sufrimiento. Si el titular del último número ya se había desvanecido de su memoria, ¿durante cuánto tiempo habían estado trabajando aquí los cultistas en secreto?

Stokes les instó a avanzar con un gesto silencioso. Delante de ellos, Brennan abrió la puerta de una letrina y disparó en silencio su ballesta contra un ocupante al que no pudo ver. Otros dos vigilantes estaban preparados junto a unas puertas dobles que conducían a la parte de atrás de la imprenta, empuñando sus ballestas. Lysander y los demás tomaron posiciones a ambos lados del pasillo, apuntando sus armas de manera que formasen campos de tiro superpuestos.

- Abridlas, - susurró Stokes.

El espacio que había al otro lado era un amplio almacén, apenas iluminado por unas ventanas situadas en lo alto y que daban a un cielo tormentoso. El aire estaba cargado con el olor a papel viejo y a tinta pasada. Las estanterías casi llegaban hasta el techo, creando callejones y caminos por todo el recinto. Cada una de ellas contenía un rollo de papel amarillento que esperaba unas noticias que nunca se imprimirían.

Los morrowanos se separaron y se movieron por los diferentes canales situados entre las estanterías. Lysander y Danius cogieron el camino más cercano a mano izquierda, comprobando las sombras mientras se movían deslizándose en silencio. Algunos obstáculos ocasionales (carritos, rollos de papel caídos, pilas de periódicos...) les proporcionaban cobertura mientras avanzaban. Como ratas escurridizas que intentasen evitar llamar la atención de un gato hambriento.

En una intersección en la que un grupo de estanterías discurrían perpendicularmente al resto, Lysander vio cruzando a una silueta. Se quedó inmóvil tras una torre de diarios amarillentos, indicando a Danius que hiciera lo mismo. Cuando la figura pasó, ambos hombres salieron de detrás de la cobertura y convergieron sobre ella desde detrás.

Lysander rodeó con un brazo el cuello del hombre para ahogar sus gritos y Danius le clavó rápidamente tres veces un puñal en el pecho. El hombre llevaba una máscara de metal, una faz enfadada que le escondía le cara. Aún así, mientras Lysander arrastraba el cuerpo entre las estanterías, podía ver en los moribundos ojos del hombre cómo la sorpresa se convertía en una ira fútil.

Cuando los vigilantes alcanzaron el final del pasillo descubrieron que varios de los suyos habían tenido encuentros similares, a juzgar por la sangre que salpicaba sus chaquetas y sus caras. Pero no se habían producido gritos de alarma. Danius sonrió a Lysander y articuló sin pronunciar ni un sonido: “por ahora, todo bien”.

******

Las dependencias de la imprenta habían sido transformadas para encajar mejor con las necesidades de sus nuevos habitantes. En un área apartada, donde probablemente los carros recogían los Daily Bulletin para distribuirlos por toda la ciudad, habían limpiado el espacio y lo habían reconstruido con un propósito mucho más oscuro.

Unos talismanes de hueso se levantaban en siete puntos alrededor del santuario, proporcionando una iluminación débil proveniente de unos cristales irregulares montados sobre ellos, los cuales pulsaban con una desagradable luz roja. Habían marcado en el suelo una complicada rueda de líneas y runas, y dentro de ella dos docenas de cultistas enmascarados se encontraban postrados de rodillas. Las máscaras que cubrían sus caras distorsionaban sus cánticos, añadiendo un zumbido hueco e incómodo a sus repetitivos rezos.


En el centro de este grupo se erguía el líder del culto. El padre Jonas, le había llamado Bannstock. Con una mano enguantada sujetaba un pesado tomo y leía una diatriba diabólica en sus páginas. Con la otra, la empuñadura de una espada de batalla caspiana.

El hombre estaba encarado hacia la puerta trasera de la imprenta. En los postes y las vigas habían inscrito símbolos repelentes que ardían con un brillo interior, como carbones quemándose entre la madera. A medida que la voz de Jonas crecía en volumen y en velocidad, unos zarcillos de humo negro se materializaban a partir de sus cuerpos. Sonó un fuerte crujido surgido de los huesos del edificio: el sonido de un barco que se hacía pedazos durante una tormenta.

