UN RECORDATORIO AMISTOSO
Por Matt Goetz
Las rastreasangres aullaban mientras lanzaban sus jabalinas hacia el cometa sangriento que ardía por encima de sus cabezas. Los melenablancas ladraban y mordían mientras hacían girar las hojas de sus hachas a dos manos a través de las llamas saltarinas de la hoguera. A su alrededor, una congregación de tharns vociferantes y sudorosos se retorcían de dolor en los rituales carnales o arrancaban grandes trozos de carne sanguinolenta de los miembros mutilados que daban vueltas en las espitas.
Para lo que solían ser los festines, este estaba saliendo bien.
Brighid levantó un odre y dirigió un torrente de miel fermentada hacia su boca, dejando que la bebida le calentara el estómago y se arrastrase lentamente hacia su cabeza. A la luz de un fuego más pequeño, vio a su hermano Caul hurgándose los dientes con la costilla de un humano. Se recostaba sobre una piedra grande mientras dos cazadoras le quitaban las liendres de la melena. Esta noche llevaba la piel de la Sierpe y sus fauces se estremecían de placer mientras las garras de las mujeres le tocaban el pelo.
- Hermana - murmuró Caul mientras ella se le aproximaba. - Que el ojo de la Sierpe esté sobre ti. - Su boca transformada convirtió el saludo en un medio-gruñido pero le entendió lo suficientemente bien.
- Y la sangre de la Sierpe, dentro de ti - le respondió. Tras dirigirlas una mirada llena de furia, las dos cazadoras se alejaron de su hermano y se retiraron a las sombras. No necesitaban una demostración de lo limitada que era la paciencia de Brighid, ni de su habilidad en combate.
Caul resopló cuando las hembras se fueron. - Me arruinas todos los festines nocturnos.
- Si planeabas aparearte haberlo hecho antes - le soltó. - Te he dado más tiempo del debido.
Su hermano le arrebató el odre y derramó los restos en sus fauces. Una cuarta parte del fluido ambarino se desparramó entre sus dientes y empapó su pecho lleno de cicatrices. - ¿Ahora qué quiere?
- Un recordatorio. Los Terth Cearban cazaron en sus aguas - dijo.
- Shagul-Kahl. Menudo idiota - dijo Caul usando su hacia descomunal para levantarse.
- Su primogénita ha alcanzado la mayoría de edad. Quería una gran caza bajo el Ojo de la Sierpe - dijo, - y no le valía nada más pequeño que una gran fauce.
- ¿Cuándo nos vamos?
Brighid miró más allá de la luz de la hoguera. Entre dos árboles nudosos, un viajero túnica negra estaba de pie, inmóvil como un centinela y con sus ropajes oscuros teñidos por la luz roja del cometa.
- Ya.
******
Viajar por los ríos de sangre de la Sierpe que atravesaban la tierra gracias al poder de los túnicas negras siempre le revolvía el estómago a Caul. Brighid vigilaba mientras él vomitaba varios kilos de carne y vino espumoso sobre las olas.
Ella odiaba las islas, y a esta más que a ninguna otra. La peste a dragón se agarraba a cada roca, pero un olor más profundo y hediondo provenía de las ruinas. Garlghast no era lugar para una cazadora. Los muertos vivientes superaban en número a los vivos y hasta la carne fresca sabía amarga por culpa de la infección dracónica. Ni siquiera los tharns de aquí habían escapado a su contacto. Siempre habían sido extraños, con sus costumbres que imitaban a los tiburones, pero aún sin tener en cuenta la corrupción de la infección seguía sin tener ganas de comerse sus corazones con sabor a pescado.
-¿Cuánto queda? - preguntó Caul, limpiándose el vómito y la baba de sus fauces con el dorso de la mano.
- Cien lanzas. El tuath de Terth Cearban está en una cala. Iré delante - se giró hacia el viajero. - ¿Me entiendes? Escóndete y aléjate del agua. La prole de Shagul-Kahl puede olerte a una isla de distancia en cuanto toques una ola.
