Se reunieron para él en el patio central situado delante del Gran templo del Creador, en Sul, con el mismo entusiasmo con el que habrían ido a recibir al mismísimo jerarca Voyle. Los entusiastas oyentes se derramaban por las calles más cercanas y ocupaban docenas de ventanas de los edificios próximos. Entre ellos había sacerdotes subordinados subidos en plataformas, listos para repetir sus palabras.
A pesar de su edad, la voz de Severius seguía siendo potente y firme. Hace muchos años viajó libremente por todos los Reinos de Hierro, peregrinando regularmente a tierras extranjeras para extender las enseñanzas de la Verdadera ley. Había entrenado a su voz para ser oída incluso en medio de multitudes como esa e, incluso, cuando otras voces se alzaban para ahogar a la suya, pero su audiencia estaba cautivada y deseando oír sus palabras.
Severius levantó las manos y empezó.
- Durante años, nosotros, los fieles, hemos rezado y nos hemos preparado, demostrando una y otra vez nuestra dedicación hacia lo que está por venir. Durante generaciones, nos hemos esforzado al máximo realizando trabajos agotadores para asegurarnos de que el Templo fuese fuerte en tiempos de necesidad. Cada uno de nosotros ha hecho su parte, ya fuesen horas interminables trabajando en el campo bajo el implacable sol del verano, aguantando el frío del invierno o las lluvias torrenciales de la primavera y el otoño, todo para dar de comer a los guardianes del Templo. Para algunos, vuestra dedicación se ha manifestado animando a vuestros hijos e hijas a unirse a la guardia de la Llama del Templo o a los ejemplares caballeros. Todas estas tareas son valoradas, aunque guardamos un sitio especial en nuestros corazones por aquellos que arriesgan su vida y su salud para proteger a la Llama sagrada.
- Todos y cada uno de nosotros sabíamos que podríamos ser convocados para defender nuestros hogares, para defender la fe a la que toda la humanidad debería adherirse. Ese día ha llegado. Esta es la Gran cruzada que anticipó el jerarca Ravonal, respaldada por la llegada de la Heraldo y, ahora, puesta en marcha por el jerarca Voyle.
Tuvo que hacer una pausa ya que la muchedumbre reaccionó rugiendo. Severius sentía que los achaques y los dolores de su propio cuerpo se desvanecían con el sonido y su energía se revitalizaba por su entusiasmo.
Levantando sus manos para pedir silencio, dijo: - ahora demostramos nuestro amor y devoción abrazando con gusto unos tiempos que serán duros y cargados de peligros, rehuyendo la comodidad y la seguridad de una paz que aún está por ganarse. Porque no puede haber paz ni descanso mientras Immoren esté plagado de infieles. ¡Deben inclinarse ante Menoth o cosechar las consecuencias de su indolencia durante una eternidad de castigo, perseguidos por la Sierpe a través de los infiernos de Urcaen!
La multitud volvió a rugir.
- Uno de los primeros pasos de esta cruzada será desechar los grilletes que nos han atado durante demasiado tiempo. Fue aquí, en este mismo sitio desde el que yo os hablo ahora, que Sulon se puso en pie y habló de su visión sobre la futura teocracia. Fue aquí donde puso en marcha su llamada, invocando a los fieles de todas estas tierras para que se le unieran. Esta es una tarea ahora renovada y es con gozo y fervor con lo que pronuncio estas palabras.
No reconocemos la autoridad de Cygnar. ¡Llevaremos fuego y destrucción a sus puertas y les veremos temblar mientras nos imploran piedad, piedad que solo les permitiremos si se lanzan a postrarse para adorar al Legislador!
¿Quién de aquí estará conmigo en esta Gran cruzada? ¿Quién de vosotros marchará para castigar a aquellos que difaman y niegan a nuestro Jerarca, creyéndose por encima de la Verdadera ley?
