Al oeste de Elsinberg, Llael occidental
Acampados brevemente en la agitada región llamada Los Baldíos del Sauce, los tres komandantes khadoranos se reunieron en la tienda de mando principal. Aunque era más joven que los dos hombres que estaban con ella, la komandante Sorscha Kratikoff estaba al mando de la misión. La hechicera de guerra de pelo negro no mostraba señales de duda cuando se dirigía a los otros, aunque guardaba el debido respeto a los komandantes Izak Harkevich y Negomir Terovic dada la longitud de sus registros de servicio y sus logros.
Dijo: - caballeros, no se dejen engañar por la aparente simplicidad de nuestra tarea. Hay varias formas en las que esto podría salir mal.
Tarovic gruñó. Era el más viejo de los tres, un activista veterano que había servido mucho tiempo a la Madre Patria y que había ascendido lentamente hasta su posición actual. Su barba era gris y su cuerpo estaba un poco fofo, aunque seguía siendo apto para el servicio. No era hechicero de guerra, pero su dilatada experiencia dirigiendo a los guardias del invierno que estaban bajo su mando le avalaba. Sorscha había trabajado con Tarovic en varias ocasiones y descubrió que era eficiente y de confianza, aunque gruñón. Con expresión adusta miró los mapas que estaban desplegados delante de él.
- Aquí no habrá gloria para nosotros - dijo. - Dos hechiceros de guerra son demasiados. Podría haberme encargado de ésto yo solo.
- Si lo prefieres podríamos llevarnos a nuestros siervos de guerra a otro sitio - dijo Harkevich amablemente, con su pecho hinchándose como si se riera hacia dentro. Con su espesa barba y su amplia cintura ocupaba más espacio en la tienda que los otros dos juntos. A pesar de su carácter amistoso era un hechicero de guerra reconocido por sus numerosas victorias y su facilidad inusual para controlar grandes grupos de siervos de guerra.
- No - dijo Tarovic encogiéndose de hombros. - Supongo que ya que estáis aquí podríamos utilizar vuestras máquinas.
- Es una pena que no viniéramos hace algunos meses - dijo Harkevich melancólicamente. - Nos perdimos la Marcha de los Muertos.
La primera vez que a Sorscha se le concedió el mando sobre Harkevich pensó que podía haber tensión entre ellos. De hecho, incluso le había preguntado al komandante Irusk si era apropiado. Estaba claro que por derecho de antigüedad Harkevich debería haber sido el que estuviese al mando. Irusk insistió en que quería que ella dirigiera el ataque. Y luego, para su sorpresa, el hechicero de guerra mayor se lo había tomado bien. Parecía cómodo siendo una pieza de un mecanismo mayor. Había establecido rápidamente una buena relación con Tarovic: los dos habían estado compartiendo historias durante la marcha junto con unos puros y unas botellas de uiske.
- Militarmente, Elsinberg no tiene ninguna oportunidad - dijo Sorscha dando una valoración detallada sobre el mapa de las guarniciones de la ciudad y de la posición de varios defensores, en base a sus informes de inteligencia más recientes. - La razón por la que estamos aquí es para asegurarnos de que lo descubren rápidamente y de que comprenden la necedad de sufrir muertes innecesarias. El komandante Irusk ha dejado bastante claro que quiere la ciudad intacta. Ésa es la complicación ya que limitará gravemente nuestra forma de combatir. Y, aún así, necesitamos movernos rápidamente hacia el interior después de ésto. No se nos ha dado mucho tiempo para esta operación.
Se dirigió a los dos: - no hay margen de error.
Harkevich suspiró. Sorscha le miró con aspereza, esperando ver una mirada de decepción. Sabía de unos cuantos oficiales superiores que habrían reaccionado así. Pestañeó cuando se dio cuenta de que, en realidad, estaba aliviado. Él vio su mirada, sonrió y dijo: - nunca he disfrutado siendo un abusón. Me alegro de no tomar parte en una masacre.
Ella frunció el ceño. - Prepárate para ser tan intimidante como sea posible. Deben ser convencidos de que resistirse tendrá terribles consecuencias. No hay tiempo para hacer amigos.
Se rascó una de sus tupidas cejas mientras respondía. - Con el debido respeto, komandante, ya encontrarán a nuestros siervos de guerra lo bastante intimidantes. Será mejor si los civiles ven que nos contenemos y descubren que hay oportunidades de que les ofrezcamos piedad si nos la piden por las buenas.