El druida asintió rígidamente con la cabeza y se alejó de la costa. Si no entendía molgur, su forma de hablar había conseguido que el mensaje fuese lo suficientemente claro.
Brighid deambuló a lo largo de la costa con una flecha serrada cargada en la cuerda de su arco. Mientras se movía entre las sombras de las rocas recubiertas de percebes sus dones potenciados por la Sierpe le permitían fundirse con la oscuridad. Caul la seguía a distancia, sigilosamente y con un ritmo pausado.
No tuvo que andar mucho antes de que le llegasen los sonidos de una celebración. En el norte de la isla, una columna de humo se alzaba hacia el cielo nocturno, iluminada desde abajo por una hoguera. Los cánticos y gruñidos del tuath resonaban por toda la ínsula, siguiendo el ritmo de las olas en la orilla.
Brighid se agachó y empezó a moverse hacia el interior, ascendiendo por una colina empinada. A medida que se aproximaba a su cima se fue poniendo a cuatro patas, a hurtadillas, hasta que pudo ver la cala que tenía debajo.
Entre todas las cabañas hechas de madera de deriva y pieles de tiburón, la tribu entera estaba reunida alrededor del fuego. Había casi cien tharns, todos mostrando la extraña Piel de la Sierpe de Terth Cearban. Los hombres tenían la piel suave y de color gris, con aletas dorsales vestigiales brotando de entre sus hombros. Unas branquias situadas a los lados de sus cuellos latían mientras aullaban y cantaban, revelando varias filas de dientes con forma de punta de flecha. A veces costaba recordar que también eran tharns, de tan raro que era su aspecto. Así era como la Sierpe se manifestaba en ellos.
Colgado de un caballete de madera de deriva y aún forcejeando estaba el cuerpo de una gran fauce. El cadáver del tiburón estaba salpicado por docenas de heridas de arpón. Un chaman había abierto la tripa del escualo y estaba marcando las frentes de media docena de jóvenes con su sangre, pintando runas sobre ellas con su mano palmípeda.
Brighid presionó su lengua contra los dientes y silbó un gorjeo de pájaro para Caul. Era una de los cientos de señales que habían desarrollado, casi un nuevo lenguaje compartido por los gemelos. Él respondió con el ulular de un búho para hacer ver que la había entendido. Miró abajo, a su silueta enorme, y vio como se deslizaba al interior del agua.
En la aldea, Shagul-Khal surgió de entre la multitud. Sus ojos negros resplandecían de orgullo al coger el brazo de uno de los jóvenes y levantar su mano en alto.
- Hoy, mi hija Arach-Kahl ha reclamado su primera gran presa. Su arpón fue el que detuvo la vida de la gran fauce. Bajo el Ojo de la Sierpe, devorará su corazón y tomará su lugar como heredera mía.
La muchedumbre aulló y pisoteó la arena, haciendo sonar sus fetiches hechos de conchas marinas y huesos de gaviota, mientras Shagul-Khal metía la mano dentro del cadáver para arrancarle el corazón. Triunfante, lo sujetó en alto, girando para que todos los reunidos pudieran verlo.
Brighid negó con la cabeza. Los reyezuelos eran propensos a entregarse a exhibiciones pomposas.
Esperó a que le diera la espalda para levantarse de donde se estaba escondiendo y disparar una flecha serrada a sus branquias chorreantes.
La saeta atravesó la garganta de Shagul-Khal, convirtiendo su parloteo victorioso en un graznido húmedo. Una espuma roja brotaba a chorros de sus agallas mientras se desplomaba, con el corazón de la gran fauce aplastado por los estertores de muerte de sus dedos.
Los demás gritaron de rabia. Muchos se giraron buscándola, sus ojos reflejando la luz del fuego con destellos de ámbar. Cogiendo sus armas, una docena de devastadores del Terth Cearban empezó a avanzar.
