Cerca de Corvis, 22 de khadoven del 605 AR
A finales de otoño ya empezaba a refrescar en las Marcas Petrasangre, pero seguían siendo un lugar en el que no se debía viajar bajo el sol del mediodía, aunque se acercase el invierno. Al comandante Coleman Stryker siempre le sorprendería lo rápido que cambiaba el clima al cruzar el Río Negro y entrar en las Marcas. Era como si la arena roja atrajese toda la humedad del aire y, a la vez, el sol brillase con más intensidad, haciéndoles sudar a pesar de que el aire fuese relativamente fresco.
El Viejo Pendenciero estaba con él, andando a grandes zancadas con facilidad mientras escudriñaba el horizonte con sus ojos brillantes. Aparte del Pendenciero, el warcaster estaba básicamente solo... tanto como alguien de su posición podía estarlo. Detrás de él iba un carro de combustible con su conductor veterano y unos cuantos auxiliares para ayudarle con las necesidades básicas de su temperamental máquina de guerra, pero había evitado llevarse soldados en este viaje. Era muy consciente de que, durante esta travesía, técnicamente era culpable de ausentarse sin permiso, aunque no es que nadie fuese a reprenderle por ello.
Sus órdenes eran parar en Corvis para re-abastecerse y reparar su grupo de batalla, reunirse con sus refuerzos y recuperar el norte del Bosque del Espino. Dada la escalada de las hostilidades con los khadoranos, necesitaban que volviese tan rápido como fuese posible. Sin embargo, las reparaciones de sus otros jacks llevarían algunos días, al igual que reunir a todos los hombres y suministros que llegarían río arriba desde Caspia. Suficiente tiempo para una pequeña excursión. Podría decirse que era una que estaba conectada a sus obligaciones como oficial del ejército, aunque era una tarea que debería haber delegado.
El ambiente en Corvis se había vuelto decididamente incómodo. No era difícil atribuir las malas caras y maldiciones entre dientes que le dirigían cuando paseaba por la calle al papel que había jugado en el abandono de Merywyn. A nadie le gustaba estar en el bando perdedor de un conflicto militar y encima había muchos refugiados llaeleses en Corvis, los cuales le culpaban con toda razón. No les importaba que la decisión de retirarse hubiese venido del Rey y sus generales. Para el pueblo llano, los warcasters como Stryker eran la cabeza visible del ejército, los héroes a los que alababan en las victorias y a los que culpaban de las derrotas.
La retirada había sido uno de los momentos más descorazonadores de su carrera militar. Recordaba bien la rabia impotente en la cara de Ashlynn d'Elyse al ver las líneas khadoranas retirándose para dejar que el Ejército cygnariano partiese de Merywyn sin ser molestado. Parecía que habían hecho un pacto reprobable en el que habían sacrificado a Llael como parte del trato.
Apenas unas horas después de que Stryker hubiese llegado a Corvis se le había acercado un atribulado sargento del Servicio de reconocimiento cygnariano. Estaba claro que era un hombre que buscaba apoyos tras no haberlos encontrado entre los demás oficiales superiores.
- Como veis, mi unidad ha sido enviada al sur. Quieren que investiguemos unos movimientos de tropas menitas cerca del Risco de Caerly. De alguna forma, Comandante, no conseguimos terminar nuestra patrulla anterior. Una pena, ya que había trabajo por hacer. Había unos cuantos rojos apestosos por ahí, en algún lugar, pero no nos dio tiempo a encontrarlos.
El sargento siguió describiendo informes de desertores khadoranos en las cercanías, los cuales presuntamente estaban detrás de los problemas recientes en las aldeas pantanosas cercanas a las ruinas de Fort Ryker. Lo más probable es que estos soldados khadoranos convertidos en bandidos estuviesen huyendo de sus propios superiores, obligados a saquear para sobrevivir, y habían sido vistos dirigiéndose hacia el sur.
- Parece que es algo de lo que deberíamos encargarnos - dijo Stryker. - ¿Tus superiores no asignaron otro equipo para esta tarea?
- Todo el mundo está liado, Comandante, la mayoría de ellos cerca de Fellig o Northguard. - El sargento escupió a un lado. - Los bandidos no son una prioridad. Nos han dicho que los ignoremos hasta que hagan algo. Todo perfecto y tal, pero hay gente vulnerable allí afuera.
- ¿Qué quieres que haga, sargento? - preguntó Stryker. A pesar de su tono de irritación estaba preocupado por el informe. Era fácil imaginar el daño que unas docenas de Guardias del invierno renegados podrían hacer estando sueltos.
El sargento morridano pareció avergonzarse y se secó la frente con su gorra. - Bueno, mirad, sé que esto está por debajo de su nivel, pero esperaba que echase un ojo a los refugiados de la Colina de Hakin. Puede que los desertores hayan ido hacia allí. ¿Puede enviar a alguien? Son un grupo de pobres diablos. Ya han pasado por mucho.
- Veré qué puedo hacer - le había asegurado Stryker. - Ve y vuelve con tu equipo.
- Claro, claro. Gracias señor. - El sargento se escabulló rápidamente con los hombros hundidos. Era demasiado disciplinado y educado para decirlo pero se tomó las palabras del warcaster como perogrulladas vacías.
Fue la pose triste y derrotada del hombre, más que ninguna otra cosa, lo que convenció a Stryker de ir a vigilar a los refugiados en persona. Dado cómo estaban las cosas de revolucionadas en Corvis y lo saturados de trabajo que estaban los oficiales locales, decidió que cualquier otro hombre que hubiese asignado sería echado en falta. Mientras tanto, él habría estado de brazos cruzados sin hacer nada, esperando a que reparasen sus máquinas. Así que sin hacerse notar, cogió al Viejo Pendenciero (que solo necesitaba reparaciones superficiales) y un único carro de combustible y empezó la marcha. No se molestó en informar a Nemo ni a los generales, ya que sabía que habrían insistido en que mandase a algún otro.
