El norte del Bosque del Espino. 27 de khadoven del 605 AR
Unos zarcillos de niebla negra salían del suelo del bosque arrastrándose. Se movían como serpientes a la caza, zigzagueando entre las ramas oscuras para esparcirse por el cielo. Las lunas otoñales brillaban en la noche despejada, marcando los bordes de la niebla con delicados trazos de luz.
Vladimir Tzepesci, Gran príncipe de Korskovny y reconocido por algunos como Príncipe de toda la Umbrey dividida, estaba de pie en lo más alto de la Colina de Zerkova, mirando a los dedos ascendentes de oscuridad y rezando en un susurro lento. Esta bruma insidiosa no era natural y mirarla hacia que se le helase la sangre. Su linaje había sido bendecido con el don de la hechicería y podía sentir el toque de la magia vil en el aire nocturno. Algo maligno estaba a punto de suceder.
El Príncipe oscuro se quedó dentro del perímetro de su campamento, mirando al Bosque del Espino. Durante semanas, los cygnarianos de Fellig habían intentado usar el bosque como cobertura para atacar a las líneas de suministros del sur de Khador que alimentaban a los ejércitos de Llael. Desde que llegó a la linde del bosque, Vlad había estado enviado pelotones a la espesura para expulsar a los enemigos que se escondían entre los árboles y sacarlos a campo abierto, hacia el norte y el oeste. Allí, sus uhlans pesados los habían arrollado bajo sus herraduras de hierro y los hacedores de viudas se habían encargado de los supervivientes que intentaron volver hasta los árboles. Había sido una labor miserable pero necesaria, y le había apartado de las primeras líneas de la batalla de Llael. Vlad veía el agotamiento en la cara de cada soldado junto al que pasaba, templado por la comprensión de que esa brutalidad era, sencillamente, parte de su trabajo para reunificar Umbrey. No necesitaban disfrutar de una tarea como esa. Cualquier orgullo que obtuviesen tendría que venir, simplemente, de haber completado su trabajo.
******
Casi una hora después de haber visto la primera niebla del bosque, mientras que sus compañeros de la guardia del invierno cocinaban pasteles de centeno sobre las piedras calientes que estaban cerca de las hogueras para hacer la última comida de la noche, Vlad fue testigo de un segundo portento. Un búho blanco con ojos como dos alianzas doradas planeó en silencio por encima de sus cabezas. El ave era un heraldo de la tumba, una señal del final. Una de sus suaves plumas se soltó al pasar sobre ellos, flotando hasta aterrizar delicadamente sobre su mano abierta.
- Tus señales no son sutiles, anciana - musitó, haciendo girar la pluma entre su pulgar y su índice.
- ¿Le preocupa algo, mi Príncipe? - preguntó Karlof Omirov mientras se aproximaba. Omirov había luchado al lado de Vlad durante muchos años y era lo más parecido a un amigo que el Gran príncipe podía permitirle ser a un subordinado.
- Solo la idea de comerme lo que cocinas - dijo Vlad con una sonrisa sombría, dejando que la pluma cayese de su mano.
Omirov y él estaban volviendo juntos al campamento cuando un sonido estruendoso vino de los árboles. Los soldados dejaron caer su comida para coger sus armas lo más rápido posible. Un centinela apostado cerca de los límites del campo se tambaleó hacia atrás hasta entrar dentro de la luz del fuego, con sus ojos y su boca abiertos de par en par debido al violento shock. Vlad se abrió camino a través de los alarmados guardias del invierno, diciéndoles que no disparasen.
Un explorador khadorano entró a trompicones en la luz. Su armadura estaba picada y dañada. Unas finas líneas de color negro y brillante rojo carmesí zigzagueaban por su piel expuesta, y los vasos sanguíneos de sus ojos habían estallado. Cada vez que el hombre respiraba hacía sonidos húmedos de succión, y temblaba de debilidad. El espía extendió una mano hacia sus paisanos y se derrumbó, ya que por lo visto había empleado toda su fuerza de voluntad para llegar tan lejos.
- Atrás - ordenó Vlad. No sabía qué afligía al explorador pero no se arriesgaría a exponer a los soldados a ello. Hicieron sitio al warcaster mientras se arrodillaba al lado del explorador resollante. Vlad puso una mano en la espalda del hombre. - Dime, ¿qué hizo esto?
De la boca del explorador salían burbujas de sangre que le manchaban los labios. Cada palabra era un esfuerzo. - Cryxianos. En Raíz de sangre. Dentro de una niebla negra.
Raíz de sangre era un antiguo campo de batalla del Bosque del Espino donde miles de grandes guerreros habían sido enterrados. Era el lugar de descanso de campeones y reyes del pasado. Si era verdad que los cryxianos habían tomado el lugar, los honrados cuerpos allí sepultados podrían añadirse a las filas de los no muertos.
El explorador gastó su último aliento describiendo los horrores que acechaban en la niebla. Sus descripciones encajaban con los soldados del Imperio pesadilla con los que Vlad se había enfrentado en el pasado. Al final, el hombre murió, intentando aún dar fe del peligro en Raíz de sangre.
- Que haya centinelas apostados cerca de este cuerpo hasta el atardecer. Si se levanta, destruid el cadáver y quemar lo que quede. De lo contrario, enterradle con honores - dijo Vlad, aún de rodillas. De haber tenido alguna manera de saber el nombre o la unidad del explorador habría ordenado que se enviase un mensaje su comandante reconociendo su sacrificio. Pero ahora, el explorador sería otro de los muertos sin nombre de la guerra que estaba en marcha.
- En el nombre de Menoth - susurró Omirov.