El clamor de respuesta de la asamblea reunida, de los incontables miles de ciudadanos de la ciudad sagrada de Sul, se alzó como un griterío que se hizo notar como si fuera un golpe físico. El gran escrutador Severius hizo un signo de bendición, reconociendo su entrega voluntaria hacia lo que yacía más adelante. Ahora, lo único que quedaba era entregar a Cygnar este mismo mensaje de forma que nadie lo malinterpretara.
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La multitud reunida continuó vitoreando y celebrando sus palabras mientras su fervor religioso se desviaba hacia las líneas de guardias de la Llama del Templo y ejemplares caballeros que salían marchando del Templo hacia las calles principales. Era un despliegue militar como ningún otro que hubiese sido realizado jamás en Sul ya que, desde hace tiempo, la teocracia había fingido no poseer un verdadero ejército. El gran escrutador Severius se giró despacio y se retiró hacia la sala abovedada del Gran templo, ansioso por poner en marcha los detalles de la operación que estaba pendiente.
Por el momento, se sentía alentado por la fuerte reacción de los fieles. Le distrajo de todo lo que le recordaba su avanzada edad y los pocos años que le quedaban por delante. La ornamentada armadura de hechicero de guerra que llevaba le ayudaba a apoyarse y a mantener su dignidad, aunque aquellos más cercanos podían ver cómo le temblaban las manos al sujetar su bastón. Despreciaba las debilidades de su carne, aunque todos deberemos, en su debido momento, ser invocados ante Menoth.
En la gran sala, dos figuras se le aproximaron procedentes de direcciones diferentes, ambos hechiceros de guerra de alto rango a los que había pedido que se le uniesen en esta labor. Había esperado verse con el de la izquierda: el sumo ejemplar Mikael Kreoss, quien hizo una reverencia profunda y respetuosa al aproximarse. Se había quitado su yelmo como señal de humildad y sumisión, dejando su cara al aire en contraste con el atavío enmascarado del Gran escrutador.
La otra, avanzando con paso confiado y apenas ofreciendo una mínima inclinación de cabeza, era Feora, la Sacerdotisa de la Llama. Al contrario que la de Kreoss su cara seguía enmascarada, cubierta por una fina capa de bronce esculpido detalladamente para ser similar a sus rasgos. Como era una sacerdotisa, la máscara era apropiada. Sin embargo, la forma en la que la llevaba le confería una falta de deferencia.
INTELIGENCIA: EL GRAN ESCRUTADORAl aceptar la responsabilidad de aplicar internamente la pureza doctrinal, los escrutadores han asumido posiciones de liderazgo dentro del Protectorado de Menoth. Tienen una influencia tremenda sobre las vidas de todos los ciudadanos, incluyendo a los demás sacerdotes, y trabajan codo con codo con el Jerarca al mando para servir como extensiones de su autoridad.
El rango más alto de esta casta era, tradicionalmente, el de vice-escrutador, una posición de considerable eminencia y reservada a los visgodos senior. El jerarca Garrick Voyle creó la posición de gran escrutador para el hechicero de guerra Severius, para honrar su puesto como líder militar y su antigüedad en la casta. Al Gran escrutador se le dio autoridad sobre las fuerzas armadas del Protectorado de Menoth. Tradicionalmente, las ordenes marciales de los distintos defensores armados del Templo se mantenían separadas entre sí, cada una con su propia cadena de mando y líderes individuales. El Gran escrutador fue el primer líder distinto del Jerarca al que se le dio autoridad sobre ellas como colectivo.
En estos momentos el Gran escrutador no podía ser también elegido para convertirse en Visgodo, lo cual, en teoría, le impedía convertirse jamás en Jerarca. Esto le permitió al jerarca Voyle confiar el poder militar de la teocracia al Gran escrutador sin dar pie a la posibilidad de ser depuesto por un golpe de estado. Esta distinción se volvería irrelevante tras los eventos del 607 AR, cuando la Heraldo intervino en la sucesión.