Teniendo en cuenta lo deprimido que se había sentido desde lo de Merywyn, esta tarea era la primera vez que se sentía bien desde que volvieron de Llael. Asegurarse la seguridad de algunos refugiados desamparados era lo menos que podía hacer. Le reconocían a menudo y algunas de esas personas podrían sentirse mejor al ver a un warcaster de alto rango cuidando de ellos: una señal tangible de que sus vidas eran importantes.
Stryker emergió de entre las sombras de los árboles colgantes que se encontraban al borde del Bosque del Enviudador, en las afueras de Corvis. Un paisaje devastado se extendía delante de él, duro y feo. Con sus arbustos de espinos y sus árboles bajos y retorcidos, la región no estaba completamente vacía, aunque seguía considerándose demasiado desoladora como para asentarse. A su derecha, a lo lejos, vio una nube oscura ondular sobre las dunas más cercanas. Probablemente una de las frecuentes tormentas de arena de las Marcas. Se puso las gafas por si acaso.
Sabía que estaba cerca del área en el que se habían asentado algunos de los refugiados de la Guerra llaelesa: aquellos que no querían unirse a las muchedumbres que ya se habían afincado en los campamentos abarrotados de las afueras de las puertas de Corvis o que se abrían paso a empujones a través de la multitud para encontrar un rincón vacío en los bajos fondos de la ciudad. Podía entender a los que habían decidido acampar aquí en vez de eso, a varias millas de la ciudad, en tierras no reclamadas fuera de las fronteras de Cygnar. Pero eso también quería decir que estaban expuestos.
El joven warcaster se sentía con la mosca tras la oreja, aunque su aprensión aún no tenía fundamentos. Entonces vio al Viejo Pendenciero levantar la cabeza y ambos oyeron el eco de una explosión lejana. Un disparo, sin duda. Le siguieron varios tiros esporádicos más.
Stryker maldijo entre dientes y azuzó mentalmente al warjack hacia un pequeño bosquecillo que se encontraba entre su posición y el barranco poco profundo donde se suponía que los refugiados habían levantado su campamento. Se giró hacia el conductor de su carro de combustible, un hombre canoso que había servido como zapador hace muchos años.
- Quedáos atrás - dijo al hombre mayor. - Pero dejad vuestros rifles a mano por si acaso.
El conductor asintió y puso su rifle militar sobre su regazo. Los auxiliares que iban con él parecían asustados, pero también aliviados al ordenárseles que se quedasen. Stryker podía sentir sus ojos sobre él mientras corría junto al Viejo Pendenciero hacia los ruidos de combate.
La retirada había sido uno de los momentos más descorazonadores de su carrera militar. Recordaba bien la rabia impotente en la cara de Ashlynn d'Elyse al ver las líneas khadoranas retirándose para dejar que el Ejército cygnariano partiese de Merywyn sin ser molestado. Parecía que habían hecho un pacto reprobable en el que habían sacrificado a Llael como parte del trato.
Apenas unas horas después de que Stryker hubiese llegado a Corvis se le había acercado un atribulado sargento del Servicio de reconocimiento cygnariano. Estaba claro que era un hombre que buscaba apoyos tras no haberlos encontrado entre los demás oficiales superiores.
- Como veis, mi unidad ha sido enviada al sur. Quieren que investiguemos unos movimientos de tropas menitas cerca del Risco de Caerly. De alguna forma, Comandante, no conseguimos terminar nuestra patrulla anterior. Una pena, ya que había trabajo por hacer. Había unos cuantos rojos apestosos por ahí, en algún lugar, pero no nos dio tiempo a encontrarlos.
El sargento siguió describiendo informes de desertores khadoranos en las cercanías, los cuales presuntamente estaban detrás de los problemas recientes en las aldeas pantanosas cercanas a las ruinas de Fort Ryker. Lo más probable es que estos soldados khadoranos convertidos en bandidos estuviesen huyendo de sus propios superiores, obligados a saquear para sobrevivir, y habían sido vistos dirigiéndose hacia el sur.
- Parece que es algo de lo que deberíamos encargarnos - dijo Stryker. - ¿Tus superiores no asignaron otro equipo para esta tarea?
- Todo el mundo está liado, Comandante, la mayoría de ellos cerca de Fellig o Northguard. - El sargento escupió a un lado. - Los bandidos no son una prioridad. Nos han dicho que los ignoremos hasta que hagan algo. Todo perfecto y tal, pero hay gente vulnerable allí afuera.
- ¿Qué quieres que haga, sargento? - preguntó Stryker. A pesar de su tono de irritación estaba preocupado por el informe. Era fácil imaginar el daño que unas docenas de Guardias del invierno renegados podrían hacer estando sueltos.
El sargento morridano pareció avergonzarse y se secó la frente con su gorra. - Bueno, mirad, sé que esto está por debajo de su nivel, pero esperaba que echase un ojo a los refugiados de la Colina de Hakin. Puede que los desertores hayan ido hacia allí. ¿Puede enviar a alguien? Son un grupo de pobres diablos. Ya han pasado por mucho.
- Veré qué puedo hacer - le había asegurado Stryker. - Ve y vuelve con tu equipo.
- Claro, claro. Gracias señor. - El sargento se escabulló rápidamente con los hombros hundidos. Era demasiado disciplinado y educado para decirlo pero se tomó las palabras del warcaster como perogrulladas vacías.