Vlad levantó la vista. La nube oscura se había hinchado mientras el explorador hablaba y ahora llegaba hasta el borde del bosque. Mientras miraba, la niebla caía de los árboles. Las volutas de sus extremos se rizaban en su dirección, como si fueran dedos que le hiciesen señas. Las cortezas de los troncos de los árboles por donde pasaba se convertían en cenizas, derrumbándose para dejar brillando en la noche a la madera blanca como el hueso.
- Magia negra - dijo Vlad, - y los humores de la muerte de los túmulos. Deben haberse juntado para crear alguna clase de miasma necrótica. - Se puso en pie mientras hablaba, mirando alrededor del campamento. Hacia el este, la niebla ya se había extendido por el campo abierto, haciendo que la seca hierba otoñal se ennegreciese y se marchitase bajo su toque.
Omirov abrió la boca para hablar pero un ruido chirriante procedente del bosque le interrumpió: un sonido del más allá, doloroso, el grito de un espectro aullando antes de cazar.
- Salid de aquí - dijo Vlad. Su grupo de mando hizo oídos sordos. Los hombres reunidos seguían mirando boquiabiertos al bosque oscuro. Se volvió hacia ellos y alzó la voz para romper su shock. - ¡Moveos! Este es un enemigo al que no os podéis enfrentar. Vuestras propias almas están en peligro.
Desenvainó su espada y desabrochó su vaina dejando que cayera al suelo. No la necesitaría.
- Mi lord, nos quedaremos a su lado pase lo que pase - dijo un colmillo de hierro, con su cara tan impasible como una losa.
Vlad se giró hacia el hombre. - ¿Entonces darías gustosamente tu alma a Cryx? ¿Dejarías a tu mujer e hijos un cadáver torpe al que llamar marido y padre? ¡Escúchame! ¡Os ordeno que informéis a la komandante Kratikoff en Khyberski! Ponedla al corriente de lo sucedido aquí.
Si sus palabras no convencieron a sus soldados, la rabia de su cara resultó ser suficiente.
Bien. Los soldados ya no podían ayudarle más. La niebla venenosa les mataría antes de haber alcanzado el túmulo de Raíz de sangre, no digamos ya a los cryxianos que les esperaban en el bosque oscuro.
-Karlof - dijo Vlad, - ven aquí.
- Sí, mi príncipe. - Omirov igualó el paso de Vlad mientras se dirigía a toda prisa hacia su corcel, Vsada, y cogía un estuche de pergaminos de marfil y oro que estaba metido dentro de una alforja.
- Este pergamino. Asegúrate de que la komandante Kratikoff lo recibe - dijo Vlad.
- Por supuesto mi Lord - dijo Omirov. Hizo una pausa para rumiar sus siguientes palabras. - ¿No deberían algunos de los hombres unirse a usted?
- No. Tenéis que encontrar a Sorscha y seguir sus órdenes como si fueran las mías. Os guiará como yo lo hice en el pasado. Reúne a mis soldados y que se unan a los de ella. Tiene elecciones difíciles por delante. - Aunque lo dudaba, Vlad esperó por un momento volver a ser capaz de unirse a Sorscha. No sabía lo que le deparaba el destino en Raíz de sangre. - Dila que la veré de nuevo. Ahora marchaos, tan rápido como podáis. La nube no os debe alcanzar si fracasase. Si eso pasa no tendréis a nadie a quien servir, excepto quizás al Padre dragón.
Vlad apretó el antebrazo de Omirov para decirle adiós. Su amigo le saludó respetuosamente una última vez, se giró y gritó la orden de abandonar el campamento. Vlad dio una palmada en un flanco a Vsada para enviar al caballo de guerra al galope hasta los soldados que se retiraban.
El Gran príncipe se dio la vuelta para enfrentarse a la masa de vapor negro que se le acercaba. Se inflaba y fluía hacía él al avanzar, pasando de un ritmo de paseo a uno de carrera. Vlad llenó sus pulmones con aire puro una última vez y entró en la oscuridad.
El primer paso fue el más difícil. Aunque se forzaba a sí mismo a seguir atravesando el muro de niebla antinatural, la piel de Vlad ardía como si le estuviesen picando miles de abejas. La bruma negra se arrastraba a través de las grietas de su armadura y todo lo que tocaba se encendía debido al dolor. El Gran príncipe apretó los dientes para aguantar la agonía y aceleró el paso, relegándola a lo más profundo de su mente. Vlad vio como su armadura y sus armas se deshacían, formando hilos de humo en el aire a medida que la niebla se las comía. De no haber sido reliquias imbuidas de una gran magia lo más seguro es que se hubiesen convertido ya en polvo.
Correr a través del bosque no era mucho más fácil. La niebla oscurecía cualquier camino que hubiese entre los árboles y más de una vez se tropezó cuando el suelo debajo de él se convirtió en una zanja poco profunda o en el lecho seco de un río. Medio ciego y dolorido por la presión cada vez mayor en sus pulmones, Vlad siguió adelante.
No pasó mucho tiempo antes de que la necesidad de tomar aliento fuese más de lo que podía soportar. En vez de tragarse el veneno necrótico del aire, Vlad se volvió a su interior y formó un hechizo en el ojo de su mente. Sorscha le dijo una vez que ella veía las series complejas de runas como una especie de aritmética, un orden puro de combinaciones correctas e incorrectas. Para él, era más parecido a la poesía o a la narrativa. En el orden correcto, las runas fluían. Había música y ritmo en ellas. Invocó una serie familiar.
Un viento repentino azotó su cuerpo, arrancando hojas aciculares de las ramas más cercanas. El viento hizo retroceder la miasma durante un momento, dándole un espacio en el que poder respirar. El aire era terriblemente frío pero fue capaz de tomar una bocanada de aire que hizo disminuir, momentáneamente, el dolor de su cuerpo. Vlad siguió concentrado en el hechizo, dejando que sus vientos se quedasen con él mientras seguía corriendo.