Tarovic había estado mirando el mapa. Señaló a un par de edificios grandes del centro de la ciudad y, con cara seria, levantó la vista hacia Sorscha - El Monasterio de los Angellia Ascendentes y la biblioteca adyacente no deberían ser tocados. Ni una pizca. Es vital que permanezcan intactos.
Claramente, el komandante mayor se había preparado para discutir pero el rostro de Sorscha se suavizó con una sonrisa pequeña, pero que le desarmó. - No tengo la intención de realizar sacrilegio. Estoy segura de que los lordgrises querrán investigar la biblioteca. Pero para cuando la alcancemos, la mayoría de los defensores de la ciudad deberían haberse rendido.
Harkevich dijo: - a veces los templos y las iglesias caen durante las guerras. No hay garantías. Las bombardas no son totalmente precisas a pesar de las mejores intenciones. Y, aparte, ¿y si algunos de nuestros enemigos se refugian allí?
- Ese lugar guarda los restos de la mismísima ascendente. Construyó la biblioteca con sus propias manos. Es muy sagrado. - Tavoric sujetaba con fuerza el símbolo morrowano que colgaba de la cadena que rodeaba su cuello. Sorscha no creía que se estuviese dando cuenta de ello. Sabía que era un oficial devoto, más de lo normal, incluso entre aquellos que asistían a los servicios.
Sorscha interpuso una mano entre ellos. - Si algún soldado se refugiase allí trataríamos ese problema como debamos hacerlo. De lo contrario, evitaremos ampliamente esa zona.
Por fin, Harkevich asintió con la cabeza. - Bueno, no deseo despertar a ninguna ascendente. Además, dañar un lugar así fortalecería la resolución de todos los píos de la ciudad para combatirnos hasta la muerte.
- Suponiendo que los llaeleses sean capaces de juntar tanta resolución. Tengo mis dudas - dijo Tarovic. - Son un pueblo cobarde. Aún así, me alegro de que estemos de acuerdo. La biblioteca lleva en pie más de mil años. Preferiría no tener su destrucción sobre mi conciencia.
- Entonces déjanos a nosotros ocuparnos de este tema - dijo Sorscha. - Atacaremos al alba y neutralizaremos los objetivos más difíciles tan rápidamente como sea posible. Harkevich, desde el norte. Yo entraré desde el oeste. Tarovic, avanzarás con tus hombres para tomar la guarnición central una vez que Harkevich tome la puerta. Tenemos bengalas por si algo requiriese nuestra atención. No me avergoncéis en mi primer mando importante, caballeros.
Les dirigió una mirada y vio arrugas brotar de sus ojos a causa de una mueca de diversión cuando se dieron cuenta de su juventud. Le devolvieron unos asentimientos de cabeza cargados de respeto.
En tan solo dos días habían neutralizado rápidamente a la mayoría de los soldados de Elsinberg, pero en varios puntos de la ciudad los defensores habían luchado con una tenacidad sorprendente, ignorando las órdenes de sus líderes, los cuales ya se habían rendido.
Sorscha se encontró a sí misma admirando más a los soldados que a aquellos que se hacían llamar sus superiores. Especialmente al archiduque Cherydwyn de Wessina. Uno de los primeros objetivos de Tarovic había sido su hacienda donde habían esperado que su familia presentase por lo menos una defensa simbólica. En vez de eso, tan pronto como una bota khadorana pisó su jardín, se habían rendido a toda prisa. Pronto quedó claro que su mando sobre el ejército local era limitado, sin importar su título ni su importancia en la capital. Algunas bolsas de resistencia continuaron luchando a pesar de que tenerlo todo en contra.
- ¿A qué estás esperando? - preguntó a Harkevich. - Necesitamos asegurar este edificio, de una forma u otra.
Él señaló con su cabeza hacia la puerta abierta. - Tarovic entró para ver si podía razonar con ellos. Me pidió que me quedara atrás. Creo que se va a ganar una bala a cambio de sus desvelos.