Fue la pose triste y derrotada del hombre, más que ninguna otra cosa, lo que convenció a Stryker de ir a vigilar a los refugiados en persona. Dado cómo estaban las cosas de revolucionadas en Corvis y lo saturados de trabajo que estaban los oficiales locales, decidió que cualquier otro hombre que hubiese asignado sería echado en falta. Mientras tanto, él habría estado de brazos cruzados sin hacer nada, esperando a que reparasen sus máquinas. Así que sin hacerse notar, cogió al Viejo Pendenciero (que solo necesitaba reparaciones superficiales) y un único carro de combustible y empezó la marcha. No se molestó en informar a Nemo ni a los generales, ya que sabía que habrían insistido en que mandase a algún otro.
Teniendo en cuenta lo deprimido que se había sentido desde lo de Merywyn, esta tarea era la primera vez que se sentía bien desde que volvieron de Llael. Asegurarse la seguridad de algunos refugiados desamparados era lo menos que podía hacer. Le reconocían a menudo y algunas de esas personas podrían sentirse mejor al ver a un warcaster de alto rango cuidando de ellos: una señal tangible de que sus vidas eran importantes.
Stryker emergió de entre las sombras de los árboles colgantes que se encontraban al borde del Bosque del Enviudador, en las afueras de Corvis. Un paisaje devastado se extendía delante de él, duro y feo. Con sus arbustos de espinos y sus árboles bajos y retorcidos, la región no estaba completamente vacía, aunque seguía considerándose demasiado desoladora como para asentarse. A su derecha, a lo lejos, vio una nube oscura ondular sobre las dunas más cercanas. Probablemente una de las frecuentes tormentas de arena de las Marcas. Se puso las gafas por si acaso.
Sabía que estaba cerca del área en el que se habían asentado algunos de los refugiados de la Guerra llaelesa: aquellos que no querían unirse a las muchedumbres que ya se habían afincado en los campamentos abarrotados de las afueras de las puertas de Corvis o que se abrían paso a empujones a través de la multitud para encontrar un rincón vacío en los bajos fondos de la ciudad. Podía entender a los que habían decidido acampar aquí en vez de eso, a varias millas de la ciudad, en tierras no reclamadas fuera de las fronteras de Cygnar. Pero eso también quería decir que estaban expuestos.
El joven warcaster se sentía con la mosca tras la oreja, aunque su aprensión aún no tenía fundamentos. Entonces vio al Viejo Pendenciero levantar la cabeza y ambos oyeron el eco de una explosión lejana. Un disparo, sin duda. Le siguieron varios tiros esporádicos más.
Stryker maldijo entre dientes y azuzó mentalmente al warjack hacia un pequeño bosquecillo que se encontraba entre su posición y el barranco poco profundo donde se suponía que los refugiados habían levantado su campamento. Se giró hacia el conductor de su carro de combustible, un hombre canoso que había servido como zapador hace muchos años.
- Quedáos atrás - dijo al hombre mayor. - Pero dejad vuestros rifles a mano por si acaso.
El conductor asintió y puso su rifle militar sobre su regazo. Los auxiliares que iban con él parecían asustados, pero también aliviados al ordenárseles que se quedasen. Stryker podía sentir sus ojos sobre él mientras corría junto al Viejo Pendenciero hacia los ruidos de combate.
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INTELIGENCIA: DESERTORES KHADORANOSLa conquista khadorana de Llael tuvo una parte negativa, una que durante mucho tiempo no notó el Alto mando. Ya durante el conflicto e inmediatamente después, unos cuantos soldados oportunistas desarrollaron cierto gusto por los botines de guerra. La campiña llaelesa fue saqueada agresivamente y varios municipios pequeños fueron prácticamente borrados del mapa tras experimentar la brutalidad de los soldados (o antiguos soldados).Este problema acabó extendiéndose más allá de las fronteras del reino. Algunas kompañías enteras de la Guardia del invierno desertaron, convirtiéndose prácticamente en bandidos equipados con armas del ejército y vistiendo sus antiguos uniformes. Muchos buscaron refugio en las fronteras del Bosque del Espino, el Bosque Titilante y otras regiones salvajes del norte de Cygnar y el sur de Llael. Atacaban a cualquiera que no pudiese defenderse solo, como las gentes rústicas que vivían en haciendas o granjas apartadas. Los grupos más grandes de estos bandidos eran lo bastante atrevidos como para interceptar a las pequeñas patrullas militares enviadas en su busca.
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Stryker enseguida vio que se había iniciado una pequeña escaramuza, y que ya estaba decidida. A unos cien metros se juntaba una triste colección de tiendas y cobertizos improvisados. Unas volutas de humo salían de varias hogueras. Al principio, lo único que pudo oír fueron los lloros y lamentos de las familias en shock por lo que había sido un ataque rápido y brutal. Había varios cuerpos tirados sobre el suelo enrojecido a lo largo del perímetro de las tiendas, donde probablemente unos pocos guardias armados habían sido apostados. Los rifles yacían cerca de las manos de los caídos.
Docenas de norteños con uniformes rotos y sucios de la Guardia del invierno avanzaban sobre el campamento. Varios de los que estaban más cerca se movían para recuperar los rifles de los muertos mientras que los demás se dispersaban entre las tiendas con sus armas preparadas. Los líderes de los desertores gritaban órdenes con un fuerte acento, demandando que se les entregase toda la comida y cualquier cosa de valor.
Un joven, de unos nueve o diez años, salió de una de las tiendas y con un grito ahogado se dirigió trastabillando hacia uno de los cuerpos sanguinolentos. El soldado que estaba más cerca, implacablemente, le hizo retroceder de una patada. Entonces, ese Guardia del invierno apuntó con su trabuco al chico, quizás pensando que había intentado coger el rifle de su padre.
