El coronel Anson Hitch atravesó las tripas del khadorano con su espada y aprovechó la inercia de su carga para embestir al guardia del invierno y arrastrarle a través del estrecho fortín. Ambos chocaron contra el muro de enfrente y la hoja del arma de Hitch rascó las piedras que estaban detrás de su enemigo. El khadorano lanzó un último puñetazo contra Hitch que alcanzó a golpearle suavemente en la mandíbula. Hitch respondió tirando de su espada hacia abajo, con lo que partió al otro hombre en dos e hizo que se desangrase en el momento.
Hitch dejó caer el cuerpo del khadorano y se giró para mirar a su alrededor. Los zapadores del Tercer ejército que le acompañaban estaban acabando con los que quedaban, matando guardias del invierno con estocadas de bayoneta y con tajos de sus palas. El coronel se permitió apoyarse un momento en el muro e intentar recuperar el aliento.
Incluso con toda la profundidad de los túneles podía sentir las explosiones de la artillería de los rojos. Sonaba como si las tres posiciones aún estuviesen disparando, así que las otras compañías aún no habían alcanzado sus objetivos. Desde que los khadoranos tomaron tres posiciones avanzadas en las trincheras de Guardianorte habían estado desatando una barrera interminable de fuego de mortero sobre lo más profundo de las líneas cygnarianas.
- Estatus - dijo Hitch. Se habían lanzado a toda prisa hacia el fortín y no sabían cual era la situación en los túneles que conducían hasta él.
- Tres heridos, dos muertos - respondió el teniente Brookes tras revisar el túnel. El Teniente era un thuriano delgado con un poco de acento. Su ceja izquierda sangraba allí donde un hacha khadorana había conseguido romper el borde de su yelmo.
Hitch se secó el sudor de su mostacho. Se esperaba algo mucho peor. - Dejad a los muertos. Decid a los heridos que tomen este fortín. Podemos usarlo como punto de reunión una vez que limpiemos el Refugio de Martha.
Brookes le miró perplejo. - Señor, no estoy seguro de saber...
- El Refugio de Martha es donde los rojos guardan algunos de esos malditos cañones, Teniente. Sé que tú y tus chicos del Tercer ejército vinisteis desde la costa para reforzarnos. Sois nuevos en Guardianorte pero intentad usar el cerebro. El ejército os compró yelmos por algo.
El teniente Brookes tocó el corte irregular de su yelmo pero no dijo nada. El hombre no parecía insultado, solo reprendido. Después de todo era un zapador. A decir verdad, Hitch estaba agradecido por las fuerzas suplementarias del Tercer ejército. Muchos de los defensores habituales de Guardianorte seguían encerrados en Llael. Aún así estaba incómodo al tener que depender de tantos visitantes costeros. Las trincheras de Guardianorte eran un laberinto confuso de túneles, minas, trincheras y plataformas de disparo que confundían hasta a algunos miembros de la 95ª, sus propios Enterradores.
Brookes instruyó a los soldados mientras que Hitch se fue hacia una escalera cuadrada situada en el lado norte de la habitación. Conducía a las trincheras de la superficie y tenía una pesada puerta de hierro que estaba atrancada desde dentro. Hitch subió por la escalerilla y esperó a que los zapadores se reuniesen debajo de él. Mientras formaban dos filas, una a cada uno de sus lados, desenfundó su pistola.
- Señor, no creo que deba estar ahí arriba - dijo Brookes desde abajo. - Deje que yo o que otro de los hombres se ponga al frente.
- Aprecio tus instintos maternales pero he estado luchando en estas trincheras desde antes de que empezases tu carrera militar - dijo Hitch. Odiaba haber sido promocionado tan arriba como para que gente como Brookes intentase evitar activamente que luchase. Frunciendo el ceño, desatrancó la gruesa puerta metálica y la abrió lentamente. Fue recibido por una lluvia de balas que retumbaron en su superficie sonando como una campana sorda.