Sorscha apretó los dientes y pasó a su lado dando zancadas, invocando su poder arcano para ocultarse con una niebla envolvente a la vez que mantenía el campo de fuerza de su armadura a máxima intensidad. Se movió rápidamente a través del campo abierto y pasó a un lateral del edificio, donde un tenso punto muerto tenía lugar entre dos grupos que se apuntaban entre sí con sus armas de fuego. Sobre un tramo de escalones y cubriéndose parcialmente detrás de los pilares de piedra de un decorado porche frontal estaban unos cuantos fusileros reales. Sus rifles eran más bien obras de arte que armas propiamente dichas. Cada uno de ellos estaba grabado y decorado, y sus cañones eran tan largos que requerían de restos de rifles con forma de caballete para mantenerlos firmes. Quien parecía liderarlos era una mujer alta con largo pelo negro y una expresión feroz que vestía de manera elegante. A ojos de Sorscha, parecía umbreana.
Cerca de Sorscha estaban Tarovic y su escolta de guardias del invierno, agachados en mitad del estatuario y entre los setos recortados cuidadosamente con formas cuadradas. El rifle de Tarovic apuntaba al líder oponente pero parecía reticente a apretar el gatillo.
Sorscha le vio bajar su arma con una mirada extraña en su cara. Estaba claro que su adversaria no tenía los mismos escrúpulos ya que le disparó, fallando su cabeza por poco. Saltaron trocitos del brazo de mármol de la estatua de soldado que tenía detrás. Y, entonces, los dos quedaron ocultos el uno del otro cuando la niebla que acompañaba a Sorscha llenó el espacio situado entre ambos.
- Komandante - dijo ella, sorprendiéndole. - ¿Hay algún problema que necesitas que resuelva?
El familiar ceño fruncido de Tarovic volvió. - ¡Estoy intentando convencerla para que se rinda! Dicen que es una baronesa. Sin embargo, es testaruda, como el resto de esos idiotas. Estamos en tablas.
- Una baronesa, - dijo Sorscha pensativamente. Se giró en dirección a los fusileros. - Sí, supongo que deberíamos intentar mantenerla viva si es posible. Gracias Tarovic.
Sin esperar respuesta volvió a reunir su magia, esta vez para acelerar sus movimientos. Mantuvo a Frostfang detrás de ella y sacó su cañón de mano con su mano derecha. Un viento gélido la rodeó y, con una ráfaga, la transportó rápidamente a través del patio, subiéndola al porche en un instante. Los que estaban allí agachados parecían aturdidos por su aparición súbita desde el interior de esa niebla inexplicable. Dos de ellos que tenían instintos bien entrenados empezaron a volver sus rifles en su dirección.
Runas brillantes de color blanco azulado la rodearon formando anillos concéntricos y un frío potenciado místicamente emanó de ella, congelando a todos los fusileros en sus sitios. Todos quedaron cubiertos por una fina capa de hielo que les retenía. No duraría mucho pero no necesitaba que lo hiciera.
- Te rendirás - dijo, hablando directamente a la mujer alta de pelo negro que había disparado y fallado a Tarovic. - O todos vosotros pereceréis.
Sorscha apretó el gatillo de su arma, enviando una bala pesada a través de la cabeza del fusilero congelado más cercano, un hombre muy joven. Sorscha podía ver por los ojos de sorpresa de la mujer y su mirada de shock que la líder le estaba mirando aunque no pudiese moverse. Sorscha recargó y disparó por segunda vez para matar al hombre situado a su izquierda. Entonces empezaron a descongelarse.
- Bajad las armas. ¡Ya!
Todas las caras que vio estaban cubiertas de ceniza y aterrorizadas, y dejaron caer rápidamente sus rifles. La mujer (la baronesa) estaba más tranquila y retenía su dignidad, pero también soltó su arma de fuego. Sorscha no intercambió ni una palabra con ella mientras llevaba a sus prisioneros a Tarovic y los entregaba bajo su custodia.
- Ese lugar guarda los restos de la mismísima ascendente. Construyó la biblioteca con sus propias manos. Es muy sagrado. - Tavoric sujetaba con fuerza el símbolo morrowano que colgaba de la cadena que rodeaba su cuello. Sorscha no creía que se estuviese dando cuenta de ello. Sabía que era un oficial devoto, más de lo normal, incluso entre aquellos que asistían a los servicios.
Sorscha interpuso una mano entre ellos. - Si algún soldado se refugiase allí trataríamos ese problema como debamos hacerlo. De lo contrario, evitaremos ampliamente esa zona.