- ¡Óyeme, Ongullu! - gritó el padre Jonas, - ¡Aullador de la Carretera de medianoche, Susurrador de verdades silenciosas, tu sirviente te ha preparado el camino!

El aire alrededor de la puerta rúnica empezó a latir como si esta fuera un corazón. A cada golpe, Lysander veía el fantasma de una estructura no construida por manos humanas flotando en mitad del aire, volviéndose más sólida con cada palpitación. Las siluetas fantasmagóricas de unas criaturas indescriptibles esperaban al otro lado, rascando el suelo con sus patas como gesto de anticipación. Alzándose por detrás de esta masa de cosas, se erguía una figura amenazadora cuya carne cambiaba de forma una y otra vez ante los ojos de Lysander. Sus ojos se abrieron como platos y su estómago dio un brinco.

En ese mismo momento, comprendió su lugar dentro de la creación. Lysander estaba en presencia del infinito. No solo no era digno de ser percibido, sino que era imposible que le percibieran. Insignificante. No solo para esta criatura que quería entrar para recolectar almas, sino también para cualquier dios. Menoth, Morrow, Thamar... si el universo contenía criaturas como esta, ¿cuál era su lugar en él? ¿Qué huella podía aspirar a dejar?

- Que los Gemelos me preserven, - dijo Danius.

Stokes apuntó al líder del culto con su pistola consagrada y disparó. El estallido del tiro atravesó al zumbido de las voces que cantaban.

Pero Jonas no cayó. Lysander no estaba seguro de poder confiar en sus ojos, pero la sombra del hombre pareció fluir hacia arriba, alejándose del suelo, y solidificarse para formar una figura esbelta en apenas un instante. La bala de la Iluminada rebotó en el negro escudo redondo de esta figura.

Si esto le había sorprendido, Stokes se recuperó a la velocidad del rayo. - ¡Por Morrow! ¡Acabad con ellos!, - gritó, saltando hacia el coro empuñando su pistola humeante y su espada.

Estalló el caos en la sala. Las ballestas de los vigilantes traquetearon y una lluvia de virotes martilleó a los cultistas. A pesar de esto, las figuras vestidas con túnicas se levantaron con sus dagas ceremoniales listas. El padre Jonas continuaba con su diatriba y su voz se había convertido en un chillido blasfemo.

Los infernalistas contraatacaron con dureza y rapidez. Se dirigieron hacia los vigilantes como un enjambre de escarabajos negros. Lysander tuvo que retroceder cuando una pareja se lanzó a toda velocidad a por él, atacándole con sus retorcidos cuchillos. Golpeó hacia la izquierda con la culata de su ballesta y le dio una patada en la rodilla al atacante de su derecha.

Por debajo de Lysander, una mujer se lanzó gritando sobre la espalda de Brennan y se puso a cortarle en la cara. Danius levantó a otra figura y la lanzó por los aires, pero dos más le atacaron con sus dagas. Stokes mantenía un círculo limpio a su alrededor lanzando tajos rápidos con su espada, pero no podía enfrentarse con todos ellos a la vez.

Los vigilantes eran más diestros que los encapuchados, pero los números no les favorecían. Allí donde rechazaban a los cultistas, la figura umbral surgía para atacarles con su lanza, dejándoles abiertos a los contraataques de la turba aullante. Uno por uno, los demás estaban cayendo bajo montículos de túnicas negras, y los rezos del padre Jonas se hacían más fuertes cada vez que alguien era abrumado.

Lysander presionó contra la muchedumbre hasta llegar adonde se defendía Stokes, cuyo brazo de carne y hueso colgaba inerte a un costado.

- Debemos huir, - gritó Lysander. - Morrow nos ha abandonado.

Stokes atravesó con su espada la máscara de un cultista que le estaba cargando. - Y sin embargo aún vivimos, - dijo. - Mientras le recordemos, esperamos que él haga lo mismo con nosotros.