Hitch tiró de la puerta para cerrarla. Desenvainando su sable la volvió a abrir y colocó su espada perpendicular al suelo y apoyada contra la apertura. La hoja pulida actuó como un espejo, mostrándole que tres guardias del invierno se habían refugiado en la trinchera que estaba al otro lado de la puerta.
Les dejó disparar una ráfaga completa, vigilando hasta que uno de ellos se puso a cubierto para recargar su arma. Entonces, Hitch embistió la puerta con el hombro, abriéndola por completo. Se lanzó hacia delante a toda prisa, disparó su pistola pesada contra el cráneo del khadorano más lejano y dejó caer su sable sobre el más cercano en un tajo descendente. Detrás de él, los zapadores del Tercer ejército rugieron un grito de batalla y se lanzaron corriendo al interior de la trinchera.
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INTELIGENCIA: EL PRIMER Y EL TERCER EJÉRCITO DE CYGNAR
Las fuerzas armadas de Cygnar se dividen en cuatro ejércitos, cada uno de ellos posicionados para defender un rincón diferente del reino. Muchos soldados se quedarán todas sus carreras en un ejército, división, brigada, regimiento, batallón y compañía específicos. Sin embargo, estas divisiones no son estáticas y los soldados pueden ser re-asignados según se les requiera, ya sea temporalmente o permanentemente. Lo tradicional es que el Primer ejército defienda la frontera norte de Cygnar contra Khador, y jugó el papel más importante en la Guerra llaelesa y los combates subsiguientes en el Bosque del Espino. El Tercer ejército, con base en Puertalta, defiende habitualmente la costa oeste y sus combates más frecuentes son contra el Imperio Pesadilla de Cryx.
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La lluvia tenía toda la fuerza de una tormenta primaveral pero nada de su calidez. Drenaba la energía y el calor de los cuerpos, convertía el camino en un pegamento espeso de agua y barro, y transformaba cada milla marchada en una docena.
El chaparrón tintineaba sobre la armadura de Markus "Asedio" Brisbane y chillaba levemente al evaporarse sobre la caldera caliente de su espalda. La calidez que esta irradiaba le hacía sentirse más cómodo que la mayoría de los soldados que marchaban en su columna, pero hasta él notaba el dolor en los huesos que la humedad les infligía.
El Mayor se dirigió al centro de la enorme columna de soldados del Primer ejército, flanqueado por sus maltrechos siervos de guerra. Triunfo tenía una larga marca de pintura quemada allí donde un cohete khadorano había rebotado contra su casco. Un Defender llamado Águila marchaba obedientemente detrás de él, con cuidado de apoyar su pierna izquierda dañada.
Asedio llevaba marchando los últimos cuatro días. El clima había ralentizado considerablemente a la columna. El clima y los heridos. Había cientos de bajas, quizás más, avanzando detrás de él. Aquellos que no podían andar iban tumbados en carros descubiertos que avanzaban resbalando sobre el lodo. A primera hora de la mañana uno de los caballos de tiro se había roto la pata intentando soltarse de un pegote espeso de barro y tuvieron que acabar con su miseria al lado de la carretera. Asedio instruyó a uno de sus siervos de guerra, un Cyclone llamado Reverendo, para que tomase el lugar del caballo perdido. Desde entonces solo había habido pasos pesados llenos de lodo, uno tras otro, con apenas unos cortos descansos entre medias.
El sonido de cascos aproximándose anunció que se les acercaba por la carretera un explorador con su capucha subida para protegerse de la lluvia. Su uniforme le señalaba como un sargento. Asedio supo que el hombre llevaba bastante tiempo cabalgando por la espuma blanca de los flancos del caballo.
- Mayor Brisbane. Me envía el lord general Duggan. ¿Entiendo que se le ha ordenado escoltar a estos soldados de vuelta a Guardianorte?