Brighid retorció los labios y soltó un pitido agudo. Era lo bastante alto como para hacerse oír por encima de los ladridos de los tharns y hacer eco por toda la cala. Con un rugido, su hermano salió de repente de entre las olas. Había algas colgando de su cuerpo enorme y del mango largo de su hacha.
Mientras los tharns enemigos se giraban para enfrentarse a esta nueva amenaza, Brighid disparaba una flecha tras otra hacia los corazones y los ojos de los guerreros que parecían más impresionantes. Perforó el cráneo del chaman y clavó su cuerpo al caballete de la gran fauce. Una arúspice que intentaba invocar un hechizo recibió una flecha en garganta y cayó de bruces sobre el fuego.
Mientras tanto, Caul atravesaba a los devastadores, partiendo cráneos por la mitad y cortando extremidades. Su hacha relucía por la sangre, y el pelo de su hocico estaba de punta y goteando debido a los tremendos mordiscos que pegaba a sus oponentes.
Los gemelos masacraron a más de una docena antes de que los Terth Cearban se rindiesen. Como perros apaleados, bajaron sus cabezas y tiraron sus armas. Brighid saltó de la cresta y se movió entre los postrados.
Jadeando, Caul cogió a un melenablanca por su pelo fibroso y le tiró a sus pies. - La Sombra del alba nos ha enviado - escupió.
El melenablanca gimoteó. El sonido fue patético, por lo que cuando Caul presionó su garra contra la garganta del anciano, Brighid se lo agradeció.
Se oyó una nueva voz, clara y nítida, por encima de los quejidos de los heridos y los moribundos. - Decidle a La que ahoga todo, la Madre de las tormentas, la Sombra del alba, que su mensaje ha sido oído.
Brighid se giró hacia la voz. Arach-Kahl, con su cara pintada con la sangre de la gran fauce y de su padre, se alzaba orgullosa por encima de la horda postrada. A Brighid no le resultaban familiares todos los títulos de la Sombra del alba que la joven había usado pero, al listarlos, la tharn estaba ofreciendo a su ama los máximos respetos.
- Ningún Terth Cearban nadará en las aguas de la isla de la Sombra del alba a partir del día de hoy - dijo Brighid. - Hacedlo, y mi hermano y yo vendremos a acabar lo que hemos empezado.
- Juro bajo el Ojo de la Sierpe - dijo la joven - que mi tuath obedecerá su orden. Y si alguien intenta desobedecer, le daré su corazón a las aguas.
Brighid se acercó a Arach-Kahl. Era delgada y joven, pero tenía el orgullo y la fuerza de alguien mucho mayor. Agarró el torque del padre caído de la chica y tiró para soltarlo, ofreciéndoselo.
- Ya veremos.
La chica cogió el torque que le ofrecían y se lo colocó alrededor del cuello. - Que el Ojo de la Sierpe esté sobre ti.
- No, pequeña. Sobre ti. Y no solo su ojo. - Brighid señaló hacia el otro lado del mar oscuro, en dirección a la apartada isla de Morvahna, la Sombra del alba. - Sino también el suyo.
La joven reina no respondió, pero la dureza de su mirada dio a entender que se había tomado en serio su advertencia.
Dejó a la reina nueva allí de pie, con su tribu derrotada. Llevando a su hermano del brazo, volvió a las piedras verticales.
- ¿Y ahora qué? - gruñó Caul.
- El sol sigue dormido. Aún nos quedará mucho festín cuando lleguemos a casa.
Ella odiaba las islas, y a esta más que a ninguna otra. La peste a dragón se agarraba a cada roca, pero un olor más profundo y hediondo provenía de las ruinas. Garlghast no era lugar para una cazadora. Los muertos vivientes superaban en número a los vivos y hasta la carne fresca sabía amarga por culpa de la infección dracónica. Ni siquiera los tharns de aquí habían escapado a su contacto. Siempre habían sido extraños, con sus costumbres que imitaban a los tiburones, pero aún sin tener en cuenta la corrupción de la infección seguía sin tener ganas de comerse sus corazones con sabor a pescado.