Sin el hechizo de viento nunca habría alcanzado Raíz de sangre. Tardó casi una hora en llegar hasta el antiguo lugar de enterramiento. Por el camino, oyó el ruido de cosas repugnantes que se movían en la oscuridad: el sonido metálico de los mecaniesclavos que funcionaban con vapor y el siseo depredador de los no muertos al acecho. Grandes grupos de ellos llenaban el bosque, esclavos de todo tipo con partes aleatorias de máquinas atornilladas a su carne ulcerada. Al acercarse al túmulo de Raíz de sangre, Vlad se abrió paso a través de los cryxianos como haría un segador con el trigo en otoño. Podía oírles reuniéndose detrás de él mientras corría, llamando a otros de los suyos.
Vlad entró en el cementerio con su espada, Hostigadora, en posición de guardia alta. Cinco bóvedas principales rodeaban el terreno interior de Raíz de sangre, cada una de ellas conduciendo a cámaras subterráneas que contenían a los muertos. Sus ojos fueron de la entrada abierta de un mausoleo a la siguiente. Las puertas habían sido rotas desde dentro por una gran fuerza. Una miasma negra se derramaba desde la bóvedas abiertas, coalesciendo para llenar el aire con una niebla tan espesa que ni siquiera su muro de viento podía mantenerla a raya.
El Gran príncipe dejó que el hechizo se desvaneciera. Ya no le resultaría útil y necesitaba centrar toda su voluntad en la tarea que tenía por delante. Soportó el dolor de la niebla al cerrarse a su alrededor e intentó evitar respirar demasiada. Aún así, unos molestos zarcillos se deslizaron hasta sus pulmones haciendo que su respiración se volviese dolorosamente irregular. Con paso lento y cuidadoso, se acercó hasta la bóveda más cercana a su izquierda mientras buscaba amenazas en las cercanías.
Antes de alcanzar el portal, Vlad oyó el sonido de hojas secas deshaciéndose debajo de las pisadas de algo. Unas figuras empezaron a emerger de las bóvedas. Eran seis en total: cadáveres disecados con armaduras barrocas que blandían una amplia variedad de lanzas, espadas y hachas. Los huesos expuestos de sus cráneos tenían talladas unas runas rectas y profundas de las que brotaban una luz esmeralda nauseabunda que hacía juego con el brillo antinatural de sus cuencas oculares vacías. La oscuridad goteaba de sus cuerpos como si fuese una túnica rasgada, un velo de sombras que se fundía con la niebla tóxica.
- Respira hondo, umbreano - dijo uno de los ruinas. Su voz rechinaba, seca como un pergamino viejo, en un dialecto arcaico de su lengua nativa, el cual Vlad solo conocía a través de tomos. El ruina llevaba el torque deslustrado de un rey alrededor de su cuello, el cual tintineaba cuando avanzaba.
Los seis estaban adornados con un esplendor funerario, ornamentados como queridos reyes-guerreros. Sus armas, aunque antiguas, seguían teniendo filos brillantes que daban a entender que eran mágicas. Estos no eran unos ruinas comunes y corrientes.
- Hace tiempo tuviste una muerte noble, ruina - dijo Vlad. - Déjame que te recuerde cómo se sintió.
El ruina le apuntó con su espada y susurró una orden. Los demás se dispersaron con sus armas preparadas.
Vlad se encaró con ellos lo mejor que pudo, aún moviéndose hacia la bóveda. Los ruinas se separaron formando un semicírculo creciente, sin moverse aún para detenerle. Pero entonces, el más cercano, una figura que blandía un hacha a dos manos de estilo kovoskiano, se lanzó de repente a por él.
El Gran príncipe se dio la vuelta y corrió, ignorando al atacante. Mientras se dirigía a toda velocidad hacia la bóveda extrajo la fuerza de su linaje, invocando todo el poderío y la rabia de sus ancestros. Una runas brillantes formaron anillos alrededor de su cuerpo que lanzaban una luz brillante blanquiazul en la oscuridad. Con el poder recorriendo su cuerpo, golpeó el arco de piedra de la bóveda dando un tajo por encima de su cabeza con Hostigadora. La espada mágica mordió y rompió la piedra angular, y toda la arcada se derrumbó llevándose pesados bloques del techo con ella. La estructura colapsó sobre sí misma, enviando a Vlad una ráfaga de polvo y aire pestilente mientras las piedras caían bloqueando el pasaje. El flujo tóxico que emanaba de ella se redujo hasta convertirse en un hilo.
El ruina más alto le cargó. Era más rápido de lo que él esperaba y fue a por Vlad con un tajo de su hacha. Se dio la vuelta para interceptar el golpe, parando el arma justo debajo de su cabeza. Vlad debería haber sido más rápido pero el aire venenoso le estaba privando de sus fuerzas.
Cargó dejando atrás al ruina y se fue a por otra bóveda. Volvería su atención a los no muertos cuando hubiese detenido la propagación del miasma.
Un ruina con el cráneo roto y en forma de cuenco torcido se movió para interceptarlo con su lanza, intentando clavar el arma en su corazón. La parada de Vlad fue lenta y la punta rascó su placa pectoral, aunque esta la desvió. La apartó a un lado y clavó su rodilla en el pecho del ruina al pasar, y el poder de su sangre mandó al guerrero no muerto volando de espaldas y despejando el camino a la segunda bóveda.