Por fin, Harkevich asintió con la cabeza. - Bueno, no deseo despertar a ninguna ascendente. Además, dañar un lugar así fortalecería la resolución de todos los píos de la ciudad para combatirnos hasta la muerte.
- Suponiendo que los llaeleses sean capaces de juntar tanta resolución. Tengo mis dudas - dijo Tarovic. - Son un pueblo cobarde. Aún así, me alegro de que estemos de acuerdo. La biblioteca lleva en pie más de mil años. Preferiría no tener su destrucción sobre mi conciencia.
- Entonces déjanos a nosotros ocuparnos de este tema - dijo Sorscha. - Atacaremos al alba y neutralizaremos los objetivos más difíciles tan rápidamente como sea posible. Harkevich, desde el norte. Yo entraré desde el oeste. Tarovic, avanzarás con tus hombres para tomar la guarnición central una vez que Harkevich tome la puerta. Tenemos bengalas por si algo requiriese nuestra atención. No me avergoncéis en mi primer mando importante, caballeros.
Les dirigió una mirada y vio arrugas brotar de sus ojos a causa de una mueca de diversión cuando se dieron cuenta de su juventud. Le devolvieron unos asentimientos de cabeza cargados de respeto.
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- Me sorprende verte aguantar con tanta paciencia el ser tiroteado, komandante Harkevich - dijo Sorscha mientras se aproximaba a las murallas exteriores del cuartel general de los fusileros reales de Elsinberg.
El otro hechicero de guerra estaba de pie a espaldas de la puerta principal con sus siervos de guerra preparados, uno de ellos situado entre él y las ventanas rotas de las que salían ocasionalmente disparos de rifles. Varias balas rebotaron sobre el muro cercano y otra sobre Black Ivan, su ruidoso siervo de guerra. Cerca de su pie, la bengala que había atraído su atención se extinguió con unas últimas volutas de humo rosa oscuro.
- Éstos parecen estar decididos a morir en batalla, komandante Kratikoff - Harkevich parecía triste mientras le daba otra calada a su puro. - Sabíamos que serían un problema. Tengo que admitirlo: les admiro. Son llaeleses blandos y pomposos, pero tienen agallas. No tienen ni un solo siervo de guerra, disparan rifles anticuados y, aún así, no se rinden.
En tan solo dos días habían neutralizado rápidamente a la mayoría de los soldados de Elsinberg, pero en varios puntos de la ciudad los defensores habían luchado con una tenacidad sorprendente, ignorando las órdenes de sus líderes, los cuales ya se habían rendido.
Sorscha se encontró a sí misma admirando más a los soldados que a aquellos que se hacían llamar sus superiores. Especialmente al archiduque Cherydwyn de Wessina. Uno de los primeros objetivos de Tarovic había sido su hacienda donde habían esperado que su familia presentase por lo menos una defensa simbólica. En vez de eso, tan pronto como una bota khadorana pisó su jardín, se habían rendido a toda prisa. Pronto quedó claro que su mando sobre el ejército local era limitado, sin importar su título ni su importancia en la capital. Algunas bolsas de resistencia continuaron luchando a pesar de que tenerlo todo en contra.
- ¿A qué estás esperando? - preguntó a Harkevich. - Necesitamos asegurar este edificio, de una forma u otra.
Él señaló con su cabeza hacia la puerta abierta. - Tarovic entró para ver si podía razonar con ellos. Me pidió que me quedara atrás. Creo que se va a ganar una bala a cambio de sus desvelos.
Sorscha apretó los dientes y pasó a su lado dando zancadas, invocando su poder arcano para ocultarse con una niebla envolvente a la vez que mantenía el campo de fuerza de su armadura a máxima intensidad. Se movió rápidamente a través del campo abierto y pasó a un lateral del edificio, donde un tenso punto muerto tenía lugar entre dos grupos que se apuntaban entre sí con sus armas de fuego. Sobre un tramo de escalones y cubriéndose parcialmente detrás de los pilares de piedra de un decorado porche frontal estaban unos cuantos fusileros reales. Sus rifles eran más bien obras de arte que armas propiamente dichas. Cada uno de ellos estaba grabado y decorado, y sus cañones eran tan largos que requerían de restos de rifles con forma de caballete para mantenerlos firmes. Quien parecía liderarlos era una mujer alta con largo pelo negro y una expresión feroz que vestía de manera elegante. A ojos de Sorscha, parecía umbreana.