- Sí - dijo Asedio. Había algo en la forma en la que el hombre se revolvía en su silla que le hizo sentirse receloso. - ¿Por qué, soldado?
- Tenéis que dejarles. Tenéis que daros prisa señor. Ha habido novedades en las defensas externas. Los khadoranos tomaron algunos de los reductos y controlan las trincheras septentrionales. Es malo, señor. Peor de lo normal.
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Unos espesos bancos de humo proveniente de los cañones recorrían las trincheras como la niebla sobre el lago Aguasciegas, haciendo que a Hitch le escocieran los ojos. Ocasionalmente, alguien disparaba una bengala desde algún lugar de las trincheras y explotaba en el aire, pintando todo con tonos parpadeantes de un color rojo alquímico. El traqueteo firme de las ametralladoras resonaba en la distancia, roto por el estacato de las explosiones de las granadas y por el silbido y las explosiones de los obuses de artillería al caer. Dentro de ese caos humeante, hordas de soldados luchaban entre sí, corriendo desde una plataforma de disparo para reclamar la siguiente.
Hitch y los refuerzos del Tercer ejército se abrieron camino luchando a través de las trincheras, deteniéndose solo para liquidar las bolsas de resistencia de khadoranos que se interponían en su camino. Hitch se dio cuenta pronto de que los demás soldados se perdían en los recovecos, caminos cortados y túneles que necesitaban atravesar para llegar al Refugio de Martha.
Unos corredores le interceptaron cuando estaba dirigiendo a los soldados del Tercer ejército para reclamar las trincheras, portando mensajes de los otros oficiales que estaban bajo su mando. En circunstancias normales habría vuelto a las trincheras de mando para dirigir una fuerza mucho mayor compuesta por miles de soldados, pero había insistido en liderar este grupo personalmente. Hitch confiaba en sus oficiales subordinados para que siguiesen los objetivos de la misión mientras él estuviese ausente. Sin embargo, antes de emprender el asalto, había intentado meter en cada pelotón a unos cuantos Enterradores familiarizados con Guardianorte, pero esos soldados estaban esparcidos por todos los refuerzos del Tercer ejército.
La batalla contra los khadoranos no iba bien. Varios pelotones habían sido emboscados o estaban inmovilizados en tiroteos prolongados. Los rojos habían perdido a muchos soldados al reclamar parte de las trincheras situadas más al norte y no estaban dispuestos a rendirlas. Las continuas escaramuzas habían reducido sus fuerzas incesantemente, lo que le dejaba al mando directo de solo dos pelotones. Podría haber seguido a todos los heridos que había ido dejando atrás de vuelta hasta Guardianorte, como si fuesen un rastro de migas de pan.
Dentro de un búnker amplio que sus fuerzas estaban usando para capear otra maldita barrera de artillería, Hitch se giró hacia el teniente Brookes. Mientras hablaba, usaba la punta de su sable para dibujar un tosco mapa en el suelo de madera. - Esta línea es el Cruce del Pastor, la trinchera que está justo al norte de nuestra posición. Va paralela al frente, más o menos. Del Cruce salen tres trincheras de comunicación hacia la Hondonada Gorralata, Punta Metralla y el Refugio de Martha. Vamos a echar a los cañones de Martha.
- Entendido, señor. Deberíamos tener suficientes hombres como para reclamar la plataforma de disparo y destruir su artillería antes de retirarnos.
- No nos vamos a retirar, Teniente. Los capitanes Chandler y Moore ya deberían haber alcanzado Gorralata y Punta Metralla, incluso teniendo en cuenta los bloqueos de los rojos. Tenemos que asumir que no han tenido éxito en sus misiones.
Brookes perdió la compostura por un momento al darse cuenta de lo que Hitch quería decir. - Señor, no tenemos suficientes hombres como para mantener siquiera el Refugio de Martha, mucho menos para asaltar otras dos posiciones.