La Iluminada hablaba con la férrea convicción que le faltaba a Lysander. Juntos, combatieron para acercarse al punto donde les esperaban Jonas y su protector sombrío. Stokes sacó una cadena larga y de buena calidad del interior de su chaqueta. En un extremo tenía una esfera de metal con perforaciones en forma de sellos sagrados. La volteó por encima de la cabeza, llenando el aire con humo consagrado, y atacó para mantener a raya a los cultistas.

Lysander se lanzó hacia delante, disparando un virote de su ballesta contra la figura umbral para distraerla. Mientras esta interceptaba su ataque, desenfundó la espada y golpeó al líder del culto. El ataque iba bien apuntado.

Mientras su hoja descendía, la lanza del umbral le detuvo justo antes de que llegara a su objetivo. Atravesó su armadura y perforó su estómago, dejándole sin fuerza en los miembros inferiores y extrayendo el aire de sus pulmones. La espada de Lysander cayó de entre sus dedos y se derrumbó. Sentía sus piernas lejanas y frías.

Lysander se arrastró hasta agarrar el dobladillo de la túnica del líder del culto. El umbral clavó su lanza en su hombro derecho y soltó un siseo burlón.

- Pequeño, - dijo Jonas con una sonrisa torcida en la cara, - sirvo a dioses más grandes que los tuyos. No puedes creer que podrías matarme.

Lysander subió la mirada hasta la cara del hombre. Detrás de él, las bestias de otro reino ya eran casi sólidas. Su gigantesco líder les acariciaba con unas manos que terminaban en miles de miles de bocas, y miraba a su cuerpo herido con una constelación de ojos hambrientos.

- Puedo tener esperanza.

******

Las ventanas que había por encima de ellos detonaron, haciendo llover cristales resplandecientes por toda la habitación. Unos rayos de luz brillantes atravesaron las nubes arremolinadas y se dispersaron a través de los bordes afilados de los fragmentos, lanzando un arco iris de colores que bailaba por toda la cámara sombría.

Con un sonido como el de muchas voces de júbilo unidas, una figura alada descendió. Resplandecía con una luz pura que desterraba las sombras, y unas cintas fantasmales de color blanco flotaban desde las puntas de sus alas. El protector sombrío de Jonas chilló, emitiendo un ruido estridente como el de una tetera hirviendo, cuando su carne empezó a arder.


En una mano, la figura sujetaba una lanza tan brillante como el sol del mediodía. Aunque mirarla hacía que a Lysander le dolieran los ojos, se quedó embobado con la cara de la figura. Era un rostro amable, como el de un sacerdote al que Lysander conoció hace muchos años. Le dedicó una sonrisa, débil y triste, e inclinó la cabeza.

Con los brazos flojos, recuperó su espada y tiró de la túnica de Jonas, atrayendo al anciano hasta la punta dispuesta del arma.

Lysander empezó a sentir su cuerpo más ligero y liviano. Comenzó a alzarse fuera de sí mismo, dejando atrás el contenedor roto. Vio cómo los otros vigilantes que había en la sala, Danius y Brennan, hacían lo mismo: figuras de resplandor dorado impolutas de toda sangre y heridas. Agrupados por parejas, vieron al sirviente de Morrow llevar la ruina al último de los cultistas con su lanza sagrada y destruir la puerta que Jonas había intentado construir.

Al final, solo quedaba Stokes. Contemplaba a la figura brillante con los ojos llenos de lágrimas. Se miraron el uno al otro en silencio durante apenas un momento, hasta que la Iluminada soltó un lamento de dolor señalando a los vigilantes caídos.

- ¿Qué hay de mi?, - preguntó. - ¿Aún no he hecho lo suficiente? Estoy tan cansada de...

El radiante puso un dedo sobre sus labios, silenciándola sin decir una palabra antes de ofrecerle una mano para reconfortarla. Stokes se vino abajo, dejando transpirar de repente sus ya muchos años.

Si hubiese creído que ella podía oírle, Lysander le habría ofrecido sus propias palabras reconfortantes. Quizás algo como “no nos han olvidado”, o “algún día encontrarás la paz”, si eso era lo que buscaba la Iluminada.

Al final, el espíritu de Lysander ofreció una pequeña plegaria en nombre de Stokes:

“Espero que algún día nos volvamos a ver”

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