Cerca de Sorscha estaban Tarovic y su escolta de guardias del invierno, agachados en mitad del estatuario y entre los setos recortados cuidadosamente con formas cuadradas. El rifle de Tarovic apuntaba al líder oponente pero parecía reticente a apretar el gatillo.
Sorscha le vio bajar su arma con una mirada extraña en su cara. Estaba claro que su adversaria no tenía los mismos escrúpulos ya que le disparó, fallando su cabeza por poco. Saltaron trocitos del brazo de mármol de la estatua de soldado que tenía detrás. Y, entonces, los dos quedaron ocultos el uno del otro cuando la niebla que acompañaba a Sorscha llenó el espacio situado entre ambos.
- Komandante - dijo ella, sorprendiéndole. - ¿Hay algún problema que necesitas que resuelva?
El familiar ceño fruncido de Tarovic volvió. - ¡Estoy intentando convencerla para que se rinda! Dicen que es una baronesa. Sin embargo, es testaruda, como el resto de esos idiotas. Estamos en tablas.
- Una baronesa, - dijo Sorscha pensativamente. Se giró en dirección a los fusileros. - Sí, supongo que deberíamos intentar mantenerla viva si es posible. Gracias Tarovic.
Sin esperar respuesta volvió a reunir su magia, esta vez para acelerar sus movimientos. Mantuvo a Frostfang detrás de ella y sacó su cañón de mano con su mano derecha. Un viento gélido la rodeó y, con una ráfaga, la transportó rápidamente a través del patio, subiéndola al porche en un instante. Los que estaban allí agachados parecían aturdidos por su aparición súbita desde el interior de esa niebla inexplicable. Dos de ellos que tenían instintos bien entrenados empezaron a volver sus rifles en su dirección.
Runas brillantes de color blanco azulado la rodearon formando anillos concéntricos y un frío potenciado místicamente emanó de ella, congelando a todos los fusileros en sus sitios. Todos quedaron cubiertos por una fina capa de hielo que les retenía. No duraría mucho pero no necesitaba que lo hiciera.
- Te rendirás - dijo, hablando directamente a la mujer alta de pelo negro que había disparado y fallado a Tarovic. - O todos vosotros pereceréis.
Sorscha apretó el gatillo de su arma, enviando una bala pesada a través de la cabeza del fusilero congelado más cercano, un hombre muy joven. Sorscha podía ver por los ojos de sorpresa de la mujer y su mirada de shock que la líder le estaba mirando aunque no pudiese moverse. Sorscha recargó y disparó por segunda vez para matar al hombre situado a su izquierda. Entonces empezaron a descongelarse.
- Bajad las armas. ¡Ya!
Todas las caras que vio estaban cubiertas de ceniza y aterrorizadas, y dejaron caer rápidamente sus rifles. La mujer (la baronesa) estaba más tranquila y retenía su dignidad, pero también soltó su arma de fuego. Sorscha no intercambió ni una palabra con ella mientras llevaba a sus prisioneros a Tarovic y los entregaba bajo su custodia.
REPERCUSIONES: ELSINBERG
De entre los primeros ataques sobre las guarniciones occidentales de Llael, la victoria en Elsinberg fue la más rápida y la menos sangrienta, aunque más de trescientos soldados llaeleses perecieron en el encuentro. Lo sabio que fue tomar esta ciudad prácticamente intacta se vería en las siguientes semanas y años, ya que hubo menos hostilidad hacia los ocupantes de Elsinberg que en el caso de las demás partes del reino destrozado por la guerra. A la komandante Kratikoff se le adjudicó esta victoria, aunque elogió a sus dos pares y recomendó a Negomir Tarovic como gobernante de la ciudad ocupada. Tras la guerra, ésto se convirtió en su ocupación principal, al menos hasta que continuó dirigiendo activamente fuerzas de invasión, realizando una actuación admirable en el consiguiente Asedio de Merywyn. La baronesa Rashel Ganelyn, más conocida como "La Baronesa Sauce", se quedó en Elsinberg y discutió frecuentemente con el komandante Tarovic a la vez que apoyaba en secreto a la eventual Resistencia Llaelesa. La mayoría de los fusileros reales supervivientes también se unieron a la Resistencia.
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