- Soy consciente de ello, pero los cañones de los rojos nos están martilleando. Alcanzan a demasiadas de nuestras trincheras. Si siguen así podríamos llegar a enfrentarnos a un ataque total sobre Guardianorte.
- Nuestras bajas serían... altas. - Brookes miró atrás, hacia los soldados que quedaban de su grupo. Estaban acurrucados en grupos pequeños colocados en fila por la estrecha trinchera o formando líneas de cinco en lo más profundo del búnker, junto sus muros.
- Lo serán - dijo Hitch. - Solo prepárate para aceptar esas pérdidas. Por ahora, prepara a los hombres para atacar al Refugio. Les informaré de nuestro siguiente curso de acción una vez hayamos tenido éxito.
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Para Asedio, tras haber pasado semanas combatiendo dentro de una ciudad, el campo de batalla situado entre las fortalezas de Guardianorte y Ravensgard le parecía un lugar alienígena. Incluso antes de llegar a sus límites ya podía notar el persistente olor de la pólvora y sentir el golpeteo familiar en su estómago cada vez que los obuses de la artillería caían al suelo.
Asedio marchaba solo, excepto por un par de siervos de guerra que iban a su lado. Mientras que el resto de sus soldados volvían a la fortaleza principal de Guardianorte con instrucciones de ayudar a reforzar la fortaleza lo mejor que pudieran, él atajó hacia el oeste para entrar en el campo de batalla que se extendía entre la fortaleza cygnariana y Ravensgard al norte. Asedio había dejado a Reverendo con los heridos y bajo el mando de un supervisor de siervos, tanto como para proteger a los soldados como para seguir tirando de su cargamento de lastimados. El gran Cyclone había requerido de un empujón antes de abandonar al hechicero de guerra.
Sin tener que cuidar del enorme grupo de soldados, Asedio podía desplazarse a su ritmo. Al darle más potencia a su armadura de hechicero de guerra compensó un poco el pegajoso barro, y los siervos de guerra que le quedaban se apresuraron para seguir su ritmo. Llegó bastante antes que el resto de la columna.
Entró en las trincheras como si fuera un hombre regresando a su hogar. Tenía un mapa mental de qué trincheras permanentes eran lo bastante profundas y anchas como para que sus siervos de guerra pesados pasasen a salvo y en cuáles se quedarían atrapados. Triunfo se fue adelantando cuando se acercaban a las líneas del frente. Dejó a Águila tras él, donde el ritmo reducido del siervo de guerra dañado no le ralentizase.
Mientras Asedio se orientaba por las trincheras fue reuniendo a voluntarios que estaban en los fortines y en las barricadas. Tuvo la precaución de aceptar solo un soldado o dos cada vez, nunca los suficientes como para dejar vacías las posiciones defensivas. Antes de que alcanzaran el combate activo se había hecho con una pequeña cohorte de zapadores. No necesitaban preguntar adónde les estaba llevando. Ya lo sabían.
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- ¡Al suelo! - gritó un granadero a la vez que giraba el detonador de una carga de demolición. Sujetándose el yelmo con una mano, el soldado esprintó para alejarse de la pieza de artillería khadorana y se puso a cubierto. Unos segundos más tarde, la carga detonó emitiendo un rugido y lanzando por los aires tierra y maquinaria.
Mientras llovían trocitos de escombros, Hitch hizo un recuento de los soldados que aún seguían con él. De los sesenta soldados que había dirigido hacia el Refugio de Martha solo quedaban veinte. Muchos de los zapadores supervivientes estaban heridos, algunos de tanta gravedad como para apartarles del frente durante meses. No estaba ni cerca de tener suficientes tropas listas para el combate como para intentar otro ataque y, juzgando los sonidos de la batalla que podía oír, los demás soldados que estaban en las trincheras ya estaban liados con sus propios combates.