Ella no dio señas de reconocer ninguna acusación de vanidad y dijo: - lo habría hecho con mucho gusto si no fuese más importante hablar con usted, Gran escrutador. La labor de asegurarse de que mi guardia de la Llama está a la altura de lo que se espera de ella recae sobre los preceptores.
- No son tu guardia de la Llama, Feora - gruñó Kreoss, obviamente indignado.
Severius sonrió detrás de su máscara, apreciando la honestidad y la naturaleza directa de Kreoss. Los ejemplares siempre han sido el arma más entregada de la casta de los escrutadores, la espada afilada incapaz de desobedecer a la mano que la blande.
Kreoss prosiguió: - la guardia de la Llama pertenece al Templo. Tú solo eres su custodia.
- Ahí es donde te equivocas - dijo, enfrentándose a él sin perder la compostura. - Son mi guardia de la Llama. Les he convertido en este instrumento a las órdenes del Jerarca. Están tan ligados a mí como lo están mis brazos y mis piernas. Los vínculos entre ejemplares no pueden conseguir siempre tal perfección, lo sé. Se dice que los ejemplares están en armonía con sus hermanos y hermanas, pero cada falange va por libre, unidas solo por su servicio a un sacerdote o escrutador determinado. Ese es vuestro rol.
Kreoss estaba quieto, pero su cara se estaba poniendo roja y le brillaban los ojos. Cuando volvió a hablar lo hizo con los dientes apretados. - Emulamos al gran ejemplar Baine Hurst, cuyo ejemplo podrías pasar toda la vida intentando emular y seguirías fracasando.
Feora se rió discretamente, un sonido casi ofensivo en la sala sagrada del Gran templo; su júbilo, un sacrilegio menor. - Y sin embargo no servís a Hurst. El credo de vuestra orden es la obediencia a la clerecía. Ese es vuestro rol. Hurst es un representante, un ejemplo y nada más que eso. Tiene vuestro amor pero obedecerle violaría vuestro credo. La guardia de la Llama me obedece a mí y solo a mí. A cambio, yo sirvo al Jerarca. - Dijo esto último como si permitiese este hecho de mala gana.
- Usted también me sirve a mí. - Dijo Severius con calma.
Feora se detuvo solo un instante antes de inclinar su cabeza. Dijo: - por supuesto, Gran escrutador. Usted habla por Voyle en momentos como este. Sus órdenes son las suyas.
Severius les había permitido discutir (como era habitual en ellos) ya que era un hombre paciente y comprendía que se le debía dar voz a ese veneno. La enemistad entre estos dos era profunda. Tuvo que admitir que la arrogancia de Feora le resultaba más insoportable que la truculencia de Kreoss. Algunas veces apreciaba que Kreoss dijera en voz alta lo que el Gran escrutador no podía. Sin embargo, por mucho que le vejara Feora, había llegado a entender su postura.
Voyle había ascendido a Feora por una razón: era lo que necesitaba para asegurarse de que la guardia de la Llama del Templo se convirtiese en el ejército de la Gran cruzada. Este conflicto se lucharía con las puntas de sus lanzas y el baluarte de sus escudos. Morirían muchos de ellos, solo superados en número por las masas apenas entrenadas de ciudadanos fanáticos que habían sido enviados a luchar a su lado y a perecer en nombre de Menoth. Por sí solos, los fanáticos serían insuficientes para combatir en esta guerra. Por valientes que pudiesen ser, los ejemplares no podían llevar esa carga ya que eran demasiados pocos.
- Basta - dijo Severius. - Debo preparar el asalto de mañana a Caspia.
- Eso es por lo que he venido - dijo Feora acercándose. - Yo debería ser la que dirigiese el ataque en su lugar.
La impertinencia de esta afirmación era impresionante. Severius se lo tomó con calma pero Kreoss estaba a punto de perder la compostura por completo. - ¿Tú deberías dirigir? ¿Te atreverías a ponerte por encima del Gran escrutador? Él ha trabajado durante décadas para preparar este día. ¿Qué te da el derecho?