-¿Cuánto queda? - preguntó Caul, limpiándose el vómito y la baba de sus fauces con el dorso de la mano.
- Cien lanzas. El tuath de Terth Cearban está en una cala. Iré delante - se giró hacia el viajero. - ¿Me entiendes? Escóndete y aléjate del agua. La prole de Shagul-Kahl puede olerte a una isla de distancia en cuanto toques una ola.
El druida asintió rígidamente con la cabeza y se alejó de la costa. Si no entendía molgur, su forma de hablar había conseguido que el mensaje fuese lo suficientemente claro.
Brighid deambuló a lo largo de la costa con una flecha serrada cargada en la cuerda de su arco. Mientras se movía entre las sombras de las rocas recubiertas de percebes sus dones potenciados por la Sierpe le permitían fundirse con la oscuridad. Caul la seguía a distancia, sigilosamente y con un ritmo pausado.
No tuvo que andar mucho antes de que le llegasen los sonidos de una celebración. En el norte de la isla, una columna de humo se alzaba hacia el cielo nocturno, iluminada desde abajo por una hoguera. Los cánticos y gruñidos del tuath resonaban por toda la ínsula, siguiendo el ritmo de las olas en la orilla.
Brighid se agachó y empezó a moverse hacia el interior, ascendiendo por una colina empinada. A medida que se aproximaba a su cima se fue poniendo a cuatro patas, a hurtadillas, hasta que pudo ver la cala que tenía debajo.
Entre todas las cabañas hechas de madera de deriva y pieles de tiburón, la tribu entera estaba reunida alrededor del fuego. Había casi cien tharns, todos mostrando la extraña Piel de la Sierpe de Terth Cearban. Los hombres tenían la piel suave y de color gris, con aletas dorsales vestigiales brotando de entre sus hombros. Unas branquias situadas a los lados de sus cuellos latían mientras aullaban y cantaban, revelando varias filas de dientes con forma de punta de flecha. A veces costaba recordar que también eran tharns, de tan raro que era su aspecto. Así era como la Sierpe se manifestaba en ellos.
Colgado de un caballete de madera de deriva y aún forcejeando estaba el cuerpo de una gran fauce. El cadáver del tiburón estaba salpicado por docenas de heridas de arpón. Un chaman había abierto la tripa del escualo y estaba marcando las frentes de media docena de jóvenes con su sangre, pintando runas sobre ellas con su mano palmípeda.
Brighid presionó su lengua contra los dientes y silbó un gorjeo de pájaro para Caul. Era una de los cientos de señales que habían desarrollado, casi un nuevo lenguaje compartido por los gemelos. Él respondió con el ulular de un búho para hacer ver que la había entendido. Miró abajo, a su silueta enorme, y vio como se deslizaba al interior del agua.
En la aldea, Shagul-Khal surgió de entre la multitud. Sus ojos negros resplandecían de orgullo al coger el brazo de uno de los jóvenes y levantar su mano en alto.
- Hoy, mi hija Arach-Kahl ha reclamado su primera gran presa. Su arpón fue el que detuvo la vida de la gran fauce. Bajo el Ojo de la Sierpe, devorará su corazón y tomará su lugar como heredera mía.
La muchedumbre aulló y pisoteó la arena, haciendo sonar sus fetiches hechos de conchas marinas y huesos de gaviota, mientras Shagul-Khal metía la mano dentro del cadáver para arrancarle el corazón. Triunfante, lo sujetó en alto, girando para que todos los reunidos pudieran verlo.
Brighid negó con la cabeza. Los reyezuelos eran propensos a entregarse a exhibiciones pomposas.
Esperó a que le diera la espalda para levantarse de donde se estaba escondiendo y disparar una flecha serrada a sus branquias chorreantes.