Stryker desenfundó su pistola disruptora y la levantó lanzando un grito involuntario, mientras Viejo Pendenciero corría hacia delante con sus piernas de metal pesado y su motor de vapor agitándose. Varios de los Guardias del invierno lo oyeron y levantaron la mirada. Vieron primero al warjack y empezaron a dar la alarma, señalando frenéticamente.
Unas runas azules y brillantes rodearon la pistola de Stryker cuando su magia potenció el arma. Guiado por la voluntad del warcaster, el tiro dio en el blanco a pesar de la distancia, impactando en el abdomen del Guardia del invierno. El eco del disparo fue igualado por el arma del soldado, ya que había conseguido apretar el gatillo antes de que la bala de Stryker le diese. El khadorano se tambaleó y se dio la vuelta con una mirada de sorpresa en la cara antes de caer sin vida cerca del chico, el cual también yacía inmóvil y sangrando a través de una herida abierta en el pecho.
Stryker sintió una oleada de rabia. No se quedaría satisfecho disparándoles desde lejos. Anhelaba darles una muerte más visceral con el filo de su espada. Pero primero tenía que atravesar el terreno que les separaba. Recargó su pistola y volvió a disparar, acabando con otro saqueador cuando salía de una tienda con las manos llenas.
Como eran refugiados, lo más seguro es que lo que llevase el desertor fuesen ropas rasgadas y platos rotos, y quizás algunos trozos de pan mohoso o queso duro. Robar lo poco que le quedaba a esta gente era monstruoso y le hacía pensar que estos soldados habían perdido sus últimos vestigios de conciencia. Incluso después de todo lo que Stryker había visto de los khadoranos en Llael, no había perdido la capacidad de sorprenderse ante la crueldad del enemigo.
Al darse cuenta de que un warjack cygnariano estaba casi encima suya, el resto de los norteños dejaron caer al suelo su botín para desenfundar o levantar sus armas. Varios se giraron hacia el Viejo Pendenciero pero sus balas apenas arañaron la pintura de su chasis ya maltratado por la guerra. Los ojos del warjack brillaban con un fuego rojo brillante y el vapor brotaba de él con un pitido que imitaba el grito de Stryker, haciéndose eco de la ira del warcaster como si fuera la suya propia.
Aunque la mente del warjack era relativamente simple, Stryker podía sentir el deseo de violencia del Pendenciero como algo puro y potente. Sabía que esta gente harapienta que se hacinaba en sus tiendas eran amigos y civiles (unas claves muy importantes para los córtex militares y lo más parecido a "inocencia" que sus mentes podían asimilar). Entendía la necesidad de exterminar a aquellos que dañasen a cualquiera con estas identificaciones.
El martillo del Viejo Pendenciero se estrelló contra un par de Guardias del invierno que estaban en el límite del campamento antes de que pudiesen apartarse de su camino, mandándoles volando por los aires, pero su avance pronto se frenó al darse cuenta de que delante se encontraban varias entidades amigas, en mitad del incierto territorio de tiendas débiles y frágiles. Pendenciero no podía dejarse llevar por la matanza tal y como le hubiese gustado, ya que cada paso podría poner en peligro a aquellos que había venido a proteger.
El ruido que hizo el warjack al expulsar vapor expresaba más frustración que enfado. Stryker estaba lo bastante cerca como para ver que la choza destartalada que tenía más cerca estaba abandonada, así que le dio permiso al Pendenciero para arrollarla y alcanzar al siguiente desertor. El puñetazo del Viejo Pendenciero reventó el cráneo de ese hombre, el cual no pareció ofrecer resistencia ante el puño de metal descomunal del warjack.
Stryker enfundó su pistola y cogió firmemente la larga empuñadura de Azogue con sus dos manos enguantadas. Pulsó el interruptor para encender su hoja mecánika, creando un espejismo resplandeciente a lo largo de todo el arma y que le hacía parecer más afilada que el escalpelo de un cirujano. Los primeros tres Guardias del invierno lo bastante desdichados como para estar dentro de su alcance fueron hechos pedazos rápidamente y convertidos en una pila de carne que aún se revolvía. La espada a dos manos latía gracias a la energía. Diseñada para abrir agujeros en placas gruesas de acero, su impacto en los cuerpos de los Guardias del invierno, cuya armadura es relativamente ligera, era horripilante. Allí donde golpeaba la espada de Stryker, la carne se abría y la vida huía.
Dicho esto, había docenas de khadoranos y él era solo uno. Aquellos saqueadores que ya habían penetrado en el interior del campamento se giraron y dispararon a Stryker, suponiendo correctamente que era la amenaza principal a pesar del tamaño del Viejo Pendenciero. Sin embargo, el warcaster se movía rápido, usaba al Pendenciero para apantallar su avance y muchos de los disparos le dieron al warjack o fallaron. Otros impactaron en su campo de fuerza y explotaron formando chorros de chispas. Solo una bala le dio, pero no penetró su placa pectoral.
Este despliegue de casi invulnerabilidad a las armas pequeñas minó la voluntad de lucha de los desertores y el sargento que estaba más cerca (y que parecía ser su líder) bajó su rifle y pidió que les dejasen rendirse.
- ¡No nos mates! - gritó mientras el Viejo Pendenciero avanzaba en su dirección. El sargento cayó de rodillas. Con reticencias, Stryker bajó su espada, ya que ver a ese miserable rindiéndose había enfriado sus ansias de venganza. Respondiendo a los pensamientos del warcaster, el Viejo Pendenciero también se detuvo.