Cuando terminó el estruendo de la explosión, los veinte le miraron expectantes: no había duda de que esperaban la orden de retirarse a Guardianorte.
- ¡Zapadores! Hoy habéis cogido por los huevos a los rojos y no se los habéis soltado. Deberíais estar orgullosos. Todos vosotros os merecéis una bebida caliente junto a un buen fuego en Guardianorte. Pero no vamos a volver. - Hitch no dejó que las expresiones sombrías de los soldados le ralentizaran. - Al este de aquí hay dos posiciones adicionales con más cañones de esos. Hasta que no las limpiemos nuestros hermanos y hermanas seguirán muriendo, y los rojos podrán decir que poseen un trozo de Guardianorte. No permitiré que eso pase. Seguiremos adelante. Seguiremos luchando. Si silenciamos aunque solo sea un cañón más, serán más vidas cygnarianas salvadas. Venderemos caros nuestros pellejos. Si morimos, lo haremos con nuestras manos alrededor de la garganta de alguno de esos bastardos rojos. Pelearemos hasta que les saquemos de tierras cygnarianas a patadas. ¿Entendido?
Los zapadores respondieron al unísono con un grito entusiasta.
- Por Guardianorte, señor - le dijo Brookes al oído.
A Hitch le sorprendió ver que el joven teniente seguía vivo. Sonrió. - Por Guardianorte. Hijo, tengo que decirte que para ser un puñado de novatos del Tercer ejército, me habéis impresionado. Hoy os habéis ganado el derecho de llamaros Enterradores.
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Los khadoranos no estaban preparados para él.
Asedio atravesó a sus soldados sin ralentizarse. Las balas de los cañones de campo explotaban contra el escudo de Triunfo y el casco de Águila, y los disparos de los francotiradores rebotaban en el campo de fuerza de Asedio dejando atrás arcos de luz.
A medida que avanzaba iba acumulabando velocidad, como una locomotora que arrancaba después de estar completamente parada. Al principio había sido metódico, calculando mentalmente los hechizos para transformar cada disparo del cañón pesado de Triunfo en una explosión arcana y deteniéndose para disparar salvas de cohetes a las posiciones khadoranas. Los dos siervos de guerra le seguían el ritmo y disparaban al unísono, reventando barricadas y arrollando bolsas de resistencia.
El rifle de un hacedor de viudas restalló y el disparo hizo saltar chispas de su armadura. Asedio rugió y disparó un enjambre de cohetes que zumbó hacia la dirección del ataque, obliterando un puñado de trincheras con una explosión de fuego. Su presencia había atraído la atención de los khadoranos: habían empezado a tirarle todo lo que tenían mientras atravesaba las trincheras.
El combate había encendido algo en su interior. Tras los primeros minutos corrió con Caos en su mano hasta ponerse al frente de la fuerza que había reunido. Aplastó puertas de fortines y pulverizó todo lo que había dentro con ondas de choque de fuerza arcana. Mientras avanzaba y barría todo lo que se interponía en su camino, Asedio dejó fluir la ira y la frustración de los últimos meses en forma de un feroz grito de guerra. Aireó su rabia respecto a la nación llaelesa que se derrumbaba y a los recuerdos de su propio fracaso en la Excavación del Guardián, cuando había sido atrapado por una tormenta invernal mientras había soldados cygnarianos muriendo en Merywyn. Por lo menos, aquí había un enemigo al que podía enfrentarse cara a cara.
Asedio soltó un grito de cruda ira al golpear a otro khadorano con Caos. Detrás de él, Triunfo y Águila imitaron su grito a su propio estilo: los agudos estallidos de vapor de sus calderas sonaban como los pitidos de un tren que se acercaba.
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Alguien disparó a Hitch en el estómago mientras dirigía la carga a través de las nubes de las granadas de humo. Sabía que no había sido la bala de un trabuco porque la mayor parte de sus tripas aún seguían dentro de su cuerpo.