La saeta atravesó la garganta de Shagul-Khal, convirtiendo su parloteo victorioso en un graznido húmedo. Una espuma roja brotaba a chorros de sus agallas mientras se desplomaba, con el corazón de la gran fauce aplastado por los estertores de muerte de sus dedos.
Los demás gritaron de rabia. Muchos se giraron buscándola, sus ojos reflejando la luz del fuego con destellos de ámbar. Cogiendo sus armas, una docena de devastadores del Terth Cearban empezó a avanzar.
Brighid retorció los labios y soltó un pitido agudo. Era lo bastante alto como para hacerse oír por encima de los ladridos de los tharns y hacer eco por toda la cala. Con un rugido, su hermano salió de repente de entre las olas. Había algas colgando de su cuerpo enorme y del mango largo de su hacha.
Mientras los tharns enemigos se giraban para enfrentarse a esta nueva amenaza, Brighid disparaba una flecha tras otra hacia los corazones y los ojos de los guerreros que parecían más impresionantes. Perforó el cráneo del chaman y clavó su cuerpo al caballete de la gran fauce. Una arúspice que intentaba invocar un hechizo recibió una flecha en garganta y cayó de bruces sobre el fuego.
Mientras tanto, Caul atravesaba a los devastadores, partiendo cráneos por la mitad y cortando extremidades. Su hacha relucía por la sangre, y el pelo de su hocico estaba de punta y goteando debido a los tremendos mordiscos que pegaba a sus oponentes.
Los gemelos masacraron a más de una docena antes de que los Terth Cearban se rindiesen. Como perros apaleados, bajaron sus cabezas y tiraron sus armas. Brighid saltó de la cresta y se movió entre los postrados.
Jadeando, Caul cogió a un melenablanca por su pelo fibroso y le tiró a sus pies. - La Sombra del alba nos ha enviado - escupió.
El melenablanca gimoteó. El sonido fue patético, por lo que cuando Caul presionó su garra contra la garganta del anciano, Brighid se lo agradeció.
Se oyó una nueva voz, clara y nítida, por encima de los quejidos de los heridos y los moribundos. - Decidle a La que ahoga todo, la Madre de las tormentas, la Sombra del alba, que su mensaje ha sido oído.
Brighid se giró hacia la voz. Arach-Kahl, con su cara pintada con la sangre de la gran fauce y de su padre, se alzaba orgullosa por encima de la horda postrada. A Brighid no le resultaban familiares todos los títulos de la Sombra del alba que la joven había usado pero, al listarlos, la tharn estaba ofreciendo a su ama los máximos respetos.
- Ningún Terth Cearban nadará en las aguas de la isla de la Sombra del alba a partir del día de hoy - dijo Brighid. - Hacedlo, y mi hermano y yo vendremos a acabar lo que hemos empezado.
- Juro bajo el Ojo de la Sierpe - dijo la joven - que mi tuath obedecerá su orden. Y si alguien intenta desobedecer, le daré su corazón a las aguas.
Brighid se acercó a Arach-Kahl. Era delgada y joven, pero tenía el orgullo y la fuerza de alguien mucho mayor. Agarró el torque del padre caído de la chica y tiró para soltarlo, ofreciéndoselo.
- Ya veremos.
La chica cogió el torque que le ofrecían y se lo colocó alrededor del cuello. - Que el Ojo de la Sierpe esté sobre ti.
- No, pequeña. Sobre ti. Y no solo su ojo. - Brighid señaló hacia el otro lado del mar oscuro, en dirección a la apartada isla de Morvahna, la Sombra del alba. - Sino también el suyo.
La joven reina no respondió, pero la dureza de su mirada dio a entender que se había tomado en serio su advertencia.
Dejó a la reina nueva allí de pie, con su tribu derrotada. Llevando a su hermano del brazo, volvió a las piedras verticales.
- ¿Y ahora qué? - gruñó Caul.
- El sol sigue dormido. Aún nos quedará mucho festín cuando lleguemos a casa.
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