Stryker volvió a desenfundar su pistola e hizo unos gestos bruscos a los demás, señalando al suelo, y empezaron a entregar sus armas de mala gana. Parecían nerviosos e inquietos, y había demasiados como para vigilarlos a todos a la vez. A pesar de su campo de fuerza, Stryker sabía que los trabucos pesados usados por la mayoría de los Guardias del invierno podían penetrar su armadura si concentraban los disparos. Les había cogido por sorpresa y seguramente esperaban que llevase con él una escolta de soldados. Ahora no estaba seguro de cómo podía manejar a tantos prisioneros él solo. Quizás tuviese que delegar en algunos refugiados para llevar a los desertores supervivientes de vuelta a Corvis. Ordenó a los khadoranos que saliesen del campamento hasta un lugar donde poder verles mejor.
Volvió a sentir esa sensación de alerta: una punzada de sus instintos de batalla en la que había aprendido a confiar. Por el rabillo del ojo vio que uno de los Guardias del invierno que había hecho el gesto de tirar el rifle en realidad no lo había hecho. Mientras Stryker se daba cuenta, ese soldado desvió su atención a algo que estaba más allá del warcaster y sus ojos se abrieron como platos.
Stryker se preguntaba qué locura había llevado a ese hombre a pensar que un único rifle podía resultarle una amenaza, pero no pudo resistirse a girar la cabeza para seguir la mirada de su enemigo y vio algo que hizo que se le helase la sangre. Avanzando rápidamente sobre la frontera oriental del campamento había una línea de figuras con armadura que reconoció como soldados sul-menitas: purificadores del Protectorado con sus lanzallamas preparados.
El arma de Stryker bajó involuntariamente mientras que su mente era incapaz de imaginar cómo podía ser esto posible. Recordó la nube de polvo que había interpretado como una tormenta. Se dio cuenta de que quizás había oído, entre los disparos de cuando cargó a la Guardia del invierno, el sonido distante de un rifle proveniente de detrás. ¿Quizás el conductor del carro advirtiéndole del enemigo que se le aproximaba? Había sido ignorado.
Los purificadores abrieron las válvulas de sus lanzallamas para dejar salir la Furia de Menoth, desatando una ola de llamas que incineró a toda una fila de tiendas y cobertizos. Avanzaron con sus siluetas inhumanas y frías, con sus caras escondidas bajo sus yelmos mientras prendían fuego a todo lo que estaba a su alcance: a todos los hombres, mujeres y niños indefensos que tenían delante.
La ira que había llenado antes a Stryker no era nada comparada con la furia que sentía ahora. El Viejo Pendenciero se movió delante de Stryker cuando un barrido de llamas intentó engullirles. El fuego acarició los brazos y el torso de la máquina mientras golpeaba con su martillo sísmico en un amplio arco, aplastando a varios purificadores y mandándoles volando por los aires para acabar aterrizando inmóviles a una docena de metros más atrás.
Stryker disparaba su pistola y gritaba incoherentemente mientras cargaba y empalaba al purificador más cercano con Azogue, clavando la hoja hasta la empuñadura en el pecho del hombre. Stryker se quedó mirando a la abertura para los ojos del yelmo del hombre, la cual tenía forma de menofijo. No vio en esos ojos ni una chispa de humanidad. En lugar de eso, el menita murió feliz, lleno de devoción ciega y convencido de la justicia de su causa. El propio nombre de "purificador" era una afrenta. Su fuego no llevaba más que muerte y ruina. Todos y cada uno de estos soldados engañados creían que aquellos a los que quemaban estaban mejor fuera de Caen, con sus almas abandonadas sufriendo tormentos y dando tumbos por Urcaen.
Era un paisaje infernal en el que llamas naranjas y amarillas saltaban alrededor de Stryker. Esta pira rugiente devoraba con ansia tanto los escuálidos hogares de los refugiados como a sus habitantes. La gente salía atropelladamente de sus tiendas, muriendo de forma dolorosa, en un cuadro pesadillesco peor que ningún otro que jamás hubiese contemplado.
A los Guardias del invierno que se habían rendido también les pegaron fuego mientras que Stryker se movía para interponer su propio cuerpo entre un purificador y una refugiada que llevaba un niño en sus brazos. Ella se alejó trastabillando a través de las peligrosas llamas, buscando una vía de escape no solo por su propia seguridad sino por la del inocente que llevaba. Con una oleada de poder arcano, Stryker intentó escudar a todos aquellos que aún no habían perecido, dejándola fluir hacia fuera para proporcionarles un aura de runas mágicas brillantes y, con suerte, darles unos pocos segundos extra para atravesar el infierno asesino.
Su espada volaba mientras cortaba a través de los purificadores con los dientes apretados y la bilis subiéndole por la garganta. No vio el destino de la mujer y su hijo, ya que el viento hizo que el fuego creciese. Le rodeó como si fuera una cortina. Esperaba que lo hubiese conseguido, que hubiese corrido lo bastante rápido y que gracias a algún milagro encontrase un refugio lejos de aquí.
Cubriéndose la cara, siguió al Pendenciero a través de otro muro de fuego para dar con los purificadores restantes. El Pendenciero se encargó rápidamente de aquellos a los que pudo alcanzar, pero uno se tambaleó y cayó cuando intentaba escapar del warcaster.
El purificador se giró mientras Stryker se le acercaba y lanzó su lanzallamas a un lado. Se quitó el yelmo, y su cara de miedo y confusión dejó claro que su fanatismo se había roto. Era sorprendentemente joven, sus rasgos similares a los de algunos soldados cygnarianos que aún estaban en los campos de entrenamiento, pero ya estaban corrompidos por su odiosa fe. Levantó las manos e intentó, como los Guardias del invierno hiciesen antes que él, rogar por su vida.