Vlad había sellado las tumbas segunda y tercera cuando un espasmo de tos le hizo retorcerse. Cayó sobre una rodilla, sujetándose solo al apoyarse sobre su espada. Algo húmedo brotaba de sus pulmones y tosió un chorro de bruma negra fina. Mientras luchaba por ponerse de pie, los ruinas cerraban sobre él.
Dos llegaron a la vez y bloqueó sendas espadas provenientes de ambos lados. La fuerza de cada ataque era inmensa y le dejaron las manos entumecidas. El tintineo del acero y los gruñidos de agotamiento de Vlad llenaban el cementerio. Tuvo que retroceder sobre el suelo roto hasta que su espalda rozó un monumento de piedra rajada.
Un ruina se expuso demasiado y Vlad separó su cabeza de su cuerpo antes de girarse para empalar al segundo con una estocada plana. El golpe no mató a la criatura pero le permitió usar su espada como palanca para hacerle perder pie. Su cráneo se estrelló contra la masonería de las ruinas, rompiéndose como si fuera un huevo. Vlad liberó su hoja de un tirón y fue a por la cuarta bóveda, pero la niebla le estaba pasando factura. Andaba arrastrando los pies, como un hombre medio borracho.
El lancero volvió a cargarle con su arma preparada para clavársela en la espalda. Vlad giró sobre sí mismo, lanzándole un hechizo de viento invernal como si fuese una daga arrojadiza. La magia atravesó limpiamente la niebla y cortó la pierna más adelantada del ruina como si fuera una espada, tirándole al suelo. Otra ráfaga le arrancó el brazo libre, lo que le dejó retorciéndose de dolor en el sitio.
Dando la espalda una vez más a los ruinas, Vlad derribó el arco de la cuarta bóveda. Solo quedaba una. Dos de sus oponentes se movieron para bloquearle el paso mientras que el tercero le agarró por las hombreras y le dio la vuelta. Le golpeó en el pecho con su maza, demasiado rápido para poder reaccionar.
El golpe le derribó y dejó caer su espada. Le lanzó otro golpe, esta vez apuntando a su cabeza. Vlad rodó para apartarse del punto de impacto, el cual pudo sentir cuando mordió la tierra blanda. El Gran príncipe desenfundó su daga, Ruina, y luchó por levantarse usando la hoja como crampón en la pierna del ruina. Para cuando volvió a estar erguido ya había apuñalado a la criatura varias veces, terminando el trabajo con una estocada que atravesó la runa más grande de su cráneo. El espíritu del ruina parpadeó con un brillo similar al de una llama verde y se apagó.
Sin parar de toser, Vlad recogió su espada del suelo. Los dos últimos ruinas le esperaban. El del hacha estaba ligeramente adelantado y, el otro, detrás de él con una espada a dos manos preparada.
- No impediréis que acabe con esto - dijo Vlad, escupiendo algo que sabía a sangre.
El ruina del torque siseó: - te unirás a nosotros. Eres un buen guerrero.
- Mejor que vosotros - dijo Vlad, y cargó.
Saltó por encima del golpe bajo del hacha que intentaba cortarle una pierna, clavando el pomo de Ruina en la mandíbula del ruina al aterrizar. Un lateral de su quijada se soltó y cayó inerte mientras volvía a encararle. El hacha golpeó su hombrera derecha haciendo que cayera de rodillas una vez más. Un segundo ataque se dirigió a su cara pero lo bloqueó con su daga. Debilitada por la niebla corruptora, su hoja se partió al desviar el golpe, y el hacha impactó en su mandíbula en vez de partirle la frente.
Se lanzó hacia arriba, placando al ruina y tirándole contra el suelo. Un dolor agudo le atravesó las costillas cuando el otro clavó su espada en su espalda. Lanzó varias estocadas a ciegas hacia atrás para hacer retroceder al ruina y, luego, dio la vuelta a Hostigadora y la clavó en el cráneo de su oponente. Los huesos se derrumbaron ante el impacto y el cuerpo del ruina quedó inerte.
Vlad se giró rápidamente para lanzar una cuchilla de viento contra la quinta y última tumba, poniendo toda su fuerza en el hechizo. Atravesó el aire, chocó contra las piedras y la bóveda se vino abajo.
Seguidamente, su último oponente clavó su espada en su pecho. El arma atravesó la armadura antigua y se deslizó por el interior de la carne de Vlad. El ruina empujó aún más y la espada rascó tanto los bordes rasgados del agujero de su coraza de acero como sus costillas. Vlad dejó caer a Hostigadora y cogió la hoja del ruina con ambas manos para mantenerla a raya.
- Mueres aquí - siseó el ruina, cogiendo el hombro de Vlad para meter la espada más profundamente. - Otro caballero con más valor que sensatez muerto por la mano de un rey.
La espada se hundió hasta que la empuñadura tocó su armadura. Vlad gritó al sentir el metal atravesar lentamente sus huesos hasta que la hoja salió por su espalda. Unas luces blancas nublaban su visión, pero el ruina se había puesto dentro de su alcance.
- Se acabó el vestirse para la ocasión - dijo Vlad, y cogió el torque del ruina con ambas manos. El bronce viejo era grueso pero la furia del Gran príncipe era mucha. Dobló los extremos del torque hacia dentro, consiguió que se tocaran, y siguió doblándolos. El círculo de bronce se hizo cada vez más y más pequeño hasta que se cerró sobre los huesos del cuello del ruina. Tiró de él como si fuera un garrote vil hasta que el cuello del ruina crujió, y tiró una vez más para que su cabeza se separase de su cuerpo emitiendo un último crujido seco.
Tras caer el ruina, Vlad se sacó su espada, dejando que la sangre brotase libremente de la herida. Mientras recogía su propia espada notaba que se estaba debilitando y que se le iba la cabeza.
