martes, 8 de octubre de 2019

TALA INDISCRIMINADA


El aliento de Tanith era visible en el frío aire nocturno. Estaba inspeccionando el lugar en el que morirían los invasores khadoranos. El argus de la joven druida se acurrucaba a su lado. Una de las grandes cabezas del perro jadeaba mientras examinaba los alrededores. La otra empujaba la palma de su mano, como pidiendo que la acariciara. No lo hizo. Puede que otros se tomasen a las bestias de guerra como mascotas, pero para ella eran sus flechas de caza, armas que lanzar contra sus presas. Similar a cómo su maestro, Vernor, el Portador de la Noche, debía verla a ella, pensó.

Descolorida por una capa de nieve y la pálida luz de la luna de Calder, la extensión era una franja de tierra deforestada entre el bosque y las montañas. El suelo estaba salpicado de tocones, un testamento de la voracidad de los saqueadores khadoranos. Unos montículos irregulares yacían esparcidos por la nieve: pilas de trampas para animales y ramas que los norteños no se habían molestado en recoger.

Al otro lado se alzaba un complejo minero khadorano: una serie de casetas bajas interconectadas mediante andamios. Una alta serrería se erguía en uno de los lados, utilizada para cortar troncos para reforzar la mina. Los hombres del norte habían venido hasta aquí para extraer hierro de la montaña y satisfacer las necesidades de sus urbes, para construir los barcos que les llevarían a tierras nuevas que podrían explotar e infectar con más ciudades. Ciudades que emponzoñarían las líneas ley, los flujos de energía natural que recorrían el mundo por debajo de su superficie. Los druidas del Círculo Orboros no podían destruir con facilidad las poblaciones más grandes de los hombres, pero cuando estos invadían territorios vírgenes, fuerzas como las de Tanith les expulsarían.

Su mirada se endureció cuando vio a un par de hombres armados con rifles caminando por el perímetro del campamento, los cuales se habían subido el cuello de sus abrigos forrados de piel para protegerse del frío. Incluso a esa distancia, podía ir su conversación inane. Le llegó la risotada de uno de ellos y le vio sacar un frasco de su chaqueta. Los hombres eran soldados, pero poco disciplinados. Bien. Habría otros descansando en las barracas o apiñados cerca de las chimeneas, pero por lo menos estos no supondrían ningún desafío.

Ella hizo un gesto, y unas sombras se separaron de la oscuridad de detrás suya cuando sus soldados avanzaron en silencio. Con sus armaduras de bronce y sus pieles pesadas, los Lobos de Orboros (los hombres y mujeres tribales jurados a su servicio) esperaron sus órdenes. Detrás de ellos se alzaba Karul, un lupino purasangre mucho más alto que los humanos. La parte de arriba de su cabeza rozaba las ramas más altas y se movía con una gracia que parecía antinatural en una criatura tan grande y fuerte.

Bajo la débil luz de la luna, el pelaje de Karul relucía. Era un purasangre, el vástago de dos lupinos. Esto quería decir que aunque compartía el gran tamaño de sus padres, su fuerza y la habilidad de transformar su carne, no podía tomar forma humana como hacían los lupinos menores. Sin embargo, los purasangres eran astutos (quizás, los que más de entre todas las bestias de guerra), y tenía la mente despiadada y sedienta de sangre de un auténtico depredador.

Karul miró a los guerreros desde arriba. Gruñó unas pocas sílabas que su bozal hizo que resultaran difíciles de comprender, pero Tanith podía oír el hambre en su voz y sentir su ansia a través del vínculo que compartían. - ¿Golpeamos?

Vio cómo los soldados se desvanecían al girar la esquina más meridional del compuesto al continuar con el recorrido de su patrulla. - Ahora, - dijo ella. Los Lobos de Orboros avanzaron corriendo, sin emitir apenas ningún sonido.

******

Retumbó un rifle y uno de los guerreros a la carga de Tanith cayó sobre la nieve antes de poder alcanzar los muros de las barracas. Los demás aceleraron en busca de la cobertura de las pilas de restos. En el flanco izquierdo, un valiente minero trepó hasta lo alto de uno de los montículos y descargó su escopeta hacia abajo, matando a su objetivo, aunque luego recibió el impacto de la hoja bifurcada de la lanza de uno de los Lobos justo debajo de la barbilla. El fusilero escondido disparó de nuevo, provocando que la cabeza del Lobo atacante se echase hacia atrás de golpe. Ambos cuerpos cayeron sobre la nieve.

Alguien del campamento minero había dado la alarma. Ahora, los defensores salían a campo abierto a borbotones, empuñando rifles de caza y escopetas. Todos los hombres khadoranos realizaban el servicio militar y se habían entrenado en el uso de armas, así que ella sabía que no debía subestimarles. Dividió a sus guerreros en dos grupos de asalto para empujar al enemigo hacia las fauces expectantes de Karul.