Presionó, emergiendo en la Hondonada Gorrolata. Había docenas de guardias del invierno en la plataforma de disparo fortificada, aunque la mayoría de ellos se apiñaban alrededor de los enormes cañones de artillería para defenderlos. Un kapitán con un abrigo forrado de piel estaba cerca, llevando un sable y una pistola ornamentados.
- ¡Destruid ese cañón! - gritó Hitch, lanzando un tiro con su pistola en esa dirección. Los zapadores se lanzaron en masa a por los defensores khadoranos, los cuales dispararon una salva que se llevó algunas vidas, pero la furiosa carga del resto les barrió. Cuando los zapadores alcanzaron la posición de los khadoranos la batalla se convirtió en algo parecido a una pelea de taberna, pero más sangrienta.
Mientras los soldados se embestían entre sí y caían en combate, Hitch se movió para trabar al oficial. Probablemente era el mismo bastardo que le había disparado. El khadorano, pillado mientras recargaba, tiró su pistola a un lado y golpeó con su espada en un arco amplio dirigido hacia el cuello de Hitch. Sin embargo, si esperaba cruzar espadas con él, Hitch estaba más que dispuesto a decepcionarle.
Se agachó por debajo del ataque del oficial y le placó, levantándole del suelo con un rugido y estampándole de espaldas contra el suelo. Hitch sintió como si algo se rompiese dentro de sus tripas y el dolor le invadió. Aún así, tenía suficiente adrenalina recorriendo su cuerpo como para ignorarlo mientras se subía sobre el kapitán.
Sentado sobre el khadorano, Hitch abofeteó al otro hombre con la empuñadura de cobre de su espada. El khadorano se revolvió contra Hitch con un golpe torpe de su sable. Hitch respondió golpeando el pecho del hombre y clavó el pomo de su arma en la cara del khadorano una y otra vez, hasta que el cráneo del oficial se partió emitiendo un sonoro crujido.
Hitch se levantó tambaleándose de encima del cuerpo, volviendo a la lucha contra la dotación de artillería. Los zapadores y la guardia del invierno se agarraban los unos a los otros, forcejeaban por un arma o rodaban sobre el barro intentando asfixiarse mutuamente. Cogió al rojo más cercano por el cuello y lo lanzó hacia el teniente Brookes. Este aprovechó la oportunidad para clavar su bayoneta en el corazón del khadorano.
Cuando el combate hubo terminado los zapadores se prepararon para destruir el segundo cañón. Hitch se llevó a Brookes aparte. - Cuento cinco muertos más - dijo Hitch.
- Tuvimos suerte, señor, pero salvo que ocurra un milagro no sé cómo vamos a rebasar la posición final.
- Entonces empieza a rezar, Teniente. Mientras lo haces intentaré montar un plan.
Brookes pareció darse cuenta por primera vez de la herida de bala en el abdomen de Hitch. - Señor, está sangrando.
- Como todos - respondió Hitch. No le dijo al Teniente que sentía las piernas frías y flojas o que se le estaba yendo la cabeza. Solo dejó que el oficial junior le sirviese de apoyo para poder seguir de pie.
Antes de que Brookes pudiese responder nada más se produjo una enorme explosión en Punta Metralla. Poco después le siguió el pitido de un silbato y, por toda la primera línea de las trincheras de Cygnar, los khadoranos empezaron a abandonar sus posiciones. Emergiendo del fuego de la explosión, un hombre alto y ancho de hombros con armadura de hechicero de guerra se quedó al borde del reducto, seguido poco después por un siervo de guerra triunfante. Este estampó el borde su escudo contra el suelo, como si estuviese desafiando a los invasores. El hombre se quedó ahí, respirando con dificultad, como un avatar de la guerra vestido con el azul cygnariano salpicado de barro.