Vlad estaba preparado para sentarse en los escalones de una de las bóvedas cercanas y esperar su fin, el cual no tardaría mucho en llegar. No había forma de que pudiese escapar a tiempo del miasma. Sus dedos estaban ya entumecidos y su visión se oscurecía por los bordes. La pérdida de sangre y el veneno habían acabado con él.
Pero los cryxianos tenían otros planes. Su larga batalla con los ruinas había dado a tiempo a muchos de ellos de reunirse en el exterior del cementerio. Ya fuese persiguiéndole a través del bosque o atraídos por los sonidos del combate, habían venido. Ahora empezaban a entrar, una multitud de cuerpos deformes retorcidos por la nigromancia y las máquinas.
Vlad cogió su espada con una mano, intentó contener el flujo de sangre de su pecho con la otra y se movió tambaleándose hacia el centro del cementerio. Mientras quedase vida en él, contendría a los horrores. No profanarían a ninguno más de los nobles muertos de este lugar.
El último heredero del linaje Tzepesci estaba solo, roto pero no vencido.
Los cryxianos fueron a por él.
- En el nombre de Menoth - susurró Omirov.
Vlad levantó la vista. La nube oscura se había hinchado mientras el explorador hablaba y ahora llegaba hasta el borde del bosque. Mientras miraba, la niebla caía de los árboles. Las volutas de sus extremos se rizaban en su dirección, como si fueran dedos que le hiciesen señas. Las cortezas de los troncos de los árboles por donde pasaba se convertían en cenizas, derrumbándose para dejar brillando en la noche a la madera blanca como el hueso.
- Magia negra - dijo Vlad, - y los humores de la muerte de los túmulos. Deben haberse juntado para crear alguna clase de miasma necrótica. - Se puso en pie mientras hablaba, mirando alrededor del campamento. Hacia el este, la niebla ya se había extendido por el campo abierto, haciendo que la seca hierba otoñal se ennegreciese y se marchitase bajo su toque.
Omirov abrió la boca para hablar pero un ruido chirriante procedente del bosque le interrumpió: un sonido del más allá, doloroso, el grito de un espectro aullando antes de cazar.
- Salid de aquí - dijo Vlad. Su grupo de mando hizo oídos sordos. Los hombres reunidos seguían mirando boquiabiertos al bosque oscuro. Se volvió hacia ellos y alzó la voz para romper su shock. - ¡Moveos! Este es un enemigo al que no os podéis enfrentar. Vuestras propias almas están en peligro.
Desenvainó su espada y desabrochó su vaina dejando que cayera al suelo. No la necesitaría.
- Mi lord, nos quedaremos a su lado pase lo que pase - dijo un colmillo de hierro, con su cara tan impasible como una losa.
Vlad se giró hacia el hombre. - ¿Entonces darías gustosamente tu alma a Cryx? ¿Dejarías a tu mujer e hijos un cadáver torpe al que llamar marido y padre? ¡Escúchame! ¡Os ordeno que informéis a la komandante Kratikoff en Khyberski! Ponedla al corriente de lo sucedido aquí.
Si sus palabras no convencieron a sus soldados, la rabia de su cara resultó ser suficiente.
Bien. Los soldados ya no podían ayudarle más. La niebla venenosa les mataría antes de haber alcanzado el túmulo de Raíz de sangre, no digamos ya a los cryxianos que les esperaban en el bosque oscuro.
-Karlof - dijo Vlad, - ven aquí.
- Sí, mi príncipe. - Omirov igualó el paso de Vlad mientras se dirigía a toda prisa hacia su corcel, Vsada, y cogía un estuche de pergaminos de marfil y oro que estaba metido dentro de una alforja.
- Este pergamino. Asegúrate de que la komandante Kratikoff lo recibe - dijo Vlad.
- Por supuesto mi Lord - dijo Omirov. Hizo una pausa para rumiar sus siguientes palabras. - ¿No deberían algunos de los hombres unirse a usted?
- No. Tenéis que encontrar a Sorscha y seguir sus órdenes como si fueran las mías. Os guiará como yo lo hice en el pasado. Reúne a mis soldados y que se unan a los de ella. Tiene elecciones difíciles por delante. - Aunque lo dudaba, Vlad esperó por un momento volver a ser capaz de unirse a Sorscha. No sabía lo que le deparaba el destino en Raíz de sangre. - Dila que la veré de nuevo. Ahora marchaos, tan rápido como podáis. La nube no os debe alcanzar si fracasase. Si eso pasa no tendréis a nadie a quien servir, excepto quizás al Padre dragón.
Vlad apretó el antebrazo de Omirov para decirle adiós. Su amigo le saludó respetuosamente una última vez, se giró y gritó la orden de abandonar el campamento. Vlad dio una palmada en un flanco a Vsada para enviar al caballo de guerra al galope hasta los soldados que se retiraban.
El Gran príncipe se dio la vuelta para enfrentarse a la masa de vapor negro que se le acercaba. Se inflaba y fluía hacía él al avanzar, pasando de un ritmo de paseo a uno de carrera. Vlad llenó sus pulmones con aire puro una última vez y entró en la oscuridad.
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El primer paso fue el más difícil. Aunque se forzaba a sí mismo a seguir atravesando el muro de niebla antinatural, la piel de Vlad ardía como si le estuviesen picando miles de abejas. La bruma negra se arrastraba a través de las grietas de su armadura y todo lo que tocaba se encendía debido al dolor. El Gran príncipe apretó los dientes para aguantar la agonía y aceleró el paso, relegándola a lo más profundo de su mente. Vlad vio como su armadura y sus armas se deshacían, formando hilos de humo en el aire a medida que la niebla se las comía. De no haber sido reliquias imbuidas de una gran magia lo más seguro es que se hubiesen convertido ya en polvo.