- ¡Piedad! - gritó. - ¡Me rindo!
Stryker todavía podía oír los gritos de aquellos que ardían mientras el campamento se convertía en una pira funeraria. El humo y el calor sofocaban sus fosas nasales. Estaba respirando las cenizas de los caídos. No les habían dado la oportunidad de pedir que les perdonasen.
- No - dijo Stryker con frialdad. - La piedad se acaba aquí.
De repente se lanzó hacia delante, como si le hubiesen empujado desde atrás, y Azogue perforó el torso del purificador clavándole al suelo. Stryker sujetó la empuñadura y miró a los ojos del hombre mientras la vida le abandonaba. No sintió ningún remordimiento, solo una rabia ardiente que bullía y se oscurecía, y que sabía que era lo que tendría que mantenerle en pie. Había sido bautizado aquí, en este fuego, para no volver nunca a ser el mismo. No sería tan tonto como para pensar que sus enemigos eran humanos. Habían renunciado a ese derecho. Dependía de él enseñarles lo que habían provocado sus acciones.
Un joven, de unos nueve o diez años, salió de una de las tiendas y con un grito ahogado se dirigió trastabillando hacia uno de los cuerpos sanguinolentos. El soldado que estaba más cerca, implacablemente, le hizo retroceder de una patada. Entonces, ese Guardia del invierno apuntó con su trabuco al chico, quizás pensando que había intentado coger el rifle de su padre.
Stryker desenfundó su pistola disruptora y la levantó lanzando un grito involuntario, mientras Viejo Pendenciero corría hacia delante con sus piernas de metal pesado y su motor de vapor agitándose. Varios de los Guardias del invierno lo oyeron y levantaron la mirada. Vieron primero al warjack y empezaron a dar la alarma, señalando frenéticamente.
Unas runas azules y brillantes rodearon la pistola de Stryker cuando su magia potenció el arma. Guiado por la voluntad del warcaster, el tiro dio en el blanco a pesar de la distancia, impactando en el abdomen del Guardia del invierno. El eco del disparo fue igualado por el arma del soldado, ya que había conseguido apretar el gatillo antes de que la bala de Stryker le diese. El khadorano se tambaleó y se dio la vuelta con una mirada de sorpresa en la cara antes de caer sin vida cerca del chico, el cual también yacía inmóvil y sangrando a través de una herida abierta en el pecho.
Stryker sintió una oleada de rabia. No se quedaría satisfecho disparándoles desde lejos. Anhelaba darles una muerte más visceral con el filo de su espada. Pero primero tenía que atravesar el terreno que les separaba. Recargó su pistola y volvió a disparar, acabando con otro saqueador cuando salía de una tienda con las manos llenas.
Como eran refugiados, lo más seguro es que lo que llevase el desertor fuesen ropas rasgadas y platos rotos, y quizás algunos trozos de pan mohoso o queso duro. Robar lo poco que le quedaba a esta gente era monstruoso y le hacía pensar que estos soldados habían perdido sus últimos vestigios de conciencia. Incluso después de todo lo que Stryker había visto de los khadoranos en Llael, no había perdido la capacidad de sorprenderse ante la crueldad del enemigo.
Al darse cuenta de que un warjack cygnariano estaba casi encima suya, el resto de los norteños dejaron caer al suelo su botín para desenfundar o levantar sus armas. Varios se giraron hacia el Viejo Pendenciero pero sus balas apenas arañaron la pintura de su chasis ya maltratado por la guerra. Los ojos del warjack brillaban con un fuego rojo brillante y el vapor brotaba de él con un pitido que imitaba el grito de Stryker, haciéndose eco de la ira del warcaster como si fuera la suya propia.
Aunque la mente del warjack era relativamente simple, Stryker podía sentir el deseo de violencia del Pendenciero como algo puro y potente. Sabía que esta gente harapienta que se hacinaba en sus tiendas eran amigos y civiles (unas claves muy importantes para los córtex militares y lo más parecido a "inocencia" que sus mentes podían asimilar). Entendía la necesidad de exterminar a aquellos que dañasen a cualquiera con estas identificaciones.
El martillo del Viejo Pendenciero se estrelló contra un par de Guardias del invierno que estaban en el límite del campamento antes de que pudiesen apartarse de su camino, mandándoles volando por los aires, pero su avance pronto se frenó al darse cuenta de que delante se encontraban varias entidades amigas, en mitad del incierto territorio de tiendas débiles y frágiles. Pendenciero no podía dejarse llevar por la matanza tal y como le hubiese gustado, ya que cada paso podría poner en peligro a aquellos que había venido a proteger.
El ruido que hizo el warjack al expulsar vapor expresaba más frustración que enfado. Stryker estaba lo bastante cerca como para ver que la choza destartalada que tenía más cerca estaba abandonada, así que le dio permiso al Pendenciero para arrollarla y alcanzar al siguiente desertor. El puñetazo del Viejo Pendenciero reventó el cráneo de ese hombre, el cual no pareció ofrecer resistencia ante el puño de metal descomunal del warjack.
Stryker enfundó su pistola y cogió firmemente la larga empuñadura de Azogue con sus dos manos enguantadas. Pulsó el interruptor para encender su hoja mecánika, creando un espejismo resplandeciente a lo largo de todo el arma y que le hacía parecer más afilada que el escalpelo de un cirujano. Los primeros tres Guardias del invierno lo bastante desdichados como para estar dentro de su alcance fueron hechos pedazos rápidamente y convertidos en una pila de carne que aún se revolvía. La espada a dos manos latía gracias a la energía. Diseñada para abrir agujeros en placas gruesas de acero, su impacto en los cuerpos de los Guardias del invierno, cuya armadura es relativamente ligera, era horripilante. Allí donde golpeaba la espada de Stryker, la carne se abría y la vida huía.
