viernes, 2 de marzo de 2018

EL FUEGO Y LA FORJA, PT. 2: EL ESTRATEGA, EL ESPÍA Y EL PRÍNCIPE NEGRO I

En las afueras de Laedry, noroeste de Llael.


El general de komando Gurvaldt Irusk caminaba con cuidado a través del oscuro túnel, tanteando las piedras de los muros con su mano enguantada para discernir el camino. La noche ya había caído y el cielo nublado había envuelto el área en la oscuridad, incluso más allá del viejo puente bajo el cual el warcaster había encontrado el pasadizo a la tumba donde se encontraría con su pupilo más astuto. Sus asistentes no habían querido que fuera solo y tan alejado de su ejército, pero ignoró sus peticiones y les dejó en la carretera junto con su caballo. Ya habían asumido demasiado riesgo de ser descubiertos. Los cementerios de las afueras de Laedry eran poco atrayentes y ominosos, pero a veces las patrullas rondaban por sus caminos. La ciudad en sí estaba muy cerca, con sus muros exteriores coronados por el parpadeo ocasional de las antorchas.


Se detuvo un momento a escuchar. Estaba seguro de que nadie le había seguido. Llevaba su armadura de warcaster pero había puesto su turbina a mínima potencia, exhalando apenas unas minúsculas volutas de humo. La armadura se sentía pesada al no tener su campo de fuerza encendido para levantarla, pero sus juntas habían sido engrasadas y le encajaba como una segunda piel. Se dio cuenta de que el peso era reconfortante.

Golpeó ligeramente dos veces la puerta de la tumba, otras dos más fuerte y luego una vez más después de una pausa. Se abrió emitiendo un crujido, revelando una tenue luz naranja en su interior y una mano que le hacía señas para que entrara.

- Bien hallado General. ¿Quiere un puro? - El hombre hablaba un perfecto llaelés con el distintivo acento umbreano del este.

Irusk se quedó helado por un momento ya que la voz no le era familiar. Por su mente pasó la idea de que podía haber sido traicionado de alguna forma o que le habían engañado para caer en una emboscada, pero entonces sus ojos se ajustaron y vio una sonrisa que le era familiar.

Entró en la pequeña cámara húmeda y despreció con un gesto el puro ofrecido. De pie, delante de él, estaba un hombre más joven, corpulento y vestido con la armadura de un oficial llaelés. Su pelo negro corto y su perilla, junto con su gran silueta, daban a entender inmediatamente que era umbreano. No era raro algo entre los oficiales fronterizos del oeste. Los umbreanos llaeleses dominaban sus cuerpos de oficiales, particularmente en Laedry. A pesar de eso, cobraban menos en comparación con sus contrapartidas de Rynnish. La insignia de su hombro le señalaba como un coronel llaelés.

- Estamos en posición - dijo, esta vez en khadorano. Era impresionante, ya que al regresar a su lengua nativa  aún mantenía los acentos umbreano y llaelés. Levantó una cerilla para encender su propio puro y su llama reveló una expresión y una mirada de presunción que Irusk conocía muy bien. - Espero que dé su visto bueno.

- Me has sorprendido - dijo Irusk con una risita ahogada. - Es un acento convincente. El disfraz también. Tienes un talento notable, Oleg Strakhov.

- Por favor, no usemos aquí ese nombre. - dijo el otro hombre. - Preferiría mantenerme en el personaje.

- Por supuesto, Coronel. - dijo Irusk. - Nuestras fuerzas ya casi están preparadas. Empezaremos en dos o tres días. Necesito que completes tu misión antes de ponernos en marcha. ¿Podrás llegar hasta el archiduque Vladirov para entonces? Sería mucho más fácil si desapareciese. Preferiblemente para mañana, o para pasado mañana como mucho.

El warcaster khadorano que fingía ser un coronel llaelés lanzó a Irusk una mirada firme y asintió con la cabeza, a la vez que cogía su puro con una mano. - Sin problemas. También eliminaré a un número sustancial de su personal al mando. Es posible que durante mi extracción pierda dos tercios o más de aquellos que traje conmigo. Es inevitable, dado el límite de tiempo. Son hábiles y están bien entrenados. Es una pérdida costosa.

- Como ya has dicho, es inevitable. - dijo Irusk sin dudarlo. - Si esta operación tiene éxito, cada una de sus muertes salvará potencialmente las vidas de cientos de sus compatriotas.

El otro warcaster asintió. Su expresión daba a entender que comprendía lo que estaba en juego. En un tono más bajo, dijo: - si se me permite hablar con libertad, General…

Irusk hizo un gesto con la mano - Hazlo, por favor. Estamos a solas.

- He estado pensando y me sorprende que desee eliminar a Vladirov así como así. Es un gran general. Un estratega famoso. No tan estimado como usted, por supuesto, pero sus libros también son estudiados. Había pensado que querrías derrotar a su ejército de manera convencional para probar su superioridad. Sería un duro golpe para la moral llaelesa.

Irusk negó con la cabeza. - No haría nada salvo alimentar a mi orgullo. No. Vladirov es un hombre al que respeto demasiado como para juguetear con él. En esta campaña debemos planear a largo plazo. Cada soldado que perdamos aquí es uno que no se nos unirá en Rynyr, en Riversmet ni en el asedio a Merywyn. Si puedo asegurarnos una victoria rápida mediante el subterfugio, haciendo trampas, pues que así sea. Vladirov es el único general de Llael que se merece el puesto. Por lo tanto, lo eliminamos.

El warcaster más joven se rió de manera taciturna, su puro describiendo figuras en el aire. - ¿Así que le respeta demasiado como para darle una buena muerte? El gran príncipe Tzepesci no lo aprobaría.

- Tzepesci no está aquí para quejarse. Vladirov se ha ganado una buena muerte pero no la obtendrá a mis manos.

- Muy bien. Será como ordenéis.

Irusk se movió ligeramente, incómodo. Strakhov realizaría su tarea sin necesitar más explicaciones pero, por otro lado, Irusk había pasado bastante tiempo moldeándole en el arma en la que se había convertido. Quería la comprensión de Strakhov.

Irusk dijo: - los umbreanos son orgullosos, incluso los del este. Si el Archiduque viviese y escapase se reagruparían con él. Nos hostigarían, incluso después de arrebatarles Laedry. Su desaparición haría mucho daño a su ejército. Nadie sabría el cómo ni el por qué. Sembraría la paranoia y el pánico. Cuando les dé un objetivo para atacar, uno que parezca fácil, no dudarán como sí lo haría Vladirov. Se expondrán. No espero una victoria sin sangre pero haré todo lo que esté en mi poder para derrotarles antes que den un solo tiro.

- Un plan sólido. Haré mi parte. - Strakhov dijo esto con una sonrisa más genuina. - Pretendo estar lejos cuando empiecen las explosiones. Para entonces habré completado mi tarea… o habré muerto intentándolo. Tenga, comparta esto conmigo.

Le ofreció una botella de vyatka llaelés, una de una marca cara. Irusk dudó, pero la cogió y le dio un trago largo.

- Por la fortuna y el valor - dijo. - Siempre has tenido más que de sobra de las dos.

Strakhov no bebió su parte como un noble oficial llaelés sino que más bien la tragó como se esperaría de un valiente hijo de la Madre patria. Se miraron el uno al otro y asintieron. Abandonaron la tumba y se fueron por caminos separados, dejando atrás las vallas de hierro gastado del cementerio que pronto estaría lleno de carne fresca.

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