Correr a través del bosque no era mucho más fácil. La niebla oscurecía cualquier camino que hubiese entre los árboles y más de una vez se tropezó cuando el suelo debajo de él se convirtió en una zanja poco profunda o en el lecho seco de un río. Medio ciego y dolorido por la presión cada vez mayor en sus pulmones, Vlad siguió adelante.
No pasó mucho tiempo antes de que la necesidad de tomar aliento fuese más de lo que podía soportar. En vez de tragarse el veneno necrótico del aire, Vlad se volvió a su interior y formó un hechizo en el ojo de su mente. Sorscha le dijo una vez que ella veía las series complejas de runas como una especie de aritmética, un orden puro de combinaciones correctas e incorrectas. Para él, era más parecido a la poesía o a la narrativa. En el orden correcto, las runas fluían. Había música y ritmo en ellas. Invocó una serie familiar.
Un viento repentino azotó su cuerpo, arrancando hojas aciculares de las ramas más cercanas. El viento hizo retroceder la miasma durante un momento, dándole un espacio en el que poder respirar. El aire era terriblemente frío pero fue capaz de tomar una bocanada de aire que hizo disminuir, momentáneamente, el dolor de su cuerpo. Vlad siguió concentrado en el hechizo, dejando que sus vientos se quedasen con él mientras seguía corriendo.
Sin el hechizo de viento nunca habría alcanzado Raíz de sangre. Tardó casi una hora en llegar hasta el antiguo lugar de enterramiento. Por el camino, oyó el ruido de cosas repugnantes que se movían en la oscuridad: el sonido metálico de los mecaniesclavos que funcionaban con vapor y el siseo depredador de los no muertos al acecho. Grandes grupos de ellos llenaban el bosque, esclavos de todo tipo con partes aleatorias de máquinas atornilladas a su carne ulcerada. Al acercarse al túmulo de Raíz de sangre, Vlad se abrió paso a través de los cryxianos como haría un segador con el trigo en otoño. Podía oírles reuniéndose detrás de él mientras corría, llamando a otros de los suyos.
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INTELIGENCIA: REYES RUINASLa mayoría de los guerreros ruinas empleados por Cryx son abominaciones nigrománticas terroríficas, aunque son creados a propósito. La manera más habitual de crearlos es recuperar un alma enloquecida que se ha perdido en el golfo que se abre entre Caen y Urcaen, y fusionarla con el cadáver de un guerrero de la antigüedad. La carne muerta recuerda las habilidades de combate que tuvo en vida, mientras que el alma demente aporta la disposición por hacer daño a los vivos y una inteligencia fría capaz de emplear tácticas y disciplina si se le ordena de la forma apropiada.
Las técnicas nigrománticas empleadas para crear estos horrores fueron refinadas por nigromantes como el lord liche Tenebrous y el eldritch Goreshade, pero fueron descubiertas gracias a los encuentros con ruinas generados espontáneamente en mitad de antiguos túmulos y criptas. Los más grandes de esos ruinas son los reyes antiguos que perecieron de forma violenta con sus ambiciones aún sin cumplir, aquellos que se dedicaron a ejecutar depravaciones bárbaras cuando estaban vivos y cuyas almas cayeron en el vacío después de morir, pero seguían conectadas con su carne putrefacta. Consiguieron volver a Caen mediante pura fuerza de voluntad potenciada por la locura y el odio. Pacientes, astutos, hábiles con sus armas y, a veces, poseedores de poderes oscuros indecibles, estos ruinas son verdaderamente formidables. Afortunadamente, también son poco habituales.
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Las antiguas tumbas se alzaban entre la niebla como si fueran una ciudad en silencio. Las bóvedas de piedra habían sido cubiertas por la vegetación en los muchos siglos pasados desde su construcción, y unos árboles gigantescos las agarraban con raíces y ramas retorcidas. Algunas se habían colapsado completamente, siendo ahora pilas de piedras enterradas bajo incontables estaciones de hojas muertas y agujas secas.
Vlad entró en el cementerio con su espada, Hostigadora, en posición de guardia alta. Cinco bóvedas principales rodeaban el terreno interior de Raíz de sangre, cada una de ellas conduciendo a cámaras subterráneas que contenían a los muertos. Sus ojos fueron de la entrada abierta de un mausoleo a la siguiente. Las puertas habían sido rotas desde dentro por una gran fuerza. Una miasma negra se derramaba desde la bóvedas abiertas, coalesciendo para llenar el aire con una niebla tan espesa que ni siquiera su muro de viento podía mantenerla a raya.
El Gran príncipe dejó que el hechizo se desvaneciera. Ya no le resultaría útil y necesitaba centrar toda su voluntad en la tarea que tenía por delante. Soportó el dolor de la niebla al cerrarse a su alrededor e intentó evitar respirar demasiada. Aún así, unos molestos zarcillos se deslizaron hasta sus pulmones haciendo que su respiración se volviese dolorosamente irregular. Con paso lento y cuidadoso, se acercó hasta la bóveda más cercana a su izquierda mientras buscaba amenazas en las cercanías.
Antes de alcanzar el portal, Vlad oyó el sonido de hojas secas deshaciéndose debajo de las pisadas de algo. Unas figuras empezaron a emerger de las bóvedas. Eran seis en total: cadáveres disecados con armaduras barrocas que blandían una amplia variedad de lanzas, espadas y hachas. Los huesos expuestos de sus cráneos tenían talladas unas runas rectas y profundas de las que brotaban una luz esmeralda nauseabunda que hacía juego con el brillo antinatural de sus cuencas oculares vacías. La oscuridad goteaba de sus cuerpos como si fuese una túnica rasgada, un velo de sombras que se fundía con la niebla tóxica.