El purasangre estaba atravesando el primer grupo, a pesar de que las balas y la metralla salpicaban de sangre su pelaje. Cada barrido de sus grandes brazos lanzaba girando por los aires cuerpos rotos y desgarrados. No necesitaba que ella le animase para seguir matando, así que Tanith azuzó a su argus para que rodease el flanco sur del complejo y se encargase del francotirador que se encontraba entre las chimeneas de la barraca principal.

A través del vínculo telepático que compartía con su bestia, vio una pila de leña detrás de la casucha. A una señal mental, el argus subió saltando los troncos apilados. Avivando la rabia de la bestia, la envió contra una mujer que se arrodillaba detrás de una chimenea de ladrillos sobre el tejado del edificio. Cuando la bestia se lanzaba para atacar soltó un espeluznante ladrido doble con sus dos cabezas, que reverberó por todo el campo de batalla y dejó temblando a la francotiradora.

Antes de devolver su atención al combate del suelo, Tanith drenó la potente furia del argus. Luego, dejó que sus sentidos notaran el fluir de la vida y la energía del campo de batalla, alcanzando las líneas ley situadas debajo. Con una sonrisa feroz, bajó violentamente su arma para golpear la tierra. Cortado del antiguo y poderoso árbol Leñasierpe, el Bastón del Destino llamó a las raíces cortadas que quedaban bajo el suelo, los últimos restos de lo que antaño había sido un bosque vibrante.

En respuesta, unas raíces profundas salieron de golpe del suelo para envolver a dos khadoranos. Con una serie de chasquidos húmedos, las raíces arrastraron a uno de ellos al interior del campo congelado, sus gritos amortiguados por el terrible peso de la tierra. El otro quedó inmovilizado, convirtiéndolo en un objetivo fácil para un barrido de las garras de Karul.

Se giró para gritar una orden al flanco izquierdo, el cual flaqueaba, cuando una serie de silbidos agudos atravesaron el aire. Su argus empezó a gruñir y a ladrar, y Karul levantó su bozal ensangrentado para buscar la fuente del ruido. El lupino se acercó a Tanith sigilosamente y la colocó detrás de él.

Vio en el sur varias luces meciéndose mientras atravesaban la foresta. Miró a través de los ojos de Karul, penetrando la oscuridad que había fuera del campamento, y vio a cuatro steamjacks corriendo hacia delante, partiendo varios árboles pequeños en su avance. Eran constructos grandes y jorobados, ecos burlones de la humanidad. Dos de ellos eran laborjacks khadoranos, utilizados para realizar trabajos físicos pesados. Sin embargo, el tercero y el cuarto blandían dos hachas de doble filo y mostraban la misma rabia apenas contenida que ahora presentaba Karul. Un hombre con armadura situado detrás de ellos gritaba órdenes, indicando a las máquinas que cargasen a las fuerzas de Tanith. Dos de los Lobos de su derecha fueron arrollados bajo los pies de acero del jack más adelantado.

- ¡Atrás! - gritó Tanith a sus Lobos. - ¡A los árboles! - Los supervivientes salieron de su cobertura y corrieron hacia el bosque. Instó a su argus para que hiciera lo mismo, y saltó desde el tejado al que estaba subido para correr a toda velocidad hacia ella, levantando tras de sí una nube de nieve. Unos pocos rifles le dispararon, haciendo que trozos de nieve y tierra salieran despedidos por los aires.

Tanith se giró hacia el bosque, pero Karul seguía mirando fijamente a las cuatro corpulentas máquinas, flexionando sus garras y gruñendo. Unos grandes pinchos de hueso brotaron de su pellejo cuando este transformó su carne para obtener más fuerza de cara a la inminente batalla. Tanith sabía que el lupino no podía combatir contra cuatro steamjacks a la vez, así que penetró en su mente y le obligó a mirarla. - A los árboles. Ya.

Sintió el rencor bullendo dentro de su corazón. En unos instantes, lo necesitaría.

******

Los warjacks avanzaban hacia delante, aplastando todo a su paso y golpeando con sus hachas en amplios arcos, abriendo un camino a través de los árboles. Detrás de ellos, los laborjacks apartaban los troncos caídos, despejando la ruta para los khadoranos armados con rifles y escopetas. Los soldados disparaban a través de una nube de humo de pólvora a las fuerzas de Tanith mientras huían, y ya habían dejado la espalda de Karul llena de sangre pegajosa y a su argus cojeando. Un Lobo de Orboros recibió una bala en el cuello cuando saltaba por encima de un tronco caído y cayó de bruces al otro lado.

Karul se giró y se agazapó para interceptar al warjack que iba en cabeza. Cuando fue a ser golpeada, la enorme bestia de guerra echó mano del poder místico que era el derecho de nacimiento de los purasangres y se volvió tan insustancial como el humo. Corrió a toda velocidad hacia delante y el hacha del warjack atravesó su forma fantasmal mientras se colocaba detrás de él. La máquina titubeó, confundida.

Tanith se dio cuenta del plan de Karul y utilizó su vínculo para facilitar su transformación. Ahora que estaba detrás del warjack, el purasangre se dio la vuelta. Sus músculos se retorcieron y se hincharon con fuerzas renovadas. Sus garras atravesaron la caldera del warjack y la arrancaron de su sitio. En el camino, detrás de las dos figuras titánicas, Tanith oyó gritos de sorpresa provenientes de los khadoranos.