Dicho esto, había docenas de khadoranos y él era solo uno. Aquellos saqueadores que ya habían penetrado en el interior del campamento se giraron y dispararon a Stryker, suponiendo correctamente que era la amenaza principal a pesar del tamaño del Viejo Pendenciero. Sin embargo, el warcaster se movía rápido, usaba al Pendenciero para apantallar su avance y muchos de los disparos le dieron al warjack o fallaron. Otros impactaron en su campo de fuerza y explotaron formando chorros de chispas. Solo una bala le dio, pero no penetró su placa pectoral.
Este despliegue de casi invulnerabilidad a las armas pequeñas minó la voluntad de lucha de los desertores y el sargento que estaba más cerca (y que parecía ser su líder) bajó su rifle y pidió que les dejasen rendirse.
- ¡No nos mates! - gritó mientras el Viejo Pendenciero avanzaba en su dirección. El sargento cayó de rodillas. Con reticencias, Stryker bajó su espada, ya que ver a ese miserable rindiéndose había enfriado sus ansias de venganza. Respondiendo a los pensamientos del warcaster, el Viejo Pendenciero también se detuvo.
Stryker volvió a desenfundar su pistola e hizo unos gestos bruscos a los demás, señalando al suelo, y empezaron a entregar sus armas de mala gana. Parecían nerviosos e inquietos, y había demasiados como para vigilarlos a todos a la vez. A pesar de su campo de fuerza, Stryker sabía que los trabucos pesados usados por la mayoría de los Guardias del invierno podían penetrar su armadura si concentraban los disparos. Les había cogido por sorpresa y seguramente esperaban que llevase con él una escolta de soldados. Ahora no estaba seguro de cómo podía manejar a tantos prisioneros él solo. Quizás tuviese que delegar en algunos refugiados para llevar a los desertores supervivientes de vuelta a Corvis. Ordenó a los khadoranos que saliesen del campamento hasta un lugar donde poder verles mejor.
Volvió a sentir esa sensación de alerta: una punzada de sus instintos de batalla en la que había aprendido a confiar. Por el rabillo del ojo vio que uno de los Guardias del invierno que había hecho el gesto de tirar el rifle en realidad no lo había hecho. Mientras Stryker se daba cuenta, ese soldado desvió su atención a algo que estaba más allá del warcaster y sus ojos se abrieron como platos.
Stryker se preguntaba qué locura había llevado a ese hombre a pensar que un único rifle podía resultarle una amenaza, pero no pudo resistirse a girar la cabeza para seguir la mirada de su enemigo y vio algo que hizo que se le helase la sangre. Avanzando rápidamente sobre la frontera oriental del campamento había una línea de figuras con armadura que reconoció como soldados sul-menitas: purificadores del Protectorado con sus lanzallamas preparados.
El arma de Stryker bajó involuntariamente mientras que su mente era incapaz de imaginar cómo podía ser esto posible. Recordó la nube de polvo que había interpretado como una tormenta. Se dio cuenta de que quizás había oído, entre los disparos de cuando cargó a la Guardia del invierno, el sonido distante de un rifle proveniente de detrás. ¿Quizás el conductor del carro advirtiéndole del enemigo que se le aproximaba? Había sido ignorado.
Los purificadores abrieron las válvulas de sus lanzallamas para dejar salir la Furia de Menoth, desatando una ola de llamas que incineró a toda una fila de tiendas y cobertizos. Avanzaron con sus siluetas inhumanas y frías, con sus caras escondidas bajo sus yelmos mientras prendían fuego a todo lo que estaba a su alcance: a todos los hombres, mujeres y niños indefensos que tenían delante.
La ira que había llenado antes a Stryker no era nada comparada con la furia que sentía ahora. El Viejo Pendenciero se movió delante de Stryker cuando un barrido de llamas intentó engullirles. El fuego acarició los brazos y el torso de la máquina mientras golpeaba con su martillo sísmico en un amplio arco, aplastando a varios purificadores y mandándoles volando por los aires para acabar aterrizando inmóviles a una docena de metros más atrás.
Stryker disparaba su pistola y gritaba incoherentemente mientras cargaba y empalaba al purificador más cercano con Azogue, clavando la hoja hasta la empuñadura en el pecho del hombre. Stryker se quedó mirando a la abertura para los ojos del yelmo del hombre, la cual tenía forma de menofijo. No vio en esos ojos ni una chispa de humanidad. En lugar de eso, el menita murió feliz, lleno de devoción ciega y convencido de la justicia de su causa. El propio nombre de "purificador" era una afrenta. Su fuego no llevaba más que muerte y ruina. Todos y cada uno de estos soldados engañados creían que aquellos a los que quemaban estaban mejor fuera de Caen, con sus almas abandonadas sufriendo tormentos y dando tumbos por Urcaen.
Era un paisaje infernal en el que llamas naranjas y amarillas saltaban alrededor de Stryker. Esta pira rugiente devoraba con ansia tanto los escuálidos hogares de los refugiados como a sus habitantes. La gente salía atropelladamente de sus tiendas, muriendo de forma dolorosa, en un cuadro pesadillesco peor que ningún otro que jamás hubiese contemplado.
A los Guardias del invierno que se habían rendido también les pegaron fuego mientras que Stryker se movía para interponer su propio cuerpo entre un purificador y una refugiada que llevaba un niño en sus brazos. Ella se alejó trastabillando a través de las peligrosas llamas, buscando una vía de escape no solo por su propia seguridad sino por la del inocente que llevaba. Con una oleada de poder arcano, Stryker intentó escudar a todos aquellos que aún no habían perecido, dejándola fluir hacia fuera para proporcionarles un aura de runas mágicas brillantes y, con suerte, darles unos pocos segundos extra para atravesar el infierno asesino.