Se sucedió un momento de silencio y confusión mientras los rojos huían hacia Ravensgard. Se rompió por el sonido del rifle de un francotirador, el cual volvió a iniciar la cacofonía de la batalla cuando ametralladoras, zapadores y fusileros intentaban cargarse a los khadoranos antes de que pudiesen volver a sus propias defensas.
Hitch se quedó pasmado. - ¿Qué coño ha sido eso?
- Un milagro - dijo Brookes. Entonces añadió: - señor.
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- Anson Hitch, nunca pensé que te vería tumbado - dijo Asedio.
Tras expulsar a los khadoranos de las trincheras de Guardianorte, Asedio volvió a la fortaleza para ver a los soldados que estaban en la enfermería. Aquellos que habían ido al sur desde Merywyn también estaban recibiendo atención médica pero se habían quedado sorprendidos por la cantidad de heridos que ya había en las salas abarrotadas.
Hitch se apoyó en un codo, haciendo un gesto de dolor cuando algo dentro de su estómago le dolió. - Mayor Brisbane. Creía que tenía que agradecernos que asustásemos a los khadoranos.
- Solo hicisteis un poco de limpieza. El capitán Finn me ha informado de que dirigiste una incursión por tu cuenta para hacer un poco de trabajo pesado.
- No deje que nadie de la cadena de mando le oiga decir eso, Mayor. Si supiesen que me he ensuciado las manos podrían volver a degradarme a mayor. Incluso a capitán.
- No tendrás esa suerte, Coronel. Conociendo tu suerte te promocionarán para que solo tengas que quedarte en la tienda de los oficiales - dijo Asedio. Por primera vez en mucho tiempo, apareció una sonrisita en la comisura de su boca. La expresión alicaída que mostraba Hitch ante la idea de ser promocionado era la respuesta opuesta a la que daría la mayoría de los soldados profesionales pero, a menudo, Asedio sentía lo mismo. De hecho, había evitado ser promocionado varias veces y de forma deliberada.
- Los bastardos probablemente lo harían. - La expresión de Hitch se convirtió en una de escepticismo. - Vi aparecer algunas tropas del Primer ejército. No eran de las divisiones de avanzada. Y el asalto khadorano era agresivo. ¿Ha cambiado algo?
- Sí. Nos llegaron órdenes hace unos días: todos los efectivos cygnarianos de Llael han sido enviados de vuelta a la frontera. - Asedio puso cara seria.
- Así que se acabó - dijo Hitch. Asedio sabía que el coronel había combatido en Merywyn antes de que se le retirara. A juzgar por su expresión, estaba tan descontento como él.
Asedio suspiró. - Habrían cortado nuestras líneas de suministros. Sabía que Merywyn no podía aguantar eternamente pero habríamos salido adelante si nos hubiesen dejado. Algunos se quedaron atrás y siguen luchando pero ya da igual. Ahora tenemos que rodar con los golpes y mirar por nosotros mismos.
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REPERCUSIONES: LAS GUERRAS DEL BOSQUE DEL ESPINOEra razonable que los defensores de Cygnar esperasen que los combates sanguinarios que se producían por toda su frontera norte hubiesen cesado tras la rendición de Merywyn y después de que Khador absorbiese sus considerables ganancias. Hubo respiros e intervalos de calma relativa pero el Bosque del Espino no vería la paz durante un tiempo. Estas batallas resultaron ser el pistoletazo de salida de lo que se acabarían llamando las Segundas guerras del Bosque del Espino, un eco de la Primera guerra del Bosque del Espino, la cual marcó profundamente la región cien años antes.De hecho, los siguientes meses revelarían un montón de problemas nuevos para Cygnar, unos que eclipsarían rápidamente cualquier decepción sufrida durante el curso de la Guerra llaelesa. Todo el poder y la resolución inflexible del Protectorado de Menoth estaba apunto de hacerse patentes, al igual que la amenaza supurante representada por el Imperio Pesadilla de Cryx.
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