- Hablas por encima de tu posición, Sumo ejemplar - dijo Feora con frialdad. - Soy la Sacerdotisa de la Llama. Ningún subordinado de otra orden me hablará sin respeto, por muy estimado que sea. Este es un comportamiento indecoroso para un sumo ejemplar. Tenía mejor concepto de ti.
En la expresión de ella quedaba claro que se había anotado un punto. Severius sentía simpatía por el caballero pero tenía que admitir que su argumentación era válida. Kreoss era un hechicero de guerra y un veterano curtido, y esto le había permitido ascender a una posición situada por encima de su rango, pero aún no estaba al mismo nivel que Feora. Severius dijo: - tiene razón, Sumo ejemplar. Cuidado con su tono.
- Kreoss inclinó su cabeza. - Sí, Gran escrutador. Perdonadme. Me disculpo, Sacerdotisa. - Estaba claro que su ira hacia Feora no había disminuido, pero se la tragó.
Feora volvió a dirigirse a Severius. - Trajimos desde Imer a la gran balista Legisladora. Permítame desatar su poder sobre las puertas de Caspia. La guardia de la Llama del Templo y los salvadores deberían estar al frente de esto para mostrar a nuestro pueblo nuestro rol en este combate. Dejadles ver a los soldados de a pie, a los hombres y mujeres que son como ellos. Les inspirará y acudirán en rebaño para unirse a nosotros.
Severius consideró sus palabras. Lo cierto era que no deseaba llevarse la gloria. Las palabras de Feora eran persuasivas. Que también fuesen interesadas no le preocupaba en exceso.
Dijo: - por poderosa que Legisladora pueda ser no será capaz de derribar esas puertas. ¿Están sus soldados preparados para perecer? ¿Un ataque fallido no hará que su moral se debilite?
Feora respondió sin dudarlo. - El resultado no importa. Mis hombres están listos para hacer lo que deben y su ataque nos servirá, incluso si fracasa. Lo importante es enseñar a los caspianos y a nuestro propio pueblo la seriedad de nuestro propósito. Dispararemos nuestros cohetes por encima de las puertas y muros de la mismísima Caspia para aterrorizar a los enemigos y recordarles por qué deberían rezar. Cuando sus hogares ardan se darán cuenta del coste de darle la espalda al Creador del hombre.
Severius tenía razones para dudar de la fuerza de la piedad de Feora y sus palabras parecían ensayadas, pero su fanatismo ante la perspectiva de violencia era genuino. No dudaba de que inspiraría a su gente a marchar hacia los rifles cygnarianos y muchos jóvenes clamarían para alistarse y reemplazar a los caídos.
Tras considerar un momento si Voyle había elegido bien o mal al asignar a esta mujer para liderar a los protectores más numerosos de la Llama sagrada, inclinó su cabeza. - Feora, tenéis mi permiso para empezar el ataque. Que Legisladora anuncie nuestra independencia.
******
A la mañana siguiente, el cabo de fusileros Lars Haggin estaba regresando a su puesto en las murallas superiores orientales de Caspia cuando las campanas empezaron a tañir. Su sargento le había mandado traer tazas de hojalata con café y pastas embaladas de su vendedor favorito, que se encontraba cerca de la guarnición. Lars se sorprendió tanto que se le cayeron y, maldiciendo, atravesó a la carrera la estrecha vía mientras las campanas de alarma seguían sonando. No era un ejercicio de entrenamiento.
Sintió un impacto a través de las piedras situadas bajo sus pies y oyó una explosión en las cercanías. Mirando hacia arriba con la boca abierta de par en par vio a unas motas saltar por encima de la muralla, moviéndose con rapidez y dejando rastros de humo blanco detrás de si. Se produjo un ruido silbante cuando una se estrelló contra la fachada de una tienda de ultramarinos que solo estaba a veinte pasos de su posición. Detonó con un golpe sordo que mandó escombros volando por todos lados. La gente alarmada que estaba cerca suya empezó a gritar y a llorar, corriendo en lo que parecían ser direcciones aleatorias en busca de un sitio seguro.