Su espada volaba mientras cortaba a través de los purificadores con los dientes apretados y la bilis subiéndole por la garganta. No vio el destino de la mujer y su hijo, ya que el viento hizo que el fuego creciese. Le rodeó como si fuera una cortina. Esperaba que lo hubiese conseguido, que hubiese corrido lo bastante rápido y que gracias a algún milagro encontrase un refugio lejos de aquí.
Cubriéndose la cara, siguió al Pendenciero a través de otro muro de fuego para dar con los purificadores restantes. El Pendenciero se encargó rápidamente de aquellos a los que pudo alcanzar, pero uno se tambaleó y cayó cuando intentaba escapar del warcaster.
El purificador se giró mientras Stryker se le acercaba y lanzó su lanzallamas a un lado. Se quitó el yelmo, y su cara de miedo y confusión dejó claro que su fanatismo se había roto. Era sorprendentemente joven, sus rasgos similares a los de algunos soldados cygnarianos que aún estaban en los campos de entrenamiento, pero ya estaban corrompidos por su odiosa fe. Levantó las manos e intentó, como los Guardias del invierno hiciesen antes que él, rogar por su vida.
- ¡Piedad! - gritó. - ¡Me rindo!
Stryker todavía podía oír los gritos de aquellos que ardían mientras el campamento se convertía en una pira funeraria. El humo y el calor sofocaban sus fosas nasales. Estaba respirando las cenizas de los caídos. No les habían dado la oportunidad de pedir que les perdonasen.
- No - dijo Stryker con frialdad. - La piedad se acaba aquí.
De repente se lanzó hacia delante, como si le hubiesen empujado desde atrás, y Azogue perforó el torso del purificador clavándole al suelo. Stryker sujetó la empuñadura y miró a los ojos del hombre mientras la vida le abandonaba. No sintió ningún remordimiento, solo una rabia ardiente que bullía y se oscurecía, y que sabía que era lo que tendría que mantenerle en pie. Había sido bautizado aquí, en este fuego, para no volver nunca a ser el mismo. No sería tan tonto como para pensar que sus enemigos eran humanos. Habían renunciado a ese derecho. Dependía de él enseñarles lo que habían provocado sus acciones.
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REPERCUSIONES: EL ULTIMÁTUM DE STRYKERLa masacre de la Colina de Hakin pasó desapercibida para el público, sin recibir ninguna mención en los periódicos y solo un tratamiento mínimo en los informes militares. Esto seguramente fue así porque el trágico evento ocurrió fuera de las fronteras de Cygnar e involucró a muchas víctimas que ya se creían muertas en anteriores conflictos. Sin embargo, la masacre tuvo un profundo impacto en su testigo y superviviente más importante: el comandante Coleman Stryker.Tras este incidente, el warcaster viajó a Caspia para encontrarse con el rey Leto Raelthorne. Depuso su espada y renunció a su cargo tras decir al Rey a sus generales que debían aceptar ciertas realidades desagradables de la guerra. Dijo que solo volvería a coger su espada si le daban permiso para emplear las tácticas despiadadas necesaria para derrotar a los enemigos malvados del reino.Esta audiencia tuvo un impacto importante en el rey Leto, quien volvió a convocar a Stryker tras varios días de sopesar sus palabras. Rechazando la renuncia del warcaster, Leto reconoció que Stryker había dicho unas verdades duras, pero necesarias. El Rey amplió la autoridad de Coleman Stryker como parte de su promoción al rango especial de Lord comandante, el cual le permitía operar fuera de la cadena de mando normal y hacer lo que creyese necesario para proteger a la nación.Una de las primeras medidas tomadas por el lord comandante Stryker fue lanzar una misión para purgar el este de Cygnar de traidores sospechosos de ayudar al Protectorado de Menoth y a su Jerarca. Stryker consiguió acceso a los miembros supervivientes de la desmantelada inquisición de Vinter Raelthorne IV. Varios inquisidores estaban prisioneros, mientras que otros eran celadores de la Iglesia de Morrow tras habérseles otorgado santuario limitado una vez que se arrepintieron de sus malas acciones. Esto fue el principio de uno de los capítulos más oscuros de la historia cygnariana reciente, uno que causaría el encarcelamiento de muchos cygnarianos inocentes durante la escalada de hostilidades con el Protectorado que culminaría con la Guerra Caspia-Sul. Indirectamente, la decisión de Stryker de liberar a los antiguos inquisidores también puso en marcha los eventos que conducirían a la Segunda guerra civil cygnariana.
Muchas gracias por el trabajazo de traducir el trasfondo.
ResponderEliminarSolo un apunte, si cogeis los antiguos libros MKI, vereis que los habitantes de Cygnar, al igual que la denominacion para cosas relacionadas con ellos (ejercitos, tecnicas, mekanica, etc) es cignarita, no cignariano :)
Algunos tambien usan cygnarita, no tengo los libros a mano ahora para confirmaros cual es el correcto, aunque personalmente cygnatira me gusta mas y me parece mas correcto.
Interesante. No sé cómo saldría en inglés en MK I, pero ahora lo ponen como "cygnarian".
EliminarNo lo recuerdo, tengo alguno en ingles, a ver si los encuentro, que es la típica cosa que, esta guardada como oro en paño para que no se estropeen y adivina ahora donde narices están XDDDDDDDDDDD
EliminarY no se por que me esta sacando los comentarios anonimos, el google esta locatis.
Si por cosas del azar lo encuentras (creo que debería saber quién eres pero no) infórmame por favor, que me parece interesante.
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