El otro warjack soltó enfurecido un chorro de vapor y cargó, ignorando los gritos de su controlador en los que le ordenaba que se contuviese. En vez de golpear con sus hachas embistió a Karul, lo que hizo que tanto lupino como máquina salieran volando hacia Tanith. Incapaz de apartarse, fue empujada violentamente y sus costillas crujieron al impactar contra las raíces de otro árbol.

Instintivamente, Tanith canalizó el dolor hacia una de sus bestias de guerra. No hacia el argus, el cual no sobreviviría a una herida como esa, ni a Karul, quien estaba luchando por levantarse mientras sujetaba al warjack. Otra bestia, un gorax que no le importaba y en quien apenas confiaba. Había ordenado a los Lobos que le encadenasen al árbol más grande y fuerte que pudiesen encontrar, lejos de la vista y de los olores del campamento minero. Este aulló indignado en la lejanía, mientras las costillas de ella volvían a colocarse en su sitio por sí solas. Se pudo oír el sonido de unas cadenas rompiéndose cuando el gorax se liberó de sus grilletes.

Los khadoranos ya habían avanzado para ayudar al warjack en peligro cuando el sonido llegó hasta ellos. El hombre más viejo, el que dirigía a los dos laborjacks, les condujo para que se movieran juntos en busca de cobertura. Su voz vaciló y su volumen aumentó cuando el gorax apareció arremetiendo contra todo. Salía espuma de sus fauces colmilludas y sus ojos eran los de un animal salvaje. El gorax reaccionaba al dolor con una rabia irracional y destructiva, ganando fuerza y ferocidad a partir de sus heridas. Sus costillas rotas eran más que suficientes para provocarle una ira ciega.

El gorax chocó con el laborjack de la izquierda con su densa cabeza bajada, derribando a la máquina. Tanith vio como el controlador de la máquina desaparecía bajo sus muchas toneladas de metal. Echó mano a la fuente de rabia del gorax, dándole una parte a Karul y quedándose el resto para sí misma. Potenciado por esta ferocidad, Karul lanzó al warjack por los aires y saltó hacia delante. Juntas, las bestias de guerra acabaron con los jacks restantes. En apenas unos instantes, los últimos supervivientes se quedaron sin sus defensores, recargando desesperadamente sus armas para disparar a las enormes criaturas.

Tanith cerró los ojos, sintiendo el espíritu de cada una de las bestias de guerra como puntos de luz en un vasto mar de oscuridad. Sintió la cálida ira del gorax, la angustia de su argus herido y los pensamientos de Karul escurriéndose bajo el frenesí del animus. Entonces, invocando todo el poder que había extraído de sus bestias, Tanith tejió un hechizo de pura destrucción, y unas runas de poder luminosas apareciendo formando un círculo alrededor de sus manos extendidas. Utilizó su vínculo con las bestias como conducto, provocando que el hechizo se manifestase partiendo de todas ellas hacia los hombres apiñados. El hechizo convergió sobre ellos desde tres direcciones: tres descargas de poder destructivo que explotaron con una fuerza tremenda.

Una oleada de viento, polvo y nieve salió disparada hacia fuera, haciendo que los árboles se doblasen y temblasen. Allí donde se habían alzado los defensores de la mina ahora solo quedaba un cráter profundo y oscuro lleno con los restos retorcidos de los jacks caídos. Jadeando por la fatiga, Tanith llamó a sus Lobos:

- Si quedáis alguno con vida, seguidme.

******

Tanith y cuatro de sus Lobos miraban cómo ardía el complejo. En algún lugar de dentro, un tejado se colapsó, mandando un remolino de chispas al cielo nocturno. Detrás del grupo, sus bestias de guerra estaban recuperándose. El gorax volvía a estar fuertemente encadenado mientras que el argus lamía sumisamente los nudillos de la criatura.

- ¿Ahora qué? - gruñó Karul.

- Este era el primero, - respondió ella. - Los khadoranos tienen otras tres minas en unos trescientos kilómetros. Vamos a destruirlas todas.

- ¿Estarán igual de bien defendidas? - preguntó uno de los Lobos con la voz amortiguada por su yelmo de acero. - Ya he perdido a seis de mi tribu.

- Seguramente, - dijo Tanith. - ¿Acaso importa? Tenemos nuestras órdenes.

Estaba confundida por la pregunta hasta que la otra mujer se quitó el casco. Tanith vio la mezcla de miedo y pérdida en sus ojos. Intentó recordar lo que era ese tipo de dolor, lo que significaba ese duelo para alguien que no había recibido entrenamiento de los druidas seniors de la orden. Hizo una pausa antes de volver a hablar.

- Hay otras tribus entre esta posición y el siguiente puesto. Les recordaré sus obligaciones hacia mi orden. Recoged a vuestros muertos. Por ahora, vuestro trabajo ha terminado. - Con eso, inclinó la cabeza hacia los árboles del sur. - Vamos Karul. Tenemos trabajo por hacer.

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