- Respira hondo, umbreano - dijo uno de los ruinas. Su voz rechinaba, seca como un pergamino viejo, en un dialecto arcaico de su lengua nativa, el cual Vlad solo conocía a través de tomos. El ruina llevaba el torque deslustrado de un rey alrededor de su cuello, el cual tintineaba cuando avanzaba.
Los seis estaban adornados con un esplendor funerario, ornamentados como queridos reyes-guerreros. Sus armas, aunque antiguas, seguían teniendo filos brillantes que daban a entender que eran mágicas. Estos no eran unos ruinas comunes y corrientes.
- Hace tiempo tuviste una muerte noble, ruina - dijo Vlad. - Déjame que te recuerde cómo se sintió.
El ruina le apuntó con su espada y susurró una orden. Los demás se dispersaron con sus armas preparadas.
Vlad se encaró con ellos lo mejor que pudo, aún moviéndose hacia la bóveda. Los ruinas se separaron formando un semicírculo creciente, sin moverse aún para detenerle. Pero entonces, el más cercano, una figura que blandía un hacha a dos manos de estilo kovoskiano, se lanzó de repente a por él.
El Gran príncipe se dio la vuelta y corrió, ignorando al atacante. Mientras se dirigía a toda velocidad hacia la bóveda extrajo la fuerza de su linaje, invocando todo el poderío y la rabia de sus ancestros. Una runas brillantes formaron anillos alrededor de su cuerpo que lanzaban una luz brillante blanquiazul en la oscuridad. Con el poder recorriendo su cuerpo, golpeó el arco de piedra de la bóveda dando un tajo por encima de su cabeza con Hostigadora. La espada mágica mordió y rompió la piedra angular, y toda la arcada se derrumbó llevándose pesados bloques del techo con ella. La estructura colapsó sobre sí misma, enviando a Vlad una ráfaga de polvo y aire pestilente mientras las piedras caían bloqueando el pasaje. El flujo tóxico que emanaba de ella se redujo hasta convertirse en un hilo.
El ruina más alto le cargó. Era más rápido de lo que él esperaba y fue a por Vlad con un tajo de su hacha. Se dio la vuelta para interceptar el golpe, parando el arma justo debajo de su cabeza. Vlad debería haber sido más rápido pero el aire venenoso le estaba privando de sus fuerzas.
Cargó dejando atrás al ruina y se fue a por otra bóveda. Volvería su atención a los no muertos cuando hubiese detenido la propagación del miasma.
Un ruina con el cráneo roto y en forma de cuenco torcido se movió para interceptarlo con su lanza, intentando clavar el arma en su corazón. La parada de Vlad fue lenta y la punta rascó su placa pectoral, aunque esta la desvió. La apartó a un lado y clavó su rodilla en el pecho del ruina al pasar, y el poder de su sangre mandó al guerrero no muerto volando de espaldas y despejando el camino a la segunda bóveda.
Vlad había sellado las tumbas segunda y tercera cuando un espasmo de tos le hizo retorcerse. Cayó sobre una rodilla, sujetándose solo al apoyarse sobre su espada. Algo húmedo brotaba de sus pulmones y tosió un chorro de bruma negra fina. Mientras luchaba por ponerse de pie, los ruinas cerraban sobre él.
Dos llegaron a la vez y bloqueó sendas espadas provenientes de ambos lados. La fuerza de cada ataque era inmensa y le dejaron las manos entumecidas. El tintineo del acero y los gruñidos de agotamiento de Vlad llenaban el cementerio. Tuvo que retroceder sobre el suelo roto hasta que su espalda rozó un monumento de piedra rajada.
Un ruina se expuso demasiado y Vlad separó su cabeza de su cuerpo antes de girarse para empalar al segundo con una estocada plana. El golpe no mató a la criatura pero le permitió usar su espada como palanca para hacerle perder pie. Su cráneo se estrelló contra la masonería de las ruinas, rompiéndose como si fuera un huevo. Vlad liberó su hoja de un tirón y fue a por la cuarta bóveda, pero la niebla le estaba pasando factura. Andaba arrastrando los pies, como un hombre medio borracho.
El lancero volvió a cargarle con su arma preparada para clavársela en la espalda. Vlad giró sobre sí mismo, lanzándole un hechizo de viento invernal como si fuese una daga arrojadiza. La magia atravesó limpiamente la niebla y cortó la pierna más adelantada del ruina como si fuera una espada, tirándole al suelo. Otra ráfaga le arrancó el brazo libre, lo que le dejó retorciéndose de dolor en el sitio.
Dando la espalda una vez más a los ruinas, Vlad derribó el arco de la cuarta bóveda. Solo quedaba una. Dos de sus oponentes se movieron para bloquearle el paso mientras que el tercero le agarró por las hombreras y le dio la vuelta. Le golpeó en el pecho con su maza, demasiado rápido para poder reaccionar.
El golpe le derribó y dejó caer su espada. Le lanzó otro golpe, esta vez apuntando a su cabeza. Vlad rodó para apartarse del punto de impacto, el cual pudo sentir cuando mordió la tierra blanda. El Gran príncipe desenfundó su daga, Ruina, y luchó por levantarse usando la hoja como crampón en la pierna del ruina. Para cuando volvió a estar erguido ya había apuñalado a la criatura varias veces, terminando el trabajo con una estocada que atravesó la runa más grande de su cráneo. El espíritu del ruina parpadeó con un brillo similar al de una llama verde y se apagó.
Sin parar de toser, Vlad recogió su espada del suelo. Los dos últimos ruinas le esperaban. El del hacha estaba ligeramente adelantado y, el otro, detrás de él con una espada a dos manos preparada.