"Washerton" pensó aturdido. El nombre del tendero.
Todos sus instintos le decían que corriera y solo empleando toda su fuerza de voluntad consiguió coger las escaleras que subían a las almenas. Anhelaba tener su rifle en la mano y fue ese pensamiento el que le llevó de vuelta a su puesto.
"Estamos bajo ataque... ¡en Caspia, por amor de Morrow! ¿Quién lo iba a decir?"
No era el único que se había creído afortunado por haber sido asignado lejos del frente de guerra. Todos habían escuchado con entusiasmo los rumores e informes de los progresos de la guerra en Llael mientras se alegraban de la suerte que tenían al estar a cientos de kilómetros de distancia. Salvo las quejas de los soldados más jóvenes, sospechaba que todos ellos estaban agradecidos de aburrirse en sus puestos, mirando a sus contrapartidas sulesas del otro lado del río. Se sentían cómodos con la certeza de que ambos lados entendían la locura que suponía atacar a través de esa división.
Alcanzó a sus hermanos de armas, los cuales estaban alineados a lo largo de las almenas y con sus rifles. Disparaban con un ritmo metódico, deteniéndose periódicamente para quitar los cargadores y reemplazarlos. El sargento de Lars le asintió bruscamente con la cabeza y señaló a su posición. No hubo ninguna reprimenda por no haber traído aquello a por lo que le habían mandando. El mundo donde estaban deseando sus cafés de la mañana parecía estar muy lejano.
La longitud y el peso del rifle en sus manos se sentía confortablemente familiar. Apoyó el largo cañón sobre su nicho de disparo.
- ¡Aguantad! - ordenó el sargento. - Están fuera de nuestro alcance.
Lars miró hacia abajo para ver a los sul-menitas dispuestos en formación de batalla a lo largo del otro lado del puente. Cerca de la mitad de este había unos cuantos cuerpos y charcos de sangre recientes. A esta distancia parecían irreales, pero sintió una sensación de malestar en el estómago al ver la matanza. Aquellos que había sido enviados a recuperar los cuerpos inertes estaban escudados por un muro de guardias de la Llama del Templo.
Alzándose por encima y detrás de ellos estaba una enorme máquina de asedio, una balista como nunca había visto otra antes. La escala de la máquina habría sido difícil de comprender de no ser por los siervos de guerra ligeros Redeemers que había detrás suya, cada uno de ellos brillando gracias a los lanzacohetes que apuntaban hacia la muralla.
El humo de docenas de cohetes oscurecía a los soldados enemigos. Los proyectiles explosivos se alzaban desde el puente para surcar los cielos hacia la muralla. Entonces, la balista disparó y todas las almenas se sacudieron cuando su proyectil explotó contra las puertas, bañándolas con fuego líquido. No era difícil creer que había llegado la hora del juicio, y el rifle de las manos de Lars ya no le hacía sentirse cómodo.
REPERCUSIONES: LEGISLADORAAl final, el ataque a las puertas de Caspia con la gran máquina de asedio Legisladora no consiguió abrir brecha en las defensas de la ciudad. Las guarniciones del Ejército cygnariano se mantuvieron firmes, y consiguieron vengarse y debilitar a los sul-menitas que mandaron contra ellos. Las grandes puertas sufrieron daños considerables pero aguantaron. El terror del asalto dejó conmocionados a muchos habitantes, recordándoles lo poco que sus hostiles vecinos valoraban sus vidas.Este asalto fue la forma mediante la que el Protectorado declaró su desafío ante los intentos previos cygnarianos de desarmarles. Cientos de civiles fueron asesinados en este ataque y sus secuelas. Al final, nadie de la Asamblea real de Cygnar podía negar que el Protectorado de Menoth era ya una nación independiente, una que despreciaba profundamente a Cygnar. Este sería el primero de muchos actos de violencia que comprenderían la Gran cruzada que estaba por venir.
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