- No impediréis que acabe con esto - dijo Vlad, escupiendo algo que sabía a sangre.
El ruina del torque siseó: - te unirás a nosotros. Eres un buen guerrero.
- Mejor que vosotros - dijo Vlad, y cargó.
Saltó por encima del golpe bajo del hacha que intentaba cortarle una pierna, clavando el pomo de Ruina en la mandíbula del ruina al aterrizar. Un lateral de su quijada se soltó y cayó inerte mientras volvía a encararle. El hacha golpeó su hombrera derecha haciendo que cayera de rodillas una vez más. Un segundo ataque se dirigió a su cara pero lo bloqueó con su daga. Debilitada por la niebla corruptora, su hoja se partió al desviar el golpe, y el hacha impactó en su mandíbula en vez de partirle la frente.
Se lanzó hacia arriba, placando al ruina y tirándole contra el suelo. Un dolor agudo le atravesó las costillas cuando el otro clavó su espada en su espalda. Lanzó varias estocadas a ciegas hacia atrás para hacer retroceder al ruina y, luego, dio la vuelta a Hostigadora y la clavó en el cráneo de su oponente. Los huesos se derrumbaron ante el impacto y el cuerpo del ruina quedó inerte.
Vlad se giró rápidamente para lanzar una cuchilla de viento contra la quinta y última tumba, poniendo toda su fuerza en el hechizo. Atravesó el aire, chocó contra las piedras y la bóveda se vino abajo.
Seguidamente, su último oponente clavó su espada en su pecho. El arma atravesó la armadura antigua y se deslizó por el interior de la carne de Vlad. El ruina empujó aún más y la espada rascó tanto los bordes rasgados del agujero de su coraza de acero como sus costillas. Vlad dejó caer a Hostigadora y cogió la hoja del ruina con ambas manos para mantenerla a raya.
- Mueres aquí - siseó el ruina, cogiendo el hombro de Vlad para meter la espada más profundamente. - Otro caballero con más valor que sensatez muerto por la mano de un rey.
La espada se hundió hasta que la empuñadura tocó su armadura. Vlad gritó al sentir el metal atravesar lentamente sus huesos hasta que la hoja salió por su espalda. Unas luces blancas nublaban su visión, pero el ruina se había puesto dentro de su alcance.
- Se acabó el vestirse para la ocasión - dijo Vlad, y cogió el torque del ruina con ambas manos. El bronce viejo era grueso pero la furia del Gran príncipe era mucha. Dobló los extremos del torque hacia dentro, consiguió que se tocaran, y siguió doblándolos. El círculo de bronce se hizo cada vez más y más pequeño hasta que se cerró sobre los huesos del cuello del ruina. Tiró de él como si fuera un garrote vil hasta que el cuello del ruina crujió, y tiró una vez más para que su cabeza se separase de su cuerpo emitiendo un último crujido seco.
Tras caer el ruina, Vlad se sacó su espada, dejando que la sangre brotase libremente de la herida. Mientras recogía su propia espada notaba que se estaba debilitando y que se le iba la cabeza.
Vlad estaba preparado para sentarse en los escalones de una de las bóvedas cercanas y esperar su fin, el cual no tardaría mucho en llegar. No había forma de que pudiese escapar a tiempo del miasma. Sus dedos estaban ya entumecidos y su visión se oscurecía por los bordes. La pérdida de sangre y el veneno habían acabado con él.
Pero los cryxianos tenían otros planes. Su larga batalla con los ruinas había dado a tiempo a muchos de ellos de reunirse en el exterior del cementerio. Ya fuese persiguiéndole a través del bosque o atraídos por los sonidos del combate, habían venido. Ahora empezaban a entrar, una multitud de cuerpos deformes retorcidos por la nigromancia y las máquinas.
Vlad cogió su espada con una mano, intentó contener el flujo de sangre de su pecho con la otra y se movió tambaleándose hacia el centro del cementerio. Mientras quedase vida en él, contendría a los horrores. No profanarían a ninguno más de los nobles muertos de este lugar.
El último heredero del linaje Tzepesci estaba solo, roto pero no vencido.
Los cryxianos fueron a por él.
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REPERCUSIONES: MUERTE NEGADAHay pocas dudas sobre lo que esperaba Vladimir Tzepesci, y estaba quizás hasta resignado a perecer ante el enjambre de no muertos que encontró en Raíz de sangre. Su muerte estaba prácticamente asegurada y no se le volvió a ver ni a oír nada de él durante seis meses, durante los cuales muchos fueron los khadoranos que lloraron su fallecimiento. Para aquellos que tendían a ver al linaje Tzepesci con cierta sospecha (relacionada con los rumores sobre magia poderosa y creencias menitas poco ortodoxas) su reaparición fue vista como algo siniestro o, por lo menos, antinatural. Incluso aquellos que alabaron su heroico sacrificio combatiendo a los no muertos se sentían incómodos por su regreso al reino de los vivos.
El Gran príncipe se ha abstenido de hablar sobre lo que pasó en Raíz de sangre y sus repercusiones, pero al volver estaba en compañía de Zevanna Agha. Por lo tanto, se ha asumido por el populacho en general (y correctamente) que la Vieja bruja de Khador tuvo que ver conque mantuviera a la muerte a raya. Vlad fue herido de gravedad y solo gracias a las habilidades únicas de la anciana pudo descansar hasta recuperar la salud. Mientras estaba en compañía de esta inusual patrona y salvadora reparó su armadura ancestral, y fundió y reforjó a Hostigadora y los fragmentos de Ruina para crear la espada a dos manos Dominio. Vladimir y su espada jugarían un papel vital en la Batalla del Templo Garrodh, el combate que seguiría inmediatamente a su regreso milagroso.
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